jueves, 31 de enero de 2008

Aprender como un conejo

Uno de mis placeres gastronómicos favoritos es el arroz con conejo. Los comentarios al comer tan opíparo manjar con la familia acostumbran a ser de lo más variopintos. No es extraño pues, que los más mayores, sobretodo si son oriundos de la Meseta o del Sur de la Península, se acuerden de aquellos sucedáneos del conejo conocidos como topos, que no topillos, o más comúnmente, de las comidas celebradas a base de libre, fuera ésta a la brasa, con arroz o escabechada. Pocos serán aquellos que duden de la superioridad de la liebre, virtud de sus fibrados muslos, carentes de grasa, su mayor masa muscular, su grácil efigie o su, notablemente difícil, captura. Definitivamente, aquello que produce la Naturaleza salvaje por sí misma parece resistirse a ser superada por la crianza humana. Lo natural, automático e inevitable siempre ha sido más puro.

La frontera, o barrera, que nos separa del cambio inexcusable siempre nos ha sumido en un letárgico sueño, una metafísica fantasía. Quisiera hacer una curiosa, seguramente inapropiada, analogía entre la educación de nuestros menores y las diferencias entre ambos lagomorfos. Un análisis de las diferentes regulaciones educativas en democracia nos repara graves sorpresas en forma de continuas reformas y variopintas inestabilidades. No es de extrañar ver que existen pocos, acaso ningún, joven que haya sido capaz de acabar todos sus estudios inserto en un mismo sistema. EGB, ESO, BUP, COU... ¡es difícil saber explicar el curso del infante a sus abuelos con este inmisericorde cambio de nomenclaturas!

Dentro de la actual precampaña electoral se ha planteado el debate sobre cuál debiera ser la lengua vehicular en la enseñanza. Algunos defienden el actual sistema, otros proponen la opción de escoger la enseñanza entre una u otra lengua vehicular, con todos los graves problemas de fragmentación y dilapidación del tejido social que ello comporta.

Al respecto, no es difícil llegar a comprender la inevitable simpatía entre hijos de padres nacidos en un mismo pueblo o región, entre infantes vecinos de casa o barrio. Seguramente que halla algún tipo de simpatía en cuanto a acento, igualmente cierto es que el motivo de la lengua rara vez ha sido criterio para formar equipos de fútbol en el patio..., luego, ¿por qué debiera serlo a efectos educativos?

Frente a la fibra de la liebre se antepone el pienso de los conejos. Quisiera poder ver algún sentido a las diferentes acciones gubernamentales (sean estatales, o en la mayoría de los casos, autonómicas) que tienden a la conocida como “inmersión lingüística”. ¿A alguien no le chocaría que se hablara de primer contacto lingüístico en la escuela para el caso de un niño español que no ha tenido otro remedio que criarse en China? ¿Sería necesario imponer por el Gobierno Federal una enseñanza privilegiada del alemán en las escuelas de Sttugart o Hamburgo?

Lo dudo. Todo lo que no sea dejar pastar libremente a la liebre es querer crear conejos de granja. La lengua no es nada más que un instrumento, algo que sirve como requisito mediato para poder acceder al conocimiento que le transciende. Lo importante del estudio de la biología no es saber si se dice ADN o DNA sino ser consciente de la presencia de ácidos en su haber, ¡y su presencia en el núcleo de las células eucariotas!

Para alguien criado en Hospitalet, esa capital fáctica sumisa, con sus trescientos mil habitantes, la cosa no tiene vana importancia. Un infante criado en Badalona, Santa Coloma, Mollet o Barakaldo sabrá dar testimonio, cuasi con total seguridad, de lo dicho. Muchas veces se intenta incidir en el consumo lingüístico sin tener en cuenta el aprendizaje. Es más importante, a efectos gubernativos, saber expresarse bien, conformes a las normas del más anacrónico y politizado diccionario, en la lengua propia, que conocer las biografías de Cervantes o Julio César, las fórmulas elementales de la química orgánica o el compuesto mayoritario del sulfato. ¿¿¿¿Cómo comprender bien la obra de García Márquez si se promociona la lectura de: “Cent anys de soletat”, o, conociendo la lengua catalana, leer “Tirante el Blanco”?????

Llegados a este punto quizás sea el momento de fomentar el mayor miedo de los granjeros. Una revuelta animal, un movimiento que abogue por la liberación del conejo de granja, por su posibilidad de ser libre, de ser liebre campestre. A nadie se le escapa que no es más importante el medio que el resultado, la lengua que el contenido. Dejen libertad para que los niños y profesores usen la norma que les apetezca, que no exista control ni condicionamiento. ¿Qué sentido tiene estudiar la Reinaxença en Castellano o el Derecho Penal en Catalán?

En una sociedad globalizada, donde nuestros menores, y nosotros mismos, tenemos un claro déficit en lengua inglesa no podemos seguir erosionando el potencial de la lengua española, el prestigio de la catalana. Para todo habitante de Cataluña el Catalán sería más propio sino se “impusiera” y monopolizara por claros grupos de presión política, de almacenamiento de poder; en otras palabras, si fuera producto de un sentimiento, natural y autónomo en cuanto a la persona, de pertenencia. El conejo alargaría sus orejas hasta ser liebre, le picaría la curiosidad de saber quienes fueron Martorell, Guimerà, Pla o Carner. Debemos centrarnos en una educación que enseñe contenidos, no en la construcción de granjas políticas. Menos mal que después de cualquier debate, siempre nos quedarán las matemáticas, la única ciencia, nominalmente pura, que le importa más bien poco en qué lengua sea enseñada, y es que el más seguirá siendo más y el resultado, el resultado...
Primera ilustración: "Junger Hase" de Alberto Durero (1512). Segunda ilustración: "Discourse into the Night” fuente: Blades, William: “Pentateuch of Printing with a Chapter on Judges” (1891)

miércoles, 30 de enero de 2008

Hostilidades con un peluche

Fue delictivo el hecho de coger manía a un oso, convertir su aterciopelada textura en carbón de azabache, sus ojos embotonados en perlas de azufre, su sonrisa cosida en hipocresía. Todo aconteció por su posición siniestra, su proximidad a la cosa amada, a su cuerpo, su piel, sus cien noches y sus deseadas siestas. El osito es laborioso en el malhacer, toca cual nuca de blanco cisne, ese ideal de belleza intertemporal, homenaje debido a la Luna y, a la más cálida noche, en plena belleza. Malvado, alevoso, envidioso, lujurioso, mentiroso, hipócrita, ladrón de almas y de sensaciones, el oso es un tabú en mi vocabulario, un demonio en mi panteón de ideas. Quizás se den cuenta de lo malvado del peluche, de la alergia que me produce su ventaja, su ideal posición de psicópata, de diván argentino, de actor de cine líbico. Sus mejillas le sirven de espejo, no pudiéndose peinar jamás al de reptilia efigie, empelado en peluche, peinado de fábrica. Nadie llegó a comprender jamás cómo ganó la guerra. El oso es un maestro estratega. Prevención de batalla actuando primero. Y es que sus dedos, inexistentes, rozan continuamente el maná deseado. Se arropa entre sus brazos, alcanzando a tocar lo que acaso antes tú has besado, sin mayor mérito que su cambio por dinero, maquiavélico ejemplo de utilitarismo por sentimiento. Cómo fue capaz de salir victorioso cambiando las dunas por las sábanas, las incursiones por la diosa Fortuna. Quizás sea producto del capitalismo, de lo inevitable del mercado. ¡Cómo pudiste oso malvado ser capaz de semejante rapto de sitio! La ternura del juguete juega a ser bendito. Carantoñas y saludos son el precio pagado por el niño, mimos y ternura para quien duerme entre sus hipócritas zarpas. Odio su relleno, su tacto y la idea de comprarlo. El peluche es un constante novio que no admite racional celo. Me temo que la desgracia humana, en cuanto a su punto de vista más varonil, no es el no poder retroceder en el tiempo. Lo dudo. Quizás la transmutación sería el mayor deseo para los miembros masculinos de nuestra especie. ¡Llegar a ser peluches! ¡Quién se conforma con vivir en la carne de una vaca hindú, pudiendo tener otra vida con todas las noches entre tus brazos! Imagen procedente de: http://commons.wikimedia.org/wiki/Image:Teddy_bear_27.jpg, sujeta a: GNU Free Documentation License. Autor: Waugsberg

lunes, 28 de enero de 2008

La religión del Derecho

Sin más dilaciones, la pasada noche inicié la lectura de “Mario el epicúreo” de Walter Paper (editorial Valdemar). El contenido del libro no podía ser más seductor. Tal y como reseña el prologuista de la edición, Alfredo Lara López, la obra no deja de ser una novela histórica “filosófica” en la que un joven romano, Mario, pasa de la religión familiar (de los manes y los penates) al Cristianismo arcaico, pasando antes por el estoicismo encarnado en el Emperador del momento, el sabio Marco Aurelio. Se dice que el libro fue obra de culto para varios intelectuales de la Inglaterra Imperial de finales del Siglo XIX, decir como ejemplo que Oscar Wilde sería uno de sus grandes devotos. Más allá de la calidad, sobriedad y riqueza intelectual de la obra, el libro de Paper no deja de ser un motivo para la reflexión. Nada más lejos de la realidad, en lugar de ser mera literatura de ante-noche, “Mario el epicúreo” es una suerte de manual de religiones comparadas: el paganismo, el estoicismo y los pilares del más primordial Cristianismo frente a frente.

Quizás por condicionamiento profesional, o tal vez por el determinismo de mi rutina opositora, no dejo de ver algún provecho jurídico en el análisis de esta obra. En el epígrafe correspondiente a los “sistemas de contratación”, recuerdo haber leído las ideas del profesor Gorla, quien afirmara que dentro de la mentalidad jurídica primitiva, sólo se concebía como fuente de obligaciones a la forma, entendida ésta como una especie de valor mágico, poder sobrenatural. Con los romanos, la situación no cambiaría en exceso, rigiendo, en materia contractual el principio, atribuido al célebre jurista Ulpiano, de “nuda pactio non parit”. Valga decir que el sistema jurídico romano era, ante todo, formalista. No es extraño pues, hablar de proceso formulario durante el estudio de esta disciplina jurídica. De hecho, cualquier actuación válida dentro del “ordenamiento” romano debía revestir una finalidad, pero ante todo, una forma (véanse instituciones como la in iure cessio, la mancipatio o la stipulatio). Los pueblos germánicos no sólo no cambiarían la situación sino que la acentuarían. La “paz jurídica” dentro de las sociedades bárbaras (es decir, ajenas al Imperio) se basaba primordialmente en el cumplimiento de ciertos ritos y formalidades, dentro de las cuales la carta o escritura, como documento constitutivo, se generalizaría.

La relación del libro de Paper con la historia, de algunos, de los diferentes sistemas contractuales antiguos, seguirá siendo un tanto etérea para la mayoría. Con ánimo de integrar esta lacra, debemos seguir con la explicación. En tiempos del Imperio Romano, el Derecho Clásico vio menoscabado un tanto su formalismo virtud de la labor interpretativa del pretor, magistratura creadora del conocido como ius honorarium. Las rígidas instituciones del derecho arcaico se verían moduladas por las necesidades de la práctica, siendo correlativo el auge imperial con la evolución estructural del Derecho. En palabras llanas, la magia de la forma dejó paso a la confianza en el hombre, siendo, el estoicismo primero, el cristianismo después, un clímax en cuanto a la relativa perfección en lo que a “libertad” humana se refiere.

La religión y el Derecho han estado, y lo siguen estando en varias civilizaciones (Islam, Hinduista), firmemente relacionadas. Tal y como me enseñaran en mis lecciones de Derecho Comparado, bajo el magisterio de el Dr. Juan Miquel González de Audicana, bien pudiera tenerse una visión del Derecho comparándolo con una célula procariota. En otras palabras, si configuráramos una ficción en la que el Derecho aconteciera un organismo unicelular, con su correlativa membrana celular permeable, podríamos sostener el símil de que el medio en el que se desarrolla la existencia del organismo fuera la religión, la moral, la política, y muy genéricamente, la sociedad. Pese a tener una existencia individual diferenciada, sino difícilmente existiría la célula, el Derecho “procariota”, valga la licencia literaria, no sería independiente del medio, sino que se correlacionaría con él pasando influencias, continuamente, a través de la membrana. En el punto álgido del Imperio Romano, reinado de los Antoninos (Trajano, Adriano y Marco Aurelio, entre otros), a la vez que perfeccionarse el deseo de Platón de que algún día los príncipes fueran filósofos, se dio en el Mundo un suceso predestinado a cambiar la sociedad humana. Con límites considerables, se dio la "vida jurídica”; pues pasando de la mágica del primitivo derecho, y, en parte, del formalista derecho romano arcaico, el albedrío del jurista se vio facultado para la innovación jurídica.

El Cristianismo, en un primer momento, “lucharía”, siempre en referencia al campo de las ideas, contra la pomposidad del ceremonial pagano (sea en la religión familiar o en los múltiples misterios orientales, mitraísmo principalmente). La confianza en el hombre se estandarizaría, sin perjuicio de que se estableciera el límite de Dios, esa “norma fundamental” de la que hablaría, muy posteriormente, Hans Kelsen, y que perfeccionaría el paso sucesivo del hombre por la tríada de grandes religiones de Occidente.

Al final, el valor de la obra de Paper aparece notable, cuanto menos en cuanto a voluntad, en las líneas de este artículo-reseña. Paper nos hace viajar por la historia de las ideas, durante una etapa de nuestra historia en la que se engendrarían buena parte de las criaturas sapienciales que posteriormente nos condicionarían. El derecho, como organismo “autónomo” comenzaría a ver los contornos de su posterior configuración, mientras que la magia de las antiguas religiones iniciarían su éxodo desde el mundo legistativo para permanecer en los libros y recuerdos de un pueblo falto, como siempre lo ha estado, de una explicación última que justifique el bien, argumentando en contra de los excesos del egoísmo y de la engreída eficiencia.

Primera ilustración: Fresken in der Galerie des Palazzo Medici-Riccardi in Florenz, Szene: Justizia de Luca Giordano. Segunda ilustración: estatua del Emperador Marco Aurelio.

sábado, 26 de enero de 2008

Los enclaves del Edén

Son muchos los momentos en los que uno no alcanza a comprender las fronteras entre la Realidad y Fantasía. Como escribiera Ende, en su célebre, quizás bíblica, “Historia Interminable”, el choque entre ambos mundos, inoportuno y convulso, engendra a la pérfida mentira. Bien lo saben periodistas, abogados, políticos, pensadores diversos, y ante todo, científicos. Desde una perspectiva amplia, el conocimiento científico debe hacer frente a dos grandes lacras: en primer lugar, el subjetivismo inherente a cualquier ser humano, cuerdo, que tiene conciencia de su persona; en segundo lugar, las notas, informaciones, por naturaleza aleatorias, que hacen que el Pasado sea irreconstruíble dada su esencia caótica. No se lo crean, el regreso al Pasado es, matemáticamente, imposible.

Para un aficionado a los saurios siempre ha sido ciertamente curioso el asunto. Siempre ha tenido uno la imagen de que era el terreno, que en la actualidad ocupan los EEUU, el lugar más dichoso y edesiánico de todo el globo. Por allá pastaban Triceratops, y anteriormente Diplodocus, no siendo extraño oír rugir al Tyrannosaurus, al Allosaurus, ¡o incluso al mongol Velociraptor!. Uno parece llegar a la conclusión de que sólo en el “patio de tío Sam” habitaron gigantes de tales tamaños, siendo el resto del Planeta “res nullius”, tierra inhabitada y obviada por el latente mesianismo americano.

Ciertamente, en pocas ocasiones se ha oído decir que la virtual “ausencia” de fósiles en otros continentes bien pudiera ser producto de la falta de hallazgos, por diversos factores, sean éstos la falta de técnica o la difícil situación geopolítica de estos enclaves (véase Níger, Tanzania o China). Para un “freak” de los dinosaurios, EEUU sabe a ellos: sus grandes museos paleontológicos, escenarios de filmes y documentales, así como el recuerdo de aquellos documentales donde se hace mención de los actuales estados de los USA como si fueran provincias, ¡ya conocidas, por Maese Tiranosaurio! Definitivamente, existen diferentes factores que condicionan nuestro conocimiento y valoraciones.

Serán muchos los que hayan oído hablar de Giganotosaurus, Carcharodontosaurus o Spinosaurus (los tres de mayores dimensiones que T. Rex), o de Argentinosaurus, Seismosaurus y Ultrasauros (mayores, así mismos, que los célebres Diplodocus y Apatosaurus, más conocido como brontosauro). Las más modernas investigaciones en suelo chino, argentino, sahariano o europeo están comenzando a dilapidar el “otro Sueño Americano”, aquél que, sistemáticamente, pretendía situar al mesozoico Edén a orillas del Missisipi, no entre el Tigris y el Éufrates...

Sería algo tan deforme, empíricamente hablando, como el sostener que es África más pródiga, por propia naturaleza, en engendrar grandes felinos y antílopes; obviando que son la Amazonía, el Congo y el Sudeste asiático quienes sostienen los mayores índices de biodiversidad, no constatándose que la “pobreza” animal de los países ricos del Norte se debe, en no pocas ocasiones, al factor humano. Son pocos aquellos que han llegado a hablar de la “desgracia natural del Norte”. Por qué no defender que el progreso civilizador de estos lugares se debió, en buena parte, al empobrecimiento de sus ecosistemas, pudiendo los pueblos de África subsistir con un mismo método de supervivencia que les ha llevado al colapso de lo anticuado, mayormente, virtud del fenómeno globalizador.

Todo en el Mundo sapiencial son contradicciones, las hagan profesores o catedráticos. Quizás sea eso lo que se conoce como “efecto mariposa”; acontecimientos que, lejos de ser “mariposas”-polillas "de armario", nos demuestran cuán ciertas son las teorías de la física cuántica: del Caos y su correlativa inercia. Se mire por donde se mire, el gran problema de la historia, sea ésta humana o natural, es saber discernir entre la realidad (donde el medio condiciona al ser) y la narración (donde el ser, la persona, condiciona el medio que se describe). No busquen árbitro definitivo, ni aquí, ni mucho menos en el Cielo, la realidad absoluta no existe, sin ser necesario preguntar a Agamenón, ni acaso tampoco a su porquero.
Origen de las ilustraciones:
Gorgosaurus de http://www.dinosaursinart.com/gorgosaurusgho.htm. La segunda es Saltasaurin (pequeño Saltasarus) de:
http://www.dinosauromorpha.de/pal_saurop/saltasaurin.JPG.

miércoles, 23 de enero de 2008

Resultado de una ficticia encuesta

Siempre me ha preocupado en qué consiste el pasar de la muerte mundana a la inmortalidad de los tiempos venideros. Cómo se consigue formar parte del recuerdo común, sin necesidad de caer en el fatídico precipicio de los lamentos. Conseguir ser inmortal en lo positivo, lejos del lado oscuro de la inmortalidad: de aquel oasis en lo eterno, plagado de genocidios, asesinos y demás culpables variopintos. Gilgamesh fue en su búsqueda, poco encontró por el camino. Hércules alcanzó la inmortalidad cumpliendo doce trabajos, con total mérito pues, a duras penas, el resto de los terrenos somos capaces de cumplir con uno. Marcar tu nombre en un libro, mejor en varios, siempre ha sido una ayuda para el propósito. ¿A quién no le suena lo de plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro? Sin embargo, mi avaricia e innata envidia por lo ajeno me hace pensar que aquellos que tienen dedicada una vía, una calle, sea ésta grande o pequeña, tienen pagado el peaje en tan fantástica autopista: llegar a ser célebres en el recuerdo, motivo de comentario al pasar por delante de su placas, preguntándose uno cuáles fueron sus respectivas biografías.

Nunca llueve a gusto de todos, ni mucho menos, todo el mundo está contento con los nombres de las calles por las que transita. Barcelona no deja de ser un ejemplo, seguro que de forma similar a como pueda serlo Zaragoza, Madrid, Los Ángeles o Río de Janeiro. Una encuesta ficticia a pié de aduanas seguro que nos confirmaría las impresiones que en este texto, una vez acabado, espero haber expuesto.

Pongamos que Elder es un turista brasileño, de considerable cultura, que pisa por primera vez la Ciudad Condal, previo paso, obviamente, por el Aeropuerto del Prat. Un millonario ebrio frecuenta la terminal. Su capricho del día es proponer a todo peatón un concurso: intentar que adivinen el nombre de cinco de las calles-plazas más importantes de Barcelona (sirviéndose, para su verificación, de una lista previamente confeccionada). Elder tiene la suerte de ser el primero en cruzarse con tan curiosa criatura. El hombre, en un estado de pseudo-serenidad, le propone el reto al turista. Lejos de la cordura, el benefactor le ofrece mil euros por cada respuesta correcta. El turista, sin acabar de creérselo, habiéndose asegurado antes de la inocencia del personaje, empieza a creerse el suceso.

La primera idea que pasa por la cabeza del Elder es la intentar recordar cuáles debieron de ser los personajes más importantes en la historia de Barcelona. Piensa en diversos nombres. Obviamente, los primeros en aparecerle en mente son Ronaldinho, Rivaldo y Romario, como buen brasileño, sin embargo, se percata de que ninguno de ellos está muerto, y de que la cultura media española se basa en otros criterios más que en los del noble deporte del balompié.

Sigue cavilando. Elder opina que quizás debiera probar con los nombres de aquéllos personajes sobre los que espera conocer algo más una vez deje Barcelona. El primero que se le viene a la cabeza es Picasso. Su circunstancial juez piensa... es de la opinión de no considerar al enclave como uno de los lugares más céntricos: visto lo dicho, le da la mitad de la recompensa. El jugador comprueba la veracidad del asunto, por lo que se ilusiona en sacar mayor tajada de esta experiencia. Sigue con los nombres... cita a Dalí, después de todo junto con Picasso son dos de los mayores atractivos de su viajes. Definitivamente no tiene premio por ello, pues la guía no le muestra ese nombre. Mmm, la cosa se pone más difícil: en dos intentos sólo ha conseguido medio acierto.

Planeando su viaje a España, recuerda haberse leído el Quijote. Barcelona es la única gran ciudad actual a la que Cervantes rinde homenaje; opina que, en pro de la justicia, seguro que deben de existir las calles Cervantes y Quijote. Agua de nuevo, el triste callejón del Gótico dista mucho de ser principal y de la segunda, no se tiene conciencia. Sólo le quedan dos intentos, pues valga decirlo, su benefactor no le permite ningún margen de error: ¡después de todo, uno se estudia la guía turística antes de venir a Barcelona! Enrabietado, no sin cierto aire de pique, decide gastar sus dos últimos intentos con los nombres. Josep Pla y Monturiol (además de la literatura, le gusta la ingeniera a nuestro sujeto). “¡Plas, Plas!” –el alegre millonario se ríe de su víctima- ¿Cómo es posible buen hombre? ¿Acaso en Sao Paulo no dedican las calles a personajes más célebres?

Elder se enfada, el pobre hombre se ha quedado sin premio ni estima. ¡Qué culpa tiene él de haberse topado con tamaño sujeto, qué culpa tiene de él de creer antes en Cervantes, Pla o Dalí, que en Macià, Pau Claris, Aribau, Companys y Casanova!

Un experimento semejante con un anciano incluye en la lista de menciones a Calvo Sotelo e Infanta Carlota, otro, más joven, gana dos mil euros al recordar los nombres de Cataluña y España (por lo demás obvia la cosa). Un forofo de Gràcia pierde al invocar a Europa, un jurista concienzudo tampoco evita errar al citar los nombres de Càncer y Roca Sastre. No tiene igual suerte un capellán, pues éste cae en Balmes y en aquél dicho del Quijote: “Sancho, con la Iglesia hemos topado”. Definitivamente, aunque se trate de una encuesta, recuérdenlo, ficticia, me atrevo a gritar a los cuatro vientos: ¡misión cumplida!

Experimento ficticiamente probado. No intente ser un gorila blanco, un pintor internacional o un benefactor social, escritor apolítico o filántropo; si quiere usted ser inmortal, poniendo su nombre a alguna calle, no lo dude: ¡hágase político!

martes, 22 de enero de 2008

La historia de Said

Rincorosa no era una cabra cualquiera. Su habilidad, un tanto simiesca, en el arte de cortar ramas la hacían única. Lo mismo escalaba peñas, que comía ramón o aliaga, digería algún hilo (de esparto o de seda), o simplemente, se despeñaba, ínfimamente, del peñasco más hostil y prohibido. Sus balidos solían acontecer signo de mala nueva, y es que sólo su arte al engendrar sanos cabritos ¡le salvaban de entrar en el campo de las alimañas domésticas!

Said iba a remolque del animal, su rebaño se dispersaba con total irreverencia. El pastor no sabía dar orden, ni mucho menos, imponer respeto; en realidad, las cabras siempre han sido más listas de la cuenta, mayormente soberanas que un infante de once años. Los chacales de las rocas, buitres y rapaces, y alguna que otra reina de escamas, no le acobardaban en su labor cotidiana, esa técnica de supervivencia: acompañar a las cabras en su pasto, soportar sus inclemencias, buscar sustento en sus caprichos, a falta, irremediablemente, de una mejor solución posible.

Los animales es raro que demanden lo que necesitan. Sus ganas pocas veces se lo permiten, siendo antes el momento que lo obtienen, que aquel en que lo cotejan. Sus instintos se comieron el pensamiento, su valor el sentido de la vergüenza. Rincorosa era una maestra en el arte de lo infame, su sed solo se saciaba con el momento, no conocía de prórroga o plazo, simplemente sabía de la tempestad de sus entrañas: las ganas del presente instante.

Su hídrico olfato no le había engañado, allende las próximas rocas y quebradas fluía un río. Said conocía de su abuela los peligros del mismo. “Ve siempre a la charca” recuerda haberle oído decir. El joven chaval no alcanzaba a comprender el significado de los consejos de su vieja benefactora. Su cátedra era la infancia, su teoría la del juego y la inexperiencia. Sujeto temprano para tanta responsabilidad, las cabras pastaban con Said, no sabiéndose bien quién era el guía.

Un ruido estremeció al chico con su paisaje. ¡El golpe carecía se la sequedad del virote, qué decir de la del peñasco! Said no conocía al miedo, su mente era inmune a lo irreverente. El hecho era estupro para su jornada cotidiana. Corrió en busca de sus cabras, cuanto menos, de aquellas que ya no estaban cerca. La indisciplina había alcanzado un clímax, no tanto por naturaleza como por los nervios.

Repentinamente Said sintió algo en su espalda. Un golpe lo dejó a mitad de camino entre la serenidad y la inconsciencia. Nadie le había rectificado con tanta fiereza, ni el clima, ni el viejo maestro, mucho menos su severo padre. Said cayó en el desmayo, transmutándose en fardo de heno, pienso de los tiempos, con los que desalimentar a sus dulces cabras.

El soldado lo recogió, lo trasladó al lugar del crimen, del rapto. Varios compañeros acababan de optimizar el nuevo aparato. El extractor comenzó a engullir agua con soltura, mostrando a los peones el ingenio de otros intelectos. El país estará contento, la nación camina con pasos cortos, pero fuertes, ligeros, aun careciendo suavidad, siendo fatal terciopelo. El coronel se identificó con el recluta, percatándose de la novedad, y malaventurada hora, en la que el pastorcillo descubrió la jugarreta. “Que parezca un resbalón” –dijo el cabo primero- “Haz parecer que se dio contra una piedra”. El pobre instrumento, sin contestación posible, inyectó sedante a la víctima; el veneno aquel día no vendría de ningún reptil, llevaba pantalones y zapatos, también metralleta.

Nota: el agua es uno de los factores más peligros en esta crisis, junto con la falta de independencia de nuestra economía del petróleo, y la inseguridad que provoca la comunión en conciencia y destino con todos los rincones de este planeta. La Globalización muchas veces tiene esas cosas: enseñar para aleccionar, o cuanto menos, ser conscientes de que no se está actuando. Maná vital para todo ser vivo, ¡Dios quiera que las guerras no se basen jamás en su apropiación!

Pese a todo, Said es una metáfora de hechos que ocurren con tanta frecuencia, como fiereza. Israel, hermano mayor (cuanto menos en armamento) dentro de la familia de Oriente Medio, utiliza las fuentes de agua a su libre albedrío. ¡Quién dijo que no eran suyas, quienes son sus vecinos para privarles de sus deseos!

A modo de final, un ejemplo de hipocresía: información del gobierno israelí sobre su política hidrográfica. Artículo de Georges J. Nasr

Origen de la ilustración: (autor: http://en.wikipedia.org/wiki/User:Fir0002)

domingo, 20 de enero de 2008

El cormorán


Como un rayo, el cormorán se zambullía en las aguas del Mediterráneo pescando pececillos por alimento, con suma estrategia, cual maná sacro. Jamás se oyó un gatillo tan preciso como emplumado, la idea a la que sirve no se comprende en el animal, ¡cómo tanta tecnología salvaje en un ave tan discreta como efectiva! Sin embargo, para el caso el ave hace de figurante, de negra efigie con la que acontecer motivo para la escritura, para la descripción, centro de atención irremediablemente condenado a decaer ante el esplendor de la radiante figura.

Un paseo a la orilla del mar dota a la experiencia de un saborcillo a duras penas descriptible. Las olas chocan con la arena, como saliva y labio, dando por fruto esa fragancia efímera y perecedera, aire acuático, brisa marinera. El cormorán observa, sigue en su búsqueda vital con el rigor de un opositor, la clase de un abogado. Sus plumas sólo entienden de inmersión, burlándose del par de tórtolos que cantan sus románticas letras en el marco de sus zambullidos. Ambos se miran y besan, tocan y acarician, contemplan uno al otro, viendo al pájaro de refilón, con mirada escrutadora y desconfiada ¡no fuera a ser el ave un espía, un ladrón, atávico, de momentos!

El ave se nutre, cumpliendo una de sus tres funciones vitales mientras sus vecinos cumplen aquella destinada a relacionarse. Los peatones poco importan, sólo hay lugar para tres, un “menage a trois” existencial: dos amantes y un pájaro. Uno reflexiona sobre si el ave contempla a unos o son aquéllos quienes se han percatado del ave; la respuesta es difícil, pues cada uno sigue a lo suyo. Ambos campos semánticos se incluyen dentro del de la Naturaleza, cada cual con sus impulsos, uno con el hambre, el resto celebrando la falta de ausencia. El hecho parecería querer ser metafórico, pura lectura vital de una jornada partida. Una tarde de amor, en la que existe rastro de pesca, buena captura para el alado, excelente para quien se siente, locamente, entre románticas rejas.

El Sol parece animarse con tan sentimental juerga. Los besos lo apagan yéndose a la búsqueda de su amada. Nadie conoce donde se reconcilia con la fémina Luna, cómo son capaces de romper en cada anochecer, para darse siempre un breve abrazo, con la madrugada. Todo es naturaleza amatoria, el ritmo vital del amor, esos sentimientos que no quieren separarse del instinto, puesto que a él sirven. Los cabellos chocan siguiendo la simetría de las olas. Pura lucha contra la entropía, desorden simbólico que recrea el primordial orden rosa. ¡Cuán poco afortunado sería el cormorán, si pudiera contemplar lo poco que son sus manjares, comparándose con aquello que tan bien rima con tu propia esencia!

viernes, 18 de enero de 2008

La muerte de Teodora

Porfirio había varado en una de las orillas del Bósforo. La ballena, que tanto había aterrorizado a la población bizantina, había muerto sin ser presa de ningún marinero; todo en ella era pura fortaleza, convertida ahora en carroña de Leviatán, mero cuerpo de cetáceo, varado en la arena. La realidad reconquistaba aquello que había sido generoso pasto para la leyenda, el ser marino había fenecido cuando menos se esperaba tal acontecimiento. Al final el rumor fue clamor, se transmuto en ente empírico aquello que acontecía fantástica leyenda: ¡Porfirio había muerto! –gritaba el populacho- ¡Llegó la hora de la emperatriz ramera!

Decía la leyenda que un sutil hilo unía las vidas del cetáceo y Teodora, todo era mágica alegoría, coincidencia, motivo de reflexión para unas conciencias demasiado predispuestas al sueño y la metafísica. El caso es que la primera dama agonizaba, su cuerpo se sometía al paso del tiempo, y a la enfermedad; ciertamente, jamás se había sentido tan común después de dejar las paredes del burdel, los subterráneos y arcos del hipódromo. Justiniano no tenía consuelo, su parejo ventrículo agonizaba amagando con causar tormenta: la de la decadencia, el derrumbe del coraje y seguridad que hacían de ella, para sus intereses y los del Imperio, poder y fortaleza.

Su mérito jamás fue sólo el de ser mujer. Su camino vital le llevó desde los callejones de Alejandría o Antioquia, directamente a vestir la púrpura de Constantinopla. Santa Sofía aún parece agachar su cúpula cuando se pronuncia su nombre, por más que fuera ella quien le puso límites al capricho justinianeo, control en un hombre que no había acabado de comprender la diferencia entre el ser y el deber ser, del sueño frente a la madurez del hombre enfermo. Después de todo jamás dejo de ser una antigua ramera: su pasado le vestía junto con las arrugas, su piel se intentaba alzar entre los mares del Tiempo, de la melancolía y el recuerdo. Quizás sea redundante para algunos hablar de Teodora y de la ballena. Para muchas almas sería doble contingencia hablar de monstruos, cambiar de sustantivo, para referirse a una misma y equivalente esencia. El fuego interno de la emperatriz parecía no poder resistirse a sus ganas de apagarse, mientras, Porfirio moría...

Las velas del Palacio Dafne se encendían queriendo guardar algo del poder de la mañana, la emperatriz obsequiaba sus últimos aires de oxígeno, su fragancia olía, más que nunca, a loto marchito, azucena y azahar putrefactos, esencias decadentes para un nefasto día. La mujer y la ballena, el animal y la dama, binomios tan diferentes, como idénticos en futuro y destino. La muerte se rió de los dos, no haciendo diferencias entre la bestia y el cáncer de la célebre gobernanta. ¿Quién dijo que todo en la enfermedad era injusticia pura? ¿Hay alguien más equitativo que la dama de negro y su guadaña, algo menos corruptible ante el dinero?

Todo el complejo se hallaba en movimiento, Justiniano se resistía a dejar al Imperio huérfano. Se negaba a aceptar la viudedad a sus sesenta y seis años, no pensaba ser justo sujeto de la viudedad. Creía no tener edad para el luto, quizás reflexionó sobre si existía, en verdad, alguna edad justificada por la que dejar la tierra.

Al fin el momento llegó, Constantinopla entera parecía no llegar a comprender qué era aquello que se avecinaba. Los catafractos vistieron de luto, la guardia guardó, geométricamente, la más ordenada y noble de todas las filas. Formación de homenaje, despedida de alguien que, a la vez que compañera, había sabido ser, del César, hermana mayor, esencia de Madre.

Las calles de Bizancio rugían de murmullos, se había cumplido la profecía; atrás quedarían los tiempos de esplendor justinianeo. Ravena lloró en su laguna, Edesa desde su fortaleza. El Imperio parecía querer consumar su adiós a Roma, abrir sus puertas a esa noche estrellada, llamada Edad Media. Pese a todo, aquel era un día corriente, como también lo era el cuerpo. La inmortalidad del recuerdo se pintó en el pódium de la importancia, Teodora resucitaría en la imaginación, en las páginas que narrarían su historia. Después de todo resistir ante la gritada Nika tuvo valor, la púrpura hizo la más bella mortaja.
  • Primera ilustración: “Arabian Nights” de Benjamin Constant. Segunda ilustración: “La destrucción de Leviatán” de Gustavo Doré.

miércoles, 16 de enero de 2008

La mirada del águila

No creo ser el único que al pensar en la palabra “imperio” le vengan a la cabeza ideas como las de conquista, sumisión, guerras o colonias. Dentro de una visión comparativa de la historia, el poder relativo (potencia y esplendor) de cualesquiera de las grandes potencias que se han alzado sobre nuestro planeta se ha medido en base a la amplitud de sus territorios, la diversidad de sus gentes, la multiplicidad de reinos sometidos. Esta concepción no deja de hacer aguas cuando pensamos en EEUU.

Nadie negará la consideración de los EEUU como Imperio de los siglos XX-XXI. Los halcones del villano así nos lo demuestran mediante sus actuaciones en política internacional (¿alguien había reparado en la mención que se hace a las bombas en el propio himno de la nación estadoudinense?). No obstante, de ahí viene la gracia e interés, que al menos en mi persona, produce la ciencia histórica, pues ésta se empeña en mostrarnos cuán equivocados estaríamos si redujéramos el campo semántico “imperial” a aquellos imperios que disfrutaron de vastas conquistas y extensiones.

No es que se pueda afirmar, respecto a los EEUU, que sus 9.631.418 km2 (frente a los 5 900 000 km² del Imperio Romano o los 22.402.200 km2 de la antigua URSS) no sean indicadores de posesión de un basto territorio; sin embargo, a nadie se le escapa que las actuaciones del coloso americano no revisten, aparentemente, “formas de conquista” sino que más bien acontecen actuaciones, en pro de, la justicia-orden-democracia interancional, o en otras palabras, de la propia economía del nido de sus halcones. EEUU es una potencia que gobierno pero no conquista, que influye sin ser propietaria, actuando (poseyendo) aquello de lo que no detenta “facultad dominical” alguna. Tal y como se dijo anteriormente, el modus operandi de EEUU no es plenamente innovador en historia. Pongamos el caso de Bizancio.

Antes del año 476 d.C., nominal caída del Imperio Romano de Occidente, Constantinopla ya había adquirido el cetro imperial, la concentración del poder, no sólo latente sino también empírica, del Imperio Romano. En contra de lo comúnmente afirmado en las enseñanzas elementales de historia, Roma no cayó ante el hérulo Odoacro. La fundación del Papado había trasladado el poder desde el Palatino al Vaticano, ya antes de que cayera la urbe eterna ante los bárbaros. Pese a todo, el gran poder del Sumo Pontífice chocaría en varías ocasiones con la púrpura imperial: monopolizada, aunque luego fuera sólo nominalmente, por el basileo bizantino.

Una consulta al diccionario nos dará un significado del adjetivo “bizantino”. Como buen partícipe del mundo oriental: Bizancio acabaría por caracterizarse, a ojos foráneos, como un gigante enfermo, sujeto a los hedonistas rigores del lujo, la conspiración y el trabajo oscuro. Los agentes-diplomáticos bizantinos pasarían a la historia por ser una muestra, genial, del ceremonial, autoridad y buen hacer de todo miembro de la burocracia internacional que se precie. Los “Consejos de una aristócrata bizantino”, de Cacaumeno, son una buena muestra de ello. Bizancio llegó a sujetar al orbe mediterráneo ahorrando la fuerza de sus catafractas, en no pocas ocasiones. Quizás el caso menos estudiado, pero más notorio, sea la muerte de Atila.

Comúnmente se ha afirmado que “el Azote de Dios” ha sido una de las mayores amenazas que han mirado hacia Occidente. Pese a la labor del general Aecio, el huno fue capaz de saquear buena parte del mundo romano: arrasando Aquilea, amenazando a las mismísimas puertas de Roma y de Constantinopla. Se dice que el Papa León I le convenció, junto con la grave infección palúdica de su ejército, para que abandonara Italia, acontecimiento mitológico donde los halla; no menos mitología ha rodeado a la muerte de Atila. Siempre se ha sostenido, comúnmente, que fue víctima de una copiosa hemorragia durante su noche de bodas con la bella Ildico, cayendo el caudillo ahogado en su propia sangre. Otros, incluidos los propios cronistas de la época, afirman que fue una conspiración o la propia Ildico quien envenenó al monarca. En la actualidad la visión a cambiado: quizás por efecto del haber contemplado las actuaciones de los múltiples y diversos servicios secretos que nos controlan.

El Emperador Romano de Oriente, Marciano, dice Michael A. Babcock, en su obra: “The Night Attila Died: Solving the Murder of Attila the Hun”, fue el responsable de la muerte de la gran amenaza. La diplomacia bizantina funcionó a base de promesas, sobornos y confabulaciones, de tal manera que la acción del emperador sería tan magistralmente camuflada que hasta el día de hoy se sigue hablando de “creencias e impresiones”. La muerte de Atila no sería nada más que uno de los más importantes y notorios “asesinatos” inspirados por el gobernante hegemónico. La actuación más memorable por parte de los primeros “servicios secretos” de la Historia: los romanos-bizantinos.

Definitivamente, la potencia bizantina tenía ciertos paralelismos, salvando los anacronismos y demás comparaciones excesivamente rigurosas, con los EEUU. Ambas comparten una población meridianamente heterogénea, y lo que es más importante, un semejante mecanismo de poder. Caídos de la entidad de Allende o Benazir Bhutto han tenido siempre, sobre sus cabezas, la sombra de una rapaz, no buitre, de cabeza blanca. Quizás algo tuvo que aprender del águila bicéfala su símil calva...

Autor de la imagen del águila: Richard Bartz, imagen sujeta a Creative Commons Attribution ShareAlike 2.5

lunes, 14 de enero de 2008

Un Juez ejemplar

Que el fracaso escolar es un problema nacional a nadie se le escapa. Nuestra educación sigue donde siempre ha estado: en la cola, no salvándose ni Castilla y León, Cataluña, Madrid, Ceuta o Melilla. Debemos reflexionar ante la que es, bajo mi punto de vista, la mayor grieta en nuestro sistema (por encima de la propia economía o el terrorismo, cuestiones no demasiado ajenas al fenómeno educativo). Emilio Calatayud es un conocido Juez de Granada, sus medidas han sido mediatizadas como soluciones "ejemplares", más sensacionalistas y campechanas que jurídicamente relevantes. Permítanme que, como aprendiz de jurista, le presente mis más sentidos respetos, quizás debamos escucharle y reflexionar un poco acerca de lo que dice este buen, y totalmente admirable, profesional.

domingo, 13 de enero de 2008

El lastre de los museos

Es de dominio público que aquello que conocemos, comúnmente, por cultura es de importancia menor; los poderes públicos, cuanto menos en nuestro país, así nos lo demuestran. Más allá de la frustrante situación del mundo editorial, donde los libros, a la vez que caros, están sujetos a los gustos de la masa del best-seller y el imperio del, escandaloso y antieconómico, sistema del “precio fijo”, algo sobre lo que debiéramos reflexionar es el estado español, muy especialmente en Cataluña (pues es el caso que mejor conozco) de los museos.

Durante esta agradable mañana dominical he realizado una visita que era de mi total, y sincera, ilusión y gracia. La compañía justificaba, con creces, el paseo por sus calles señoriales y centro histórico; la verdad es que queriendo visitar un museo llevé a Sabadell un monumento. Cerca del Mercado, no demasiado lejos de los actuales Juzgados, se halla el Museo Paleontológico Miquel Crusafont, considerado como el más especializado, y pionero, en todo el territorio español (sin perjuicio de proyectos actuales como el Museo de Historia Natural de Cuenca o el parque temático y laboratorios de Dinópolis, en Teruel). Sus fondos, ocultos en su mayoría (como es norma en estos lugares, pues debe recordarse al respecto, el bochornoso e inexplicable caso del Museo de Historia Natural de Madrid) son considerables si tenemos en cuenta la escasez de museos de calidad en nuestro país.

El 15 de enero de 1759 el Museo Británico abrió sus puertas en Londres. Con el paso del tiempo, no sólo acontecería una de las instituciones más longevas en cuanto a la materia se refiere, sino que también sería fuente de fuertes polémicas y contradicciones. El auge de la institución coincidiría con el esplendor del Imperio Británico. Dinosaurios de EEUU, momias de Egipto, relieves mesopotámicos o armaduras de samuráis vinieron a engarzar una de las mayores joyas culturales de Europa, en virtud al rapto y expolio de las regiones más variopintas de nuestro globo. Cierto es que los mármoles del Partenón se trajeron de una Grecia decadente sujeta al dominio otomano, o que las momias y demás joyas egipcias fueran “salvadas” del expolio de los furtivos virtud de su conservación en la institución británica. Nada más lejos de la realidad, véase la situación actual de Irak, si los muros del palacio asirio de Nínive no estuvieran en Londres... ¿hubieran llegado a la perpetuidad?

Para el caso catalán, ya hace tiempo que el ex-conseller, y ex-regidor del Ayuntamiento de Barcelona, Ferran Mascarell (PSC) propuso la creación de un gran museo de ciencias naturales que recogiera, agrupara mejor dicho, todos los fondos sobre la materia existentes en el Principado. La propuesta no sólo sería obviada por la opinión pública, sino también por los políticos y medios de comunicación que hubieran tenido que estar, aunque fuera moralmente, obligados a difundir la idea como cualquier otra procedente de un órgano de gobierno. Quién sabe si por tener los fondos destinados a la Cultura comprometidos con la manipulación de la “lengua”, o por no ser más diestros en la administración que en el parasitismo social, el caso es que hoy, día 13 de Enero del 2008, ni hay Museo de Historia Natural nuevo, ni de Historia, ni Mascarell en el gobierno.

Bajo mi punto de vista, el concepto (al igual que el de zoológico o el de parque de atracciones) ha cambiado hoy en día. Los pueblos, ciudades y enclaves son más conscientes de sus riquezas, el valor dado a los fósiles y las ruinas ha crecido exponencialmente y la inversión en museos, ya sólo no es un mecanismo de sorprender a las masas del pueblo, sino un método peligroso de invertir, “desmesuradamente”, en su formación y cultura. Quizás la mejor solución sean las exposiciones itinerantes, tales como la muestra de relieves asirios en Alicante, los dinosaurios en Vigo o acontecimientos temporales como la Expo de Zaragoza. Esa es mi opinión. Los fondos dispersos no hacen nada, pero también es verdad que cada uno tiene amor a lo propio y derecho a defenderlo, quizás sea el momento de hacer una reflexión, poner un punto en un lugar intermedio.


En las imágenes: Museo Arqueológico de Tarragona y cráneo de Triceratops expuesto en el Museo de Historia Natural de Londres (similar a la réplica expuesta en el Museo Crusafont de Sabadell). Ambas fotografías sujetas a: GNU Free Documentation License.

jueves, 10 de enero de 2008

Marcianos en su mundo

Siendo consecuentes con la teoría evolutiva, debemos sostener que toda forma de vida procede de un mismo ser primordial. Los hallazgos paleontológicos nos muestran cuánto de cierto tiene aquel paradigma que afirma que el anfibio procede del pez, el reptil del anfibio, así como los mamíferos descienden de los reptiles sinápsidos. Toda la vida está relacionada, no es de extrañar que elementos como los ojos, las extremidades, el corazón o nuestro sistema nervioso sean compartidos por especies animales de los más variopintos

taxones o linajes. La zoología actual parece empecinarse en demostrarnos la falta de singularidad, real, de todos aquellos que pertenecemos a la especie humana (Homo sapiens sapiens).

Pikaia es candidato a ser el eslabón perdido entre vertebrados e invertebrados. El pez lanceta, pariente próximo suyo, nos muestra cómo debieron ser los primeros cordados. Su morfología amaga con recordarnos a las lampreas (tan apreciadas por la cocina asturiana), quizás incluso a las serpientes. En su obra “La Vida Maravillosa”, Stephen Jay Gould nos muestra cuán aleatoria fue la supervivencia de este ser, antepasado de todos los cordados de este planeta. De entre todas las formas posibles, la que desencadenaría en nosotros se impuso. Manifestación de puro “azar biológico”, producto del Caos que todo nos lo quita y al que todo lo debemos. Parecido a Pikaia, aunque de diferente familia, son los limacos. Sí, las babosas.

El pepino de mar o la liebre de mar son parte del taxón invertebrado que habitualmente conocemos como “babosas marinas”. Sus espectaculares colores, extrañas formas, e incluso peligrosos venenos, no son motivos suficientes para justificar su importancia. Aplysia californica, pues así se conoce a nuestro conejillo de indias, fue el objeto animal sobre el que cayeron las más interesantes investigaciones del Novel: Eric Kandel (al respecto valga ver la obra: “En busca de la memoria” de la editorial Katz.

Pese a la disparidad de nuestra densidad neuronal frente a la del limaco marino, Kandel y su equipo serían capaces de demostrar parte del funcionamiento cerebral que nos conduce al fenómeno del aprendizaje y la memoria. A través de un método planificado de “molestias” sobre el animal, se pudo constatar cómo el molusco era capaz de alcanzar dinámicas de prevención (aprendizaje a su manera) respecto a los diversos “ataques” a su integridad de los que era objeto. La babosa marina demostró el fenómeno de la habituación-condicionamiento en seres de “extrema simplicidad”. Quizás esta sea la ciencia del circo; el motivo que nos explique el porqué los animales pueden llegar a adquirir hábitos y prácticas que tanto nos han sorprendido a través de los siglos. Dentro de este grupo animal de “superdotados” invertebrados, moluscos, destaca el pulpo.

No menos curioso que el aprendizaje de la babosa es aquél que puede llegar a alcanzar la bestia de las ocho patas. Su habilidad en abrir botellas es ciertamente conocida, no por ello menos sorprendente, menos reconocido es su intelecto en cuanto a contingencia que le faculta para ser capaz de solucionar problemas casuales, como pueda ser conseguir averiguar el camino de salida de un laberinto. Quién sabe si de lo que se come se cría, pero es cierto que, sin ser, por desgracia, gallego, siempre se ha recomendado el consumo de cefalópodos con la finalidad de mejorar nuestro sistema nervioso. La clave del asunto parece residir en el ojo del animal. A un privilegiado órgano óptico le corresponde un notable sistema nervioso receptor: asunto de la mayor importancia en aras de justificar la “sabiduría” del pulpo.

El pulpo es un animal capacitado para el aprendizaje visual, gracias a un proceso evolutivo de cefalización (concentración de nervios en la cabeza). Quién sabe si a semejanza de nuestro papel en tierra firme, al pulpo se le ha asignado el nicho ecológico de la intelectualidad: ser capaz de, en sus escasos años de vida (de 2 a 3 años), de ingerir toda información visual posible. ¿A alguien se le ocurre de qué serían capaces estos seres si vivieran nuestros 70-80 años de vida? Definitivamente, existen marcianos en el Universo, sólo que éstos viven en nuestros mares y océanos...

Autor de la segunda fotografía: Dr. Albert Kok.


martes, 8 de enero de 2008

Armenia: "el instrumento"

Lo más sobresaliente de la Naturaleza siempre ha sido susceptible de recibir culto por parte de la especie humana. La fertilidad dada por la crecida del río Nilo, el cálido amanecer del Sol de Oriente o las lluvias purificadoras del Monzón Índico, son ejemplos de factores del biotopo que han sido deificados por las diferentes religiones que han poblado nuestro planeta. Las grandes montañas no han sido una excepción: el Moncayo fue una deidad para las tribus celtíberas, de forma equivalente a cómo el Monte Olimpo llegaría a ser la sede de los antiguos dioses griegos. Una de estas cimas mágicas, mitológicas, y ante todo, simbólicas, es el Monte Ararat. Con sus cerca de 5.200 metros, el Monte Ararat se alza en terreno turco, destacando en las tierras de kurdos y armenios. La tradición dice que en sus nieves descansa el Arca de Noé, en tanto que recordatorio de toda, eventual, impiedad humana. El caso es que la Iglesia de Armenia es una de las más antiguas del globo (junto con la Copta). La población de lugar destaca en un enclave donde imperan las mayores potencias del mundo islámico (Turquía e Irán, antiguos Bizantinos-Otomanos, Partos-Sasánidas-Islámicos, respectivamente). Buena parte de los oyentes del término “armenio” lo relacionan con el genocidio de principios del Siglo XX, finales de XIX. El Dragoman Jefe (intérprete turco) de la embajada británica informaba de las matanzas de 1894-96 afirmando que: “[Los autores] son guiados en su actuación general por las prescripciones de la charia. Esa ley prescribe que si los “rayah” [dhimmíes] cristianos intentan, recurriendo a las potencias extranjeras, sobrepasar los límites de los privilegios concedidos por sus amos musulmanes, y se liberan de su yugo, pierden el derecho a sus vidas y propiedades, y están a merced de los musulmanes. Para la mentalidad turca los armenios habían intentado sobrepasar esos límites apelando a potencias extranjeras, especialmente Inglaterra. En consecuencia consideraban que era su deber religioso y un acto justo destruir y apoderarse de las vidas y de las propiedades de los armenios...” El genocidio armenio no sería más que la última, y más dramática, instrumentalización a la que fueron sometidos los armenios. Para Roma (Bizancio) y Persia (partos, sasánidas), Armenia era una mesa de negociaciones: un trozo de tierra en el que poder cambiar, irracionalmente, el monarca de turno, sin mayor objetivo que el de provocar y/o maniobrar contra el contrario (finalidad equivalente a la que tuviera para otomanos y rusos antes del genocidio). Respeto a su notabilísimo pasado, la relación que tiene Armenia con la antigua Urartu parece indudable. Ereván (capital del actual estado) fue fundada por el poderoso estado de los urarteos, civilización que llegaría a ser una de las más poderosas dentro de su paradigma histórico: archienemiga de rivales tales como los medos o los asirios. Posteriormente llegarían los tiempos del gran Tigranes (y el Imperio contra el que luchó el romano Pompeyo), monarca que fuera capaz de formar un imperio que incluía la mayor parte del Creciente Fértil (Fenicia, Siria, siendo el antiguo reino de Israel vasallo). Tigranes llegó a tratar con Roma con la igualdad que suele desembocar en guerra. Su derrota le alejaría de su alianza con el terrible Mitrídates, dejándose así la etapa de mayor esplendor armenio. Definitivamente, por más que el Monte Ararat siga mirando hacia la capital armena, esta región, cerca de donde nacen los ríos Tigris y Éufrates, sigue desconociendo qué es la piedad del hombre. Quizás debiera irse en busca del Arca, escalar las nieves del coloso geológico. ¿Quién sabe?. El futuro del país no parece reparar mayores glorias que un romántico recuerdo por parte de Occidente o una nueva instrumentalización, no sólo por quienes quieren hacer pasar por ella oleoductos o gaseoductos, sino también por aquellos que pretenden justificar la no entrada de Turquía en la Unión Económica Europea basada en el no reconocimiento turco del genocidio.
Imágenes sujetas a GNU Free Documentation License. Autor de la primera: Andrew Behesnilian (MrAndrew47), autor de la segunda: Eupator

lunes, 7 de enero de 2008

El reconocimiento de un oso

La cesión del gobierno chino de una pareja de pandas gigantes a la Corona es una de las noticias más curiosas, de ámbito nacional, del año 2007. Once años después de la muerte de Chulin (el panda que disputaba, sin éxito, la popularidad del Zoo de Madrid frente al de Barcelona y su, malogrado, gorila blanco), Madrid vuelve a gozar de la compañía de estos entrañables animalitos tan ligados a la conciencia colectiva de la Capital, no sólo por la presencia anterior de miembros de su especie en el parque zoológico, sino también por el recordatorio que hacen estos entrañables seres al escudo (mascota) de la urbe del Manzanares.
El panda gigante (Ailuropoda melanoleuca), u oso panda, es el emblema, no sólo de China, sino también de todo el movimiento por la conservación de las especies en peligro de extinción (encabezado por Adena, WWF). Stephen Jay Gould, gran investigador-divulgador evolucionista, tituló a una de sus obras: “El pulgar del panda”; título que no dejaba de ser ciertamente curioso. Hasta hace poco, se opinaba que el panda gigante se hallaba profundamente relacionado con el panda menor (Ailurus fulgens), en virtud del “sexto dedo” que ambos utilizan en la recolección del bambú que les sirve de dieta cuasi exclusiva. Recientemente el “oso panda” vuelve a estar de moda, estudios genéticos nos muestran cuán relacionados están, en realidad, osos y pandas, debiéndose considerar al panda gigante, no al menor (miembro de la familia de los mapaches), como un úrsido en toda regla. El panda no deja de ser un monumento a la evolución, una muestra de ese fenómeno, tan curioso como notorio, de la evolución convergente. Quién sabe si por mi familiaridad con ellos (al tener que pasar largas horas de mi existencia encerrado en mi caverna “de estudio”), reflexiono en torno a lo curioso de la historia natural de la familia de los úrsidos.
Por las sabanas del noreste de África austral, zona en torno al lago Victoria, se habla de la existencia de un presunto “oso nandi”, ejemplar, eventualmente sobreviviente, del linaje de los osos de hocico corto. Se trata de un taxón del mayor interés, en comparación con el oso panda, al poderse contemplar cómo de un mismo grupo surgieron osos vegetarianos, osos omnívoros, osos carroñeros y osos carnívoros. Éstos últimos formarían parte de los dos últimos campos semánticos, siendo enemigos empedernidos, no sólo de los felinos de la época, sino también del propio ser humano. Definitivamente, tal y como dijera Frank W. Lane: "El Oso Nandi es a África, lo que el Abominable hombre de las nieves es a Asia. Es una bestia legendaria que no ha sido capturada hasta el momento". Debe decirse que los últimos miembros del linaje (Arctotherium, Arctodus) habitaron, bien nos corrige nuestro amigo Leopoldo H. Soibelzon, los ambientes templados de ambas américas (el primero en Sudamérica, el segundo en Norteamérica).
Mucha gente habrá oído hablar de los osos en tanto que animales “plantígrados”, es decir, mamíferos capaces de desplazarse en posición bípeda (apoyándose enteramente sobre los dedos o la palma). Teniendo en cuenta el carácter clasificador de toda nomenclatura humana, el concepto de plantígrado no tiene mayor importancia biológica que mostrar cómo diferentes especies han sido capaces de adoptar una posibilidad de locomoción semejante a la humana. No obstante, la historia evolutiva del oso, a la vez que misteriosa, fascina a cualquier mortal de analizarse parte de los testimonios e hipótesis expuestos por los científicos a través de los años.
Se ha afirmado que del oso desciende de una rama común a los pinnípedos (focas y leones marinos), no faltando quienes han llegado a ver en los osos el origen de los cetáceos. Parece ser que su taxón no está demasiado lejano del de cánidos y felinos; definitivamente, sí del de los humanos. Más allá de lo sensacionalista o sorpresivo de la interpretación que pudiera realizarse, no puede dejarse de hacer de mención de la teoría imperante hoy en día de que, después de los demás primates, son los murciélagos la familia mamífera con los que estamos más emparentados, junto con resto de los insectívoros (véanse musaraña o erizos). Osos para todos los gustos y reflexiones. Bezudo, pardo, polar, de anteojos, tibetano, malayo, de hocico corto, de las cavernas, negro o del Atlas; las especies que habitan, o han habitado, el globo sólo desconocen la Antártida y Australia, ¿alguién tiene dudas sobre la incompatibilidad de los úrsidos y el ser humano, acaso fueron el taxón predestinado a disputarnos el gobierno terráqueo?
Segunda imagen: osos malayos, sujeta a This file is licensed under Creative Commons Attribution ShareAlike 2.1 Japan License.

viernes, 4 de enero de 2008

Matrimonio por rapto

El matrimonio siempre ha sido una institución curiosa. Aquello que para algunas civilizaciones ha sido considerada como la más sagrada de las instituciones, en otras ha acontecido objeto de rapto, y cómo no, de comercio. La mentalidad mercantilizadora de los de nuestra especie ha llegado a extremos considerables; véanse instituciones como la dote o los matrimonios, aún hoy en día concertados, en ciertos países islámicos. Poca duda cabe de que el matrimonio es unión: la más íntima y perfecta de las asociaciones, sólo que variando en relación con qué sea lo elegido para unirse.

Los Ordenamientos Jurídicos modernos abogan por la regularización del “consortium omnis vitae”, o lo que es lo mismo, la comunidad de vida de dos individuos. Desde el derecho canónico se creó el concepto de “consortium totius vitae”, el matrimonio irrevocable, la imposibilidad de divorcio (sólo cabrá la nulidad en supuestos de matrimonios imperfectos por razón de incompatibilidad psico-sexual etc). Frente a estas posiciones, existirían otras civilizaciones, o paradigmas históricos, en los que se vería a la institución matrimonial como una forma de establecer alianzas, tratos, políticas (sucesorios o, incluso, militares). Dentro de estos últimos casos llegaría a imponerse la práctica del rapto en algunas culturas.

La civilización grecolatina recoge dos raptos “fundacionales”. En primer lugar, coincidiendo con los rituales de fertilidad y renovación, el rapto de Perséfone por Hades (motivo de enfado de la madre de ésta, Ceres, que daría explicación a las estaciones y al paso de la prosperidad al invierno y viceversa). Poro otra parte, el rapto de las sabinas sería uno de los sucesos (más mitológicos que reales) que más importancia tuvo en los tiempos primordiales de Roma.

Habiéndose quedado Roma sin población femenina suficiente, Rómulo convocó unos juegos a los que acudieron diferentes pueblos (entre ellos los sabinos, junto a sus mujeres). A una señal del monarca, los romanos raptaron a las mujeres sabinas con el afán de convertirlas en sus esposas. Los sabinos fueron echados, sin perjuicio de que se levantaran después en armas contra el enemigo romano. En plena batalla, dice la leyenda, las mujeres sabinas se interpusieron entre ambos contingentes, gritando por la paz dado que de una forma perderían bien a sus maridos e hijos o bien a sus padres y hermanos.

Más allá de alegorías, leyendas y demás conceptos partícipes de la mitología, el rapto ha llegado a extenderse, y ser común, en no pocas culturas. En el caso español, es interesante citar la costumbre de los godos (y de todos los pueblos germánicos en general) de “raptar” a la esposa deseada, sin perjuicio de que ello fuera motivo inexcusable para el conflicto entre clanes y familias. La seguridad jurídica (y ante todo, la “romanización” del derecho de los godos) acabó, en parte, con la barbarie del mismo imponiéndose la voluntad de los contratantes, fueran los novios o los padres, sobre la fuerza del encaprichado enamorado (o interesado) de turno.

El rapto llegó a tener una importancia primordial en sociedades como las de los pueblos de las estepas. Los clanes guerreros de la basta estepa altiplanicie euroasiática eran, ante todo, hombres guerreros, ligados en sangre e ideales en la persecución del más sagrado de los objetivos, el provecho propio. Quizás como manifestación, una vez más, de una práctica social ligada a una necesidad biológica-genética, el rapto de mujeres procedentes de clanes y tribus rivales aseguraba el intercambio de material genético, y la inhibición de los efectos ligados a la reproducción entre miembros de una misma familia. Lo común de la práctica haría que el propio Genghis Khan no estuviera al margen del suceso.

El padre de Temujin (nombre real del gran Khan), el caudillo Yesuguei, raptó a Joguelún, mujer con la que concebiría al gran Señor de los mongoles. Los merkitas, tribu a la que pertenecía la raptada, quisieron vengarse de la ofensa raptando a la mujer del Khan, Borte. Se dice que el jefe de los raptores copuló con la mujer de Temujin, engendrando al primigenio del conquistador, Jochi Khan (favorito del gran Khan, pese a no ser su hijo biológico). Definitivamente, el rapto le devolvió la jugada a su estirpe, mostrándonos a la posterioridad lo ambivalente de las malas prácticas.

miércoles, 2 de enero de 2008

El más humano de los pájaros

Cría cuervos y te sacarán los ojos

Las aves son cruciales sujetos pasivos para la superstición; de ello dieron buen testimonio los antiguos augures, fueran éstos romanos, griegos o caldeos. Buena parte de la tradición simbólica de estas culturas desembocó en los Bestiarios Medievales y en las páginas de las Santas Escrituras: fueran éstas el Corán o la Biblia. Conforme a lo dicho, cabría distinguir entre los pájaros de buen o de mal agüero. Junto con el buitre, el cuervo siempre ha sido un ave asociado al Mal, al Demonio y a la Muerte. El cuervo, permítanme sincerizarme, siempre ha sido uno de los animales que me han causado más respeto, quién sabe si acaso también algo de miedo. Dentro de un eventual podio a los animales más inteligentes, habría que colocar, bien es sabido, al hombre como líder indiscutible, al chimpancé y el resto de los grandes simios en segundo lugar, al loro en tercero (rivalizando su posición con el propio cuervo). El cuervo es un animal de inquietante inteligencia, bien lo saben los que vivieron en el campo, o bien quienes han tenido la fortuna de leer algo sobre mitos y simbología en las diversas culturas.

Decíase en el Bestiario de Oxford que el cuervo viste de negro por culpa de sus pecados. Nos encontramos ante un “Nuncio de la Muerte” que siempre estaba allá donde hubieran conflictos sangrientos, muertos y comida. Esopo cuente que un hombre dejó de ir a la guerra al oír graznar a los cuervos, mientras que los griegos podían llegar a imaginarse el resultado de una batalla militar, a falta de telediario, por la falta local de cuervos. El pájaro no carece de romanticismo. Jocosamente, San Isidoro de Sevilla, complementándolo después Fournival, afirmó que el cuervo se asemeja, a tan noble sentimiento, en que primero se come los ojos para seguir después con el cerebro.

Su inteligencia y avispados sentidos, todo sea dicho de paso, le hacen ser el primer comensal ante cualquier carroña, labor que le hiciera compartir divinidad con el buitre dentro del panteón celtíbero (mensajeros del dios Lug, al llevarse al Cielo los cuerpos de los difuntos). De la asociación cuervo-muerte es curioso destacar aquella creencia popular que afirmaba que el cuervo viejo se dejaba depredar por sus crías, como último tributo a la eficiencia en la Madre Naturaleza. El cuervo sería el título de una renombrada película dirigida por Alex Proyas (1994), siendo el título de una de las obras más conocidas de Edgar Allan Poe, el poema titulado como “El Cuervo”, "The Raven" (además de ser el pseudónimo de los hinchas del club de fútbol del San Lorenzo de Almagro).

Definitivamente, más allá de los daños en las cosechas (sobretodo en el cultivo del guisante y del garbanzo) y del mal augurio al que ha sido siempre asimilado (dice Eliano que el color negro del animal le estaba tan asociado, que podían utilizarse huevos de cuervo como tinte para el cabello), el cuervo puede ser considerado como “el más humano” de los pájaros. El cuervo, mejor dicho, los córvidos presentan ciertas características, ciertamente curiosas. Se le clasifica normalmente como un ave “dentirrostro”, dada la protuberancia a final del pico que le hace las veces de diente. Siendo la más destacable de todas sus facultades una que comparte con estorninos, tordos, y muy especialmente con los minas del Himalaya, como es la capacidad de aprender a reproducir el habla humana.

Según afirman los expertos, la facilidad con la que son capaces de conseguir tal “hito” es mayor, o cuanto menos equiparable, a los loros (diferenciándose más en el encanto innato en estos últimos sobre los primeros, más que en diferencias de “intelecto”). La capacidad de razonamiento del animal no deja de ser menos impresionante. Se trata de un ave capaz de discernir entre los conceptos de forma y número, e incluso, se le ha observado “construyéndose” simples herramientas con los que conseguir sus objetivos. Definitivamente... ¿quién dijo que los cuervos eran unos animales para el desprecio?