miércoles, 3 de febrero de 2021

Te quiero tía

Nos ha dejado Justina de Nicolás Rata, mi tía. Nacida el 26 de septiembre de 1928, en Anguita (Guadalajara). Mayor de entre cuatro hermanos. En esta, y en sus infinitas reencarnaciones, pastora.

Recuerdo el día en que me fuiste a buscar a la escuela y yo me fui corriendo por el otro lado del Juan XXIII, esquivándote en cuanto te vi. Mi abuela, ya muy enferma, me echó una buena bronca, pero un crío de cinco años algo se enteraba de cómo estaba su yaya, y me impresionaba verte siempre de negro. Cuidaste de ella cuando enfermó, lo mismo que a tu marido, a tu cuñado (mi abuelo) y a tus padres. Con total cariño, con sincero empeño.

Siempre has sido mi consuelo, mi regazo, el pilar en el que apoyarme y con solo una mirada me has dado un cariño que ninguna ley física puede encontrar explicable.

Un día me dijiste: “con lo que sabes y mis costumbres, nadie te llamará tonto”. Seguro que en mi afición por el Imperio Bizantino tiene algo que ver Justiniano. Recuerdo ponerle de pequeño a una tortuga tu nombre, y cómo he disfrutado siempre con tus paellas, tus natillas, el solomillo en aceite o tus escabeches. Aunque lo esencial siempre fue nuestra recíproca y familiar compañía, fuera en Anguita, en Bellvitge, en Llavaneras o en estos mágicos años en Vilassar, donde cada dura jornada de estudio siempre empezaba con un beso, unos ánimos y una siempre sincera sonrisa.

Leíste a Esopo, a Marco Aurelio, a la Eyre o a Revilla. Lo leías todo. Siempre te leías los “promotores” e incluso, con más de ochenta años, leíste más de cincuenta obras en nuestro ebook. “El Quijote” te lo terminaste pronto, con crítica incluida.

Me decías oraciones de hasta un cuarto de hora, y tu memoria siempre era motivo de alabanza. Son tantas las anécdotas y tan pocas las fuerzas que le quedan a uno tras tu pérdida... No me siento más preparado con treinta y cinco que con cinco, porque separarme, en lo físico, de ti nunca puede ser llevadero.

Bromeabas mucho con tu muerte, pero jamás pensábamos que llegaría de esta manera. No puedo decir que no te disfrutara, que no me riera contigo o que jamás me negaras nada. Fuimos una unidad de felicidad. Un sueño de familia.

Por más que aquel día me escapara, mi corazón siempre te pertenecerá. Me uní a ti como jamás lo haya hecho nadie a su “tía abuela”. De hecho, me suena mal incluso utilizar ese término, porque, cogiendo unas palabras prestadas de un amigo, eres mi “mama grande”.

domingo, 9 de febrero de 2020


Os invito a mi debut en Mediterráneo Antiguo!!! 

martes, 3 de diciembre de 2019

Lo relativo de las caídas


De entre todas las aves, una de mis preferidas siempre ha sido el causario. Se trata del ave más peligrosa para el hombre, habiendo llegado a ser mortal para algunas desgraciadas víctimas. Está dotada de garras que pueden alcanzar los 10 cm de longitud (siendo más largas que las de un velociraptor). Viven por las junglas de Australia, Nueva Guinea y algunas pequeñas islas Indonesias, y son el segundo ave del Mundo en tamaño, si bien parecen estar más estrechamente emparentados con el kiwi que con el avestruz.

Recuerdo ver hace unos días otra de las joyas a las que nos tiene acostumbrados BBC Nature, “Siete mundos, un planeta”. En su capítulo referente a Australia, precisamente un casuario abre el documental con una impactante secuencia en la que se muestra a un formidable ejemplar paseando por el litoral marítimo. Sus pisadas parecen sacadas de Parque Jurásico y de hecho, su aspecto bien se parece al de un dinosaurio. Que no es un dinosaurio lo dicen las clasificaciones hechas por la ciencia humana, pero no su cuerpo, su comportamiento, ni mucho menos, su aspecto. Desde un punto de vista continuista, y siguiendo las más estrictas leyes de la herencia genética, el casuario camina como un dinosaurio, se comporta como tal, muy seguramente se expresa como sus primos, pero, efectivamente, la ciencia nos dice que no es un dinosaurio.

Oficialmente se afirma que los dinosaurios se extinguieron hace 65 millones de años. El postulado está sujeto a continua revisión, cuanto menos “filosófica”, desde el momento en que es cuasi unánimamente aceptado que las aves son descendientes directas de los dinosaurios, y que éstos, en cuasi todas sus especies, tuvieron plumas. Parece ser que un gran meteorito finiquitó a los dinosaurios, junto a todo un cúmulo de catástrofes naturales y cambios climáticos. De la hecatombe surgieron los mimbres para la biodiversidad actual, incluyendo a la especie humana.

Cambiando de escenario, y para el lector quizá irracionalmente de coordenadas, ahora les propongo visitar Grecia, la antigua Mistrá. Se trata de una antigua ciudad-fortaleza sita en el Peloponeso a escasísimos kilómetros de la legendaria Esparta. Allí residieron los aristócratas bizantinos, déspotas, que en términos formales representaron los últimos baluartes del Imperio Romano. Mistrá fue conquistada por los otomanos años después de la caída de Constantinopla, sin embargo, la tradición afirma que “la última Roma” cayó en 1453, con la toma de la antigua Bizancio. En verdad, formalismos al margen, es evidente, no sólo para el viajante, que todo lo perteneciente a Bizancio en la segunda mitad de la llamada Edad Media es “escasamente romano”.

Cada vez se va asentado con mayor unanimidad que el último Imperio Romano (previo al llamado Bizantino) coincidió con el reinado de Justiniano el Grande. Recordemos que este gran Emperador casi consiguió restaurar la gloria del antiguo Imperio reconquistando buena parte del Mediterráneo, tomando la posesión de antiguas plazas como Roma, Nápoles, Cartago o Cartagena. Sin embargo, junto a todas las migraciones bárbaras que continuaron llegando y los excesos de unos sueños imperiales, algo sobredimensionados, una gran peste, en el contexto de un severo cambio climático, motivó el abandono del sueño imperial romano, y al poco tiempo, el inicio de la verdadera Edad Media, con los achaques de la conquista islámica y la fragmentación del mundo conocido en Reinos.

Cuándo cayó Roma o cuándo desaparecieron los dinosaurios no son fechas o momentos unánimes ni determinables con exactitud por la ciencia, pues siempre van a depender de criterios humanos, y por ende, subjetivos. Y lo que es más importante, de cuáles sean nuestros prejuicios y convicciones. Puede que llegue el momento en que el causario sea considerado como un dinosaurio moderno, y que nos demos cuenta de que estos grandes animales no desaparecieron en su integridad de un día para otro. Puede también que algún día nos percatemos de que Roma en sí no desapareció tampoco completamente jamás, y que “simplemente” se reconvirtió y transformó en nuestra civilización, tras mil golpes y cambios de remo.

Los imperios, sean éstos animales o humanos, se resienten ante las grandes catástrofes y la historia de nuestro planeta nos muestra que hay pocas apocalipsis peores que los cambios climáticos. El hombre acelera pero no crea un cambio climático, salvo que Greta demuestre la existencia de marcianos malintencionados en tiempos de T.Rex, pero, reflexiones climáticas a un margen, hay algunos asuntos sobre los que debemos reflexionar.

Si del fin de los dinosaurios medraron pequeños mamíferos y del fin del Imperio Romano pequeños Reinos... ¿con la actual crisis global también nos empequeñeceremos? Sí, no estoy obviando a los nacionalismos.

Imágenes:
1) Casuario (Commons)
2) Detalle de Mistrá (foto del autor).
3) Detalle del célebre mosaico de Justiniano, en San Vital (Rávena) (foto del autor).

sábado, 17 de marzo de 2018

A mi maestro del tambor



Existen muchos profesores, pero muy pocos maestros. La sabiduría no es tanto tenerla en potencia o ínsita, como desprenderla en cualquier instante y circunstancia. Divulgar es el arte con el que expresar el dominio de la materia; la bondad la materia que hace a la persona grande. No hay tantos grandes amigos, quizá aún menos que maestros.

No recuerdo exactamente nuestro primer correo, sí el asunto y qué nos teníamos entre manos. Mi inseguridad me incitó a buscar el consejo entre los más sabios en los temas de nuestra patria chica. Si bien pude exponerme a piratas, cierto es que encontré a alguien con proverbial barba, pero también hallé a un entrañable amigo. Mi boceto de libro de Anguita me lo “requetemiraste” y mejoraste. Por veces me encabronaste, como buen maestro, me picaste e hiciste superarme, me sugeriste y me hiciste ver.

Escribía poco que no me revisaras, nada que no leyeras. Tu adicción a la lectura no la ha superado ningún pez al agua. Siempre tenías una cita que aportar, una anécdota, un libro y un escrito que compartir. Recuerdo que siempre que te visitaba salía cargado de ideas y materiales, tu generosidad era más grande que tu figura. Todos sabemos que así de cierto es, y nadie tiene duda alguna de esta obviedad sincera.

Cada verano tenía intención de comer contigo. Últimamente pocas veces lo conseguía. Oposiciones y desdichas nos separaban y ahora me pinchan en lamentos. Me cuesta no mortificarme por no haber aprovechado aún más contigo el tiempo. ¡Pero qué demonios Joserra! ¡Como buen sabio, sólo pasaron a otra vida carne y huesos!

Si tuviera que definirte en muy pocas palabras diría de ti que eres jovial en el trato y contundente en el contenido. Bondadoso y generoso, inteligente, y siempre, atento.

Aunar tantas cosas sólo lo hacen los singulares y, según dicen, los viejos roqueros, aunque me atrevo a decir que también se predica del “Maestro del Tambor”, y te lo dedica tu, siempre, “pequeño tomborilero”.

sábado, 23 de abril de 2016

Prince... El cielo llora lágrimas de color púrpura



http://www.lavozlibre.com/noticias/blog_opiniones/2/1210691/prince-el-cielo-llora-lagrimas-de-color-purpura/1