lunes, 31 de diciembre de 2007

Fénix

Existen festividades por las que toda la comunidad se expía de sus pecados, se purifica, baila al son del nuevo despertar, sueña con promesas y se obliga a cumplir objetivos venideros. Está claro que el Sol es la máxima divinidad, el astro que nos protege, alumbra y enseña el camino adecuado: el de la seguridad, el de la optimización y bienestar. Su búsqueda es el fin de la noche, el amanecer el éxito de lo buscado. Cuan ave fénix, el Sol resurge de entre los muslos de geológicos colosos, irradiando una vez más, separando a la noche del día. Asimilar al Sol es labor frecuente. Asimilar lo que más quieres al calor del regocijo, la búsqueda hedonista figurada en las curvas de su silueta, de su sonrisa, de su gracia y movimiento.

Frente a la dificultad de generar contornos de astro, de dibujar una estrella en el intelecto, una isla en tu odisea de vida y lamentos, uno opta por la solución más fácil, la de renovar el recuerdo. Serás el astro que me haga poner en órbita, motivo de existencia y sueño. Serás lo que tú quieras ser, pero siempre serás dentro de mí, aquello que mis sentimientos quieran. Si yo te llamo Sol, en mí no serás Luna, serás día con mi cariño, luz que caldea la fría madrugada. Tu resurgir celebro cual portento de la naturaleza, cual ave fénix, que vuelve a sentir alas con las que volar por los cielos, sobrepasando los riscos de la melancolía.

Pues vuelvo a resurgir, celebraré el año como una purificación, un salto dichoso dentro del continuo pasar de los años. Un motivo por el que destacar, una joya elaborada por el maestro Tiempo. ¡Desterraré los efectos de la noche! ¡Haré pan de oro para condecodar el resurgir del astro! A la noche muerta se le pone un día puesto. La sensación que de nuevo me brindas, me viste, me llena, me abriga ante la ventisca de lo venidero.

Ante el calor yo quisiera aprovecharme, un tanto, del hielo. Congelarme contigo, resurgir inmunibilizándonos al paso de los segundos, de los minutos, de los lustros y de los siglos. Te quiero cual pico de oro que supo encontrar su premio, su joya soñada, su cuerpo, su intelecto. El año viejo dejará paso al nuevo, dejará paso al sueño cumplido, al desvelado, a la pesadilla y al nuevo despertar; en definidas cuentas, aquello que a cada uno le repare el Cielo, miel para unos, nueces del Diablo para los viajeros del Infierno.

Celebremos el resurgir, el nacimiento de un otro idéntico. Nadie diría que existe la muerte temporal, el recuerdo fatuo o la ventisca frágil e intermitente; pues contigo todo me parece claro, luminoso, extremadamente poderoso e inmutable, producto del dichoso Tiempo, que al mismo tiempo lo combate.

¡Bailemos que llega el carro de nuevo! ¡Cantemos la copla, gritemos al cielo! Uno, dos, tres y cero, el Mundo me sonríe, yo me río en mis adentros. Cuán difícil es sondear el pensamiento del Destino, cruel tirano, qué fácil es caer ante tus encantos, no conocer otra fuente de belleza, de cariño y deseo, otra muerte ritual, un despertar renaciendo más pomposo y verdadero...

Uno año se deja, otro entra en nuestro fuero, un beso, un abrazo, un saludo y un te quiero. Un brindis por nosotros, por el futuro y el destino, un celebrar en Nubiru, con todo lo bueno del que se va, esperando lo que mejorará la experiencia, a golpe de felicidad, resbalones, rosas y acero.

Feliz salida, buena entrada, pesamen por el que se va... ¡Felicidades por el que nace de nuevo!

Primera imagen: http://www.blizzard.com/

sábado, 29 de diciembre de 2007

Las catafractas y el inicio de la Edad Media

La caída del Imperio Romano es uno de los sucesos históricos más estudiados, acaso también uno de los más lamentados. Se trata de uno de aquellos hechos frente a los que todo argumento, o investigación, ha sido y seguirá siendo insuficiente. La gente sigue viendo al pasado como un compartimiento mensurable, un cúmulo de siglos divididos en etapas y edades, nada más lejos de la realidad. “Historia non facit saltus” dice el latinismo; aquello que conocemos como “ciencia de la historia” no es nada más que una creación humana, una forma de explicar aquello que sucedió en tiempos pasados, siendo los siglos, edades y etapas meros parámetros en función de los cuales, aquellos que se atreven, intentan explicárnosla.

Es muy común afirmar que uno de los hechos clave en la decadencia y caída del Imperio fue la derrota en Adrianópolis (actual Edirne, Turquía): cruenta batalla (año 378 d.C.) en la que pereciera el emperador Valente, y sus legiones, frente a los contingentes godos. La técnica militar romana, hasta entonces infalible, pudo comprobar el calor del acero germano. Las tropas de infantería, las tan temidas legiones, cayeron ante la poderosa caballería visigoda (narra Amiano Marcelino que los contingentes bárbaros aparecían “como de la nada”, virtud del polvo generado con el furor de los caballos). Roma no aquejó su “arcaísmo” militar sólo en Adrianópolis. Hacía ya tiempo que sus guerras con Persia adquirían resultados, cuanto menos, imprevisibles. El desgaste romano era notable frente a los arqueros a caballo, antes partos, ahora sasánidas. De forma similar a como actuaran las hordas hunas de Atila, partos y sasánidas (al igual que armeníos, sármatas y los turcos, posteriormente), eran expertos arqueros a caballo, siendo la labor de sus jinetes (expertos en el atacar y desaparecer del flanco con igual velocidad) complementada por sus terribles tropas acorazadas, las terribles catafractas. Roma, genio militar donde los halla, las adquirió para sus tropas. Contingentes de catafractos se formaron en las academias del Imperio, siendo, eso sí, una tropa auxiliar hasta bien entrado el siglo IV. Y es que Adrianópolis parece que algo tuvo que ver en el giro radical que experimentó la constitución de los ejércitos romanos.

Si un general alcanzó la inmortalidad comandando estas tropas, ese fue Belisario. El gran general de Justiniano (“el último de los romanos” diría Robert Graves en su genial obra: “El Conde Belisario”) fue capaz de reconquistar la provincia de Cartago a los vándalos, Italia a los ostrogodos, así como parte de la Península Ibérica e Islas Baleares a los visigodos. La poca viabilidad del proyecto justinianeo no conoció su esencia en cuanto que Belisario supo inhibirla con su ingenio militar. Así pues, el Imperio Romano de Oriente (Bizantino en lo sucesivo) se caracterizaría por sus poderosos contingentes de caballería (a semejanza de la archienemiga persa), unidad militar que les daría la hegemonía de su Mundo hasta la irrupción de las rápidas tropas turcomanas. Pese a lo dicho, otra derrota en una batalla marcaría el fin de la caballería pesada.

El 26 de agosto del año 1071, las tropas del emperador bizantino (Romano IV Diógenes) fueron derrotadas por los turcos selyúcidas en la batalla de Manzibert. Las tropas pesadas bizantinas se ahogaron con el calor y el daño que les produjeran las endiabladas flechas turcas. Romano IV, pese a su magnificencia y feroz lucha (según dicen los cronistas del momento) cayó preso por los turcos de Alp Arslan. Al respecto, afirmó Miguel Ataliates (quien fuera testigo de la batalla) que: “Atacado por el sultán, el emperador instruyó a sus hombres para que no se rindieran ni mostraran una actitud cobarde. Pelearon así, con bravura, durante largo tiempo. A pesar de estar rodeado, él no se rindió fácilmente; tratándose de un soldado experimentado, luchó valientemente contra sus asaltantes, matando a muchos de ellos, hasta que, cortado en una mano por una espada enemiga, fue obligado a desmontar y seguir peleando a pié”, dice la gran figura sapiencial del momento (inexcusable causa del posterior Humanismo y Renacimiento) Psellos que: “después, cuando los que le hacían frente se dieron cuenta de quién era, se vio rodeado por un círculo de enemigos, cayó del caballo al ser herido y fue capturado”.

Las catafractas mutaron en Europa, como antes lo habían hecho en Bizancio desde su adopción desde Persia, en los caballeros del Medievo. Las armaduras, corazas y demás armas de la rica, acaso también mitológica, caballería europea tendría mucho que ver con lo explicado. Coincidiendo, prácticamente, con la caída de Constantinopla (1453 d.C.), los caballeros del medievo dejarían paso a las armas de pólvora y ejércitos regulares (inicio de la Edad Moderna). El “Tirant lo Blanch” primero, “Don Quijote de la Mancha” después, confirmarían la desaparición de la institución caballeresca, tal y como Adrianópolis finiquitó la etapa de explendor de las legiones.

Antes ya sucedió algo semejante con los carros de combate y la generalización del uso del hierro, con hititas y asirios, de forma parecida a cómo la pólvora o la bomba atómica han mostrado divisiones en la Historia, nos plazcan o no, muchas veces más significativas que descubrimientos científicos o geográficos. Y es que a lo largo de la historia aquello que luego sirve para la Casa se experimenta primero con las armas...


Primera imagen sujeta a GNU Free Documentation License

jueves, 27 de diciembre de 2007

El camello de Melchor

Empieza a ser rutina de cada año defender a los Reyes Magos frente a la perversión, por ese foráneo anciano vestido de rojo, de las chimeneas de nuestras ciudades. El arrastre histórico de la festividad de Reyes (6 de enero) es indudable. Una multitud de moralejas, investigaciones, alegorías, metáforas e historias bien pudieran ser extraídas de tal material, mitológico y seductor como pocos. Conforme con el ceremonial de cada año, no creo haber sido la única persona que en mi infancia ha dejado agua para los camellos. Pese a mi sincero amor por el estudio de la fauna salvaje, rara fue la ocasión en que hablé de dromedarios, por más que me empecinara en corregir, en más de una ocasión, a aquellas personas que tildaban de camellos a seres que eran miembros de otra especie (aunque sea algo controvertido, de difícil deslinde). La solución al misterio reside, en buena parte, en las tierras de Bactria (tierra que se corresponde con los actuales norte de Afganistán, sur de Uzbekistán y Tayikistán).

Bactria (o Bactriana) fue la patria de personajes como la bella Roxana (“pequeña estrella” en bactriano), doncella que fue capaz de rendir en amores al mismísimo Alejandro Magno o Iskander (de quien siempre se ha cuestionado sus gustos sexuales). Es un lugar inhóspito, cerrado al progreso y movimiento del mundo. Por sus colinas se oyen los disparos del eterno conflicto afgano, mezclados con la nieve, el frío y el rugir de los últimos camellos salvajes, los camellos bactrianos (“Camelus bactrianus”).

Se trata de un camélido más robusto que su primo, el dromedario. Su pelaje le hace ser más resistente a las inclemencias del frío clima de la altiplanicie iraní (y alrededores), siendo su fiero temperamento objeto de disfrute humano, virtud de las peleas en las que se enfrentan para regocijo del morboso, y por lo general violento, intelecto de los de nuestra especie. El camello, propiamente dicho, tiene dos jorobas. Se cree que el dromedario (“Camelus dromedarius”) bien pudiera haber sido una variedad doméstica del camello, siendo un producto de ganadería, al igual que lo fuera nuestro toro del uro.

El caso es que el camello ruge en tierra de conflicto. El Cambio Climático ha desecado en buena parte los oasis de un país que fue, antaño, fértil. Pese a quedar algunos de ellos, la zona fue otrora rica en vergeles dignos del más caprichoso jardín de las Hespérides. Bellas doncellas se bañaban en sus aguas, mientras los jóvenes las observaban tras los troncos de los diversos árboles frutales que se cultivaban: el Paraíso, o al menos algo parecido. Su privilegiada posición estratégica convirtió a Bactria en un lugar de inexcusable paso para la Ruta de la Seda. Ciudades, equiparables a las no muy lejanas urbes de Bujara o Samarkanda, se alzaban en un lugar favorecido por los dioses. Merv (la Alejandría de Margiana que fundara el Magno) se alzó como la gran ciudad del lugar.

Antes del conflicto talibán, se descubrieron en Afganistán increíbles tesoros que nos remiten a la época de esplendor de Bactria (destacar la necrópolis de Tillia-Tepe, la "colina de oro" (siglo I. A. C.) o los vasos de oro de Fulol). El historiador romano, Justino (en sus Epítome de las Historias Filípicas de Pompeyo Trogo, XLI 1 y 4-5) nos narra la derrota del reino bactrio ante los partos, fieros enemigos del imperio. El caso es que el lugar pasaría a formar parte del territorio parto, para pasar a ser, posteriormente, territorio sasánida (Zoroastro, el Zaratustra de Nietzsche, se cree que predicó por los montes de Bactria), y territorio islámico (periodo en el que adquirirá su mayor prestigio y esplendor. Antes de la irrupción de Occidente, antes de la barbarie talibán y, posteriormente, estadoudinense, Bactria fue presa de los mongoles, encontrándose allí Marco Polo (quien fue conducido ante el poderoso Kublai Khan).

El caso es que, una vez más, un país olvidado como Afganistán se une a otros, como Uzbekistán, Tayikistán, Kazajistán y un largo etcétera, en su empeño de mostrarnos cuán intensa es la rigidez de miras que impregna nuestra cultura. Bactria, Samarkanda, Iskander, Roxana o el oro de Fulol no son nada más que ejemplos de historias dignas de ser transcritas en los mayores best-sellers. Testimonios privilegiados de las relaciones entre Oriente y Occidente, la Ruta de la Seda, los Viajes de Alejandro Magno o Marco Polo..., la tierra del camello se empeña en mostrar una cara más amable e interesante que la del burka y el opio, el talibán y el choque de civilizaciones.


Foto de niña afgana (Sharbat Gula): http://www.sites.si.edu/images/exhibits/In%20Focus/images/Afghan-Girl_jpg.jpg. Foto de Steve McCurry para NATIONAL GEOGRAPHIC.

martes, 25 de diciembre de 2007

Nieva sobre el hielo

Blanca Navidad, que vuelas por los cielos, blanca Navidad, que tiñes en blanco los aires del invierno. Los copos caen como algodón por entre los átomos, las partículas y sus vuelos, reflejo de pureza virginal, de castidad de intelecto, el elemento puro refrigera el ambiente; sin saber alcanzar a guardar mis sentimientos. Por más que cambien las temperaturas, que pase el Tiempo o el humor, la noche deje paso al día o el ayer al mañana; cae la nieve, cuanto menos en mis adentros. Sin ti soy el de la melodía, vacío en la nada. Sin ti la nieve suspende por los cielos, frío testimonio de mis entrañas, tirana que no tiene piedad alguna de un mortal siervo.

Las caras de la felicidad se borran cual mala tiza al pasar tu recuerdo. Tus besos, tu silueta, tus cariñosos comentarios y miradas, tu complicidad sincera, compañía bienaventurada. ¡Quién pudiera dominar al Sol, hacer derretir la nieve en que se congela mi alma, para poderme transportar, con viperina técnica, por tu silueta y curvas, tus costillas, tu cuello, tus senos! ¡Maldito sea el cambio, maldito sea yo, maldito sea el nacer, maldito el despertar de un sueño! Nieva sobre el hielo, el Tiempo tiende a marginar, y yo a quedarme a un lado.

Quisiera acabar con todas las excusas, ser Luna en todas tus noches, Sol de tus amaneceres. Quisiera ser gota para impregnarte, estar siempre contigo, dentro o fuera, pero siempre juntos, cuales lapas enamoradas, compañeros congelados por el Tiempo, cuales enamorados pétreos. Y es que el invierno jamás me fue tan desdichado. Cual desgraciado árbol, mis hojas han sido barridas por el viento, quedo desnudo a la intemperie, sin salud fortalecida, con rotos sueños. El clima no aplaca sino enerva, el desahucio mortal se consuma, acontezco peregrino por los tiempos, grano en la arena, soplar del más común viento.

Quisiera pensar que existe Monte Esperanza, que toda sensación no es nada más que pura física, ejemplo de termodinámica, energía transmutada en nuevas experiencias, nuevos amores, nueva alma. Sin embargo todo se rompe ante mí, no alcanzo a comprender cuál es del Mundo su gracia, sus contornos, sus pilares, mis anclas. Por más que la Odisea siga mi cuerpo busca tu isla, tu recodo de felicidad, tu reminiscencia. El mar del Destino amaga con esclavizar, el Tiempo con ser su consecuencia fáctica. Pese a todo siempre queda el neuronal eco, ese Dios de la melancolía, siervo de la memoria y del pensamiento; azote del incrédulo y del necesitado. ¡Te invoco fuerza universal, monarca del Sueño!

Nieva sobre blanco, redundancia del acontecimiento. El tulipán siempre sabe abrirse un hueco, la altiplanicie turca deja el frío a la primavera, el silencio al color, el blanco al negro. Cuál flor pienso en ti, en el sueño de volver a contemplarte. Volverte a ver, volver a besarte, ser tulipán que venza a nuestro común invierno, que la Navidad triunfe, que nada se marchite entre nosotros ni conmigo y ese mundo entero.

Soy indisociable ya de ti, cuanto sea en mis pensamientos. Los escalones siguen construyendo una escalera, que no tiene inicio, destino o paradero. Todo es etéreo, misterioso, pura metáfora de un malestar, de un amor dolido, de un cariñoso recuerdo. ¡Quién pudiera ser Pegaso y volar hacia el Sol! Dejar la nieve, dejar el invierno. El Sol volverá a renacer, quién sabe si en rojo terciopelo. La Luna le sustituirá a diario, el solsticio a acaecer cada año. Pese a todo siempre habrá una constante, un ente religioso-inteligente, un punto alrededor del cual todo gire, nada se estanque, una sensación, una decisión, un atrevimiento, una repetición, una sentencia, un te quiero.

Segunda imagen sujeta a: GNU Free Documentation License

sábado, 22 de diciembre de 2007

El calor de la gandulería

Leonardo da Vinci no comía nada que tuviera sangre. Decía Andrea Corsali en un carta escrita a Giuliano de Medici que “Alcuni gentili chiamati Guzzarati non si cibano dicosa alcuna che tenga sangue, ne fra essi loro consentono che si noccia adalcuna cosa animata, come it nostro Leonardo da Vinci”. Definitivamente, Leonardo era vegetariano. Más allá de su amor por los animales (se dice que compraba aves en los puestos ambulantes para después dejarlas en libertad con sus propias manos), da Vinci decía no disfrutar de opíparas comidas pues le restaban energías para el estudio y el esfuerzo: permítanme reconocer a ésta como una de las grandes reflexiones del genio.

La medicina greco-romana hablaba mucho de “humores”. Hipócrates distinguía cuatro: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra, siendo toda enfermedad una descompensación de una de las cuatro sustancias, que bien acababa en muerte del enfermo o eliminación del excedente de la sustancia de turno (véanse “los mocos” o las diferentes sangrías que se practicaran entonces). Lo que parece meridianamente claro, y constatado por todo ser humano, es que al saciarse el apetito (sea éste alimentario o sexual) el cuerpo se halla cansado, vencido por las circunstancias, falto de descanso. Los “humores” se nutren del mismo lugar: el calor, factor físico último que nos predispone al liderazgo sobre el resto de la fauna de este planeta.

Ya no somos siervos del Sol. Nuestro metabolismo mamífero (que compartimos con las aves, y con casi total seguridad, con los dinosaurios) nos permite ser autónomos respecto al astro: poder tener actividad nocturna e invernal, ¡sin perjuicio de tener que estar todo el día nutriéndonos! Una víbora, un cocodrilo, una salamanquesa o una salamandra dependen de la irradiación solar que reciban. Sus vidas no requieren de una continua alimentación: de hecho, se sabe que los grandes cocodrilos, boas y pitones son capaces de aguantar largas periodos sin alimentarse. El oso, en tanto que animal mamífero, es una excepción dentro del resto de los animales. La gran cantidad de energía que precisa su metabolismo le ha llevado a elegir el camino de la hibernación (al igual que la marmota, e incluso, de forma similar a la práctica común de la mayoría de animales de sangre fría). Toda gran ave o mamífero necesita una gran cantidad de nutrientes con los que poder mantener en funcionamiento su cuerpo. La “hiperactividad evolutiva” del asunto nos brinda la posibilidad de poder sobrevivir durante la fría noche, haciendo posible nuestro nutrido sistema nervioso (tal y como nuestros más remotos antepasados lo experimentaron al vivir de forma predominantemente nocturna, a salvo de los depredadores). Se quiera o no el hombre tiene instintos. Tales sensaciones no dejan de ser disfraces bajo los cuales se ocultan necesidad que tenemos como animal, como mecanismo libre de factores como la irradiación solar o la escarcha de medianoche.

Decía Hipócrates que los humores dependían de factores externos; concretamente, de los cuatro elementos básicos (agua, aire, fuego y tierra), caracterizados cada uno por una cualidad específica (humedad, sequedad, calor, frío). Entre los cuatro (cada uno respecto a su opuesto) debía conservarse un equilibrio que, no sólo mantuviera la armonía en el Cosmos sino también en el propio cuerpo. El exceso de calor (después de haber comido, de una experiencia sexual o de estar dentro de una cama, bien abrigado, durante una dura noche de invierno) nos hace ser vulnerables a las tentaciones de la reposición, del querer enfriar un tanto el bienestar de estar a la temperatura ideal de nuestro cuerpo: bien calentitos. Da Vinci lo sabía. Comer carne le hacía estar menos predispuesto para el trabajo sapiencial, las verduras siempre han sido mejores aliadas que el tocino para los estudios...

En conclusión, el hambre bien pudiera ser caracterizada como la necesidad de nuestro organismo de obtener alimentos (fuentes de energía). Los mamíferos somos homeotermos, o de “sangre caliente”, razón por la cual somos un tanto independientes de los factores ambientales de nuestro entorno. Sin embargo, la contrapartida es un hambre infinito, la necesidad de poner continuamente leña en el horno con el sino de mantener nuestro cuerpo siempre a la temperatura ideal: 36-37 grados. Quizás la libido, nuestro deseo sexual, sea también ganas de encontrar una fuente de calor carnal, a la vez que orden dictada por la evolución, de mantener con vida a nuestra especie.

La conclusión final sería que el “sacrificio” para el esfuerzo, sea en el trabajo o en el estudio, bien tenga alguna relación con mantener controlados estos parámetros, engañar al organismo haciéndole buscar la solución en nuestras necesidades económicas: después de todo, más que con la caza y recolección, los nutrientes vienen hoy trabajando o estudiando, ¿cierto?

Ilustraciones: estudio de anatomía humana de Leonardo da Vinci. En segundo lugar, recreación del ave: Messelastur gratulator, del Eoceno de Messel (Alemania), cortesía de Dinosauromorpha.

viernes, 21 de diciembre de 2007

La moral de la pólvora

"-¿Cómo puedo descubrirlo entonces?
-Siguiendo el camino de los deseos, de uno a otro, hasta llegar al último. Ese camino te conducirá a tu Verdadera Voluntad.
-No me parece muy difícil -opinó Bastián.
-Es el más peligroso de todos los caminos -dijo el león.
-¿Por qué? -preguntó Bastián-. Yo no tengo miedo.
-No se trata de eso -retumbó Graógraman-. Ese camino exige la mayor autenticidad y atención, porque en ningún otro es tan fácil perderse para siempre.
-¿Quieres decir que no siempre son buenos los deseos que se tienen? -trató de averiguar Bastián.
El león azotó con la cola la arena en que estaba echado. Agachó las orejas, frunció el hocico y sus ojos despidieron fuego. Bastián se agachó involuntariamente cuando Graógraman, con una voz que hizo vibrar nuevamente el suelo, dijo:
-¡Qué sabes tú lo que son deseos! ¡Qué sabes tú lo que es o no es bueno!"

La Historia Interminable, Michael Ende


Afirma el Código Civil Español, artículo 1255, que: “Los contratantes pueden establecer los pactos, cláusulas y condiciones que tengan por conveniente, siempre que no sean contrarios a las leyes, a la moral ni al orden público”. La doctrina jurídica siempre ha topado con cierto escollo al intentar definir qué es aquello que entendemos por “moral”. ¿Es algo que varia con la sociedad o, por el contrario, son principios que permanecen en el mundo de los ideales, yusnaturalismo puro, ideas absolutas que gobiernan nuestra existencia desde la mente del Divino? Si es así, Dios no debió usar un mismo barro al fabricarnos a todos, o la dimensión de las ideas absolutas de Platón, nos sigue estando vedada...

Una visión científica del asunto nos remitirá al valor ecológico del altruismo. Pensemos en los grandes bancos de peces, los interminables (cada vez más finitos) rebaños de ñues, y encontraremos alguna explicación al sentido de permanecer en grupo: minimizar riesgos. La bondad de la estrategia no deja de encubrir una finalidad egoísta: es más difícil que los ojos del depredador se fijen en uno, cuando hay varios centenares entre los que elegir. Realmente, la sociedad en la que vivimos muchas veces parece querer imitar a la sabana africana. Más allá del imaginario cristiano de la bondad universal, o de unos valores divinos que impregnan todo lo terreno, lo verdaderamente cierto es que por el tejido social merodean diversos parámetros de moralidad.

No me vienen a la cabeza demasiadas creaciones políticas que no tengan como base, ante todo, el provecho propio frente al resto. Pienso en la Unión Europea, su política agrícola tiene como gran efecto proteger al agricultor nativo a costa del de fuera: empobreciendo las economías extranjeras, por lo general, propias de países pobres o en desarrollo. Al respecto, decía un conocido político catalán que no puede rechazarse a los magrebíes y también a sus tomates, quizás fuera lo más afortunado que dijera en toda su carrera.

El comercio de armas es otro gran tributo a la “moralidad universal”. Un país pacifista por antonomasia como Suecia, rinde el premio de mayor prestigio al inventor del más famoso explosivo, España es uno de los mayores productores de minas antipersonas (buena parte de las armas en el País Vasco, donde tanto se ha sufrido con el terrorismo), mientras que EEUU, Alemania, Rusia o Reino Unido, son algunos de los líderes absolutos en fabricación de metralla, armas y demás siervos para la Guerra. Sacar provecho del egoísmo, no sólo propio, sino también del inherente al peor caudillo-tirano de turno.

A veces me pregunto si nuestra economía global no se resume en términos de maldad absoluta. El rico fabricante de armas se une al dictador que las compra, como los ñues y las cebras, evitando al león, en esta caso no al Gragomán de Ende, sino a alguien que no siempre tiene preparados los bigotes, y que se identifica claramente con ese principio de sociedad global, mecanismo de protesta, siervos (genéticamente interesados) que al final siempre sucumbimos a la píldora del bienestar, y del mal necesario. Sí. ¡Qué va a saber un joven sobre lo que es o no bueno!

Primera imagen sujeta a GNU Free Documentation License