Siempre me ha preocupado en qué consiste el pasar de la muerte mundana a la inmortalidad de los tiempos venideros. Cómo se consigue formar parte del recuerdo común, sin necesidad de caer en el fatídico precipicio de los lamentos. Conseguir ser inmortal en lo positivo, lejos del lado oscuro de la inmortalidad: de aquel oasis en lo eterno, plagado de genocidios, asesinos y demás culpables variopintos. Gilgamesh fue en su búsqueda, poco encontró por el camino. Hércules alcanzó la inmortalidad cumpliendo doce trabajos, con total mérito pues, a duras penas, el resto de los terrenos somos capaces de cumplir con uno. Marcar tu nombre en un libro, mejor en varios, siempre ha sido una ayuda para el propósito. ¿A quién no le suena lo de plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro? Sin embargo, mi avaricia e innata envidia por lo ajeno me hace pensar que aquellos que tienen dedicada una vía, una calle, sea ésta grande o pequeña, tienen pagado el peaje en tan fantástica autopista: llegar a ser célebres en el recuerdo, motivo de comentario al pasar por delante de su placas, preguntándose uno cuáles fueron sus respectivas biografías.
Nunca llueve a gusto de todos, ni mucho menos, todo el mundo está contento con los nombres de las calles por las que transita. Barcelona no deja de ser un ejemplo, seguro que de forma similar a como pueda serlo Zaragoza, Madrid, Los Ángeles o Río de Janeiro. Una encuesta ficticia a pié de aduanas seguro que nos confirmaría las impresiones que en este texto, una vez acabado, espero haber expuesto.
Pongamos que Elder es un turista brasileño, de considerable cultura, que pisa por primera vez la Ciudad Condal, previo paso, obviamente, por el Aeropuerto del Prat. Un millonario ebrio frecuenta la terminal. Su capricho del día es proponer a todo peatón un concurso: intentar que adivinen el nombre de cinco de las calles-plazas más importantes de Barcelona (sirviéndose, para su verificación, de una lista previamente confeccionada). Elder tiene la suerte de ser el primero en cruzarse con tan curiosa criatura. El hombre, en un estado de pseudo-serenidad, le propone el reto al turista. Lejos de la cordura, el benefactor le ofrece mil euros por cada respuesta correcta. El turista, sin acabar de creérselo, habiéndose asegurado antes de la inocencia del personaje, empieza a creerse el suceso.
La primera idea que pasa por la cabeza del Elder es la intentar recordar cuáles debieron de ser los personajes más importantes en la historia de Barcelona. Piensa en diversos nombres. Obviamente, los primeros en aparecerle en mente son Ronaldinho, Rivaldo y Romario, como buen brasileño, sin embargo, se percata de que ninguno de ellos está muerto, y de que la cultura media española se basa en otros criterios más que en los del noble deporte del balompié.
Sigue cavilando. Elder opina que quizás debiera probar con los nombres de aquéllos personajes sobre los que espera conocer algo más una vez deje Barcelona. El primero que se le viene a la cabeza es Picasso. Su circunstancial juez piensa... es de la opinión de no considerar al enclave como uno de los lugares más céntricos: visto lo dicho, le da la mitad de la recompensa. El jugador comprueba la veracidad del asunto, por lo que se ilusiona en sacar mayor tajada de esta experiencia. Sigue con los nombres... cita a Dalí, después de todo junto con Picasso son dos de los mayores atractivos de su viajes. Definitivamente no tiene premio por ello, pues la guía no le muestra ese nombre. Mmm, la cosa se pone más difícil: en dos intentos sólo ha conseguido medio acierto.
Planeando su viaje a España, recuerda haberse leído el Quijote. Barcelona es la única gran ciudad actual a la que Cervantes rinde homenaje; opina que, en pro de la justicia, seguro que deben de existir las calles Cervantes y Quijote. Agua de nuevo, el triste callejón del Gótico dista mucho de ser principal y de la segunda, no se tiene conciencia. Sólo le quedan dos intentos, pues valga decirlo, su benefactor no le permite ningún margen de error: ¡después de todo, uno se estudia la guía turística antes de venir a Barcelona! Enrabietado, no sin cierto aire de pique, decide gastar sus dos últimos intentos con los nombres. Josep Pla y Monturiol (además de la literatura, le gusta la ingeniera a nuestro sujeto). “¡Plas, Plas!” –el alegre millonario se ríe de su víctima- ¿Cómo es posible buen hombre? ¿Acaso en Sao Paulo no dedican las calles a personajes más célebres?
Elder se enfada, el pobre hombre se ha quedado sin premio ni estima. ¡Qué culpa tiene él de haberse topado con tamaño sujeto, qué culpa tiene de él de creer antes en Cervantes, Pla o Dalí, que en Macià, Pau Claris, Aribau, Companys y Casanova!
Un experimento semejante con un anciano incluye en la lista de menciones a Calvo Sotelo e Infanta Carlota, otro, más joven, gana dos mil euros al recordar los nombres de Cataluña y España (por lo demás obvia la cosa). Un forofo de Gràcia pierde al invocar a Europa, un jurista concienzudo tampoco evita errar al citar los nombres de Càncer y Roca Sastre. No tiene igual suerte un capellán, pues éste cae en Balmes y en aquél dicho del Quijote: “Sancho, con la Iglesia hemos topado”. Definitivamente, aunque se trate de una encuesta, recuérdenlo, ficticia, me atrevo a gritar a los cuatro vientos: ¡misión cumplida!
Experimento ficticiamente probado. No intente ser un gorila blanco, un pintor internacional o un benefactor social, escritor apolítico o filántropo; si quiere usted ser inmortal, poniendo su nombre a alguna calle, no lo dude: ¡hágase político!
Nunca llueve a gusto de todos, ni mucho menos, todo el mundo está contento con los nombres de las calles por las que transita. Barcelona no deja de ser un ejemplo, seguro que de forma similar a como pueda serlo Zaragoza, Madrid, Los Ángeles o Río de Janeiro. Una encuesta ficticia a pié de aduanas seguro que nos confirmaría las impresiones que en este texto, una vez acabado, espero haber expuesto.
Pongamos que Elder es un turista brasileño, de considerable cultura, que pisa por primera vez la Ciudad Condal, previo paso, obviamente, por el Aeropuerto del Prat. Un millonario ebrio frecuenta la terminal. Su capricho del día es proponer a todo peatón un concurso: intentar que adivinen el nombre de cinco de las calles-plazas más importantes de Barcelona (sirviéndose, para su verificación, de una lista previamente confeccionada). Elder tiene la suerte de ser el primero en cruzarse con tan curiosa criatura. El hombre, en un estado de pseudo-serenidad, le propone el reto al turista. Lejos de la cordura, el benefactor le ofrece mil euros por cada respuesta correcta. El turista, sin acabar de creérselo, habiéndose asegurado antes de la inocencia del personaje, empieza a creerse el suceso.
La primera idea que pasa por la cabeza del Elder es la intentar recordar cuáles debieron de ser los personajes más importantes en la historia de Barcelona. Piensa en diversos nombres. Obviamente, los primeros en aparecerle en mente son Ronaldinho, Rivaldo y Romario, como buen brasileño, sin embargo, se percata de que ninguno de ellos está muerto, y de que la cultura media española se basa en otros criterios más que en los del noble deporte del balompié.
Sigue cavilando. Elder opina que quizás debiera probar con los nombres de aquéllos personajes sobre los que espera conocer algo más una vez deje Barcelona. El primero que se le viene a la cabeza es Picasso. Su circunstancial juez piensa... es de la opinión de no considerar al enclave como uno de los lugares más céntricos: visto lo dicho, le da la mitad de la recompensa. El jugador comprueba la veracidad del asunto, por lo que se ilusiona en sacar mayor tajada de esta experiencia. Sigue con los nombres... cita a Dalí, después de todo junto con Picasso son dos de los mayores atractivos de su viajes. Definitivamente no tiene premio por ello, pues la guía no le muestra ese nombre. Mmm, la cosa se pone más difícil: en dos intentos sólo ha conseguido medio acierto.
Planeando su viaje a España, recuerda haberse leído el Quijote. Barcelona es la única gran ciudad actual a la que Cervantes rinde homenaje; opina que, en pro de la justicia, seguro que deben de existir las calles Cervantes y Quijote. Agua de nuevo, el triste callejón del Gótico dista mucho de ser principal y de la segunda, no se tiene conciencia. Sólo le quedan dos intentos, pues valga decirlo, su benefactor no le permite ningún margen de error: ¡después de todo, uno se estudia la guía turística antes de venir a Barcelona! Enrabietado, no sin cierto aire de pique, decide gastar sus dos últimos intentos con los nombres. Josep Pla y Monturiol (además de la literatura, le gusta la ingeniera a nuestro sujeto). “¡Plas, Plas!” –el alegre millonario se ríe de su víctima- ¿Cómo es posible buen hombre? ¿Acaso en Sao Paulo no dedican las calles a personajes más célebres?
Elder se enfada, el pobre hombre se ha quedado sin premio ni estima. ¡Qué culpa tiene él de haberse topado con tamaño sujeto, qué culpa tiene de él de creer antes en Cervantes, Pla o Dalí, que en Macià, Pau Claris, Aribau, Companys y Casanova!
Un experimento semejante con un anciano incluye en la lista de menciones a Calvo Sotelo e Infanta Carlota, otro, más joven, gana dos mil euros al recordar los nombres de Cataluña y España (por lo demás obvia la cosa). Un forofo de Gràcia pierde al invocar a Europa, un jurista concienzudo tampoco evita errar al citar los nombres de Càncer y Roca Sastre. No tiene igual suerte un capellán, pues éste cae en Balmes y en aquél dicho del Quijote: “Sancho, con la Iglesia hemos topado”. Definitivamente, aunque se trate de una encuesta, recuérdenlo, ficticia, me atrevo a gritar a los cuatro vientos: ¡misión cumplida!
Experimento ficticiamente probado. No intente ser un gorila blanco, un pintor internacional o un benefactor social, escritor apolítico o filántropo; si quiere usted ser inmortal, poniendo su nombre a alguna calle, no lo dude: ¡hágase político!
6 comentarios:
uf no me hagas llorar, cerca de mi casa tengo una placita, que se llama ......alcalde de la segunda república, siempre que paso me hace gracia la aclaración en la placa.
Ostres de veritat tots aquets personatjes no tenen carrer? pot ser a part de`politic també serveix clerig no?
A mi me suenan esas calles en Zaragoza, que sean principales... ya es dudoso, pero generalmente estan dedicados a politicos... MILITARES Y CURAS, el resto, pues tienen suerte de que, perteneciendo a una estructura culta, puedan bautizar una calle pequeña.
Nos vemos.
De todas formas, si los nombres de las calles se pusieran por votación popular, probablemente los políticos perderían por goleada. Y nunca mejor empleado el término. Creo que resulta penosamente evidente, que la mayoría de los políticos la única forma que tienen de pasar a la historia es dedicándose calles unos a otros.
jajajaja que bueno eres, estoy totalmente de acuerdo contigo.
Millones de besitos
De todas maneras no hay nombre de calle que cien años dure... bueno, vale, algunos sí, pero con el tiempo se suelen cambiar. No te preocupes, seamos famosos o no, tengamos una calle dedicada o no, dentro de cien mil años nadie hablará de nosotros, sólo seremos polvo de estrellas.
Un lametón de pantera.
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