jueves, 29 de abril de 2010

"Las calles de todos"

"Las calles de todos"
Nuevo artículo en LA VOZ LIBRE

Es curioso el trato que Roma siempre dispensó a sus antiguos enemigos. A aquéllos que le habían puesto contra las cuerdas siempre se les reservó una posición de preeminencia, de figura ejemplar, muy lejos del peligro que para la propia República, posterior Imperio, hubiera podido representar el entonces honrado. Aníbal es un claro ejemplo. La fealdad inherente al hecho de haberse quedado tuerto durante su heroico cruce de los Alpes, los asesinatos cometidos en suelo itálico o el hecho de que su fortuna hubiera surgido de una economía profundamente esclavista, como fuera la cartaginesa, poco influyeron en su representación posterior. Aníbal era un ‘héroe’, ante todo, porque debía serlo. El motivo era obvio: debía convencerse a la población de que sólo una figura con la irradiación del púnico podía haber vencido a quienes la gobernaban. El enemigo como heroicidad, la tergiversación del ‘enemigo’ en ‘ejemplo’.

Gellner, tal vez el más grande teórico del nacionalismo, dejó escrito que “una alta cultura impregna toda la sociedad, la define y exige ser sostenida por esa forma de sociedad y de organización política. Ése es el secreto del nacionalismo”. Obviamente, lo arriba explicado debiera verse más desde el prisma de la ‘naturaleza humana’, que desde el del nacionalismo, pues como afirmara el autor, no hay naciones o nacionalismos anteriores al proceso de industrialización. Sin embargo, no pueden dejarse de ver semejanzas entre las construcciones ‘ejemplarizantes’ de los romanos con las posiciones que sostienen los nacionalistas contemporáneos.

Dentro de esa ‘alta cultura’ normalmente están los políticos. Si comenzamos con Turquía, por ejemplo, nos daremos cuenta del superlativo peso, totalmente irracional, que descansa sobre la biografía de Kemal Atatürk. Si nos centráramos en la difunta Yugoslavia, algo así podría verse en Tito, lo mismo que en la antigua URSS con Stalin. También sucede algo semejante con ‘dirigentes escogidos’, véanse los casos de De Gaulle, Lincoln o el propio Garibaldi. Todo movimiento nacionalista requiere de personajes sobre los que hacer caer los valores de esa ‘alta cultura’, esos valores que incitan a imitar, lo máximo posible, la biografía, muchas veces inventada, de quienes son puestos como ejemplo. A nadie se le escapará que esta tendencia ‘ejemplarizante’ tiene una especial manifestación en lo que se refiere a la imposición de nombres para los diferentes espacios públicos. Los propios aeropuertos de Estambul o París así nos lo confirman, lo mismo que muchas, muchísimas, calles de Barcelona.

No es el único lugar, aunque muchos seguramente nos hayamos fijado muy especialmente en éste, pero en Barcelona, en sus principales calles y plazas, se manifiesta esta práctica nacionalista de ‘mitificar’ y buscar ‘ejemplos’ por los que defender unos ideales muy precisos, una ‘alta cultura’ sobre la que argumentar su pensamiento nacionalista: plaza Francesc Macià, paseo Lluís Companys, Estadio Olímpico Lluís Companys, calle Pau Claris, etc. Lo mismo sirve para los homenajes realizados, por ejemplo, a figuras como Cánovas del Castillo o Sagasta en las vías de Madrid. Con todos los males de esa legendaria ‘patria’ que algunos dicen encontrar en España, otros en los Países Catalanes o en Euskal Herria, es curioso que siempre se tienda a honrar a quienes son excluyentes por definición, aquellos que defienden ideas políticas y no resultados objetivos, indubitados y contrastables.

Es odioso pasear por la calle Sabino Arana de Barcelona, dedicada, como es bien sabido, a un fascista ‘ejemplar’, sin poder explicar a un hijo el porqué del nombre de Salvador Dalí de esa calle. Es poco más gratificante ver la plaza Francesc Macià sin tener la ocasión de explicar a un nieto que esa plaza se llama, por ejemplo, ‘De la neurona’, porque en la Ciudad Condal se descubrió este tipo de célula por Santiago Ramón y Cajal. Se honra a políticos que antes fueron producto de sufragio censatario y de ideas particularistas de una determinada clase social -la aristocracia y la alta burguesía- por unos políticos, que siguen siendo sectarios, y a falta de títulos nobiliarios ostentan, con pocas exclusiones, ‘nacionalidad’ y ‘alta cultura’.

Me pregunto dónde está la cultura de quienes no honran a sus muertos ilustres. Me pregunto cuándo honrará Barcelona, mi ciudad, a gentes como Dalí, los científicos Margalef, Crusafont u Oró, cuándo se le dedicará a nuestro queridísimo Copito de Nieve una plaza o cuándo Samaranch, quien trajo los Juegos Olímpicos a Barcelona, tendrá un premio, dándosele su nombre al estadio, gracias a él, olímpico... No tergiversemos como los romanos, no busquemos aníbales ni escipiones, tenemos gentes que bien valen un bravo o, en el menor de los casos, un simple reconocimiento. ¿Queremos nuevos Cajales, nuevos Dalíes u Oroes o nos quedamos con más esbirros de una política caduca, necesitada de regeneracionismo? Mi opinión es evidente: ojalá coincida, en muchos casos, con la suya propia.

Artículo aparecido en la web de Ciutadans-Partido de la Ciudadanía.

http://www.ciudadanos-cs.org/prensa/Javier_Serrano_Copete_Las_calles_de_todos/3680/

jueves, 22 de abril de 2010

Un estadio para Samaranch

La ambición está muy mal vista. Se entiende como algo negativo, carente de solidaridad, íntimamente ligada al egoísmo. Se tiene por equivalente a las “ansias de poder”, al querer ser superior y alcanzar prerrogativas y consideraciones superiores a las del común de los terrenos, véase “hombre estándar”. Se ignoran los sueños que llevan a la superación, y se incide en los aspectos que, de alguna forma, nos conducen a nuestra propia envidia.
Ayer falleció Juan Antonio Samaranch, Presidente honorífico del Comité Olímpico Internacional. Las reacciones no se han hecho esperar, y junto a las muestras de consuelo y solidaridad para con la familia, a las que me uno, han aparecido increpaciones y tergiversaciones de etapas conflictivas. Al Samaranch “dador” de los Juegos Olímpicos a Barcelona se le contrapone, por algunos, el de Samaranch esbirro del franquismo. Hay quienes no le perdonan haber trepado por el organigrama del régimen dictatorial, por más que en su subida hacia la “gloria olímpica” beneficiara a todos los barceloneses, y a todos los españoles en general.
Oía ayer en una emisora catalana, comúnmente posicionada con el socialismo, que gracias a Samaranch se “normalizó” (legitimó mejor dicho, no fuere que alguien lo llevara a falsas interpretaciones, basándose en fenómenos, funestos, de la actualidad) el uso del catalán entre la élite (en particular, durante su paso por la Diputación de Barcelona), abriendo el paso hacia la “normalidad democrática” de Cataluña (uniendo realidad social y política, justo lo contrario de lo que acontece ahora...). Sin embargo, y ante todo, si por algo se caracterizó Juan Antonio fue por conseguir abrir España al Mundo.
“Desde dentro” Samaranch hizo salir la rosa del capullo, eso sí, sin connotaciones de generación en cuanto al embrión vegetal (sino más bien todo lo contrario), pues España estaba atravesando el peor momento de su historia. Un país sumido en la decadencia, en una dictadura del Terror, aún herido por la peor catástrofe de su vida como Estado, pudo, gracias a él, acoger el máximo acontecimiento mundial, unos Juegos Olímpicos.
Barcelona no es lo que es hoy por la gestión de ninguno de sus alcaldes. Barcelona no es una metrópolis universal por ser capital de nación alguna, ni feudo de ningún glorioso equipo (del cual soy fan entusiasta). Barcelona es, valga la redundancia, la Barcelona de hoy en día, gracias a unos Juegos Olímpicos. Dice algún periódico de Inglaterra que Samaranch introdujo oscurantismo en el COI, quizá, simplemente, conservó un tanto las nieblas que siguen emanando del mundo anglosajón. Tal vez se le pueda echar en cara que no pudiera dar las olimpiadas a Atenas en su momento, que EEUU consiguiera un bodrio olímpico con Atlanta y que París y Londres, sin vergüenza alguna, hayan podido optar, con posibilidades una, con efectividad la otra, a unas olimpiadas que ya habían celebrado en más de una ocasión. Seguramente no fue culpa suya, y sí de una institución que tiene sombras, no atribuibles exclusivamente a la persona del difunto. Tal y como han hecho eco varios medios de información, y propuesto un partido político, ayer creé una iniciativa que promueve poner el nombre de Juan Antonio Samaranch al estadio olímpico. Sin lugar a dudas, y ante la carencia de méritos deportivos del actualmente homenajeado por el campo, esta iniciativa sea más cuestión de decencia que de necesidad. ¿Acaso se precia cualquier “entidad moral” que no sabe recordar a sus difuntos? Samaranch no fue perfecto, pues fue humano. No fue el hombre ejemplar para todo ciudadano, pues se puede no haber compartido ideas o prismas con él. Pero debemos ser empíricos y no metafísicos, reales y no soñadores. La ambición de un hombre nos hizo ser olímpicos, y por más que esté mal visto el querer alcanzar poder en medio alguno, a veces, como en este caso, de ser válido quien lo alcanza... se sacan ventajas. Quisiera que este fuera el principio de un pensamiento. Quisiera que pudiera llegar el día en que nuestros ilustres muertos no fueran meros políticos, por definición partidistas. ¿Dónde está el homenaje de Barcelona a Salvador Dalí, al Quijote (que pisó, aunque fuera literariamente, el barrio de la Barceloneta) o a Copito de Nieve (por ser un emblema simpático)? ¿Dónde están los ilustres científicos y filósofos que trabajaron o hicieron más grande, intelectualmente, la sombra de Barcelona (Ramón y Cajal)? Quizá sea el momento de construir imaginarios racionales, enaltecer el mérito, la razón y los éxitos colectivos, incluyentes. Dejemos a un lado el potiqueo tribalista y seamos bien nacidos, como diría el dicho. Os invito a esta reflexión, muy encarecidamente.

lunes, 19 de abril de 2010

La música de los Balcanes

De entre la ceniza siempre acaba saliendo la vegetación, la gracia de la Primavera y el más mágico arco iris botánico; algo así pasa en los Balcanes, la región más castigada por los excesos de Occidente, la mayor víctima de la idiosincrasia de los tiempos actuales. Yugoslavia, el espíritu de lo que podría haber sido, es ahora un territorio dividido por la sangre. Culturas, religiones, ideas y literaturas chocan donde antes se cultivaron las artes, la diversidad y la innovación cultural.
No deja de ser curioso cómo algunos éxitos culturales son producto del auge de los imperios. Si bien, en no pocas ocasiones, a gran coste, los imperios comunican grandes extensiones, fomentando la mezcla de elementos procedentes de lugares distantes. Tal y como ya lo hicieran persas y romanos, los turcos otomanos fueron capaces de unir bajo la soberanía del Sultán de Topkapi a gentes de las más diversas procedencias.
Lejos del fundamentalismo propio del buena parte del Islam actual, los turcos de la antigüedad fueron pueblos nómadas beligerantes, amantes de la bebida... y la buena música. Algo compartieron Constantinopla y Viena, y no fue, por suerte, el resultado. Los ejércitos turcos atemorizaban a sus adversarios con el aterrador ruido de sus tambores, siendo uno de los primeros ejércitos en popularizar sus bandas militares. La Mehter, la banda jenízara del Sultán, aún puede escucharse de visitarse el Museo Militar de Estambul (si bien, más a efectos turísticos, que puramente culturales). Se dice que la influencia de este “contingente músico-militar” inspiró a los propios Mozart y Beethoven. ¿Cómo no tenerles en consideración, siendo, esta afirmación, probadamente cierta? No deja de ser “proverbial” la paradoja de que fuera la banda Mehter, una de las más antiguas orquestas modernas, quizá la primera; no pudiendo haber sido posible el auge de la música clásica en la Viena de los Habsburgos... ¡de no ser por Turquía!
Se mire por donde se mire, las notas de estas bandas y sus instrumentos dejaron huella en los angostos, cortadas y valles balcánicos. Tal vez tuviera algo que ver que los jóvenes balcánicos y griegos fueran los elegidos para formar las tropas del Sultán (a través de su reclutamiento forzoso (“impuesto en tropas”), siendo aún impúberes, el “devshirmeh”). Lo cierto es que el elevado porcentaje de población gitana, zíngara, dedicada a la música en los países de la antigua Yugoslavia, ligado a una tradición musical, no sólo eslava, sino como se ha visto, fundamentalmente otomana, hace que los Balcanes sean una de las regiones del Mundo más “ricas”, musicalmente hablando.
Un nombre sobresale al tratar este tipo de música, para mi tan exquisita, Goran Bregović. Compositor de numerosísimas bandas sonoras: destacando las de las películas de Emir Kusturica, Bregović es, hoy en día, el “artista balcánico” por antonomasia. Hijo de padre croata y madre serbia, él siempre se ha declarado “yugoslavo”, reivindicando la diversidad de su persona, en sangre y música. Las influencias búlgaras, turcas, gitanas... son todo un cóctel con el que poder haber sido capaz de crear algunas de las melodías más significativas de este estilo musical, por lo demás, ciertamente único. Bregović representa la vanguardia creadora de un país ya difunto. Encarna la fiel tradición balcánica de las bandas musicales, peculiares “charangas” que se encuentran presentes en todos los lugares de la geografía balcánica.
Esta cara amable de Serbia, que cada año muestra en el certamen, tan manipulado, y en no pocos aspectos infame, de Eurovisión, ya es algo que muchos tenemos en mente. Marija Serifovic con “Molitva” (ganadores en 2007) o la esplendida Jelena Tomašević con su canción “Oro” son claros ejemplos. Precisamente Bregović será protagonista en la próxima edición, al componer la letra de la canción de Serbia. Fuera del "festival", a estos nombres cabría unir el nombre de Sanja Ilic y Balkanica una de las bandas de música balcánica más innovadoras, con estilos que van desde el más puro folk-instrumental a la música electrónica, pasando por el Chill Out o el New age.
Se mire por donde se mire, los lloros de una región entristecida por culpa de nuestros gobiernos (por unos más que otros) se van convirtiendo, poco a poco, en lo que tradicionalmente han sido, melodías de un pasado histórico plural y diverso. No deja de ser paradigmático el “caso yugoslavo” en una Europa cada vez más “melting-pot”, con más culturas, lenguas y religiones. Definitivamente, dentro de tanta tragedia, los Balcanes sí nos han dado una lección en positivo, su música...

sábado, 10 de abril de 2010

Las gorgonas del Pérmico

"la gorgona Medusa tenía serpientes por cabellos, grandes dientes, la lengua saliente y, en general, un rostro tan feo que quien lo miraba quedaba petrificado por el terror".
Graves, Robert, "Los mitos griegos"

Existe entre nosotros una mala costumbre de reducir la ciencia a lo sensacionalista, a acercar lo sublime a lo humano y a centrar lo característico en lo superlativo. La ciencia es atractiva en cuanto es pervertida, despojada de sus descripciones óseas y demás estudios serios de taxonomía. Hablar de prehistoria, para el gran público, en no pocas ocasiones se reduce a tratar de los dinosaurios (preferiblemente del T. Rex, el Triceratops , y acaso, también del "inexistente" Brontosaurus ) y de los mamutes. Son muy pocos quienes hacen caso de otros seres, de especies tan sorprendentes, o más, que las "conocidas", "mencionadas" mejor dicho. Cayendo en la contradicción, por lo demás a efectos meramente líricos, de invocar, en no poca medida, el "sensacionalismo prehistórico", en este post vamos a hablar de los gorgonópsidos, posiblemente, las criaturas más pavorosas que hayan pisado la Tierra.

La nomenclatura de las especies prehistóricas es, en sí, todo un campo para la reflexión y el entretenimiento. Analizar el por qué de los nombres, el por qué de los adjetivos calificativos que contienen los nombres en latín de los seres extintos es todo un ejercicio de imaginación, tal y como, por otra parte, ya lo fuera para quienes los nombraron. De alguna forma, analizar la etimología de estos nombres científicos es "colarse" en la mente, pretérita, de quienes antes los nombraron. Es una forma de disfrutar de las sensaciones que los fósiles provocaron en quienes los clasificaron.

Los gorgonópsidos deben su nombre a las gorgonas griegas, extrañas criaturas aterradoras de entre las cuales destaca Medusa, la única mortal, y la sazón, asesinada por el héroe Perseo. Se afirma que los panaderos de la antigua Grecia tenían representadas cabezas de gorgona en la puerta de sus hornos, avisando del peligro que corría quien pretendiera abrila antes de tiempo. Los cráneos de estos animales del Pérmico (299,0 - 251,0 millones de años) debieron de producir en sus descubridores un efecto parecido. Estas "gorgonas prehistóricas" eran reptiles mamiferoides, o lo que es lo mismo, reptiles precursores de lo que luego serían los mamíferos. Su tamaño, sus dientes, su locomoción y estructura no dejan lugar a dudas de que debieron ser unos seres magníficos. Inostrancevia (segunda imagen), Arctops o Lycaenops fueron contrincantes poco preferibles a los grandes saurios. Se cree que pudieron tener sangre caliente, lo que, lejos de tener connotaciones eróticas, debió facultarles para el poblamiento de diferentes ambientes; comenzaron a experimentar de cierta autonomía frente al Sol, hecho que debió ayudarles en una época geológica, el Pérmico, que pronto acontecería como la más fatídica de cuantas ha habido sobre nuestro Planeta.

Pese a no compartir "remisiones a la Medusa", otras especies de mamiferoides aterrorizaron a los diferentes animales, por lo demás desafortunados, que poblaron la Tierra por aquel entonces. Los anteosáuridos (tercera imagen) o el Titanosuchus, participaron mismamente de una naturaleza "pseudo-felina" que les asemejaron a criaturas, no sólo mitológicas, sino también propias de videojuegos y películas de ciencia ficción (¿a alguien no le recuerdan a seres de Pandora?).

Las luchas, la vida y adversidades de estos asesinos de los bosques de finales del Paleozoico introdujo el terror entre los suelos de la Prehistoria, como queriendo rendir homenaje a los seres, de mayor tamaño, que inmediatamente heredarían este curioso escenario de operaciones. Los tiempos en que el Mar todo lo monopolizó, en términos de historia evolutiva, tocaban a su fin, estos seres, y demás miembros del clan de los mamiferoides, fueron poniendo, a mordiscos y coletazos, los cimientos de un "Imperio" que aún tardarían en heredar sus descendientes. La extinción de finales del Pérmico, la "madre" de todas ellas ("Great Dying"), retrasó el dominio de estas especies hasta el fin de los dinosaurios. ¿Circunstancias del Azar que los grupos que han prologado las mayores extinciones de la Historia, estén emparentados? Desde luego que sí, sólo que esperemos no ganar a nuestros "ancestros del Terror", en lo que catastróficas coincidencias se refiere.

Autor de segunda imagen:Original uploader was DiBgd at en.wikipedia

tercera imagen:Original uploader was ДиБгд at ru.wikipedia

lunes, 5 de abril de 2010

Aves migratorias

Ver correr el agua por los hocines, escuchar el intimista rugido de los arroyos del Prado y la Madre o contemplar cómo rezuma la tierra, tras algunos días de frágil lluvia, no son sucesos que se puedan contemplar cada día. Esta Semana Santa Anguita estaba húmeda, fértil doncella propensa a la reproducción; verdeaban los trigos y las aliagas amagaban con deslumbrar al paseante (pronto cambiarán pinchos por flores amarillentas), Anguita tiene algo de humedal, y en vacaciones, mismamente goza de aves migratorias.

Las alas de la grulla se transmutan en neumáticos y volantes, sus plumas en cabellos y faces. Cuales avefrías, ánsares o golondrinas, los que antaño habitaron, vivieron, o simplemente, gozaron con, o en, el pueblo vuelven a sus tierras inundando de vida a un rincón, algo desierto en invierno. La magia del lugar cidiano hace que cada año vuelvan padres y polluelos, vínculos que en un momento fueron de sangre, cada vez se van difuminando más en lo genético, sin que por ello dejen de venir, cada año, más y más gente.

Ese patriotismo que a la grulla le hace ir de Norte a Sur, de Escandinavia a Gallocanta, se repite entre los anguiteños que abandonan Barcelona, Zaragoza, Valencia o Madrid en busca de su pequeña tierra celtíbera. La regularidad de ambos cauces vivos es proverbial, sorprendiendo a propios y foráneos que, pudiendo quedarse quietos, estas aves y gentes recorran kilómetros por el premio de poder reposar, gozar, en las alturas de la serranía. ¿Serán los cantos del abejaruco, o los vuelos, ahora imaginarios, de la cigüeña?

En un tiempo de tecnología y servicios públicos, a Anguita ya no llegan parturientas apuradas. Los nacimientos brillan por su ausencia, en contraposición a las idas y venidas de los niños, desde muy temprana edad, por las calles del pueblo. Por la Ramón y Cajal, la Umbría o el Desengaño, siguen yendo pequeñas bicicletas de dos o cuatro ruedas. Los padres no tienen motivo para la preocupación, siendo los chiquillos capaces de acercarsea un río que, en sus respectivos lugares habituales, les estaría vedado. El contacto con la “realidad natural”, con las raíces y el pasado de cada cual es mucho más intenso que en cualquier granja-escuela.

Cierto es que los símiles entre aves y demás animales de dos patas no se reducen al moverse por motivos no siempre explicables. Si la mentira de la “aviar” pudo haberse propagado por acción de los flujos migratorios de los pájaros, no menos cierto es que los urbanitas automovilizados también traemos pestes, en este caso, bien reales: residuos y demás guarradas tras largas noches de orgía musical, ruidos similares a tractores (sólo que en este caso para el ocio y no la labranza), trampas y demás mecanismos contra “alimañas”, químicas y residuos que pervierten lo bucólico, latas mal tiradas durante paseos y excursiones, e incluso alguna ceniza de fuegos temerariamente invocados.

Pese a todo, la migración sigue siendo una necesidad, una fuente de vida, para el pueblo, y aún más, para quienes la practican. Es una lástima que grullas y caravanas no coincidan en el tiempo. Unos y otros quizá pudiéramos gritarnos y compartir vivencias nómadas, hablar sobre esa fuerza dinámica, e inexpugnable, que es el “beneficio de ser anguiteño”.