miércoles, 29 de agosto de 2007

Los misioneros misteriosos en la Prehistoria

Escribir un libro es una excusa perfecta para la investigación, y el aprendizaje, de materias en las que antes uno no tenía porqué haberse fijado. La Prehistoria siempre me fascinó, no tanto los seres humanos sino los animales que la poblaron. El cambio de edad va correlacionado al de inquietudes y los gustos no dejan de ser un espejo de las mismas. Un tema que se me ha acontecido como de sumo interés es el arte megalítico. No sólo en cuanto a técnicas de construcción, por ejemplo del colosal Stonehenge, sino en cuanto a su propia génesis, ¿cómo pudo darse un movimiento “religioso-artístico” en todo un continente, incluidas algunas islas como las Baleares o Malta, si se sostiene que el comercio no llegó hasta los fenicios?.

Se dice que el megalitismo no fue nada más que una pauta religiosa, un ritual que se impuso en el necesitado “homo religiosus” con el objetivo de solventar sus necesidades de encontrar un logos dentro del Caos, o simplemente, uno explicación a los misterios del Mundo. Excavar tumbas antiguas tiene incentivos superiores a la necromancia barata. Una tumba no deja de ser un “cuadro” en el que se observar cómo se caracterizaba una sociedad antigua. En el caso del megalitismo, los entierros colectivos en dólmenes no dejan de ser una muestra de cuán importante era la “casa”, familia o gens en tanto que unidad de sustento, no sólo económico, sino también social, político y religioso.

El sensacionalismo inherente a nuestra psique muchas veces no hacer ser ajenos a posibilidades más consecuentes como aquella que aboga por considerar a los dólmenes como muestra de un poder religioso que se reflejaba en el mandamás de la época en tanto que dios terrenal de turno, siervo de la divinidad celestial. Tal tesis pudiera llegar a ser cierto, no me acabo de creer lo teoría de los misioneros y todo lo que ello comporta.

Según la Historia de España y las Américas de la Editorial Rialp, bajo la dirección de José Luis Comellas, la cerámica campaniforme, al igual que el megalitismo, se extendieron por el continente debido a la labor de ciertos sacerdotes-nómadas, profetas o misioneros, que convencieron a la población para que se convirtiera a unos nuevos rituales, de forma equivalente a lo acaecido en tiempos romanos con el Cristianismo.

Que el reduccionismo mercantil al que se somete a los pueblos primitivos tiene cada día menos sentido es un hecho, en otras palabras, no podemos creer que las poblaciones, ya desde el Neolítico, dejaron el nomadismo totalmente para permanecer, estáticos, en sus pueblos sin practicar ni tan si siquiera el más rudimentario comercio. Hallazgos fascinantes en Anatolia demuestran cómo existieron comunidades con cierta complejidad comercial, como fue el caso de yacimientos como Arslantepe-Malatya donde se hallaron pruebas de un comercio a largas distancias con otras poblaciones con las que se comerciaba con la obsidiana, piedra volcánica similar al sílex en cuanto a propiedades y usos.

En fin, si el comercio se expandió, parece ser, desde tiempos pretéritos, ¿porqué no los mecanismos de sujeción del Poder?

lunes, 27 de agosto de 2007


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sábado, 25 de agosto de 2007

La historia de Zalakin o sobre el Amor frente al resto de nuestra existencia

Zalakin vivía en el Pantano de de las Melancolías. Su choza, cubierta de mangle y lianas de higuera, quedaba perfectamente mimetizada en la inmensidad de la jungla ecuatorial. Multitud de tristes árboles acariciaban su hogar con el mimo que solo las verdaderas madres saben dar a su protegida camada. Multitud de raíces se entrelazaban dando un punto y aparte en un universo plagado de ilusiones y plantas. Zalakin era un tipo solitario, un habitante, acaso ermitaño, de la inmensidad del pantano. Su única compañía era la de una pluma de cuervo y un pergamino, algo carcomido, hecho a base de pelaje de cabra. Su existencia era lo más rudimentaria posible, sus comidas asemejaban ser reptilianas, sus ayunos, eternos.

Zalakin no tenía oficio alguno más que el de escribir. Sus historias siempre creían sobrepasar las fronteras de Fantasía, su mente pretendía ser creadora en un ambiente que rozaba el clímax de las mil y una posibilidades. De todo había en aquel Pantano de la Melancolía: joyas de ámbar colgadas de las ramas, cartas deformes carcomidas por los carroñeros de la Memoria, corazones tristes que manaban de la higuera como aquí pudieran hacerlo los frutos, los alimentos, el común de las frutas.

Zalakin no era ni feliz ni triste, su sangre era fría como la del escinco, su mente despierta como un alcotán. Su edad era eterna, su imaginación imperecedera. Los límites no habían sido estudiados por sus arcaicos suministradores, el pergamino se extendía conforme la pluma dictaba.

Dentro de lo rutinario, aquel día tenía algo de señalado. Lejos de hablar de cosas banales y fantasías esotéricas Zalakin describía, cual verídico ensayo, los contornos de su hogar, de su mundo selvático. Las letras, doradas como nunca, hablaban de frutos silvestres, madroños interminables que endulzaban las papilas sin mayor remedio que la gula. Opíparas fiestas bañadas en la angustia de la existencia de un fin, aun siendo un mero punto y aparte. El separarse, momentáneamente, de lo que tanto le hace a uno disfrutar, todo ello sin mayor motivo que el imperio del Tiempo.


Jamás se había fijado en la luz de las flores que decoraban los troncos de cada mangle. Sus colores eran tan dispares como las unidades que les servían de soporte. Sus aromas parecían encarnar espirituales perfumerías teñidas de rosa, los sonidos de los árboles (que hasta aquel entonces sólo se le habían mostrado como ficticios roncares de aburridos seres) se convirtieron en la declaración de presencia de multitud de aves del paraíso. Todo estaba cambiando de punto de vista en el Pantano y Zalakin no tenía lupa alguna.

Las nubes, jamás antes percatadas, chocaron en colosal estruendo, cayendo lluvias, no de agua, sino de pétalos de azucena, gardenias y flores de terciopelo. Cual grácil fantasía, el río no manaba chorros de barro sino de chocolate con nata, los musgos dejaban su vestidos verdáceos para asemejarse a peinados de doncellas, de princesas jamás antes contempladas.

Zalakin seguía escribiendo, la emoción del momento amagaba con hacer cambiar al solitario escritor de la noche. ¿Cómo antes no se había percatado de todo lo que enriquece su entorno? ¿Cómo antes no había descubierto la joya que coloreaba su vida, por naturaleza predestinada a la avaricia de poseer todo lo que rivaliza con el oro?

Zalakin suspira, que grata sensación placentera y nueva, jamás antes había comprendido el sentido de Pantano de la Melancolía. De repente, el peculiar individuo se hizo consciente de su persona y su tiempo. ¿Cuántas pruebas tuvo que pasar para poder alcanzar lo divino del trayecto? ¿Cómo no pudo ver, ni aún con anteojos, lo hermoso del tinte que impregna todo lo que escribe su intelecto?

Zalakin se duerme, jamás lo había hecho antes, la soledad de la noche le arropa y la lechuza le canta tiernas nanas que hablan de inmejorables futuros y carpedianos presentes. Zalakin se ha enamorado, una de las joyas, procedente de la más alta de todas las copas de la sobrepoblada selva, ha caído en sus manos, quién sabe si por Azar o por la gracia del Destino.

Zalakin no despierta, su existencia no deja de pertenecer al Mundo de las Ideas, su vida al Sueño. Lo exagerado de su mísera existencia contrasta con la felicidad de quien lo describe y de las sensaciones que él siente. El amor tiene esas cosas, todo se hace dorado y lo pretérito parecer haber sido triste, es como el libro de colorear cuando no ha sido aún pintado, los dibujos tal vez prometen, los contornos son empíricos y contrastables pero es el amor aquello que pinta toda textura, creando felicidad inusitada, donde antes hubo vida cotidiana, configurándose en sensación imposiblemente equiparable a la de querer a mi chica. Escribir, humildemente, queriendo rivalizar con arte con aquello que irradia inspiración, bonita y sincera, cuales pétalos de gardenia de terciopelo, como vuelos de mariposa, como eso que siente por ti, preciosa...
Ilustración de Sara Forlenza

El caso de la oveja que miraba de frente

La visita al Museo de la Ciencia de Barcelona siempre repara alguna sorpresa. Una universalidad de fósiles, minerales, restos vegetales, animales y arqueológicos (inmejorablemente contextuados por el ingenio de Jorge Wagensberg) no dejan de rendir homenaje a lo diverso de la Vida y el Medio; lo dichoso de la Creación y su vertiente evolutivo, ya fuera de origen divino para unos o producto de la incertidumbre para el resto. Precisamente es este vocablo aquello que más me ha hecho reflexionar durante mi estancia en tan sapiencial edificio. La manifestación última de la teoría del Caos no deja de ser un concepto tan hipotético como la ciencia en su más puro estado. Algunos lo refutarán, otros, entre los que me incluyo, le rendirán homenaje a través de su descripción y estudio.

La incertidumbre se halla en clara oposición privativa con el orden predeterminado. Si por algo se caracteriza la ciencia del Caos es por admitir la imposibilidad de predecir con exactitud el Futuro, más allá de efectuando complejos cálculos estadísticos. El Caos hace que la adaptación al medio, de generación plenamente aleatoria, se efectúe con anterioridad al auge del problema ecológico. Ello no deja de ser una manifestación aplicada de la Selección Natural, si bien, valga decir que también nos sirve de contraposición al funcionamiento de nuestra mente: donde el problema es anterior a la adaptación ex profeso de nuestro intelecto.

De entre todas las contingencias tratadas en la muestra, la recreación de cierto animalillo me inspira, imperiosamente, en la redacción de este artículo. Se trata del Myotragus balearicus, curioso rumiante sito, en lo que a puesto evolutivo se refiere, en un punto equidistante, prima facie, entre las actuales ovejas y cabras. Si bien pudiera parecerse más a éstas últimas, parece ser que el animal, endémico de las Baleares (islas de Mallorca y Menoría), estuvo más emparentado con las ovejas, y por lo tanto, también con animales como el argalí, el arruí o el muflón (ello en base a un estudio realizado por la UPF). Más allá de la peculiaridad taxonómica del espécimen ya extinto (hace en torno a 5.000 años), aquello que más me llamó la atención fue su mirada, cómo un rumiante pudo haber estado observándome, fijamente, con sus ojos de frente.

Si algo excepcional de la “oveja balear” es el endemismo tanto de la especie como de su visión. El animal en cuestión, evolucionó de tal forma que las órbitas de los ojos mutaron hasta alcanzar una visión similar a la de los humanos. Caprichos del Destino, el invento no triunfó entre cabras a diferencia de lo acaecido con los monos...

Si por algo se caracteriza la Evolución es por regirse por sus propias normas, o lo que es lo mismo, según su inaccesible Ley, siguiendo la mecánica que sólo ella marca. Tal vez sea ello lo que llamamos Dios en ocasiones, ese centro de desconocimiento notable que nos está vedado por nuestro intelecto, irremediablemente, humano. Cuestiones de Caos e incertidumbre que se rigen por los dados de la Madre Naturaleza, herramienta primordial que ha ido basando toda dinámica del comportamiento evolutivo.

La incertidumbre, por definición, no excluye que se puedan dar “experimentos biológicos”, tan curiosos como fallidos, que en ocasiones presentan las más sorprendentes similitudes en especies que jamás estuvieron emparentadas. Es el caso, conocido en paleontología, del tigre dientes de sable (Smilodon) y el dientes de sable marsupial de Suramérica (Thylacosmilus). Ambos individuos ocuparon un nicho ecológico equivalente, con similares adaptaciones, sin cumplir parentesco directo alguno. Simplemente, aquí lo curioso, acaecieron ciertas mutaciones que predestinaron a ambas especies para el éxito, dándose la solución con anterioridad al problema, a la sazón, el notable vacío de depredadores existente.

¿Quién sabe si la evolución creará algún día un ser inteligente, no necesariamente emparentado con nosotros, que nos desplace? ¿O qué tal un pez capaz de montar en bicicleta, un conejo listo o un gorila acto para hablar y recitar poesía? Si por algo se caracterizan las actuales ciencias es por haber alcanzado atisbar las fronteras de ese desconocimiento que en ocasiones ha tergiversado en hecho religioso. Lo indescifrable no deja de ser tan natural como sus resultados, nuestra Ciencia es finita y la Naturaleza, caprichosa…
Segunda ilustración procedente de http://www.fabiopastori.it/

sábado, 18 de agosto de 2007

Mis antepasados, los elfos

Durante este verano he adquirido cierta afición por temas como la neurociencia. El funcionamiento de nuestro cerebro no deja de ser, en palabras de Wilson, el nexo que une tanto a las ciencias naturales como a las sociales. La Unidad de Conocimiento, máxima por la que aboga el genial autor anglosajón y que no deja de ser un axioma que me produce cierto bienestar en el sentido de que evita clasificarme como un individuo amante de uno u otro “tipo” de ciencia. Si hay algo que me ha enseñado la historia es el ver cómo los antiguos no distinguieron diferencia alguna entre las ciencias del hombre y las de la naturaleza.

Una investigación somera sobre las culturas que poblaron el pueblo de Anguita (Guadalajara) me repara mayúsculas sorpresas al constatar que los antiguos celtíberos practicaban ritos y costumbres intrínsecamente relacionados con el cuidado y veneración de la natura mater, ¿acaso los elfos fueron metáfora de los antiguos celtíberos?

Alguien bien pudiera haberse dado cuenta de que el modus operanti de tales gentes se asemeja al de multitud de pueblos amerindios, aborígenes de Australasia o a actuales pobladores de diversos fortines de la Naturaleza. Efectivamente, el estado “salvaje” en cuanto a respeto, y deificación del medio, más que a una práctica ecológica respondía a un comportamiento tratado por la neurociencia. En otras palabras, la “mentira” consuetudinaria que medra en el hecho religioso no deja de ser una panacea con la que combatir lo maligno del desconocimiento. Seguridad sin pólizas a base de ritos y ceremonias.

Una reflexión que se me acontece es la de si tal “mundo de hadas”, no privado de la rudeza y violencia de lo inexcusablemente salvaje, no sería una suerte de contraposición a nuestra actual vida urbana. Si algo caracterizó a los antiguos celtíberos fue su desconocimiento del hecho urbano. Sus ciudades surgirían en épocas tardías y de forma “nativa” sin el orden y disciplina de las urbes, colonias y campamentos de los romanos.

¿La Ciudad y el Mundo arcaico como contraposición?. ¿La Naturaleza frente al Desarrollo? No deseo ser el aficionado grecorromano que no vea más gloria que la urbana, mayor virtud que la de participar de esplendorosos proyectos urbanos. La disyuntiva es un misterio que alcanza al estudio de nuestro cerebro incluso, ¿será una cábala o pensamiento inútil o simplemente el encuentro con el abismo de lo, lógicamente, eternamente desconocido?

domingo, 12 de agosto de 2007

Cicerón y lo relativo del éxito, en exclusiva, del individuo

No era un hombre especialmente bello, sus andares no denotaban más seguridad que la de sus convicciones, su estirpe, despatriciada, no tenía mayor prestigio que la del común del populus, sin embargo, triunfó en la Vida, o lo que es más meritorio, sería grande en el Recuerdo. Cicerón no era el más devoto de todos los siervos de la correcta humildad, tampoco era un playboy (como pudieran haberlo sido Sila o Julio César), o un dandy, y a juzgar por los testimonios: no era alguien especialmente generoso ni dado a desinteresados favores. Cicerón es uno de los mayores genios de la Historia, y valga decirlo, de mi profesión jurídica. No obstante, la pluma de Stefan Zweig me hace constatar cuánta razón tiene el célebre escritor al afirmar que los mayores éxitos de Cicerón llegarían en la esfera privada y no en la publicidad, y gloria, de sus discursos en el Senado.

Pater patriae era, para él, su nuevo apellido. Su gran actuación ante la conjura de Catilina le valió el respeto tanto de la elite patricia como del común del populus romano: gentes cada vez más devotas al pan y al circo (panem et circenses) que a la retórica y la defensa de sus libertades. Más que por sus grandes conocimientos, sus excelentes dotes para la retórica y sus inmejorables alianzas por conveniencia, Cicerón destacaría por ser un gran conductor de tiempos, una de las celebridades que mejor supo estar en el sitio adecuado cuando le convino a su cuerpo y prestigio, ya fuera expresa o involuntariamente.

El auge de la dictadura de César no dejo de ser una “bendición encubierta”, no tanto para el orador como para todos aquellos que intentamos ver en sus escritos algún atisbo de aquello que es inherente a lo excelsamente perfeccionado en lo jurídico. Zweig es fulminante al respecto, el retiro a su villa campestre, junto con los mimos de su hija y de su jovial matrimonio con una joven, menor que su heredera, le dieron la oportunidad de escribir las célebres obras que tanto nos sirven de ejemplo.

La Historia de la Ciencia de Gribbin defiende lo mismo al respecto. En una Introducción, que bien recuerdo por lo acertadísima que la encontré en su momento, afirmaba que el mérito de Galileo, Descartes o Flemming no debía buscarse tanto en prodigiosos encéfalos sino al hecho de haber participado de un tiempo preciso en el que la pócima ya estaba empezando a cristalizar por los hechos de quienes los precedieron. El mérito individual cada vez cuesta más de disociar del colectivo. Dónde se hallan las fronteras del éxito del individuo y dónde las de los “ingredientes” sapienciales de quienes les precedieron es un misterio.

¿Debe Cicerón a César y su victoria su celebridad posterior? ¿Galileo tiene cuentas pendientes con Arquímedes o Tales? ¿Existe un derecho individual exclusivo sobre la obra propia que excluya los méritos de quienes te procedieron?

La respuesta, no sin cierto condicionamiento personal, la encuentro en el Derecho y en el porqué los derechos de autor tienen un límite temporal a la muerte del creador (tal y como establece el artículo 26 de la Ley de Propiedad Intelectual: "Los derechos de explotación de la obra durarán toda la vida del autor y setenta años después de su muerte o declaración de fallecimiento". . Las esferas del hombre y de la sociedad rara vez dejan de interrelacionarse. El arrastre cognitivo de nuestra especie no deja de ser tan determinante como nuestro cerebro, nuestros genes y nuestra propia educación como individuos y de quienes nos la proporcionaron. ¿Dónde se halla el mérito propio y dónde el colectivo es algo que se escapa de indubitada determinación objetiva alguna?

lunes, 6 de agosto de 2007

Lo artificial de Ícaro, lo natural del vuelo

Siempre me ha costado delimitar con claridad lo natural de lo artificial. Mi estancia en Anguita me hace reflexionar sobre cómo nuestros mayores, si bien no todos impera la mayoría, siempre han visto en todo aquello que les rodea cierto nexo con la divinidad. Todo forma parte del Destino, y Dios es quien lo escribe. Más allá de toda manifestación religiosa, me quedo con esa unicidad que se manifiesta entre lo humano y el medio, lo psicológico y lo físico, lo natural y lo artificial.

Esta última disyuntiva siempre ha sido de mi desagrado. De qué sirve tal oposición si siempre acabamos por admitir que no dejamos de ser una de las especies del basto espectro consecuencia de la evolución. Leo una genial compilación científica titulada: La Ciencia en tus manos, de la Editorial Espasa Calpe, recuerdo, no sin cierta jocosidad, cómo al hablar de la inteligencia artificial el autor (Enric Trillas) compara la inoperancia de tal denominación con la de volancia “natural”, para los pájaros, y volancia “artificial” para los aviones; como puede constatarse tal distinción no sólo no tiene sentido sino que convencionalmente no se utiliza.

Mi pensamiento se reduce a reconsiderar el porqué no podemos afirmar que la tecnología es una suerte de “miembro adaptativo” que nos brinda actuar en medios y ecosistemas que antaño nos estuvieron vedados. Una vez más, la revolución biológica inherente a nuestra especie quizás debiera encontrar su significado en la velocidad de los resultados y no en la especificidad de lo artificial, de lo estrictamente humano. Artificial y natural no son nada más que adjetivos opuestos que no guardan ningún indicio de equivalencia de condiciones.


El ave tiene alas, el delfín aletas, el hombre inventa máquinas. Me gusta especialmente esa denominación que considera al ser humano como homo faber (no sin realizar cierto homenaje a mi compañero bloggiano). La persona como especia adaptada a inventar máquinas que suplan la indefensión de sus condiciones biológicas. ¿Cómo vencer con nuestras manos a un dientes de sable, cómo volar o bucear por los mares sin la ayuda de nuevas, y maravillosas, adaptaciones “artificiales”? Propongo ver a lo artificial no como a un opuesto de lo natural sino más bien como la manifestación más clarividente de una adaptación singular de nuestra especie al medio.

En los tiempos actuales, es un silencia a voces que la polémica se halla en el hecho de que nuestras máquinas no se limiten a suplir la falta de fuerza de nuestros músculos, adentrándose en las correosas fronteras de nuestro intelecto, la máquina no sólo no es adversa a él sino que tiende a suplir y mejorar el músculo del pensamiento, nuestro intelecto. Aquí nace todo el tema de la inteligencia artificial y sus problemas, un tipo de nuevo movimiento “maquinista” que tiende a ver en el progreso electrónico un problema para la sociedad y la igualdad de los de nuestra especie. Mi opinión es que la máquina quizás, por definición, no deje de ser un “órgano” de nuestra esfera que tenga nuevas características especiales como son las de estar sujeto a la vida y satisfacción del ser vivo, propietario o no, que le sirve de matriz. La máquina no se reproduce, como tampoco los brazos por sí mismos.

Pese a la actualidad del tema, no es nada nuevo el inventar máquinas que nos ayuden a suplir nuestras lagunas sapienciales. Arquímedes o Herón de Alejandría, entre otros, idearon máquinas que representaban el movimiento del movimiento y de todos los símbolos del zodiaco: ordenadores analógicos con finalidad específica. El reloj como inicio de la “inteligencia artificial”, instrumento propio a través del cual poder dominar la magnitud del tiempo. Bizantinos y renacentistas lo perfeccionarían, no siendo hasta el pasado siglo cuando se darían los grandes saltos.

¿Por qué renunciar al progreso y la adaptación a los diversos medios que el mismo comporta? ¿Renunciaron los dinosaurios a ser aves? ¿Lo hicieron los primeros anfibios al poder salir del agua?

PD: perdonad las imprecisiones y tardanza de los escritos... cosas de las vacaciones... ;-) Espero ir colgando algún que otro artículo durante este mes

sábado, 4 de agosto de 2007

Suspiros del Moncayo: reflexiones de un viaje


El fenómeno étnico puede ser visto en tanto que pertenencia, caracterización social diferente del resto. Cuando como, bajo mi punto de vista, la mayoría (unicidad) de los casos se reduce ello a las sensaciones de una persona, debemos de hablar de memoria, sentimientos, recuerdos. Se me ocurre que quizás la etnia o nación no sean nada más que alianzas de conveniencia, pequeñas asociaciones de belicosas gentes, fuere en lo marcial o con el pensamiento. No alcanzo a comprender si ello tendrá significado alguno de obviar el velo del oportunista político de turno, sin embargo, he de reconocer que como individuo, y no como miembro de la tribu, me identifico muchas veces con tal contingencia.

Suele acaecer pasada Calatayud, en mi viaje hacia tierra anguiteñas. Hoy ocurrió, abandoné mi casa para visitar mi tierra, mis raíces, ese río de sentimientos y sensaciones que aún no sabe qué es chocar con el infortunio de la pérdida. Mi joven vida me ha reparado no separarme jamás del participar en el viaje, el cambio de aires lo comporta también de miradas y de letras, de pensamientos y de ideas. Para alguien dañado por la más fiera de las melancolías, contemplar al gran coloso le hace reflexionar, pensar en visiones pretéritas, viajes a un mismo sitio, en diversos tiempos.

El verano nos repara descanso a algunos, cambios a muchos, nuevas experiencias para el joven, quizás alguna que otra sorpresa para el viejo. El verano custodia a Anguita, sus montes y paisajes y los senderos que a ello conducen. Me quedo con el Sistema Ibérico, esos montes maños de poca altitud y mil y una leyendas. Hogar de Baltasar Gracián, Marcial, El Cid y la Dolores. Calatayud, Morata, Ateca o Terrer, villas ilustres protegidas por geológicas fortalezas.

Las obras del tren de alta velocidad agujerean sus entrañas, quizás con más pena que gloría, pero perfeccionándose la contingencia. Se trata de tierras infames, sin mayores pretensiones que el progreso de turno y contemplar cómo pasa el Mercedes apartando a la burra. ¡Largo! Alguien debiera recordar la CE y eso de la igualdad de los españoles, la comunidad de destino, acaso de sueños. Calatayud se impone pidiendo respeto, yo me decanto por seguir contemplando al Moncayo.
Las faldas del montañés sistema asemejan caderas de gentiles doncellas. La fertilidad se concentra en el pubis, naciendo frutales, olivos y viñedos de entre las áridas colinas. El Moncayo todo lo contempla, quizás como deidad celtibera, marcando el terreno frente a quines llevan camisetas con referencias a Montana, las Rocosas, los Montes Apalaches o las playas de Miami, ¿acaso fuera el bello monte menos digno? Aragón existe, así lo demuestra la colosal, y próspera, ciudad de Zaragoza. Mi “pseudo-nacionalismo” poco disimulado se me disfraza de mal, aun siendo mero sentimiento. Un recordatorio de buenos momentos en el viaje, sin más exigencias de rancia lingüística o metafísicos agravios. No ha peor insulto que el empobrecer, mayor envidia que la de la riqueza. Los montes serranos son tan cultivables como ninguneados, apareciendo sólo cuando a priori se les está maltratando. No marchemos al Amazonas, acaso Bilbilis no tendrá derecho a progresar agujereando sus tierras, hacer infraestructuras en pro del progreso, ¿se ríen de PlaZa aquellos que acabaron con sus riberas o dunas de marisma?

El progreso tiene mucho de hipocresía. Existen pocos equilibrios, muchas pérdidas y desilusiones para idealistas. Sin embargo algo queda. Un poso de melancolía que observar cuando paso al ir a mi pueblo. Las vacaciones son para descansar, pero también para seguir escribiendo. Devolver la atención al Moncayo y seguir respirando los puros aires del Sistema Ibérico....