sábado, 19 de marzo de 2016

¡Te quiero yayo!

Camino del cementerio, al aparcar el coche, una cotorrita se ha posado en un árbol. Quizá porque necesitara soñar, por mi ansia de consuelo o, simplemente, por mi incapacidad por evitar tan señalada coincidencia, me ha parecido que el ave traía algo de ti. Era un “Marcelino”, especie sólo reconocida en la familia, pues es el nombre que le puse a la avecilla que me regalaste cuando apenas tenía cinco años. El animal parecía querer traerme tu “hasta luego”, y tu, siempre querido, “gracias por lo de viejo”.

Más allá de innegables parecidos físicos, la entrañable ave me ha recordado que también en gustos hay parentescos. Si siempre me ha gustado ver los animales y cuidar de mis plantas, en lo sucesivo siempre lo sentiré como algo propio de mis genes, símbolo de tu eterna presencia.

Son muchas las promesas que no he podido cumplir contigo en vida terrena. Recuerdo nuestra excursión por las ruinas de Itálica, los churros, embutidos y mil platos que nos preparabas. Recuerdo que te prometí que recorreríamos Andalucía cuando “me sacara el título” y que aprendería a hacer parte de tus guisos.

Sonrío recogiendo los innumerables recuerdos que me has ido dejando durante nuestros treinta años de convivencia. Es una redundancia hablar de cuán numerosos son éstos, siendo yo nieto y tú abuelo. No puedo olvidarme de cuando venías a Llavaneras alguna vez y te quedabas con la yaya en el coche, no queriendo molestarnos por haber llegado temprano. Fuiste siempre madrugador y trabajador, arreglado y servicial. Tu maña jamás la alcanzaré, ni tu coquetería ni tu siempre saber estar sereno.

Has sido joven en cuerpo y ánimo hasta el final del camino, y jamás diste sensación de cansancio alguna, ni aún en el comienzo de tu más larga siesta. No me creo que no te pueda abrazar corporalmente, y que no podamos vernos durante una temporada larga. Todo ha sido tan rápido… que mi consuelo se fortalece en dos cosas: en saber que apenas has sufrido, y que estoy contigo, perpetuamente, más que jamás en cualquier otro tiempo. Muchos pagarían millones por tener tu final entre nosotros, pero no tantos como yo por tenerte aún aquí.

Hoy San Pedro ha llegado al trabajo con retraso porque tenía churros como todos los Santos.

¡Te quiero yayo!

*Ilustración: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/5/5c/Monk_Parakeet_%284303100054%29.jpg

3 comentarios:

Dinorider d'Andoandor dijo...

¡30 AAAAÑOOOOS!!
¡Un abrazo Javi!

Esther dijo...

Hola:

De regreso... no sé si fugaz. Pero... es precioso este homenaje que le has hecho a tu abuelo, cómo has enlazado la cotorrita y los recuerdos en tu narración. PRECIOSO. Y te digo: él no está muerto, él sigue aquí, no sé si contigo... pero... lo cierto es que lo de la vida eterna es cierto: nunca morimos. Quizás algún día te darás cuenta y el resto: yo estoy aún despertando y creo que mejor dejo al resto que lo hagan o no sé si debería... pero... bueno, paso. Te aseguro: sigue vivo en algún lugar. No lo olvides nunca.

Buen día :)

Javier Beneyto dijo...

Como se nota que eres mi tocayo,por eso nos diferenciamos de los demas,somos especiales y transparentes,Escribimos lo que pensamos y hacemos lo que deseamos, siempre sin herir a nadie, por eso sigue asín ,que la vida es muy larga y por desgracia ,siempre hay que superar los baches que nos vamos a encontrar a lo largo de muestra vida,asín que sigue asín, como tu eres y que nadie te cambie ,un abrazo