Dostoievski, “Crimen y Castigo”
Zweig dejó escrito que las conversaciones entre Raskólnikov, protagonista de “Crimen y Castigo”, y el inspector de policía, pueden ser consideradas como una de las cimas de la literatura universal; Virginia Woolf se llegó a preguntar si valdría la pena leer a otro autor, siendo admirado, igualmente, por Nietzsche, Sartre, Kafka o Bukowski, entre otros. No hay duda de que Dostoievski es uno de lo más importantes escritores que jamás hayan existido. Se ha afirmado de él que nadie ha sido capaz de conocer tan bien el alma humana. Textos como el arriba transcrito así lo demuestran, sin embargo, es público, a la vez que notorio, que ideas semejantes a las ahí expuestas, han servido para justificar tesis propias del fascismo o el nacionalsocialismo.
Esta diferenciación entre individuos “geniales” y “materiales” está presente también en obras como “Un mundo feliz”, pudiéndose ver en ella, incluso, resquicios de una cierta distinción entre individuos predestinados al éxito, y otros, destinados al sometimiento, en términos biológicos ("individuos alfa"). Según se explique, y así reflexiona Dostoievski, estas ideas pueden justificar, tanto las acciones de los futuros genios, como las inherentes a aquellos grandes crímenes en masa, dirigidos por seres “especiales”, ni tan si quiera fuere, en vileza. La gran virtud del ruso es poder plasmar los ambientes más congestionados, y realidades más contradictorias, en las hojas de sus obras, por lo demás, ya clásicas.
"Si Dios no existe, todo está permitido". Dostoievski, sin pensarlo, da cabida, y fundamento, al más profundo ateísmo, basado en la creencia del Caos. Él siempre se consideró cristiano, y así lo plasma en su obra, sin embargo, no hace falta decir que, en primer lugar, la falta de peligrosidad de las tesis en el fragmento defendidas, se basa en la consideración de que existe un Dios juez, que vigila el correcto devenir de esas tendencias. De no creer en Dios, todo está permitido, el hombre está desamparado y requiere encontrar la base para sus límites. No es de extrañar que Sartre viera en esta frase la clave del existencialismo.
Si Dios no existe, debe haber normas que prohíban. Pero... ¿los genios necesitan saltarse “las normas”, sean sociales, científicas, y no sólo jurídicas, para que la sociedad progrese? Creo que, en cierto modo, el fragmento de Dostoievski es de lo más profundo que jamás haya podido haber leído. Para quienes creen en la “teoría del Caos”, no hace falta decir que la existencia, impredecible, de genios rompedores de conductas preestablecidas (gentes con “palabra nueva”) está plenamente relacionada con el Azar, con la entropía y demás fuerzas que rigen la Realidad, por lo demás, no divina. Es evidente que sin determinismo, sin control divino, el asunto asume una peligrosidad de lo más inquietante. ¿Quién pone unas normas que escapan a la razón?
En el fondo, quizá sea eso, el hombre es “homo religiosus”, necesita creer en un patrón, sea antropomorfo o filosófico. El hombre necesita cumplir las tesis de Dostoievski y dar pie, por naturaleza, a que surjan infractores que revolucionen, hagan cambiar la sociedad en la que viven. Será difícil discernir entre revolucionarios innovadores y criminales llanos, pero ¿acaso alguien dijo que los textos de Dostoievski fueran fáciles de comprender? ¿No es la verdad revelada una fuente eterna de discusiones, una verdad que jamás seremos capaces de alcanzar? ¿No fue el propio Cristo un hombre con “nuevas palabras”?
Segundo imagen: “Friedrich Nietzsche”, 1906, cuadro de Edvard Munch.