sábado, 6 de febrero de 2010

Por las calles de Sigüenza.

No es extraño sentir las más curiosas ensoñaciones al pasar por las calles de la anciana urbe episcopal. Sigüenza, la antiguamente esplendorosa ciudad de la Edad Media, se alza cual hombrecillo perdido tras haber usado una máquina del tiempo.
Sus empedradas vías, señoriales casas y demás monumentos (a destacar una catedral y un castillo) no nos dejan duda de que nos hallamos ante un digno testimonio de la historia, sí, ese cúmulo de acontecimientos pasados, en una inmensidad de los casos no vividos, que narramos cada cuál cuan creemos, o en su defecto, sabemos. La calle Medina es un ring intertemporal. A un lado las tiendas del hoy, y seguro que también del mañana (no hace falta recordar a la librería Rayuela), al otro el esqueleto de un sobervio monumento, cual es la catedral de Sigüenza, hito eclesiástico de una ciudad que recién ha perdido a su obispo. “Jamás España tuvo un periodo tan largo de paz y prosperidad”, esta sentencia la he escuchado en diferentes ocasiones y medios, fuere en boca de filósofos, historiadores, o Presidentes del Gobierno. Como punto clave por el que sostener tal postulado siempre se alega la “igualdad”, el hecho de que, hoy, menos que nunca, existan grandes diferencias (pese a seguir habiéndolas) entre aristócratas y pueblo llano. Me pregunto si este es un punto siempre válido, si es el argumento esencial por el que decir que la España de nuestro tiempo es la mejor que jamás haya existido. Tengo mis dudas, o cuanto menos, opiniones dependiendo del “registro”.

Si las urbes tuvieran voz, a la vez que nombre, estoy seguro de que Sigüenza no estaría conforme con la afirmación ahora dicha. Cierto es que hoy en día todo el mundo comparte carnicería, pescadería o ambulatorio médico, que los Arce no maravillan al Mundo con sus sepulturas y que, sobre todo, los Mendoza no gobiernan el lugar a su antojo. En las iglesias se puede uno ausentar los domingos, y los tañidos de la Catedral, en la mayoría de las ocasiones, parecen tener más de pitido de bus turístico, que de llamada a una oración a la que, cada día, menos gente acude.

El bienestar social jamás estuvo ligado a la relevancia patria. España en un país que ha alcanzado las mayores cuotas gracias a la existencia de grandes nobles concentradores del poder (sean los de Alba, o los de Medinaceli). Ahora, Amancios y Botines parecen cogerles el testigo, pero la población, pese a todo, vive mucho mejor que en los tiempos de Cervantes o Murillo. España da la sensación de que es un país predestinado para la catástrofe, que su potencial, en buena parte fundado en el ladrillo, amenaza con conducirle al Hades de los entes históricos.

Caminar por Sigüenza, pese a lo hermoso que sigue siendo como experiencia, cada vez me recuerda más a un viaje imaginario. Recuerden, a través de la lectura, cuáles debieron ser las sensaciones que experimentaron aquellos que recorrieron Numancia en tiempos romanos, o alto-medievales, cuáles debieron ser las pulsaciones de aquellos beduinos árabes que corretearon por las pretéritamente esplendorosas vías de Antioquía, a mí me pasa algo “parecido” al andar por Segontia.

La Catedral, las diferentes iglesias, el propio palacio episcopal, o la antigua universidad, tan cierto toque barroco a una situación, por días, más ominosa. ¿Estamos transitando por un ejemplo de esqueleto? ¿Qué diferencia a Sigüenza de Trujillo, Plasencia, Solsona o las propias Toledo o Tarragona? Cada día menos, hasta que el día del “olvido” nos lleve a la “nada”. Es difícil defender que los mejores años de España han llegado, cuando existen mil y un testimonios de una situación precaria, no sólo en el campo, ¿acaso no han visto barrios “desiertos”, donde sólo hay grúas y edificios en venta? ¿no abundan éstos en Zaragoza, Madrid o Barcelona?

El encanto de Sigüenza sigue residiendo en sus incentivos para la reflexión. Las esencias fantasmagóricas de sus monumentales paredes me llenan de motivos por los que decir que “algo está cambiando”. ¿Nos llevará el destino a un puerto glorioso? ¿Dejaremos mi generación de ser la primera, en siglos, que vivió peor que la de sus padres? Quizá sea tiempo de oración en la Catedral, o cuanto menos, de reflexionar recorriendo las seguntinas calles.

Hermoso cuadro de Xisco Fuentes: http://xiscofuentes.com/siguenza/183.jpg Artículo publicado en "El Afilador": http://elafilador.net/2010/03/las_calles_siguenza

6 comentarios:

Antonio dijo...

Estupendo artículo, Javier.

Dinorider d'Andoandor dijo...

tiempos de cambios


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Fujur dijo...

Artículo referenciado en:

www.aache.com/alcarrians/serrano_copete.htm

www.aache.com/personal/siguenza.htm

Jorge Van Veen dijo...

Javi! Como siempre que te leo, te felicito! ;)

Respecto a lo que planteas en tu texto, supongo que (recogiendo tus propias palabras), todo depende del registro.
Quizás pueda suceder que el ser humano sea un animal al que le gusta el camino cómodo y fácil; aquél en cuya meta aguardan elementos tremendamente negativos que hace unos siglos ni si quiera se planteaban (porque quién le iba a decir a un campesino del s.XVII que no sólo la fuerza de Dios podía destruir la Tierra).

Un abrazo macho!

Isabel Barceló Chico dijo...

Precioso el cuadro de Fuentes. En cuanto a esa desolación que te invade al pasear por las calles de Sigüenza (que, por cierto, no he visitado nunca), al percibir el deterioro de los monumentos, al ver esas construcciones adocenadas que igualan (por lo bajo) a cualquier ciudad de España y de otros paises, sólo puedo decirte que la comprendo. ¿Cuándo se comprenderá en España que una de las claves de la supervivencia y la riqueza de otros países europeos se debe a que han sabido conservar su carácter propio y sus joyas de arte? No sé si nosotros lo veremos... Un abrazo.

Esther dijo...

Bonito texto. Estuve todo el rato paseándome por Sigüenza, a pesar de no haber estado nunca ahí. Pero, como dicen, mente es poder y a mí me encanta pasear :)

Claro que España no está en lo mejor ni por asomo. Esa frase que dicen, es una frase repetitiva, para intentar tranquilizar, supongo... En mi corta vida, creo que no recuerdo haber visto una situación peor que la actual...

Me hiciste acordarme tb de Tabarca, una isla super diminuta en el mediterráneo. No hay carreteras ni coches... A mí me encantaba el sentir que te trasladabas en el tiempo, sí, era como una puerta del tiempo, hacia atrás. Por el día era una maravilla, por la noche... supongo que será otro cantar. Lo malo tb es el mar, que como le dé por crecer... aunque el mar mediterráneo suele ser un niño bastante tranquilo.

Saluditos.