domingo, 21 de febrero de 2010

Dostoievski: genio y profeta

“Yo sólo tengo fe en mi idea esencial: la que consiste concretamente en decir que los individuos, por ley de Naturaleza, divídense, en términos generales, en dos categorías: la inferior (la de los vulgares), es decir, si se me permite la frase, la material, únicamente provechosa para la procreación de semejantes, y aquella otra de los individuos que poseen el don o el talento de decir en su ambiente una palabra nueva. Las subdivisiones, naturalmente, serán infinitas, pero los rasgos diferenciales de ambas categorías son harto acusados: la primera categoría, o sea la materia, hablando en términos generales, la forman individuos por su naturaleza conservadores, disciplinados, que viven en la obediencia y gustan de vivir en ella. A juicio mío, están obligados a ser obedientes, por ser ése su destino y no tener, en modo alguno, para ellos nada de humillante. La segunda categoría la componen cuantos infringen las leyes, los destructores y propensos a serlo, a juzgar por sus facultades. Los crímenes de estos tales son, naturalmente, relativos y muy diferentes; en su mayor parte exigen, según los más diversos métodos, la destrucción de los presente en nombre de algo mejor”.

Dostoievski, “Crimen y Castigo”

Zweig dejó escrito que las conversaciones entre Raskólnikov, protagonista de “Crimen y Castigo”, y el inspector de policía, pueden ser consideradas como una de las cimas de la literatura universal; Virginia Woolf se llegó a preguntar si valdría la pena leer a otro autor, siendo admirado, igualmente, por Nietzsche, Sartre, Kafka o Bukowski, entre otros. No hay duda de que Dostoievski es uno de lo más importantes escritores que jamás hayan existido. Se ha afirmado de él que nadie ha sido capaz de conocer tan bien el alma humana. Textos como el arriba transcrito así lo demuestran, sin embargo, es público, a la vez que notorio, que ideas semejantes a las ahí expuestas, han servido para justificar tesis propias del fascismo o el nacionalsocialismo.

Esta diferenciación entre individuos “geniales” y “materiales” está presente también en obras como “Un mundo feliz”, pudiéndose ver en ella, incluso, resquicios de una cierta distinción entre individuos predestinados al éxito, y otros, destinados al sometimiento, en términos biológicos ("individuos alfa"). Según se explique, y así reflexiona Dostoievski, estas ideas pueden justificar, tanto las acciones de los futuros genios, como las inherentes a aquellos grandes crímenes en masa, dirigidos por seres “especiales”, ni tan si quiera fuere, en vileza. La gran virtud del ruso es poder plasmar los ambientes más congestionados, y realidades más contradictorias, en las hojas de sus obras, por lo demás, ya clásicas.

"Si Dios no existe, todo está permitido". Dostoievski, sin pensarlo, da cabida, y fundamento, al más profundo ateísmo, basado en la creencia del Caos. Él siempre se consideró cristiano, y así lo plasma en su obra, sin embargo, no hace falta decir que, en primer lugar, la falta de peligrosidad de las tesis en el fragmento defendidas, se basa en la consideración de que existe un Dios juez, que vigila el correcto devenir de esas tendencias. De no creer en Dios, todo está permitido, el hombre está desamparado y requiere encontrar la base para sus límites. No es de extrañar que Sartre viera en esta frase la clave del existencialismo.

Si Dios no existe, debe haber normas que prohíban. Pero... ¿los genios necesitan saltarse “las normas”, sean sociales, científicas, y no sólo jurídicas, para que la sociedad progrese? Creo que, en cierto modo, el fragmento de Dostoievski es de lo más profundo que jamás haya podido haber leído. Para quienes creen en la “teoría del Caos”, no hace falta decir que la existencia, impredecible, de genios rompedores de conductas preestablecidas (gentes con “palabra nueva”) está plenamente relacionada con el Azar, con la entropía y demás fuerzas que rigen la Realidad, por lo demás, no divina. Es evidente que sin determinismo, sin control divino, el asunto asume una peligrosidad de lo más inquietante. ¿Quién pone unas normas que escapan a la razón?

En el fondo, quizá sea eso, el hombre es “homo religiosus”, necesita creer en un patrón, sea antropomorfo o filosófico. El hombre necesita cumplir las tesis de Dostoievski y dar pie, por naturaleza, a que surjan infractores que revolucionen, hagan cambiar la sociedad en la que viven. Será difícil discernir entre revolucionarios innovadores y criminales llanos, pero ¿acaso alguien dijo que los textos de Dostoievski fueran fáciles de comprender? ¿No es la verdad revelada una fuente eterna de discusiones, una verdad que jamás seremos capaces de alcanzar? ¿No fue el propio Cristo un hombre con “nuevas palabras”?

Segundo imagen: “Friedrich Nietzsche”, 1906, cuadro de Edvard Munch.

domingo, 14 de febrero de 2010

Mi primera vez

Siempre he pensado que aquéllos que compulsivamente escriben sobre su ateísmo son, en verdad, quienes más tratan con la religión; algo así pasa con el sexo. Quien más habla de su “normalidad”, de su “benignidad” y demás calificativos en positivo, es quien más “especial”, “anómalo”, está volviendo al acto sexual. Mi primera vez (obra basada en la web homónima), uno de los más recientes éxitos Brodway, me lo confirma, en parte.
Ayer tuve la suerte de poder pasar un muy buen rato en el teatro Club Capitol, en las Ramblas de Barcelona. Había oído hablar de la función, y sólo me faltó ser invitado para ir a ver una obra teatral, no propia de Molière, pero sí, también, muy divertida. El argumento es nulo, ciertamente, pero es bien suplido por la complicidad que se crea con los autores. Jóvenes y fogosos, cada cual de personalidad diferente, es muy improbable que nadie se identifique con alguno de los personajes que aparecen durante la obra. La excusa que funda la obra es “la primera vez”, sí, el primer acto “sexual” que han tenido diferentes individuos, siempre narrado con humor, y altas dosis de escándalo y picaresca. La obra es una comedia en toda regla. Se cumplen las dos características primordiales de toda parodia: falta de seriedad y juego con la ambigüedad e hipocresía del ser humano.

Los probadores del Corte Inglés, el coche en una sesión de cine de verano, la ducha, la cama en la que, accidentalmente, le toca dormir a una pareja hasta el momento no “estrenada... Los tópicos abundan, tanto o más como tiene el tema. Sin lugar a dudas existen experiencias poco creíbles, y, en algunas ocasiones, experiencias no demasiado “narrables”, o cuanto menos, reprobables. El amigo que se mete en la ducha con el compañero de fútbol de su hermano, la hermana que da su “primera vez” a su hermano, enfermo terminal de leucemia... existen muchas situaciones, espero que recreadas, que distan mucho de “lo normal”, si es que esto, en algún tiempo, ha existido.

La catarsis colectiva, al más puro estilo griego, se basa en que todo el mundo sale de la función con una experiencia asimilable a su curriculum. Una vez más, el denigrado arte de la comedia sirve para sacar verdades de la más común, y estandarizada, existencia humana. Cierto es que parece, en alguna ocasión, que los casos parecen sacados de un grupo de obsesos, al más puro estilo “grassiano”, en “El Rodaballo” (con las diosas de tres pechos), pero también es muy cierto que, desde un punto de vista “neutro”, la función consigue su objetivo: hacernos pasar una bonita velada teatral (por más que se enseñe algún culo, quedándonos los hombres sin “incentivo”, ¿prueba del cambio en los nuevos tiempos?).

sábado, 6 de febrero de 2010

Por las calles de Sigüenza.

No es extraño sentir las más curiosas ensoñaciones al pasar por las calles de la anciana urbe episcopal. Sigüenza, la antiguamente esplendorosa ciudad de la Edad Media, se alza cual hombrecillo perdido tras haber usado una máquina del tiempo.
Sus empedradas vías, señoriales casas y demás monumentos (a destacar una catedral y un castillo) no nos dejan duda de que nos hallamos ante un digno testimonio de la historia, sí, ese cúmulo de acontecimientos pasados, en una inmensidad de los casos no vividos, que narramos cada cuál cuan creemos, o en su defecto, sabemos. La calle Medina es un ring intertemporal. A un lado las tiendas del hoy, y seguro que también del mañana (no hace falta recordar a la librería Rayuela), al otro el esqueleto de un sobervio monumento, cual es la catedral de Sigüenza, hito eclesiástico de una ciudad que recién ha perdido a su obispo. “Jamás España tuvo un periodo tan largo de paz y prosperidad”, esta sentencia la he escuchado en diferentes ocasiones y medios, fuere en boca de filósofos, historiadores, o Presidentes del Gobierno. Como punto clave por el que sostener tal postulado siempre se alega la “igualdad”, el hecho de que, hoy, menos que nunca, existan grandes diferencias (pese a seguir habiéndolas) entre aristócratas y pueblo llano. Me pregunto si este es un punto siempre válido, si es el argumento esencial por el que decir que la España de nuestro tiempo es la mejor que jamás haya existido. Tengo mis dudas, o cuanto menos, opiniones dependiendo del “registro”.

Si las urbes tuvieran voz, a la vez que nombre, estoy seguro de que Sigüenza no estaría conforme con la afirmación ahora dicha. Cierto es que hoy en día todo el mundo comparte carnicería, pescadería o ambulatorio médico, que los Arce no maravillan al Mundo con sus sepulturas y que, sobre todo, los Mendoza no gobiernan el lugar a su antojo. En las iglesias se puede uno ausentar los domingos, y los tañidos de la Catedral, en la mayoría de las ocasiones, parecen tener más de pitido de bus turístico, que de llamada a una oración a la que, cada día, menos gente acude.

El bienestar social jamás estuvo ligado a la relevancia patria. España en un país que ha alcanzado las mayores cuotas gracias a la existencia de grandes nobles concentradores del poder (sean los de Alba, o los de Medinaceli). Ahora, Amancios y Botines parecen cogerles el testigo, pero la población, pese a todo, vive mucho mejor que en los tiempos de Cervantes o Murillo. España da la sensación de que es un país predestinado para la catástrofe, que su potencial, en buena parte fundado en el ladrillo, amenaza con conducirle al Hades de los entes históricos.

Caminar por Sigüenza, pese a lo hermoso que sigue siendo como experiencia, cada vez me recuerda más a un viaje imaginario. Recuerden, a través de la lectura, cuáles debieron ser las sensaciones que experimentaron aquellos que recorrieron Numancia en tiempos romanos, o alto-medievales, cuáles debieron ser las pulsaciones de aquellos beduinos árabes que corretearon por las pretéritamente esplendorosas vías de Antioquía, a mí me pasa algo “parecido” al andar por Segontia.

La Catedral, las diferentes iglesias, el propio palacio episcopal, o la antigua universidad, tan cierto toque barroco a una situación, por días, más ominosa. ¿Estamos transitando por un ejemplo de esqueleto? ¿Qué diferencia a Sigüenza de Trujillo, Plasencia, Solsona o las propias Toledo o Tarragona? Cada día menos, hasta que el día del “olvido” nos lleve a la “nada”. Es difícil defender que los mejores años de España han llegado, cuando existen mil y un testimonios de una situación precaria, no sólo en el campo, ¿acaso no han visto barrios “desiertos”, donde sólo hay grúas y edificios en venta? ¿no abundan éstos en Zaragoza, Madrid o Barcelona?

El encanto de Sigüenza sigue residiendo en sus incentivos para la reflexión. Las esencias fantasmagóricas de sus monumentales paredes me llenan de motivos por los que decir que “algo está cambiando”. ¿Nos llevará el destino a un puerto glorioso? ¿Dejaremos mi generación de ser la primera, en siglos, que vivió peor que la de sus padres? Quizá sea tiempo de oración en la Catedral, o cuanto menos, de reflexionar recorriendo las seguntinas calles.

Hermoso cuadro de Xisco Fuentes: http://xiscofuentes.com/siguenza/183.jpg Artículo publicado en "El Afilador": http://elafilador.net/2010/03/las_calles_siguenza