A lo largo de la historia han existido cambios climáticos de mayor o menor entidad. Las glaciaciones, los calentamientos, la desertización o el auge de las selvas tropicales no son nada más que cartas de una baraja compuesta por todos los posibles de la soberana y eterna Madre Naturaleza. El Sahara tuvo agua en abundancia, hace varios millones de años, de la misma forma que por los páramos de Soria y Guadalajara (Campo Taranz, Paramera de Maranchón) medraron grandes y pequeños moluscos, irrigados por el antiguo Mar de Tethys. El Mundo es un Caos, sin maternal norma que lo ordene.
Sin lugar a dudas, sin ánimo de acaecer pretencioso o Agamenón, podemos decir que el cambio climático más “importante”, o mejor dicho, más conocido por todos nosotros, es aquél que conllevó la extinción de los dinosaurios. Parajes enteros sucumbieron. La Antártida dejaría de ser un próspero ecosistema de coníferas, lo húmedo se tornó, en buena parte seco. Las ráfagas de polvo volaban por el entorno, y la actividad volcánica, se cree, llegó a unos parámetros que pocas veces han asolado la faz de la Tierra.
Quién sabe si por un meteorito, por un cambio orbital del planeta, “o porque los grandes saurios no cabían en el Arca de Noé”, el caso es que los dinosaurios se extinguieron. De la misma forma que para la historia humana no puede hablarse de hitos puntuales o grandes cambios separadores de etapas, en la historia natural (igualmente historia en todos sus aspectos) tampoco es conveniente situar puntos en lo que fueron largos procesos. Es de esperar que hace 65 millones de años, y durante buena parte del tiempo inmediato que lo precedió, buena parte de los ecosistemas de la Tierra entrarán en recesión, en crisis. La vegetación seguramente no crecía con la misma facilidad, y el clima debió hacerse más hostil e insoportable. Los dinosaurios agonizaban en busca de comida, engullendo todo aquello que pudiera ser dado de energía, fueran plantas, peces, animales o individuos de su propia especie...
Científicos estadoudinenses, han descubierto, recientemente, curiosísimos fósiles de Majungatholus atopus, uno de los terópodos de los que se conservan mejores restos. Se trata de una especie de Abelisaurio (familia dentro de la cual deben destacarse especies como el argentino Carnotaurus), de 10 metros de longitud, que habitaba la actual isla de Madagascar, a finales del período Cretácico (hace 65 millones de años, vísperas de la masiva extinción).
Según se recoge en el artículo publicado por la revista Nature (Nature 422, 515-518 (3 April 2003), es la primer vez que se hayan restos de un dinosaurio con evidentes síntomas de haber sido asesinado por un congénere de su especie. Antaño, el papel de caníbal se le atribuyó al pobre Coelophysis (al encontrarse, entre sus costillas, restos de lo que, “a priori”, parecían jóvenes individuos de la misma especie). Sin embargo, recientes descubrimientos descartaron tal hipótesis, al demostrarse que los restos pertenecían a reptiles “cocodriliformes” y no a alevines de la especie. No obstante, pese a que, de nuevo, parece haber surgido la, más que meridiana, posibilidad de haberse descubierto un dinosaurio caníbal, tal contingencia no debe considerarse como una muestra de especial crueldad por parte de un taxón animal en exclusiva.
No sabemos si el comportamiento de Majungatholus tuvo algo que ver con las difíciles condiciones climáticas del final de los dinosaurios, sin embargo, sí que podemos afirmar que existen animales actuales que practican el canibalismo (sin necesidad de mencionar los existentes episodios humanos de tal práctica). Sin salir demasiado del taxón, los propios cocodrilos o los dragones de Komodo se alimentan de individuos de menor edad, si éstos no han sabido ponerse a salvo: entre la vegetación, los primeros, o subiéndose a los árboles, los segundos. Otro ejemplo sería el de los peces, caso paradigmático, sin olvidar la práctica, no en exceso extraña, de los leones, de comerse los cachorros de una manada con el ánimo de asegurarse de que toda la descendencia de la manada venga de su propio esperma.
Definitivamente, el canibalismo es un tema, sensacionalista, esotérico y tenebroso, que sigue fascinando a nuestras mentes morbosas. Sólo hace falta investigar si se trata de una conducta posible en la Naturaleza (con el ánimo de sobrevivir en condiciones extremas), como así parece haberse demostrado, de tal forma que se nos confirma cómo la Naturaleza no conoce el Bien o el Mal, y cómo, ante todo, en pro de los propios genes se es capaz de hacer uso de toda aleatoria posibilidad.
Primera imagen: http://www005.upp.so-net.ne.jp/JurassicGallery/Majungatholus.jpg
Segunda imagen: http://www.nhm.uio.no/dinosaurer/presse/majungatholus_damer.jpg