sábado, 29 de enero de 2011

España: unidos en la diversidad.

España es un sujeto con sendos problemas de personalidad. Buscando su identidad se sumerge en un océano de prejuicios, que enfrenta a sus partes y no fomenta la razón en “el todo”. Como prototipo de inseguridad, España busca símiles con el resto de naciones. Quién sabe si por falta de autoestima o por psicópata manía, España es rica en copias baratas, piratería institucional que se manifiesta en toda una gama de “trasplantes” de difícil asimilación patria. Ora con base a la filosofía germana, ora con la idiosincrasia francesa, España es capaz de acoger una institución austriaca (como el Tribunal Constitucional) y al mismo tiempo un Código Civil de clara simetría napoleónica. El núcleo duro del funcionamiento nacional es una simbiosis de instituciones foráneas. Cual ejemplo de internacionalismo, España se obceca en soluciones consolidadas en vez de regocijarse de sus propias posibilidades como realidad diversa.
Recientemente, ha vuelto con especial fuerza el “debate territorial” que opone a “nacionalismos periféricos” y “nacionalismo centrípeto, o centralizador”. Declaraciones como las del antiguo Presidente de la Generalitat de Cataluña, Jordi Pujol, no sirven más que como réplica a las realizadas por otros políticos, como el ex-Presidente del Gobierno, José María Aznar. Más allá de citar a Pla y considerarse heredero de los “grandes políticos” de la Cataluña de principios del s. XX y finales del s. XIX, Aznar, como el resto de españoles, debe reflexionar, con afán de objetividad, en torno a ese “todo” que es España, y esas “partes” que le sirven de sustrato. Sin esconder mi posición favorable a la integración de Portugal en un mismo Estado, sería interesante comenzar a despejar variables e incógnitas, dando a España el reflejo diverso y multicultural que le caracteriza.
Desde Madrid se tiende a hablar del “modelo francés” como un ejemplo de eficiencia. De clara herencia borbónica, la idea de construir una gran capital que eclipse al resto de ciudades hispanas es una de las grandes constantes en la historia española de los últimos siglos. El modelo radial de nuestras comunicaciones (obviando al “Corredor del Mediterráneo”, por ejemplo) es una de las herencias que ello ha comportado, con todo el daño identitario que la idea ha provocado.
Puestos a citar declaraciones de reconocidos políticos nacionales, no quisiera olvidar las recientes palabras dichas por el actual Presidente del Congreso de los Diputados (anterior Presidente de la Junta de Comunidades de Castilla-la Mancha). Hablaba, con su habitual socarronería, del “problema” que en su momento tuvieron con la necesaria elección de una capital para Castilla-la Mancha. Al no haber un “configuración histórica”, ni una consolidación económica como unidad, debió de esgrimirse un criterio, tan débil en la práctica, como es el de haber sido anterior capital del Reino Visigodo y capital del Imperio Español con Carlos V, para elegir a Toledo como lugar en el que situar el Parlamento autonómico de Castilla-la Mancha.
Si a alguna reflexión generalizada se está llegando, es a la de que la época del “café para todos” se está acabando. Indicadores sociales, económicos, culturales... e incluso sentimentales, nos muestran que existan más bien pocas regiones con autonomía e identidad histórica suficientes para justificar su autogobierno y descentralización. En verdad, estas regiones, para algunos “naciones”, son dos: País Vasco - Navarra y Cataluña.
La hegemonía de París dentro de un Estado con capital clara y hegemónica no se da en España. Hasta hace bien poco la industria española se “centralizaba” en la periferia, fuere en Barcelona, en Sabadell, en Mataró, Eibar, Sestao o Portugalete. La existencia de industrias periféricas, obviamente, condujo al nacimiento de grandes capitales periféricos, o lo que es lo mismo, poderosas burguesías periféricas. Centrándome en el caso que mejor conozco, por ser catalán, podría decirse que la historia del “catalanismo” es la historia de la burguesía catalana.
Es defendible, y a la vez legítimo, que la existencia de poderes centrípetos hagan que el poder centralizador entre en conflicto con parcelas de resistencia. Que se quiera imponer una decisión desde Madrid, o considerar que el Decano de un Colegio Profesional o el Director de un organismo deba ser, por naturaleza, aquél que ocupe el sillón del Manzanares, no sólo no es legítimo sino contraproducente. La España de los últimos tiempos ha realizado estas prácticas, y no es de extrañar que en contrapartida existan movimientos soberanistas, que se aprovechan del agravio de habitantes de ciertas regiones, sirviendo a los intereses reivindicatorios de las burguesías periféricas.
La diferencia no puede seguir mostránsose como lacra. Que en Euskadi sean “muy del Bilbao y de la Real Sociedad”, y en Cataluña “muy del Barça”, no deja de ser un síntoma muy gráfico de lo que en verdad sucede. Desde el momento en que se quiere imponer una visión egoísta y anómala de la realidad histórica española, como se viene haciendo en los últimos tiempos, se está justificando que surjan anomalías nacionalistas que hagan dudar a la población de conceptos tan importantes como son los de: “soberanía”, “Estado”, “libertad” o “Nación” (en un sentido liberal del término). Debemos acabar de construir “un Estado” y dejar el disfraz del “centralismo disimulado”. Debemos disfrutar de lo genuínamente propio, lo diverso, no copiando modelos que nos son ajenos.
Mucho daño fue el que produjo el Franquismo y toda la mitología a él aparejada. La época del “Imperio Español” no se caracterizó precisamente por el centralismo (impuesto por los monarcas borbones tras la Guerra de Sucesión). España nació como una unión de reinos, no como producto de conquistas ibéricas. El prisma capitalino, que busca sus símiles con París, se está demostrando que no es sentimentalmente válido. Debemos comenzar a pensar que la Reconquista no empezó sólo en Covadonga y que algo tuvieron que ver, también, los francos de Carlomagno en Cataluña. Debemos darnos cuenta de que el Castellano es nuestra lengua común, pero que existen otras lenguas de necesaria preservación, como el catalán o el gallego. Muy gráficamente... ¿Nadie ha pensado que "la Valencia" del Cid fue una entidad autónoma? ¿o que si Nápoles fue española en algún momento fue "por culpa" de la Corona de Aragón, que no por Castilla?
Precisamente la cuestión lingüística es una de las más espinosas. No sólo desde el centro, sino también, y mucho, desde la periferia, se ha esgrimido como arma arrojadiza. Dejando al margen fueros, decretos, guerras y revoluciones, que el catalán sea una lengua “con poder” y fuerte protección, eficaz, se debe más a la existencia de una burguesía con capital que a batallas heroicas. Lo que diferencia a la lengua catalana, o uno de los factores que más lo hacen, del bable o el aragonés, es la existencia de una clase social poderosa que la ha preservado. La literatura catalana oficial es la que ha seguido el camino que va de La Renaixença a Pompeu Fabra, pasando por el Noucentisme (todos, movimientos burgueses).
Con Fabra como máximo exponente, la creación de una lengua “científicamente separada” se ha utilizado en política. Importando poco que el castellano y el catalán (sobre todo el de ciertas regiones limítrofes, véanse Valencia o Lérida) se parezca tanto. Es algo, precisamente no poco similar, a lo ocurrido con el italiano, tan parecido al castellano en su versión napolitana, pero diferente del oficial, impuesto desde el norte.
Los cantos de “viva España” en el Bernabéu cada vez que juega el Barcelona o algún equipo vasco, la negación de los vínculos del Real Madrid con la burguesía de Mataró que lo creó o las expresiones de “polacos”, “catalufos” y demás, poco ayudan. Reinventemos un país próspero antes de repartirnos la carnaza. Consigamos una España unida en la diversidad y no una crispación que beneficie a los cabecillas de entre las hienas.
Imágenes: Fíjense en el simbolismo que he querido expresar colocando dos cuadros de Tiziano (gran pintor "del Imperio") con sus obras: "Alegoría del Tiempo gobernado por la Prudencia" y su célebre retrato de Carlos V y un cuadro de Goya, "Duelo a garrotazos", tan idóneo para los tiempos actuales...