sábado, 19 de enero de 2013

Zalakin y el Templo de lo Interminable.

Zalakin continuó andando entre la espesura. Las indicaciones de su abuelo eran claras, y no muy lejos de ahí, dejando a un lado mangles, higueras, ceibas y secuoyas, debería estar el “Templo de lo Interminable”. No tardaron mucho tiempo hasta que el joven duende llegó ante unas soberbias columnas. Ni jónicas, ni arabescas, ni tampoco isabelinas, la arquitectura de aquel edificio era inclasificable desde la óptica del otro mundo. Si algún adjetivo caracterizaba a aquella monstruosa edificación pétrea bien pudiera ser “eterno”. Zalakin entró en el templo, no falto de pavor, llegando a un amplio recibidor en el que se alzaban tres columnas. Rápidamente, cuales rayos lanzados por Zeus apresurado, tres monos de diferente factura se colocaron en sus respectivos asientos de anfitrión. Dos langures y un soberbio papión se posicionaron haciendo gala de un correcto ceremonial ligado a una refinada, por así decirlo, pedantería. Zalakin se ruborizó al ver tres seres simiescos en un lugar regio entre lo sagrado. Disimulando su sorpresa saludó a aquellos curiosos seres con cortesía y sincera reverencia.

-   Estás ante el papión Hamadryas, fiero defensor de lo eterno –afirmó el titular del más preeminente asiento.

-   Yo soy Hánuman, el escudero imperecedero –dijo el langur de la izquierda.
-  Y yo me hago llamar el “Rey Mono”, aunque siempre me toca estar a la derecha. –Precisó el langur restante.
-  Yo soy Zalakin y vengo en búsqueda de respuestas. Me señalaron que en este templo encontraría solución a mis cuestiones, sólo que ahora mismo veo en frente de mí a dos langures y un papión, reverendos, pese a mi sorpresa.
-    No nos soñaron Catedráticos. ¿Sabes majo? –dijo Hánuman, el de la eterna sonrisa.
-    ¡Hereje! ¿¡Cómo osas hablar así a los guardianes del Templo de lo Interminable!? –gritó Hamadryas.
-   Miles de viajes y nunca había visto un duende tan insolente… -completó el langur “restante”.

Zalakin comprendió que no era una técnica válida herir en sus sentimientos a quien mucho quería aparentar, si de él se quiere conseguir algo válido. Dejó a un lado su sorpresa por lo simiesco de aquellos seres y se esforzó, aún más, por hablar con ceremonial y respeto reverencial.

-       - No fue esa mi voluntad, sabios primates. Sólo quisiera ver y comprender el poderoso torbellino que en la entraña del eterno templo se custodia.
      -  Haber comenzado por ahí, bellotín. –Dijo Hánuman bajándose de su pedestal.
-          -  ¿¡Alguien pretende discutirme la iniciativa!? –Molestose Hamadryas.
-          - No, sólo se ríe haciendo lo que le parece… -se reafirmó el “restante”.
-    - Entre un risueño y un “Rey”, el papión sagrado es quien debe marcar tendencia. ¡No dos langures trasnochados!
     
     Entre gritos y rencillas manifestadas oralmente, los tres monos comenzaron a marcar el camino hacia la cripta interior. Zalakin les siguió, no sin dejar de ver cómo los tres monos se retaban posicionalmente, continuamente, por quién debía llevar la iniciativa. Como langur soñado, Hánuman era hábil y esbelto, un poco barrigudo pero con una cola maleable y omnipresente. El “Rey” no era un mono muy diferente, de hecho, había quien afirmaba que ambos eran de una misma estirpe. Hamadryas era todo lo contrario. Sus músculos, entre caninos y felinos, y en todo caso carnívoros, daban motivos suficiente por los que justificar su preeminencia.

     Finalmente llegaron a una gran sala donde hordas de monos protegían, adoraban, u observaban simplemente, un gran prisma generador de un torbellino rosáceo, gigantesco, que no dejaba ver cuán  grande era aquella habitación, colosal en toda su magnitud. Zalakin pudo contemplar que los primates iban dejando paso a la comitiva, sin apenas rechistar. No cabía duda de que el papión y los langures tenían un rango indiscutible entre toda aquella monería.
   
     Concentrándose en el torbellino, vio que en él flotaban diferentes figuras, imágenes, cosas indescriptibles, y otras más identificables. La serpiente australiana, ángeles de bellas faces, demonios cornudos, bellas cortesanas bañadas en leche de burra y bronceadas con miel e incluso un esqueleto portador de una guadaña, todo ello sobresalía de entre el mareo de la nebulosa sacra.
      -          ¿Qué son todas esas cosas que sobresalen de entre la caótica espesura? –preguntó Zalakin.
-          Son todo aquello que en el otro mundo creen que les aguarda con la Muerte. –Entonó solemnemente Hamadryas.
-          Todo aquello que se cree que trasciende al fiambre. –Dijo Hánuman, riéndose sin causa aparente.
-          Toda persona necesita creer en un futuro diferente. El sueño justifica la existencia. Sin Imagina no hay Realidad. –Precisó el “Rey Mono”.
-          Nosotros somos la consecuencia del darwinismo y el evolucionismo, sólo creyendo en la inteligencia de pasados monos puede uno salvarse, en el otro mundo, de tener alguno de los sueños que mana en el torbellino. –Continuó Hamadryas.
-          Sí. En los almacenes tenemos australopitecos, homos de mil clases e incluso gorilas con cabeza humana. Son todo lo que soñaron los que quisieron salir del pensamiento trascendente. –Completó “el Rey”.
-          ¿No hay pensamiento sobre la muerte que no implique sueño? ¿No tienen seguridad en la otra dimensión si no es pensando en gentes de nuestro Reino? –pensó Zalakin en voz alta.
-          Veo que comienzas a comprender el porqué de nuestra existencia.-Concluyó el babuino Hamadryas.