Existen multitud de clases hipotéticas a las que todos creemos haber asistido. Pocos negarán su presencia escolar durante las primeras horas lectivas de cálculo (mediante sumas y restas), los tipos de diptongos, la conjugación del pretérito pluscuamperfecto o los reinos en los que se organiza la Vida en nuestro Planeta. Seguramente también consientan en reconocer que saben asimilar a cada producto con un comercio donde se vende, a un médico con la especialidad a la que se dedica. Muchos llegarán, incluso, a recordar las palabras que utilizaban como sucedáneo a otorrinolaringólogo (a mí me lo ha tenido que corregir Word ortográficamente), o las diferencias entre un médico de cabecera y un médico de la cabeza. Seguramente a alguien le suene la distinción entre psiquiatra y neurólogo, entre ellos y el psicólogo. No sé si, como dirían los de mi generación, aquel día me perdí “Barrio Sésamo”, pero la verdad es que jamás he acabado de comprender cuál es la gran diferencia entre ambas profesiones. Unos se centran en los pensamientos, otros en el cerebro; nominalmente unos dominan las causas, los otros los resultados. Dentro de una concepción empírica de todo lo naturalmente biológico, el cerebro es el órgano tratado por ambos cuerpos “médicos”. ¿A qué se debe su distinción?
Siguiendo con el símil, al odontólogo se le asimilará con muelas “carientas”, al oculista con los más variopintos tipos de lentes, mientras que al psicólogo se le ligará el diván, y al psiquiatra las pastillas. Las externalidades, dirían los economistas, tienen sustanciales consecuencias en el análisis de las causas. Yo, a mi humilde entender, opino lo mismo. Que a lo médico se le asigna el medicamento es obvio, pues son estas sustancias (droga) quienes interactúan dentro de nuestro metabolismo, teniendo consecuencias beneficiosas, y alguna otra secundaria. Un médico es, ante todo, un sujeto obligado por su “lex artis”, un profesional cualificado que tiene en sus manos la salud, es decir, la vida de sus pacientes. No puede utilizar el título médico quien no lo es, pues a la vez que intrusismo profesional, ¡sería causa de peligro público! En verdad, visto lo visto, no acabo de convencerme del porqué se sigue discutiendo la pertenencia del psicólogo al campo semántico de lo médico.
Para todo aquel que escribe en un blog, en un diario (personal o público) o en una revista, un buen libro es aquél que le invita a ejercitar su deporte más preciado, aquel desinteresado objeto que brinda ideas por el más caro precio: el tiempo. La lectura no es un pasatiempo sino una inversión, más aún si se tiene la suerte de poder disponer de magníficas obras de referencia, títulos escritos por aquellos que sostienen, o sustentan, la condición (por lo demás profundamente subjetiva) de ser considerados como sabios. Eric Kandel es una de esas personas. Cada lectura, sea diagonal o aleatoria, de su libro: “En busca de la memoria”, me repara gratas reflexiones y pensamientos.
Dice Kandel que “en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, bajo la influencia del psicoanálisis, la psiquiatría dejó de ser una disciplina médica experimental estrechamente vinculada con la neurología para transformarse en una especialidad no empírica, cuyo eje de interés era el arte de la psicoterapia. (...) El psicoanálisis había creado un método novedoso para estudiar la vida mental de los pacientes, que se fundamentaba en la asociación libre y en la interpretación. Freud enseñó a los psiquiatras a escuchar atentamente a los pacientes y a hacerlo de una manera inédita. Ponía el acento en la sensibilidad ante el significado manifiesto y el latente de lo que el paciente expresaba. También ideó un esquema provisorio para interpretar lo que, en caso contrario, podían parecer manifestaciones inconexas e incoherentes”. Por más que halla quien integre ambos métodos (psicoterapia y psiquiatría) no hay que perder el Norte. El cerebro es el órgano padre, o madre, de toda ciencia cognitiva. Todo remedio a síntomas o enfermedades fracasa sino se refiere a él, en tanto que órgano soberano a la vez que parte. Una buena ciencia sanatoria de nuestras eventuales anomalías nerviosas (psíquicas) debe centrarse en él, como bien recoge Kandel. La psicología que se centra en el ejercicio del cerebro es un arte que brinda grandes resultados, de la misma forma que el entrenador de gimnasio es bueno para nuestros músculos o los profesores de matemáticas para nuestra capacidad de cálculo. De la misma forma que ni los primeros ni los segundos son médicos, tampoco pueden serlo los psicólogos. Creo que la especialidad psiquiátrica, legítima profesión dentro de la Medicina, se lleva la fama de “loqueros” y “manipuladores mentales” cuando, en realidad, son los médicos, en exclusiva, para el cerebro. Ciertamente, al igual que uno puede aprender a ser su entrenador personal, existen remedios que pueden llegar a evitar tener que pisar la consulta de un psicólogo (profesional demasiado ligado al dinero, por más que no lo cubra la Seguridad Social). Sin lugar a dudas, uno puede ser también su psiquiatra, ¡sólo que no es demasiado recomendable!
Siguiendo con Kandel, no deben buscarse los problemas en dimensiones metafísicas. Las ciencias deben imperar como método, buscando la generalidad de la enfermedad, tal y como pueda hacerlo el resto de la medicina respecto al cáncer o al catarro. Debemos enaltecer más a Ramón y Cajal y dejar de utilizar a Freud como la panacea contra todos los males de nuestra psique. Los filósofos también son una profesión digna, a la que se han dedicado, y dedican, grandes genios, no por ello dejan de ejercitar nuestro cerebro, sin necesidad de apellidarse “Bucay” o pretender ser “superior” en salud mental... ¡y recibir la consideración de médico!
Siguiendo con el símil, al odontólogo se le asimilará con muelas “carientas”, al oculista con los más variopintos tipos de lentes, mientras que al psicólogo se le ligará el diván, y al psiquiatra las pastillas. Las externalidades, dirían los economistas, tienen sustanciales consecuencias en el análisis de las causas. Yo, a mi humilde entender, opino lo mismo. Que a lo médico se le asigna el medicamento es obvio, pues son estas sustancias (droga) quienes interactúan dentro de nuestro metabolismo, teniendo consecuencias beneficiosas, y alguna otra secundaria. Un médico es, ante todo, un sujeto obligado por su “lex artis”, un profesional cualificado que tiene en sus manos la salud, es decir, la vida de sus pacientes. No puede utilizar el título médico quien no lo es, pues a la vez que intrusismo profesional, ¡sería causa de peligro público! En verdad, visto lo visto, no acabo de convencerme del porqué se sigue discutiendo la pertenencia del psicólogo al campo semántico de lo médico.
Para todo aquel que escribe en un blog, en un diario (personal o público) o en una revista, un buen libro es aquél que le invita a ejercitar su deporte más preciado, aquel desinteresado objeto que brinda ideas por el más caro precio: el tiempo. La lectura no es un pasatiempo sino una inversión, más aún si se tiene la suerte de poder disponer de magníficas obras de referencia, títulos escritos por aquellos que sostienen, o sustentan, la condición (por lo demás profundamente subjetiva) de ser considerados como sabios. Eric Kandel es una de esas personas. Cada lectura, sea diagonal o aleatoria, de su libro: “En busca de la memoria”, me repara gratas reflexiones y pensamientos.
Dice Kandel que “en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, bajo la influencia del psicoanálisis, la psiquiatría dejó de ser una disciplina médica experimental estrechamente vinculada con la neurología para transformarse en una especialidad no empírica, cuyo eje de interés era el arte de la psicoterapia. (...) El psicoanálisis había creado un método novedoso para estudiar la vida mental de los pacientes, que se fundamentaba en la asociación libre y en la interpretación. Freud enseñó a los psiquiatras a escuchar atentamente a los pacientes y a hacerlo de una manera inédita. Ponía el acento en la sensibilidad ante el significado manifiesto y el latente de lo que el paciente expresaba. También ideó un esquema provisorio para interpretar lo que, en caso contrario, podían parecer manifestaciones inconexas e incoherentes”. Por más que halla quien integre ambos métodos (psicoterapia y psiquiatría) no hay que perder el Norte. El cerebro es el órgano padre, o madre, de toda ciencia cognitiva. Todo remedio a síntomas o enfermedades fracasa sino se refiere a él, en tanto que órgano soberano a la vez que parte. Una buena ciencia sanatoria de nuestras eventuales anomalías nerviosas (psíquicas) debe centrarse en él, como bien recoge Kandel. La psicología que se centra en el ejercicio del cerebro es un arte que brinda grandes resultados, de la misma forma que el entrenador de gimnasio es bueno para nuestros músculos o los profesores de matemáticas para nuestra capacidad de cálculo. De la misma forma que ni los primeros ni los segundos son médicos, tampoco pueden serlo los psicólogos. Creo que la especialidad psiquiátrica, legítima profesión dentro de la Medicina, se lleva la fama de “loqueros” y “manipuladores mentales” cuando, en realidad, son los médicos, en exclusiva, para el cerebro. Ciertamente, al igual que uno puede aprender a ser su entrenador personal, existen remedios que pueden llegar a evitar tener que pisar la consulta de un psicólogo (profesional demasiado ligado al dinero, por más que no lo cubra la Seguridad Social). Sin lugar a dudas, uno puede ser también su psiquiatra, ¡sólo que no es demasiado recomendable!
Siguiendo con Kandel, no deben buscarse los problemas en dimensiones metafísicas. Las ciencias deben imperar como método, buscando la generalidad de la enfermedad, tal y como pueda hacerlo el resto de la medicina respecto al cáncer o al catarro. Debemos enaltecer más a Ramón y Cajal y dejar de utilizar a Freud como la panacea contra todos los males de nuestra psique. Los filósofos también son una profesión digna, a la que se han dedicado, y dedican, grandes genios, no por ello dejan de ejercitar nuestro cerebro, sin necesidad de apellidarse “Bucay” o pretender ser “superior” en salud mental... ¡y recibir la consideración de médico!
- Primera ilustración: Skulls from Vesalius' De humani corporis fabrica (1543). / Segunda ilustración: Autorretrato de Cajal en su laboratorio de Valencia.