Sólo alguien con mucho
tiempo, y me atrevo a decir que sólo por trabajo, es capaz de poder
escuchar todas las intervenciones de un debate de investidura. Un
servidor, desde luego, no ha podido atender ni a una sola
intervención íntegra, aunque para hacerse una idea sucinta de los
momentos más “memorables” (¡menos mal!), ya tenemos los medios de comunicación.
Corre por internet una
grabación de unas intervenciones de un conocido líder político en
un “campus”, o como se llame en “su" equivalente, de
militantes y simpatizantes. En ellas se escucha al autoproclamado
heredero del fundador del PSOE afirmar que el Parlamento está “para
liarla”. Lo cual, además de no ser de mi agrado, constituye, a mi
juicio, un ataque contra la dignidad de la institución soberana.
Más allá de las propuestas de cada uno de los programas
electorales, a las que poca o nula atención prestamos, creo que
hemos dejado al margen lo que vendría a ser la “ejemplaridad de lo
público” (concepto tratado, extensa e intensamente, por Gomá
Lanzón).
Sin ánimo de dotar de
superioridad moral a un sistema sobre la democracia actual, la
“fachada” del orador, no sólo en lo físico, sino lo que es más
importante, en su comportamiento moral (que incluye, por ende, su
vida privada), era más valorada por los “entendidos” en tiempos
como los de la Grecia o Roma Clásicas. Cicerón, Demóstenes o el
propio Marco Aurelio, procuraban mostrar un comportamiento
“ejemplar”, si bien, cierto es, que los decálogos de gobierno ni
tan siquiera se podía soñar con que pudieran ser desarrollados por
gentes al margen del Poder.
Con una clase política
que cobra sueldos, en su práctica unanimidad, al margen de su
función pública, que se rinden a los espectáculos de masas
futbolísticos, y leen poco o nada (excepto el Marca), me pregunto si
no estamos poniendo poco acento en la necesidad de que nuestros
representantes públicos sean “los mejores de entre el pueblo”, o
cuanto menos, “los más ejemplares”. Como buen grupo de primates,
nos gobiernan “alfas” que se imponen por chanchullos y dinero.
Pero ello no puede ser compensando sin “clase intelectual” o sin
fundamentos, sean estos morales, económicos, históricos, sociales,
o incluso, filosóficos.
El Parlamento no tiene
que representar todos los contras de una sociedad carcomida por los
“Juegos de Tronos” televisivos o que cambia de opinión política
en función de resultados deportivos. Besos frente al Gobierno
conservador, citas de tertulia de bar o recursos a los truenos de la
hemeroteca interesada no son la solución, sino, eso sí, una
plasmación de lo “dejada de la moral” que esta la vida política
y la sociedad que le vota. Corruptos y populistas siempre han sido
exitosos en el “ligue político”. Quizá tengamos que devolver la
gestión, y el “Poder”, a los más capaces y honorables, sin
tener tanto en cuenta estadísticas y oratorias de Barrio Sésamo.
* Ilustración: "Cicerón denunciando a Catilina", de Cesare Maccari, 1880. Palazzo Madama, Roma.
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