lunes, 30 de junio de 2008

CAMPEONES!!

Es difícil no disfrutar de una victoria, aun no siendo demasiado futbolero. No es nada fácil obviar a la gente que te rodea, impregnándote de su alegría y catarsis generalizada. Disfrutar de un triunfo de la selección española no es pan de cada día. Las banderas se izan en Barcelona, Vilassar, Madrid, Bilbao o Zaragoza. El país sin patria resurge de un ataúd que jamás tuvo madera, un Estado orgulloso de no ser nacional, sino una tierra con gente de primera. España supo imponer su fútbol y buen gusto. Las paellas no quedaron como único exponente, los Xavi, Iniesta, Cesc, Villa, Torres o Casillas supieron hacer las veces de gastrónomos, mostrando al mundo que donde bien se come, también bien se juega.

A todos los que quisieron enervar la bandera del odio y la disgregación, del instrumentalismo político y el exceso de nacionalismo, bien pudiérase dedicarles este triunfo, el de un grupo unido, una hermandad en toque, tiki-taka, goles y espectáculo. No lo olviden, pues bien lo dijo Montes, la vida es bella y el fútbol un gustazo. España supo componer en el tierra de Mozart, jugando como pocas saben. Para un joven de mi generación todo esto es nuevo. Por fin llegó el momento de averiguar dónde se celebran los títulos de la Selección. Saber si en Barcelona hay pasión que no sea de rapaces. Saber qué se siente al compartir euforia con madridistas o atléticos. El futbol es grande, tanto como quienes hacen de él un arte.

Aquello que muchas veces sirve como espejo de lo malo, también es capaz de dar, en algunas ocasiones, sabias moralejas. ¡Bien lo saben quienes criticaron al de Hortaleza! ¡Al sencillo zapatones, de chándal cutre y eterna enseñanza en la boca! A todo ello decir que quizás fuere el momento de quitar la placa a un político y de dedicarle a Don Luis Aragonés una calle. Propongo, en las localidades en que este nombre se use, cambiar Cánovas por Aragonés, dando así la espalda al mal ejemplo del antiguo orador, demostrándole cómo, al menos durante unos días, uno puede estar contento de ser español, sin necesidad de no haber podido optar por otra cosa.

Foto sacada de:

miércoles, 25 de junio de 2008

El ejemplo de Mostar

No es extraño que los acontecimientos deportivos muestren las más atávicas y encarnizadas rivalidades. Todo prejuicio, sea religioso, racial, social o económico, sale a la luz cuando los “batallones” de deportistas se enfrentan en representación de unas banderas y unos, presuntos, valores. La Eurocopa está siendo un ejemplo de la verdad aquí invocada. Hinchadas rivales provocan disturbios y rencores, cuáles resacas posteriores a marciales batallas. Muy especialmente, recuerdo un artículo de El Mundo Deportivo, por un día con este último adjetivo y no con el de prensa pseudo-rosa, en el que un periodista, de origen yugoslavo, escribía una crónica sobre cómo se vivió la eliminatoria de cuartos de final, entre Croacia y Turquía, en las calles de la región de Herzegovina. No deja de ser, a priori, extraño que se produzcan enfrentamientos entre pobladores de un Estado que nada tiene que ver, formalmente, con los representados por ambas selecciones nacionales. Los musulmanes apoyaban a su madre turca, los católicos a la eterna Croacia. Haciendo honor al significado yugoslavo del concepto “puente”, Mostar debió de vivir una noche bronca.

Mostar es la capital, oficiosa que no oficial, de la desconocida región de Herzegovina. Sus calles fueron escenario de algunos de los mayores excesos de la pasada guerra. Si al principio fueron musulmanes y croatas quienes se aliaron para echar a los serbios, una vez se cumplió su funesto objetivo éstos entraron en conflicto, dividiéndose en dos una ciudad antaño unida, cayendo el monumental puente, ahora reconstruido. Ya escribió el Nobel Ivo Andric acerca de Yugoslavia y los puentes, fueren éstos sobre el Drina o sobre el Neretva de Mostar. Yugoslavia es un conflicto, no latente, sino existente. Lo masivo, sentimental, y acaso también emotivo, de los enfrentamientos entre selecciones nacionales, “suerte de ejércitos deportivos”, nos muestra cuán incomprendido es el conflicto nacional, lo disparatado de las soluciones de nuestros políticos y lo peligroso de los nacionalismos. Nada más lejos de la realidad, la curiosa disputa acaecida en las calles de Mostar no fue más que un ejemplo, paradigmático, sobre lo que aquí se intenta reflexionar, y de lo que Yugoslavia sigue siendo un espectro deficientemente tratado.

Un aficionado ucranio irguió una estatua en honor del seleccionador ruso Guus Hiddink, las calles de Vilassar de Mar (hay algún argumento pro-seleccions catalanas que no implique la confrontación??) celebran la victoria de la selección española a golpe de claxon, gritos, euforia y petardos. Las fronteras preestablecidas, fueren por los mapas o por las ideologías, se resquebrajan ante la realidad personal de las masas. No existen países pequeños que representen a un mundo globalizado, no hay Estado nacionalmente unificado, que no caiga en el genocidio cultural, o incluso humano, dentro de un mundo, por definición, complejo.

Sueños como el de Paneuropa, o una, seria, Unión Europea o Mediterránea, siguen siendo de inexcusable necesidad. La desintegración de antiguos estados como Austria-Hungría, el Imperio Otomano, la URSS o la República Federal Yugoslava, lejos de dar soluciones, ha dejado a una región húngara en Rumania (Transilvania), rusos en Ucrania, serbios y turcos en Bosnia-Herzegovina, alemanes en Polonia y polacos en Alemania, musulmanes en Francia o chinos en San Francisco. Divide y vencerás decía una de las más universales máximas para la guerra. Quizás sea el momento de destapar al enemigo.

Foto de Nihat sacada de: http://img.notasdefutbol.com/2008/06/NihatVsRepCheca.jpg

viernes, 20 de junio de 2008

Némesis

Una confesión personal acerca de mis gustos siempre acabará por referirse a los dinosaurios. Sí, lo reconozco. Pese a estar opositando, ser licenciado en Derecho, y tener 22 años, disfruto mucho analizando las diferentes paradojas, teorías y variopintas curiosidades que rodean a estos seres. La “Dinomanía”, palabra cada vez con mayor significado (más aún en ciertas épocas recientes, véase el año 1993 con la irrupción de Jurassic Park...), es una manifestación, como cualquier otro, del imaginario humano.

La representación que nosotros nos hacemos de algo foráneo, por definición no observado, nos define como personas de un tiempo: con unos conocimientos, gustos e inquietudes. Si pensamos en pro del nacionalismo o del orgullo patrio no nos sorprenderá contemplar discusiones acerca de si fue más pavoroso el americano T-Rex o el argentino Giganotosaurus, o si fue más grande el saurópodo encontrado, recientemente, en Teruel, que cualquier otro dinosaurio (o animal) que haya poblado jamás la Tierra. Una de las controversias más interesantes y, valga la redundancia, polémicas, es la que rodea al enigma de la extinción de los dinosaurios. Al pensar en los dinosaurios no son pocos a los que se les viene a la cabeza la efigie del meteorito que acabó con buena parte de la vida terrestre hace, aproximadamente, 65 millones de años. A muchos nos vendrá a la mente el solitario andar de un tiranosaurio en búsqueda de comida o el cadáver de un Triceratops roído por los, vencedores, mamíferos. Como reflejo de nuestros pensamientos e inquietudes, no es extraño oír en la actualidad que la extinción de los saurios bien tuvo algo que ver con los cambios climáticos, que como el actual, han ido sacudiendo a nuestro Planeta desde el principio de los tiempos. Sinceramente, este filón es sumamente interesante. Algo más probada que la eventual llegada del hombre a la Luna es el impacto de un meteorito, coincidiendo con el ocaso de los dinosaurios. Richard Muller, de la Universidad de California, abogó por una teoría (conocida como “hipótesis Némesis”) que defendía el impacto, periódico, de sendos meteoritos en nuestro planeta, procedentes del cinturón de asteroides sito en nuestro Sistema Solar. El cálculo lo realizó en períodos de 26 millones de años, contingencia curiosa. Más allá de esta teoría, por lo demás un tanto ridícula, se nos ha enseñado el declive de los dinosaurios como una consecuencia de un terrible invierno nuclear que sacudió el planeta con posterioridad al impacto celeste. La luz desapareció negando el alimento fotosintético para multitud de vegetales, provocando la carestía de nutrientes para los grandes herbívoros, y correlativa hambre de los carnívoros. Esta teoría es una de las que cuentan con mayor número de adeptos. Sin embargo, no convence a una, cada vez más amplia, minoría. Desde Francia, Malmartel nos explica una teoría ciertamente curiosa. Según nos ilustra en su interesantísima web, los dinosaurios fenecieron en virtud de importantes cambios gravitacionales en nuestro planeta. Dada la gran masa de estos seres, su condena fue mayúscula, hundiéndose en la más flagrante extinción virtud de características que otrora les repararon éxito. Junto a ella, una teoría que me seduce es aquella que defiende la muerte del taxón virtud de cambios en la concentración de dióxido de carbono y oxigeno. En conclusión, como es obvio, cualquier problema científico relativo a un tema divulgativo siempre es objeto de teorización barata (incluida la propia) falta de argumentos netamente científicos.

Pese a los inexcusables elementos físico-matemático-químicos que deben analizarse, existe una multitud de tópicos que deben ser combatidos por el cuerdo juicio de un aficionado moderno: 1) ¿Dónde está el límite entre extinción (dinosaurios en sentido estricto) y evolución-sobrevivencia-éxito (aves)? 2) ¿Cómo sobrevivieron los cocodrilos, las tortugas, buena parte de los peces y anfibios y nos estos reptiles? 3) ¿En qué se basó el éxito de los mamíferos, una vez que los descubrimientos paleontológicos nos han demostrado que todos los mamíferos no se limitaron a ser presas de los dinosaurios, detentadores de un tamaño de musaraña (surgiendo los primeros ungulados, roedores y primates en presencia de los saurios)? Son muchas las preguntas, argumentos y respuestas, tantas como las teorías que uno puede encontrar respecto a este misterio, en el que muchos quieren ver una profecía de lo que nos pueda pasar en el futuro. ¿¿Quizás se extinguieron por no caber en el Arca de Noé, que antaño defendió alguno, quién sabe si también ahora?? * Imágenes: En primer término, gran ilustración de D. Luis Rey (muestra la evolución, hacia las aves, de los dinosaurios). En segundo término, Repenomamus según Mineo Shiraishi (un mamífero que comía carne de dinosaurios).

domingo, 15 de junio de 2008

Al adelantar a un camión

Una mala profesión es aquella que, pese a ser necesaria, nadie pretende hacerla. Un trabajador loable es aquél que trabaja, precisamente, en esta profesión que, pese a todo, debe hacerse por la mera necesidad de mantener nuestra más cotidiana existencia. El camionero es, junto con el minero o el pescador, uno de esos hombres que luchan contra las inclemencias de su oficio, sudando en lo que otros damos por inconcebible para nuestras cualidades, trabajos que, la más de las veces, son considerados del más inferior rango. Un camionero, por centrar la cuestión, es un trabajador incomprendido. Nadie entiende su inexcusable necesidad, en un mundo caracterizado por los múltiples transportes, sean éstos trenes, aviones o grandes buques. A todo el mundo les molesta su presencia en la carretera, sobre todo habiendo atascos por medio, y pocos, por no decir nadie, se resisten a la tentación de adelantarlos, aun con cierta violencia, como si estos seres nos estuvieran robando parte de nuestro legítimo tiempo. Un camionero es sinónimo de rudeza y chiste. Un oficio infame gracias al cual todos vivimos. En un sincero homenaje a quienes trabajando, me permiten llevar esta vida, comparativamente algo más que acomodada, no puedo dejar de ver algo poético en el oficio de camionero.

Veo en el camión cual palafrén montado por jinete solitario. Seres que abandonan sus casas en busca de fortuna como mercantiles cruzados. El tiempo les condiciona el ejercicio, al igual que las inclemencias del clima. Son caballeros que no tienen mayor casa que su cabalgadura, mayor silla que la de su caballo. Desconocen mayor sueño que el de su meta y posterior descanso. Un camionero también tiene algo de “Mesiánico”, transita los terrenos repartiendo maná y prosperidad, siendo, en no pocas ocasiones, no sólo ínfimamente remunerado, sino también agraviado. No se puede caer en la crueldad de negar el cariño y reconocimiento a quines cambiaron sofá, silla o ordenador por esfuerzo. A quienes por más que la jornada laboral tuviera ocho horas, no conocen mayor descanso que el descargar, en destino, su pesada carga.

El maquinismo de nuestra Era, además de quitar puestos de trabajo, ha conseguido que nuestros sentimientos y prejuicios frente a las diferentes profesiones cambien. A las consecuencias de ello se le suman las de la especialización de los diferentes trabajos: quien lleva ahora mercancías es marino mercante o camionero, jamás mercader. Haciendo un hipotético experimento mental, si cambiáramos el carro por el camión, y los “caballos” por equinos y dromedarios, llegaríamos a la conclusión de que Marco Polo bien pudiera tener un meridiano parecido con un, a priori para nuestros pensamientos, rudo conductor de un Mercedes acamionado con toneladas de frutas y hortalizas en su haber. El intercambio de mercancías antaño tuvo mayormente reconocido el riesgo. Las ánforas con aceite que de Tarraco o Cartago fletaban hacia Roma bien lo demostraban, fuere por las cantidades, a riesgo invertidas, o por los múltiples naufragios de los que fueran víctimas.

A un camionero no se le reconocen más riesgos que los cubiertos por el seguro de su empresa. En la concienciación de un mortal actual no entra que el camionero no duerma sus necesarias horas de sueño, que no coma regularmente (en cantidad, modalidad y forma). Cuando vamos por la autopista sólo contemplamos un vehículo pesado y con gálibo sin mayor consideración que la de criticar su presencia en la carretera. Siempre anteponemos nuestro tiempo a su trabajo.

Sinceramente, no estaría mal que yendo una familia en el coche se hablara de la labor de ese camionero que parece haberse empecinado en que lleguemos tarde a nuestro lugar de Vacaciones. No estaría mal que reflexionáramos sobre el sentido de cortar carreteras para trabajar, cuando nosotros transitamos para el ganduleo. Realmente un camionero es una profesión ejemplar en alma, una epopeya profesional sobre la que muy poco pensamos.

Para acabar sólo una recomendación o consejo, cuando se ponga uno nervioso al conducir, habiendo cerca un camión, debe pensar uno en el motivo de su viaje, que por necesidad siempre va a ser ínfimamente menos importante que el motivo del trabajo de otro. No queramos que se nos respete si no hacemos del resto seres respetados. ¡Piense uno siempre a donde va y las contradicciones morales que hacemos al criticar, o adelantar desafortunadamente, a uno cambió palafrén por camión, caballero por camionero!

miércoles, 11 de junio de 2008

Pesadillas con un Viejo

Sus andares sólo guardaban comparación con la imagen de su cara. Su pesar en el andar, su rumbo apático. Todo en él parecía connotar tristeza, ruina y melancolía. Sus canas eran tantas como desengaños, su cojera proporcional a su desgracia. Era un ser infame de las quebradas, un nómada que bebía hielo glacial y vestía manta de cabra. Diógenes le llamaron en la escuela, mendigo en la plaza. Sus dientes, colorados cual canario, cantaban olores tan variopintos como repugnantes. Era un huraño entre las montañas, el verdadero hombre de las nieves.

En su cueva sólo habían libros y poesías en papel viejo. En su desordenado anaquel de sabina, sólo sobrevivían al polvo dos tomos de Hesse y unas Meditaciones de Marco Aurelio. Su fervor por la vida descansaba en aquellas poesías; esas solitarias letras que se defendían del orden y la regla, del deber y el, más mecánico, esfuerzo. Era libre a su manera. Nadie le toleraba los ruidos al dormir, ni los aires gástricos. El sudor y demás ascos que irradiaba se quedaba entre las piedras, formando cuales estalactitas de mugre y callos en los horribles cuarzos de la cueva. Era la antítesis de lo que poder hubiera soñado. Un hombre libre pero fuera del sistema.

Tenía la desdicha del conocimiento, del no haber sabido ser capaz de abstraerse de la mala dicha. No saber ser inmune a los tiempos, tan necesarios como pasajeros. Acabó entre libros viejos y odas a lo libre, tapando en mierda las leyes y las reglas de la irracional sociedad en la que, a su albedrío, ya no vive. Pensó en lo ineficiente de su devenir. En el poco provecho y beneficio de los olores que había irradiado. Las lijas que transmutaron de su pelaje, las penas que dejó a un lado por coger la vida miserable. Recordó aquel día en el que reflexionó sobre algo de interés, siendo aún joven. Recordó aquellos jóvenes jamaicanos, aquellas almas perdidas en el porro y el “safari de las rastas”. Recordó los independentismos, anarquismos y demás causas perdidas. Pensó en Trotski, obviando a Platón y al Darwin Carlos. Aquel mundo feliz en el que había soñado, le había abandonado. Su conciencia en el mundo y sus fuerzas, le marginó en el más absoluto rechazo. El orden, soberano e imperial, había topado con sus cuernos. Todo valía poco, en comparación con su libertad, como todo en lo mortal, pasajera. Todo por un miedo que le comió el cerebro. Un ser impaciente que no supo hacer frente al Azar, buscando razones en lo irracional de lo venidero.

Pensaba en cómo había pensado en ello siendo crío. En cómo preguntó desde la hora hasta las fuerzas de la órbita de Urano o Mercurio. Los porqués le desterraron con el más soberbio autoritarismo, se quedó con el pañal de la infancia, no sabiendo aprender lo que en los estoicos había leído. Marco Aurelio le negó su emblema, le negó ser vivo en su circunstancia, luchar por las cosas buenas y justas, someter al toro con capote y no con el trasero entre sus cuernos. Quizás todo sea una moraleja para el viejo. Una reflexión de cómo se convirtió en lo que no quiso ser cuando era joven. ¿¡Dónde están los límites de renunciar a la “razón”!? ¡¿Hasta donde debe ser uno incrédulo, comiendo todo lo que “debe” estar dentro!?

domingo, 8 de junio de 2008

Rascacielos y dinosaurios

Ante una eventual pregunta de qué es lo que más me gusta de tener un blog, yo siempre respondería invocando a la libertad de expresión y opinión, que te permite escribir saltándote todo requisito o norma de estilo. Todo símil u opinión pasajera vale como excusa por la que poder escribir un rato. El único censor es uno mismo, y el juez, si acaso, el seguimiento y número de comentarios. ¿Qué más se puede pedir? Cavilando en la ducha, secreto que siempre renegaré haber dicho, se me ocurrió un peculiar “criterio” en virtud del cual pudiera llegarse a realizar cierta comparación general, contraste, entre los niveles de desarrollo, y respectivos potenciales, de los Estados que pueblan nuestro mundo. Este revolucionario, acaso inútil y errático, criterio es el binomio compuesto por rascacielos y dinosaurios.

Dentro de nuestro primordial egocentrismo matrio, a poca gente se le ha ocurrido, a lo largo de los siglos, pavonear con lo pequeño. Lo minúsculo, si bien por definición no es pobre o inválido, siempre es objeto de complejo, para quienes lo tuvieran en algunos casos, o de poca vanagloria para quienes lo presentan como su elemento más característico. Los rascacielos y los dinosaurios son un ejemplo. Hagamos un experimento peculiar, a la vez que representativo, e identifiquemos algunos de los grandes edificios y descubrimientos paleontológicos realizados en los últimos tiempos.

Julio del año 2002 fue uno de los mejores meses de mi corta vida. Mis veinte días pasados por Londres fueron todo un acontecimiento, un monumento a mi futura libertad individual y una ocasión, totalmente propicia, para hacer, en todo momento, lo que yo quería y diese la gana. Como no podría concebirse otra cosa en las mentes de quienes me conocen, el monumento que más veces visité (2) de todos los existentes en la capital inglesa fue el Museo de Historia Natural. En la segunda ocasión, acompañado por un simpático chaval pamplonica y su padre, visitamos el lugar, yo de guía (pues me lo conocía “enterito” virtud de mi entusiasmo), sorprendiéndonos del hecho de estar expuesta una muestra de “Dinobirds”, es decir, pequeños fósiles de reptiles-aviares, hallados en China, que hacían imposible toda eventual clasificación con el afán de ponerlos en el taxón de los reptiles, o de los pájaros. En aquel momento quizás no reflexioné demasiado sobre el hecho de que estos revolucionarios fósiles vinieran de China, y no de EEUU o Reino Unido. El mundo estaba cambiando, sin que se diera cuenta mi juvenil cerebro. Los especímenes eran dignos de admirar, tallados de tal manera ¡que bien pudieran haber sido tomados por facsímiles de una industria de Shangai! Lo cierto era que, coetáneamente a los descubrimientos paleontológicos, China alzaba poderosas torres y demás edificaciones en los centro económicos de su próspero Estado. Los chinos se estaban alzando como una de las mayores potencias mundiales. Definitivamente, si bien ya comenzaban a tener rascacielos, ¡encima poseían de algunos de los mejores fósiles de dinosaurios!

Dinosaurios y rascacielos denotan varias ideas. Algunas de éstas podrían ser: la posesión de sendos recursos con lo que poder edificar colosos e invertir en cultura (sea paleontológica o artística) no requiriéndose estos fondos para la corrupción o prestar alimentos, la existencia de una compleja tecnología nacional (a la vez que presencia de ingenieros y científicos capacitados), así como, como última idea que quisiera destacar, la tenencia de una población relativamente culta capaz de apreciar, lo que para otros serían cuatro huesos grandes (quizás puestos por un anti-creacionista). China es el gran ejemplo (a la vez que otros futuros Estados hegemonones, incursos en graves crisis y corruptelas, no pocas veces provocadas desde el exterior, de los que podrían ser ejemplo Brasil o Argentina). Lamentablemente, el asunto también no sirve para representar la notoria “crisis geopolítica” en la que está inmersa Europa. Son pocos los rascacielos y dinosaurios que últimamente surgen por el Viejo Continente. Sin embargo, no sin cierto amor patrio, me gustaría destacar cómo, quitando a países de eterna prosperidad como Alemania, es España uno de los lugares del globo donde más se cumplen estos factores que desde aquí hemos invocado como representativos.

Particularmente, destacaré el nuevo puesto de España, como potencia en desarrollo y del bienestar, enunciando dos crasos ejemplos de lo hasta aquí dicho: las torres de la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid (que superan, con creces, los 200 metros) y el hallazgo, en lugares tan “ninguneados” como Teruel, de dinosaurios, que como el Turiasaurus, se hallan entre las especies más grandes jamás encontradas.

Estos elementos nos representan a España como un país económicamente potente, poblacionalmente rico y culturalmente en auge. Sin embargo, para que estos indicios de buen futuro cristalicen, a España le falta ese impulso, a veces desmesurado, que separa a las potencias de los países en constante desarrollo: una cultura potente (que no deje que uno de los mejores museos de historia natural se pierda entre garajes y almacenes), sostenible (que no cree Benidorms en el desierto) y que sea consciente de sus pros y limitaciones, véase en el agua o en el mercado del crédito.

jueves, 5 de junio de 2008

Héroes ajenos

Hay algo que me tiene en continua tensión intelectual, un misterio del cual quisiera saber más, una vida a la que admiro y de la que quisiera tomar nota. No son pocas las veces que he puesto en un buscador, siempre entrecomillado, el nombre “Marco Aurelio”. Su biografía siempre me ha resultado en un punto equidistante entre lo ejemplar y lo maravilloso, lo inteligente y profundo, no reñido con el egoísmo inherente a todo realismo, y la despreocupación que abandera el estoicismo. Particularmente, ese misterio al que invoco, es el origen del Princeps.

Al igual que en los casos de los emperadores Adriano y Trajano, las raíces de Marco Aurelio parecen hallarse entre los olivos y algarrobos de la rica provincia bética. En concreto, las fuentes parecen indicarnos que fue su padre, concretamente, quien nació cerca del Guadalquivir, lejos de la Península Itálica, lugar donde nacería el César. Establecer mínimos paralelismos (mi familia materna es de la Puebla de Cazalla, provincia de Sevilla) suduce a mis caprichosos incentivos hacia el ocio y la lectura. ¡Todo el mundo quiere encontrar similitudes con sus ídolos, sólo que éstos pueden ser Marco Aurelio o Aníbal, a la vez que Ronaldinho o Maradona!

Como en tantas otras cosas, los romanos fueron auténticos maestros en la idealización de héroes, fueran éstos enemigos o tiranos vencidos por las fuerzas de las legiones. Precisamente, Aníbal es un caso paradigmático. Tal y como recoge el Dr. Jaime Alvar dentro de la obra: “Héroes y antihéroes de la Antigüedad Clásica” (editorial Cátedra), poco importó para la alabanza de tan terrible enemigo (reconvertido en paradigma de los valores a defender con la vida de uno mismo) que fuera tuerto (por un suceso acaecido durante su célebre paso de los Alpes) o no excesivamente hermoso, al menos en comparación con las efigies que en su honor se confeccionaron por los escultores romanos. Visto lo dicho, de lo que no hay dudas es que la “percepción cultural” que tienen las diferentes culturas de los diferentes personajes se halla condicionada plenamente por factores diversos (tan políticos como económicos).

Añadamos a Aníbal otros ejemplos. El ímpetu por buscar caracteres que nos asemejen a personajes insignes se representa en nuestras más íntimas convicciones, pensemos en Cristo. Por su origen geográfico palestino, no sería de extrañar que tuviere más de Arafat que de niño germánico de Hamburgo. Algo semejante ocurre con los faraones egipcios y demás personajes con lugares de nacimiento en actual terreno islámico. Nadie ve rastros magrebíes en el César Septimio Severo, ¡mucho menos en San Agustín, Aníbal o en el propio Jesucristo! Un paradigmático ejemplo de lo aquí explicado es lo que ocurre con Atila.

“Era sumamente juicioso, clemente con los que le suplicaban perdón y generoso con los que se aliaban con él. De estatura era bajo, ancho de pecho, de cabeza grande y ojos pequeños; la barba la tenía poco poblada, los cabellos canosos, la nariz aplastada y la tez oscura, rasgos todos ellos que denotaban su raza”.

Así describe Jordanes, el gran cronista godo, al Rey de los hunos. No obstante, la “perla” que me gustaría destacar no es esta famosa descripción, sino la nota que en mi edición (de Cátedra) hace el traductor: “En este famoso retrato de Atila, que ha servido de base para la caracterización de este guerrero conocido como “el azote de Dios”, se pueden rastrear, al igual que en otras descripciones y relatos de su obra, ecos literarios de algunos grandes escritores clásicos latinos adaptados al personaje en cuestión. Vid. a este respecto J. Lorenzo Lorenzo (...)”. No hay duda de que nuestro traductor es un mayor especialista en la materia que un servidor; pero, por otra parte, no acabo de deslindar, efectivamente, la descripción de Jordanes ¡de la que haría el común de los mortales respecto de un individuo procedente de las estepas fronterizas con China!

En Historia nadie que se precie puede ser diferente a nosotros, mucho menos diferente a la clase gobernante y sus parámetros. Quizás algún día, de ganar las elecciones, Obama no destaque por su piel negra (y sea, como mucho, moreno) o, por lo contrario, ¡o la guapa de Beyoncé sea de etnia siciliana! Nuestras convicciones condicionan nuestras visiones de la historia. Todo ello parece ser inevitable, aunque sigamos queriéndonos parecer a aquellos que antaño vivieron, para ser por nosotros admirados...

pd: Por cierto... Colón es originario de mi patria paterna, ¿no se lo creen? vean la siguiente obra: “CRISTOBAL COLON, ALCARREÑO O AMERICA LA BIEN LLAMADA”SANZ GARCIA Ricardo.


domingo, 1 de junio de 2008

2 en 1: Alemania en la encrucijada

Esta lucha entre el sajón Stressemann y el renano Marx, entre el prusiano Wilhelm y el príncipe Max de Baden, entre los autonomistas renanos y el parasitismo de Berlín; del resultado dependerá en parte la paz de Europa”.

Charles Bonnefon

Como en todo gran país, en Alemania existen contrastes, desequilibrios y múltiples divergencias entre territorios. Para alguien dedicado al Derecho, no deja de ser paradigmático que el alemán sea aquel Derecho, cuanto menos en lo civil, que mayormente refleja su pasado romano (gracias a la exégesis del derecho justinianeo por parte de los pandectistas). Resulta sumamente curioso que la tierra natal de los pueblos “germánicos” (nominalmente, quienes acabaron con el Imperio Romano de Occidente) sea ahora la más privilegiada heredera de sus enseñanzas, no sólo en lo jurídico. Junto a este aspecto, muy divulgativo y un tanto generalista, Alemania participa de múltiples, y un tanto caóticos contrastes, como puedan ser el hecho de ser la cuna del protestantismo, el reino de origen de Carlos V y Arminio, Estado que incluye a Prusia (similar no sólo en el nombre a la gran patria eslava) o insignia del industrialismo continental y, correlativamente, del integrismo paneuropeo.

Alemania no deja de ser una tierra a la vez centro y encrucijada. Se le considera el corazón de Europa, motor y tierra en la que se alzaron ciudades como Aquisgrán (la capital de Carlomagno, “Aachen”), Colonia o Tréveris; a la vez que es una tierra de transición entre el mundo eslavo y oriental (turcos en lo demográfico, polacos, checos y bielorrusos (y rusos) en lo geográfico). Alemania es tan variopinta como poderosa, moderna como histórica. Sus regiones poco tienen que ver entre sí, y de hecho, en no pocas ocasiones se han contrapuesto, fuere en ideologías o marciales disputas. Destacaría de su larga historia tres instantes: el mundo Romano (donde el “limes” del Rin era presa de las tropas germánicas), la guerra entre católicos y protestantes (Lutero surgió de Alemania, así como la Paz de Westfalia) y, por último, la división alemana posterior a la Segunda Guerra Mundial. Digamos algo de ésta última contingencia.

Como bien es sabido, Alemania se dividió en dos partes como consecuencia de la caída del III Reich: el oeste para Occidente y el oriente para los soviéticos. Algo tan sumamente politizado y “artificioso” no dejó ver a muchos el hecho de que se separaron dos mitades, en no pocas cosas contrapuestas, de un país recientemente creado. Los 120 kilómetros que separan Dresden de Praga, o la escasa distancia existente entre Colonia y Bélgica son un ejemplo de la división en dos de la República Federal Alemana. El Occidente del país, con las grandes urbes de la Cuenca del Rhür a la cabeza (Bonn, Colonia, Dortmund, Gelsenkirchen, Dusseldorf...) contrastan con el Oriente del país, donde apenas destacan Dresden, Leipzig o... Berlín. Ese “espíritu objetivamente introvertido”, motivador de ser una nación propensa a la burguesía, al seguimiento de un líder, al sueño, la labor y la imitación, no parece ser suficiente. La idea psicoanalítica de Freud no nos sirve para explicar el fenómeno, debiéndonos referir, como una causa más, a los tres grandes puntos de referencia histórica a los que antes hemos citado, y especialmente al aspecto de la romanización.

La región más industrializada de Alemania tiene cuasi total correspondencia con los antiguos dominios germánicos de la potencia romana. Tréveris y Colonia se hallan en tal región, parte del territorio alemán que fue “civilizado” directamente por los romanos de Occidente, y no indirectamente por los imitadores del Sacro Imperio. La calidad de las infraestructuras, de la vida urbana, comercio y productividad de estos sitios desequilibró, desde un tiempo primordial, la balanza en favor del Oeste de Alemania. Obviamente de nada sirve hablar de historia común, o “nacional”, dadora de derechos o privilegios, pero es totalmente cierto que en Alemania hubo una parte más propensa al avance y al esfuerzo por ser una potencia global: quién sabe si en total relación con la herencia romana. Por otra parte, Europa ha salido ganando del dominio de esta mitad, lo contrario no solamente hubiera sido peor, sino ante todo, temido.

Dada la mayor similitud (étnica, racial, cultural, lingüística e incluso religiosa, por su tardía cristianización) el Este de Alemania siempre ha tenido lazos más fuertes con sus vecinos rusos y polacos que con Francia o Italia. El carácter de su tierra (frío y austero) impregna a las gentes del Este alemán con un temperamento más gélido y austero. La rudeza de la frontera oriental aún es hoy, incluso, contrastable con la mayor “civilización” de las urbes de las fronteras con Francia, Bélgica o Holanda. Pese a todo, todo tiene sus pros y sus contras. El “esfuerzo” del Occidente alemán ha conseguido arrancar, temporalmente, a sus vecinos del este del yugo ruso. Rusia no ha alcanzado, aún su sueño de “unirse” con Alemania para la hegemonía en Europa. Aquello que ya temiera, a principios del siglo XX, Coudenhove en su obra clave (“Paneuropa”) sigue amenazándonos con igual fuerza a los partícipes de la Unión Europea. ¿Dejar que Alemania se acerque a Rusia, o acercar, e integrar, Rusia en nuestro grupo? Esa es la verdadera pregunta a hacer en Estrasburgo o Bruselas, no otras que colorean sus puertas...

* La "Porta Nigra" romana de Tréveris. En segundo lugar, mapa medieval de la urbe de Colonia.