lunes, 30 de abril de 2007

La finalidad independentista y revolucionaria de las herejías

Es curioso percatarse de cómo aquellos extremos que en la actualidad supuestamente habitan mundos extremos, poseyeron ab initio origen y causas comunes. La eventual afinidad que pudiera poseer un Cristo actual con un movimiento antisistema o de liberación “nacional” (mejor dicho, popular) no es sólo la más clara de tales manifestaciones, sino que además no es la única durante la humana existencia.

La Iglesia Católica tiene como gran característica propia el poseer una organización centralizada entorno a la figura del Sumo Pontífice. La Administración Romana monopoliza el poder, imponiendo sus designios a todos los cleros miembros de su Iglesia. Obviamente, el centralismo siempre hace uso de su fuerza centrípeta para enardecer los susceptibles flagelos del separatismo, manifestándose, una vez más, como dos posiciones inexcusables, la una de la otra, que parecen comportarse como los más ansiosos amantes.

Caído el Imperio Romano de Occidente, el Papado monopolizó el Poder fáctico conformándose el sistema de hierocracia. Ello se tradujo en la configuración de una burocracia sumamente desarrollada que, en tanto que muestra de poderío, iría creándose a la vez que complejos rituales, miembros de la más rebuscada de las liturgias, y lujos innecesarios en lo terrenal, pero algo más útiles en los políticos terrenos del propagandismo. La inaccesibilidad al Papa y su irradiación de fáctico imperium no dejaría de molestar a los otros grandes patriarcas del orbe romano. Parece difícil de justificar el porqué el patriarca de Constantinopla, verdadera capital mundial del momento, o los de Alejandría, Antioquia o Cartago, debieran subyugarse a la voluntad del presunto sucesor de San Pedro. La Iglesia Ortodoxa no dejaría de ser el clímax de un movimiento de autoafirmación frente al monopolio del obispo romano, pero, más allá de ello, aquello que para nosotros tendrá mayor importancia será el surgimiento de la “herejía” monofisita.

El monofisismo se caracterizaría por la consideración de la naturaleza de Cristo como Divina, en tanto que fagotiza ésta a la mortal. Algo tan sumamente teológico, así como inaccesible para el grueso de la población, no dejaría de ser una “excusa” para configurar una Iglesia opuesta tanto a Roma como, con mayor intención, a Constantinopla. El Concilio de Calcedonia la convertiría en herética, pese a la protección mostrada por Teodora (esposa de Justiniano) a los monofisistas. Lo realmente interesante es pensar en cómo el monofisismo se transformó en un movimiento cada vez más de autodeterminación que en una discusión teológica. Ello debe de verse bajo el prisma de que la pertenencia a una Religión determinada, era en aquel entonces un sucedáneo del sentimiento “nacional” o de pertenencia a un grupo étnico. La verdad es que la población del sur y este del Imperio Bizantino era de origen semita, especialmente relevante sería ello en referencia a los nabateos y los gasánidas.

Ambos se convirtieron al monofisismo. Tanto los gobernantes de la mítica Petra como los gasánidas eran pueblos de consideración “árabe” que tenían el deber de defender las fronteras romanas del sureste frente a las incursiones sarracenas y frente al enemigo persa. El origen étnico, así como el monofisismo (tan mal visto desde Constantinopla), conformarían un caldo de cultivo excelente para que el Islam consiguiera seducir en masa a los habitantes de tales lugares.

Dice el profesor Vernet que Mahoma recibió la formación de un rabino y la de un sacerdote cristiano, por lo que sus ideas no serían ajenas a tales religiones sino más bien derivadas de ellas. El Islam surgiría, mayormente, como un movimiento social de reivindicación contra el clero oficial y el poder bizantino. El sureste del Imperio abrió las puertas a la fe mahometana creyendo que se trataba de una herejía más de oposición al poder, sofocante, del Basileo. La figura de un líder militar y religioso, encarnado en la figura del califa no dejó de ser sumamente seductora para el pueblo, por lo que los orígenes del mundo islámico se parecerían más a los de una revolución bolchevique que a la creación de un moderno Estado. Por supuesto, este no sería el único caso, ya que buena parte de la situación del Islam actual es devota de la política y el menosprecio, intencionado, de Occidente, que de discusiones teológicas entorno a la Fe.

sábado, 28 de abril de 2007

En una isla llena de dinosaurios fueron y se fijaron en el mono

Pocas veces he leído una crónica tan corta, como genial, de una película. Obviamente se trata de King Kong, película que tuve la posibilidad de ver la pasada noche. Ya había sido advertido de su falta de sustancia y de lo efímero de su argumento, sin embargo, para un enamorado de la prehistoria y de todos los seres que en ella habitaron no deja de ser ciertamente interesante el fresco dibujado en tal superproducción. Una isla capaz de mantener a manadas enteras de brontosaurios y donde habita un gorila gigante capaz de liarse a manporrazos con tres tiranosaurios en un sólo asalto. Es curioso, lo fantasioso de lo humano se manifiesta una vez más mitificando lo desconocido y haciendo cavilaciones, pasadas totalmente de revoluciones, acerca de los habitantes del pasado.

El desconocimiento es un presupuesto clave para el artesano conceptual, para la invención intencionada y la manipulación sapiencial. De nada sirven las referencias y pistas del Pasado si no son, no sólo comprendidas, sino además desconocidas para el mismo público que asiste a la proyección de tan mayúsculas fantasías, inventos y alegorías. Seguramente es que sea lo más rentable, seleccionar lo más sensacionalista del misterio real y lo conocido por la ciencia y el pensamiento.

Decididamente es más seductor hablar de saurios triplicados en tamaño, carentes de plumas y dotados de superpoderes, inteligencia e ímpetu inquebrantable e imperecedero. El rey de los tiranos no pasaba los catorce metros de largo, considerable tamaño desde luego, pero es que no llegaba a ser más alto que diez humanos, ni mucho menos. Recuerdo cómo al entrar en el Museo de Historia Natural de Londres me sorprendió contemplar, como algo relativamente pequeño, un esqueleto entero de diplodocus. Era el primero que veía en mi vida y en ese aspecto me decepciono un poco. ¡Dónde estaba ese ser al que a penas alcanzaríamos a rascarle en el final de sus saurias pezuñas! El misterio siempre tiende a la sobredimensión y lo polémico al sensacionalismo. Los dinosaurios no son vistos como antepasados avianos que son sino como asesinos más próximos a nuestra concepción de los extraterrestres que a la de seres, meramente, reptilianos.

Algo así acontece con el dichoso mono, ya convertido en abuso de lo redundante y lo superlativo, de lo artificial y sobreestimado. El king kong real, también detrás del mito del hombre de las nieves, existió en la figura del gigantopithecus. Obviamente, su tamaño no pasaba de los tres metros de altura, siendo mucho más pequeño que el televisivo coloso, alimentándose cuasi exclusivamente de bambú. Su descubrimiento se realizó en base a los dientes gigantes de primate vendidos por los farmacéuticos chinos, se pensaban que eran mágicos, de dragón y no de un primate.

Estudios posteriores no sólo han confirmado su existencia en el pasado sino que convivieron con seres humanos. De hecho se considera que, más que una feroz competencia alimentaría con el panda gigante, fueron individuos de nuestra estirpe quienes acabaron con su existencia. Curioso pero cierto, no sólo no comía personas sino que el verdadero king kong era cazado por hombres peludos mal armados.

Una vez más la verdad ridiculiza a la fantasía. No sé cual debe ser el origen de esta noble característica humana. Pienso que tal vez sea un producto de la selección natural, una cláusula de escape que siempre nos conduce al sueño, las ganas de vivir y el afán de superación. Lo fantasioso en lo desconocido nos incita al conocimiento. La ignorancia de lo mundano no sólo no nos deprime en lo corriente sino que nos da fuerzas desmedidas para ejercitar nuestro músculo encelebrado. El pensamiento no deja de basarse en la mentira, en el sueño de superación. ¡Cómo nos interesaríamos en los dinosaurios en masa si pensáramos que fueron pavos, avestruzos de unos cuantos metros de largo! Imposible. El dragón, el yeti o el monstruo sobredimensionado no dejan de ser alegorías, parodias de nuestros pensamientos, de nuestra esencia, de cómo necesitamos de fantasiosos sueños para no aburrirnos en los mundano.

viernes, 27 de abril de 2007

El imperio de los bancos

Uno de esos pequeños regalos que puede dar el Azar a nuestras caprichosas neuronas es que alguien, de una cierta categoría, haga referencia a una circunstancia de la que tu mente ya se hubiera percatado. No importa que fuera muy difusamente, sólo que enuncie una tesis que coincide grosso modo con aquellos aires que soplan por tu cabeza; impresiones que dibujan un cuadro sapiencial, un bloc de retratos de tu Mundo y, cómo no, de tus sensaciones. La obsesión bizantina, esa monotonía que se inmiscuye por los contornos, inmisericordemente, de este blog, me hace recordar cierta sensación que me vino a la cabeza durante mi pasado viaje.

Es ciertamente redundante recordar que Estambul es una ciudad de contrastes, un sucedáneo de mundo de las maravillas y de reino de lo inverso. No sólo se cruzan religiones, continentes, clases sociales, razas y personalidades, Constantinopla es también un mundo peculiar donde el cambista es recomendable frente al banco, el honesto comerciante frente al supermercado, el infame islámico frente al oficial encargado. La calidad personal se impone a los prejuicios y las vestiduras en lo cotidiano confunde a nuestros, algo confundibles en potencia, sentidos.

Ese pequeño regalo para mi vanidad es que esta mañana el procesalista profesor mencionara la indiferencia imperante en nuestro pensamiento al mencionarse los exponenciales beneficios de la banca española. Es curioso. Alguien explicaba que el capitalismo tiende a suprimir lo público, lo estatal, y ha imponer el poder de la iniciativa privada. Que el control se limitaría a lo policial y no a lo intervencionista. La religión de la libertad y del dinero, de la inversión, la iniciativa, del sueño cumplido y del beneficio bien ganado. Sin embargo, como en tantas otras facetas de nuestra vida, el disfraz se basa en lo negado, la mentira en la verdad y lo oficioso en lo idealizado.

Los bancos españoles escalan posiciones. Tal contingencia aparenta, a juzgar por las circunstancias, segregar feromonas para nuestra mente. Algo sustitutivo de nuestra alcoyana selección o de nuestro ejército. Lo privado pasa a ser considerado comunitario, España va bien si así lo opinan los bancos. ¡Cuanta falsedad y engaño! Parece ser que las entidades de crédito se transforman en sacerdotes, profetas o cuanto menos católicos letrados, queriendo recordar aquello de que nuestro mundo es un valle de lágrimas. Quizás sea cierto, que el dinero no da la felicidad y por ello, ¡para qué poseerlo!

El disfraz tan aparentemente oficial como oficioso que viste lo bancario, resulta ser pelaje mismamente tanto de empresas como de negocios. Grandes compañías de seguros empresas multinacionales o supergrandes almacenes son ejemplos de agamenones mercantiles que amenazan con convertirse en pseudos-estatales, con sustituir lo administrativo, sirviendo al pueblo de monetario placebo en la enfermedad de lo rudimentario. Ante la duda consulte con su poderoso empresario. No confíe en lo ambulante, lo desconocido o lo difamado, la marca da algo más que el nombre, que la calidad en los productos o los pagos a plazo. La seguridad la da el fondo de comercio, la grandeza, la potestad económica y las cartas que se tienen en el capitalista juego.

Las empresas son de esencia tan cainista como poco honesta; ansiosas tanto de poder como de sustanciosas ganancias. Obras sociales y altruistas patronazgos no dejan de ser retales de ese disfraz, de ese vestido en mentira entelado, esa empresa devoradora de dinero, esa apariencia de oficialidad que cubre los intereses de mercado. La libertad se convierte en dependencia y los soñadores en marionetas, la voluntad del poderoso pasa a ser la del depósito, la del favor cobrado, la deuda perdonada, el trabajador arruinado, la familia endeudada.

miércoles, 25 de abril de 2007

Sueño de una noche estrellada

Esta tarde mientras repaso, en diagonal, los titulares de los diferentes diarios, me encuentro con cierta “perla” periodística, acaso en exceso pretenciosa. “Localizado un mundo 'habitable' situado a 20 años luz de la Tierra”, tal es el titular de tan peculiar noticia publicada en “el Periódico”. ¡Cómo para no dormir! Quizás les dé ahora por construir nuevas viviendas de lujo, almacenar más armamento o, mucho peor, mandar a alguien a allá de conejillo de indias, con el afán de ahorrarse el sueldo de un terrestre carcelero. Pudiera ser. No recuerdo ningún caso de explotación que no explote, como tampoco recuerdo ningún chubasco sin lluvia, o libro sin hojas. Inquietante, pero menos mal que no es posible.

De repente, sin ser aún de noche, pienso en la Luna, en esa redondeada amante nocturna, lucero de las tinieblas y joya destacada en el más monótamente contaminado de los celestes joyeros. Pienso en su lejanía real, pero también en su cercanía relativa. En los sueños que la evocan y los presuntos éxitos no reiterados. En todo su lado oscuro, oculto a nuestros ojos, y en todo lo que se oculta, oscuramente, a nuestros ojos.

Recuerdo un documental titulado “El lado oscuro de la Luna”, en él se dejaban ir afirmaciones, cuanto menos, igual de hipotéticas que las que, convencionalmente, en nuestra sociedad se toman por ciertas. La viuda de Stanley Kubrick hablaba en él de los decorados de “2001: una odisea en el espacio”, de cierta relación privilegiada de su marido con la NASA, así como de una maravillosa lente prestada por dicha “entidad” a su cordial amigo. La verdad es que lo mío no es ni la lógica ni la filosofía, pero no sé si es lo que se llamaba modus ponens o modus tollens aquello que al aplicarse hace surgir de estas premisas cierto silogismo que nos remite a “peligrosas” conjeturas.

Se me hace ciertamente extraño pensar en una “odisea en el espacio” cuando a duras penas “se puede” ir a la Luna. No lo digo yo, lo dicen el número de intentos que se han realizado con el sino de llegar al preciado astro. (No demasiado efectivos si aquellos que deben subir a los estadoudinenses al espacio no lo han podido conseguir, aún queriendo, y habiendo sido lanzado el Sputnik por el camino…). No seamos malos, seguramente es que la Luna está ya muy vista y que el cumplimiento de un criterio de estricta racionalidad económica no permite dilapidar patrimonios en finalidades redundantes. Podría ser eso o algo parecido, o simplemente que lo mío son los códigos y las sentencias del Supremo, debe ser eso.

De todas formas creo que es difícil guiarse en la calle cuando uno se pierde en casa. Los océanos, e incluso la Antártida, no están lo suficientemente explorados como para poderse estar en situación de pensar en otros proyectos, más megalómanos. La verdad, sería la primera vez en la historia que el común de los mortales conoce los proyectos e intenciones inherentes al aroma del narcótico Poder.

Creo que no me voy a sentar en una silla a esperar. ¡Para qué! Si aún falta pasearse por los mares, quién nos dice que vamos a ver cruceros estelares y realidades interplanetarias. Mejor aún, cambio de idea, cogeré mi telescopio y me sentaré en la silla, no a esperar sueños bananeros y realidades intencionalmente condicionadas, sino a disfrutar del calentamiento global por las noches y a observar la noche estrellada.

lunes, 23 de abril de 2007

La perversión del libro

Una de las ventajas de ser alumno de la Pompeu Fabra es poder disfrutar del Día de San Jordi como día festivo. Es sumamente curioso que una fiesta bastamente conocida, y constantemente imitada en lo ancho y alto de nuestra geografía, ceda el podium de fiesta “nacional” a la Diada. San Jordi en laborable es fiesta para todos, orgía de libros con sabor a tinta y a amores vestidos de rosas aromatizadas. Otras fiestas son más conocidas por ser perfectas excusas para excursiones y opíparas barbacoas, sin embargo, dentro de su embrujo, San Jordi es una fiesta única al reunir gente y libros, en masa y en un ambiente festivo.

Como todo amable sueño, también hay en tanto que realidad, contornos de fatal pesadilla. Los libros se mutan en pienso para el profano, condicionamientos enletrados para reprográficos cerebros. El dominio del Poder impregna los productos literatos, cayendo todo en la monotonía y el vorágine del consumismo y la hipocresía. El dinero fluye más veloz que el conocimiento, quién supiera si acaso más rápido que la luz y que el sonido. No lo sé. El caso es que un pensamiento esquizofrénico me hace ver libros repetidos, precios especiales, compras anormales, niños encaprichados, cómics mangas y esbirros del monarca bestselliano.

De pronto, un croquis de mi estado mental me hace constatar que no padezco de brotes esquizofrénicos, que me encuentro en la Rambla de Mataró y la visión es un todo, tan real como poco etéreo. Todo cae en redundancia, el movimiento de sacar la cartera y el título de los libros. De pronto encuentro un tenderete sin nadie, sólo con dos jóvenes esperando visitas y a un anciano con pintas de sacerdote, y acaso de sabio. Me acerco. El hecho de estar vacío me indica que en él no encontraré bestsellers, genial, es lo que buscaba, me interesa todo lo extraño y original, y porqué no ver también ver de la literatura su vertiente religiosa.

Un joven, por indicación del peculiar párroco me entrega un librito como regalo, sin pedir nada a cambio. Se trata de un librillo titulado “Luz y guía” que contiene, parece ser, parte de los Evangelios. La tarjeta que el párroco me facilita me indica que se trata de una obra financiada por la “Liga del Testamento de Bolsillo” y que el tenderete es en representación a la Iglesia Evangélica Protestante. A diferencia de otros, acepto gentilmente el obsequio con la curiosidad que todo libro me repara. El ser laico no me hace caer en el laicismo y, una vez más, constato como el obsequio (de la misma forma que un centro islámico que regaló varios libros en mi estancia en Estambul) proviene de una institución religiosa que no de un sindicato o de un partido. Curioso. Seguro que también conocen lo que son las meriendas pero la verdad es que también lo que es la amabilidad y lo que significa la palabra "obsequio". Obviamente, el regalo está condicionado con sus ideas y gustos, ¡cómo iba a ser de otra forma!. No es ello por ser institución religiosa, sino por el hecho de ser gentiles, pues no me parecería muy apropiado repartir al ajeno obsequios que para uno mismo no son de su agrado.

Mi mente está cada día más rebelde y amenaza con desorbitarse tanto de mi como de la escritura de este blog preciado. La lengua calla dejando paso a la libertad de las palabras y mis dedos se calientan con la expresión de mis sensaciones, sentimientos y palabras. Odio los best-sellers, quizás por afán de ser peculiar o culturalmente extraño, pero el caso es que los odio. No odio a la sociedad pero si a algunas manifestaciones del Orden global y del dichoso mercado.

Sólo adquiero como regalos libros religiosos inevitablemente condicionados. No tengo la posibilidad de hacerme con libros de Aristóteles, Descartes o Plutarco. La propiedad intelectual, bastamente prescrita, no evita el monopolio del maná enletrado por parte del mercado. El libro de la “Historia Secreta” de Procopio de Cesarea que se me antoja, además de no encontrarlo (quizás por no haberlo ya ni buscado) no me aparece ni en el preciado librodot ni en los estands bestselliaros.

Vale veintitantos euros, una obra que podría ser editada por cualquiera (incluida la Administración, los partidos o los sindicatos) no siendo editada tampoco por la Iglesia ni por fundaciones o personas al amor de la difusión de la cultura dados. No. La cultura ya no es monopolio de los monjes pero sí de aquellos que nos podemos permitir la compra de algunos libros. No interesa la difusión de la sana cultura, no importando el auge del Harry Potter, del Código Da Vinci, Los Pilares de la Tierra, de Lucia Etxeberría o de Dan Brown y demás escritores bien pagados.

Los libros parecen evolucionar de las aves, no por las plumas sino por los trayectos que realizan volando. Volando por nuestra imaginación, por los senderos de la cultura y del conocimiento. Cantando la igualdad de la razón última que impregna lo culto y verdadero, soñando en un Mundo donde la cultura se reparta con entusiasmo y no con dinero.

domingo, 22 de abril de 2007

La Bolsa de los balones

Realizando mi lectura diaria de la prensa deportiva electrónica, me entero de que el Olympique Lyonnais acaba de conquistar su sexto título de Liga consecutivo. Mientras me cae la placentera agua acalorada de la ducha, reflexiono sobre cómo el panorama futbolístico actual parece alejarse de lo estrictamente deportivo para medrar en terrenos más próximos, que a unas Olimpiadas, a una Bolsa y a un Ibex-35. El equipo de Lyon, segunda ciudad en discordia del vecino gigante galo, se alza año a año con un palmarés que ya supera al del PSG y se aproxima al del Marsella. Personalmente, me congratula ver como la hegemónica urbe parisina no triunfa en lo deportivo, siendo equipos de ciudades segundonas quienes se alzan con el cetro de la regularidad. Curioso. Los millones y el fondo de comercio de la marca PSG parece ser cada día más liliputiense ante el talento lionés. No obstante, y no sin cierto pesar, constato cómo la hegemonía del Olympique tiene más que ver con una excelente gestión económico-empresarial (veáse TAU Baskonia en nuestro baloncesto) que con una apuesta deportiva globalmente consolidada.

La Liga Francesa, más que un peligro para el resto del orbe futbolístico, en lo que al monopolio de un club se refiere, no deja de ser una parodia del panorama actual. La denominación Club, que, personalmente, me recuerda más a un Esplai o un grupo deportivo de amigos, parece aproximarse paulatinamente a los imperantes contornos del mercado, de la empresa y del dichoso capitalismo. La palabra Club fácticamente se transforma en empresa, dando cada vez más sentido a las correlativas inquietudes políticas de los equipos y a aquello de ser “més que un club”. Sin dejar de salir de mi asombro, los EEUU parecen dar ejemplo en este caso, habiendo inventado un sistema deportivo que no deja de ser coherente con sus objetivos y finalidades.

En junio de 1946, recién acabada la Segunda Guerra Mundial, un grupo de ricos hacendados decidió crear un sistema de franquicias con el sino de engendrar una liga profesional de baloncesto. Se crearon, inicialmente, once franquicias, o lo que es lo mismo, once derechos a crear un equipo de baloncesto en cierta zona geográfica. Ello no sólo facultó la existencia de cierto equilibrio geográfico en cuanto a la distribución de los diferentes equipos sino que además evitó caer en la contradicción de considerar como clubes aquello que jamás dejó de ser una empresa.

Normas actuales cómo el tope salarial o la prohibición de traspasos no dejan de dar lecciones, además de equidad entre los equipos menguándose las respectivas superioridades económicas (que se lo digan a los Lakers y los Celtics) sino que también se evitó dar la pésima imagen actual de nuestros clubes de hacer la fictio iuris de que los miles de millones pagados por un traspaso son por el bien del club adquiriendo un jugador y no con el afán de lucrarse la, cada día más amplia, burguesía deportiva.

Las competiciones domésticas son más batallas en la Bolsa que acontecimientos deportivos. El prestigio de una marca, un nombre comercial y de un fondo de comercio se juegan en una guerra que deja como víctimas lo familiar, lo deportivo y el espectáculo. Todo es dinero, o al menos lo parece. Es evidente que no basta con ello, cómo lo enseñan Akasvayus y Madrides galácticos, sino que también se requiere una planificación deportiva en tanto que especialidad de la planificación empresarial. Lo sé y se manifiesta, lo cual no quita la crítica y el lloro por la pérdida, una vez más, de un bien social e incluso cultural por el voraz apetito de una economía global de mercado.


Por favor háganse todos sociedades anónimas, por favor no engañen, dejen de ser clubes y manifiesten expresamente que son más que ello. Quizás por ello tiene tanta importancia la política en el fútbol, por que Barça y Real Madrid son grandes compañías internacionales y ¿acaso no son los elementos de este último campo semántico quienes gobiernan actualmente el mundo?

sábado, 21 de abril de 2007

Soy consciente de que me extinguiré. Por favor, no me lo repitan

Recuerdo cómo ayer al entrar, poco antes de las diez de la mañana, a mi aula de la Universidad Pompeu Fabra, me percaté del anuncio de cierta noticia: “el Sol se muere”. ¡Genial! Ya no sólo vamos a padecer sequía, calentamientos, nubes tóxicas y guerras nucleares sino que además deberemos asistir al funeral del helio astro. Funeral que, por definición, será el nuestro. Cuando ya me iba a dar un buen ataque, no de miedo, sino de incredulidad por lo patético de la prensa actual, mi vespertino compañero en el madrugar universitario me señaló cómo aquello que estaba contemplando no era más que el anuncio de la última película estrenada por Hollywood: Sunshine.

Ciertamente, el género de la ciencia ficción siempre me ha producido cierta seducción, pero siempre dentro del prestigio y la virtuosidad de títulos como Dune o la Guerra Interminable. Aquello que me parece patético es transformar una idea con un mínimo de rigurosidad en el tema de un filme rico en efectos especiales, pero redundante en cuanto a cansinamente devoto de la mundialmente imperante obsesión existencial humana. ¡Todo parece girar hacia nuestra extinción! Ya sea por falta de agua, por derretirnos dadas las temperaturas, atribuyendo culpas también a la energía nuclear, la Guerra y el exceso de colesterol. Somos una especie que va a desaparecer. ¡Perfecto! Creo que es lo que ha pasado con todas las que nos precedieron y lo que pasará con todas las presentes y futuras. Traslados el miedo atávico a la muerte a la desaparición de toda nuestra especie, recurriendo a esa natural pesadilla para incentivar medidas colectivas, no siempre con demasiado éxito.

No me estoy refiriendo sólo a la cuestión referente a la vida del Sol (le quedan entre 500 y 5.000 millones de años para convertirse en una gigante roja que engullirá nuestro planeta), sino también a la sequía, las extinciones en masa y el dichoso cambio climático. Aunque nos pese, los humanos somos parte de la biodiversidad que habita, en un biótopo globalizado. Ahora existimos como pasados los años no lo haremos, para dar sentido a la existencia y tributo a la regla.

Aquello que revienta mis niveles, por lo general escasos, de paciencia es cómo los organismos públicos nos saturan de recomendaciones referentes al ahorro enérgico y la lucha contra el cambio climático. Me olvidaba. Soy un insolidario, no llevó un coche que consuma hidrógeno, como los políticos; gasto más agua que la que se pierde por los defectos de la canalizaciones públicas; así como ahorro menos electricidad que mi Universidad y RENFE juntas. ¡Basta ya! Basta de sembrar arroz en los Monegros, no arreglar las canalizaciones de Bilbao y Barcelona y de decir que me ducho demasiado con agua caliente. Basta de pedir que no me ponga aire acondicionado con el sino de ahorrar energía y combatir el cambio climático, cuando los organismo públicos me transforman tan pronto en un helado como en un sucedáneo del pollo a l’ast.

¡Qué pasa! No creo ser el único en sufrir los calores de RENFE, ambulatorios y universidades. ¡Para que después se diga que gastamos energía! Ni tampoco seré el único en constatar cómo se escapa más agua en urbanizaciones ilegales en Levante, siembras macabras en desiertos y escapes, acaso dicen que inevitables, en las canalizaciones municipales. ¡Basta ya! Que haga calor, frío, sequía o inundaciones pero que me dejen vivir en paz o cuanto menos en coherencia.

No creo ser déspota ni ilusionista si señalo que son los organismos públicos quienes deben de dar ejemplo. Cómo pedir que el pueblo ahorre cuando la Administración despilfarra. Será para evitar problemas con el consumo. No lo sé. Para tapar deficiencias en las estructuras de las que son la Administración responsable. Tal vez. Pero sólo sé una cosa. No fue ningún antepasado mío quien se puso la estufa y después se dio una ducha de vapor, mientras se hacía unas chuletitas en la barbacoa, quien extinguió a los dinosaurios, produciendo un global cambio climático.


viernes, 20 de abril de 2007

Sobre reyes y velociraptores

El tiempo se dice que condena toda imprecisión, incorrección o infamia. Ya lo dijera Séneca que el transcurso de los años coloca a todo príncipe dentro de su categoría. Poco equivocado estaba el sabio bético, mas valga recordar que lo mismo se acepta respecto a los acontecimientos históricos, eventuales hazañas o meros fenómenos casuales. El tiempo es juez limando cualquier atisbo de subjetivismo. Sin embargo, ello parece no ser operativo de vérselas con el interés del dominante o la manipulación en la emanación de las fuentes. Un ejemplo claro de ello es el presunto descubrimiento de América por Cristóbal Colón. ¿Cómo alguien en su sano juicio pudiera defender la novedad de tal descubrimiento estando acreditada la existencia de poblaciones indígenas en tales tierras? ¿Cómo alguien pudiera defender que fuera el primero de los europeos en conseguirlo si fueron anteriormente los vikingos? La respuesta es obvia, fue el primer, presuntamente, navegante que llegó a las Americas con mandato de Estado Hegemónico, la España de los Reyes Católicos. El Poder seduce, impregna y ante todo domina. Nuestra recreación de la Historia se ve profundamente condicionada por sus caprichos y designios. Aquello que recibimos es un saber tan acumulado como condicionado y subjetivado; pese a ello, el esplendor de la Era de la Información nos repara caminos alternativo. Después de una, nada breve, introducción intentemos responder a una pregunta de imposible solución pero que nos sirve de ejemplo manifiesto de los escrito y de excusa por la que razonar un rato. ¿Cuál es el país más rico en historia de la faz de la Tierra?

Seguro que hubiera quien dijera que los EEUU en tanto que leviatán hegemónico de nuestros días. Otros más “fashion” dirían China o la India, mientras que el resto del común de los mortales seguro que se decantaría por España, Italia o Turquía. Aquello que, con toda seguridad, no acaecería es que alguno de los eventualmente encuestados respondiera con Mongolia. Haciendo caso de esa gran idea que es la metahistoria, es decir, considerar no sólo los tiempos humanos sino también aquellos que nos precedieron, poca duda cabe de que Mongolia es testigo de buena parte de los acontecimientos que han sacudido nuestro Mundo.

Comenzando por el Mesozoico, Mongolia está reconocida como una de las zonas con mayores, y mejores, testimonios paleontológicos, especialmente referentes a los dinosaurios. De los Acantilados de Fuego recorridos por el aventurero Roy Andrews Chapman (personaje que sirvió de inspiración para la concepción de Indiana Jones) surgirían algunos de los dinosaurios más conocidos por todo lo largo y ancho del orbe: velociraptor, protoceratops, tarbosaurus, oviraptor, deinocherius… Parece ser que las arenas del desierto del Gobi fueron testigos de los andares de tales seres dignos de la más grata y fabulosa fantasía. Los dos primeros, velociraptor y protoceratops, son especialmente conocidos por haber sido hallado un fósil en el que un ejemplar de cada uno de ellos murió en plena lucha por conservar su vida. Más allá de ello, velociraptor sería mayormente popular con la realización del filme Jurassic Park, en el que surgirían seres más próximos a dragones que a testigos de la pretérita realidad cretácica (que no jurásica). Ya en tiempos humanos, Mongolia sería conocida por personajes como Marco Polo o la Ruta de la Seda, pero mayormente reconocido será su prestigio de recordar la figura de Genghis Khan, el gran emperador de los mongoles.

Temujin, más conocido como Genghis Khan, sería el primero de los grandes monarcas mongoles. A él le seguirían nombres como Batú Khan, Kublai Khan o Tamerlán. (Valga recordar que a ellos hay historiadores que les suman los hunos como pueblo de origen mongol). Conocidos por su fiereza y inmisericordia, no deja de ser curioso que se les considere como asesinos cuando meramente hicieron aquello que igualmente perfeccionarían personajes del prestigio de Napoleón, Julio César o Felipe II. El chovinismo impera nuestros corazones viendo a aquello deficientemente desconocido como más rico, no sólo en misterio, sino también en maldad y desconcierto.

Aunque pueda parecer tabú afirmarlo en nuestros días, el gran Khan aportó grandes beneficios a la sociedad de su época en base a la concepción de los cimientos de un Imperio que unificaría buena parte del continente euroasiático: facilitando tanto el comercio como los intercambios culturales. La paz que imperaría en sus dominios trajo prosperidad para reinados posteriores, valga constatar la magnificencia que aún emite la capital tamerlana de Samarcanda.

Mongolia fue tierra de reyes y velociraptores. Seres famosos en nuestro actual imaginario y que parecen tener que disculparse por ser más loables e interesantes que los existentes en otros países. Será que Mongolia poco pinte. Más que otra cosa. Nuestros sentidos reciben multitud de filmes y de novelas referentes a episodios de interés algo escaso y bañados de un imaginario, tétrico, así como dotado de un desagradable sabor a rancio. El mundo anglosajón domina los medios, su Historia la humana y sus saurios los mejores. Qué se le va a hacer. Así lo hicieron romanos y españoles con anterioridad, valga decir que cuando existe un Imperio hay más probabilidad de que surjan personajes célebres, pero aún más cierto es que existe el peligro de que todo personaje estándar pueda ser recordado como célebre por la gloria del Imperio.
Imagen de velociraptory protoceratops: cortesía de

jueves, 19 de abril de 2007

La soledad de un coloso

Estambul, Bizancio, Constantinopla. Con vistas a dos continentes, al Bósforo y al más glorioso de los pretéritos tiempos, Estambul saluda al porvenir con la alegría del quinceañero y la melancolía del viejo. La historia, la cultura, consolidadas costumbres y otros tantos misterios, tejen un urbano vestido devoto del hedonismo y del buen gusto. Quizás para un ojo foráneo, humanamente parcial, una de las cosas que más pudieran sorprender es el misterio emplumado de las mezquitas otomanas.

Durante la noche, las esplendorosas mezquitas reciben la visita de enjambres de gaviotas blancas que parecen manifestar la gracia de Alá en la sacralización de tales templos. Lo sorprendente y maravilloso se nutre de tales acontecimientos siendo aún más notoria la imponente, así como seductora, soledad del solitario coloso. Santa Sofía parece desafiar los siglos permaneciendo esencialmente inmutable a los envites del tiempo. Sin embargo, como en el caso del destino de la más bella modelo, su existencia se halla estrechamente ligada a la febril competencia que contamina todo lo humano. Obviamente con ventaja, los sucesivos habitantes del dorado cuerno han intentado superador la magnitud de Santa Sofía construyendo seres empedrados dignos de la más épica de todas las epopeyas.

Ejemplo clave al respecto es la Mezquita Azul, coqueta hija del afán de superación, que por ministerio del Sultán Ahmet intentó desbancar del podium de lo sublime, a Hagia Sofía. Los mil años aproximados de diferencia entre ambas no fueron suficiente para ganar a la antaño catedral; si acaso, aquella jugada más ingeniosa, y que resulta mayormente palpable para el ojo occidental-europeo, es el cómo las gaviotas imperan en las cúpulas de las mezquita durante la noche, y en cambio no en Santa Sofía. Quizás sea Alá haciendo recordar el pasado cristiano del coloso catedralicio. Quizás. O puede que sea simplemente un producto de la casualidad que viene a confirmar la idea sobre la que parece sustentarse el sentimiento turco actual; la actualidad del Islam como esencia también europea frente al anacronismo del Cristianismo bizantino.

Parece claro que no se descubre misterio alguno al constatarse el inevitable paso del tiempo junto la caótica entropía del paso. Parece claro. Pero no deja de preocupar al amante de Estambul, tanto como al de Constantinopla, cómo ambos nombres de una misma ciudad, parece que irremediablemente, chocan inmisericordemente entre ellos, en el más cainista de los duelos.

Durante la visita a Santa Sofía, y quizás aún más cuando se completa la excursión con la visita a San Salvador de Chora, aquello que más enoja al atávico sentimiento occidental sea la omnipresente imagen de banderas turcas, fotos de Atatürk y antiguas iglesias desacralizadas por los minaretes islámicos. No es debido a problemas religiosos, sino al afán de diferenciar, de autoafirmación, aquello que detesto de tales estampas. Por supuesto que no son pocos aquellos que opinan que los minaretes añadidos a Santa Sofía le salvaron de las iras del fanatismo contra los, no sólo religiosamente, adversos a Occidente.

La narración de la historia, el periodismo así como los testimonios de personajes presuntamente bien informados, no en pocas ocasiones, dibujan un fresco tintado de odio atávico a Occidente y de fanatismo. Nada más lejos de la realidad. Las imágenes contempladas durante este maravilloso viaje de final de carrera corroboran la necedad de lo patriótico y la universalidad de lo económico. Estambul sustenta su identidad en su contraposición a Constantinopla y lo bizantino. Cómo reconocer su precedencia bizantina evitando dar la razón a fantasiosas cuestiones patrióticas helenas. A todo ello se le suman graves consideraciones: cómo defender la falta de legitimación para vivir y medrar a los turcos que en Estambul nacieron o pasaron sus mejores años, afirmado la falta de pertencia de la islámica urbe al cuadro de caracteres clasificables respecto a la humana existencia.

Lo actual resulta ser más legítimo que lo pretérito y sumamente más útil para escrutar los senderos del futuro. Lo histórico es parte constitutiva de un cuerpo transformado en una ciudad y sus diversas gentes. La homogeneización, aún yendo en contra de la evolución y de la mutabilidad exigida, se nota manifestándose a nivel global, careciendo cada vez más de contenido los favoritismos patrios y sueños nacionales.

Griegos y turcos se homogenizan al escuchar Madonna, comer Pizza o pintarse las uñas con marcas francesas. La construcción “nacional” entendida por contraposición al vecino perfecciona el adagio del gran khan de no haber gran pueblo de no tener un enemigo. El paseo desde Taksim a Dolembache por los jardines que los comunican corroboran tal hecho al existir cierta plaza donde se alzan los bustos, junto a Atatürk, de Atila y de Tamerlán. Lo olvidaba. La búsqueda, inexcusable para un jurista, del legado justinianeo se basa en la negación en tanto que exaltación de lo turco. No se prima a las personas sino a metafóricos sueños, que han provocado tragedias escandalosas en la bella tierra turca. Rumíes, armenios o kurdos son fuente de una diversidad incomprendida que se rinde a las excesos de la autoafirmación nacional y de los superlativos huracanes del nacionalismo.

Quizás sea la vaguedad del adjetivo europeo, los grandes cambios históricos en la cuenca del Mediterráneo, o simplemente, el sueño incomprendido de un joven enamorado de Estambul, aquello que me hace constatar la improcedencia de negar el ingreso a Europa de un país eventualmente hegemónico. ¿Porqué?. Hoy en día las diferencias son de intereses que no de caracteres étnicos o nacionales, las lenguas se ven superadas por el inglés y las religiones por la play-station, la choque de civilizaciones se caracteriza en flujos envidiosos y de codicia. De la olla llena y de la olla vacía. De las universidades frente a los hospitales de pésima cirugía. ¡Qué se le va a hacer! Nuestro nivel de vida en ello encuentra sustento y es irremediable que el sirio, el boliviano o el filipino pudiera tener odio frente al occidental, claro, es que uno se alimenta opíparamente y juega a la play-station. El materialismo lo impregna todo y Turquía se convierte en Europa desde el momento en que participa del invento. El resto del Islam le ve con malos ojos, no por falta de rigidez en el Islam, la Sunna o los dictámenes de ulemas expertos, simplemente por tener cada día la olla más llena y participar del desarrollo del leviatán globalizado, del mundo capitalista, del mundo del consumo, de la televisión y de la play-station.

miércoles, 18 de abril de 2007

A tribute to my new friends

I don’t know what can be better than perfome a dream. However, I can say what it’s absolutely worse. To finish a dream, to return at home, to leave friends in another country, there are worse things, bad sensations. I’ll be valiant and I wont forget my gratitude to a lot of people that have been really important in my travel to Istanbul. I am writing this article in English in order to it could be understood for this people that leave in Istanbul and, since I have return to Spain, in my heart. It’s a incredible thing to meet people in another country, to meet friends with you can speak about your restlessness and your sensation about your travel. I’ll remember my friend Musa form the phone booth (a great friend and an incalculable adviser), also I couldn’t forget my friend Vedat and theirs teas, or my friends from Hakikat Kitabevi.

The world could be a friend and an enemy. You cannot rely on all the people of the world, but you cannot repeal good relationships by your distrusting. It cannot be. The Hell can be at Earth but also only in ours brains. People is bad for biology but everyone get some education from their parents and their school. The education is the key for the goodness, and I think that in Istanbul I have known people with a great education and a great heart.

Despite being a victim of some people that haven’t got any good education (specially by a barber (do you remember my friend?? ;-) ) I have had the luck of meeting plenty of good persons. I think that goodness always is superior than the Hells’s arms.

The world is a melting pot of good and bad things. Despite lost my camera in my last taxi in from Hagia Sophia from my Hotel (Nazar) I have keep with my the photos’s majority. Despite have a bad experience with the barber, I have had a beautiful relationship with my friend Musa from the locutory. Despite being a little bad the hotel, I have met an incredible friend (Vedat) and theirs incredibles teas.

I love Istanbul. I think that it can be considered as a mirror where everyone can watch the diversity of our world. You can visit mosques, Santa Sofia, palaces… and also go out at night to a Taksim discoteque or to have a really good dinner. Istanbul is incredible, a dream performed, a dream that have experimented a mutation, the wish to return, to visit my new friends, to speak with the ruins of Santa Sofia, to remember the muslim’s beauty of their creations, to experiment the orgasm of be conscious of understand the World, my life, the great city of Istanbul.

miércoles, 11 de abril de 2007

Testimonio desde el Cielo

El Caos parece ımperar en la atmosfera de esta gran urbe entre todas las cıudades. La utıl herramıenta que es el telefono mobıl se manıfıesta en una, algo malıntencıonada, vespertına alarma. Los moacınes llaman a la oracıon, dıfundıendo el canto de Ala por lo ınfınıto de los aıres. Las mezquıtas parecen hablar, entre grıtos del mas fenıcıo de los mercaderes y olores a especıas, calles en putefraccıon y algo de excesıva contamınacıon ambıental y de trafıco de consıderacıon, cıertamente desenfrenada.

El desarrollo rıge en la mas melancolıca de las cıudades, ya lo dıjo Pamuk y parece confırmarlo el alto ındıce de monumentabılıdad y de ruıdo sagrado. Estambul es Constantınopla, ası como tambıen es Bızancıo, nombres de un mısmo cuerpo. Eterno, sagrado, seductor, ınımagınable. De entre todo el cumulo de sensacıones que ırrıgan mıs sentıdos bıen pudıera destacarse lo reına de las sofıas, esa catedral en buen hora enmezquıtada. Quıen sabe sı por no ofender ahora sea museo, o sımplemente por el afan de cobrar entrada. El caso es que es la nueva Babılonıa, prostıtuta de todas las dolencıas del Mundo y de las vırtudes de la socıedad globalızada.

Es tan seductora como bastarda; es musulmana, judıa y tambıen algo crıstıana. Es la mas bella de las cıudades, lo reconozco, pero a la vez es contradıctorıa, y eso es lo que mas me agrada. La escrıtura de este texto ası lo delata. Las neglıgentes faltas son producto de una contradıccıon enteclada. La arcaıca cıvılızacıon musulmana se conecta por claves a la Red, con teclados no aptos a automatısmos, pues las ıs no tıenen puntos, nı mucho menos c trencades.
Es genıal. Topkapı, Santa Sofıa, Mezquıta Azul: todo es un meeltıng pot de sensacıones y de fragancıas. Acaso ınevıtables enemıgas pero necesarıamente emperentadas. Algo ası como el aspecto de las calles, jovenes trajeados y ancıanos con largas barbas se juntan a turıstas en mınıfalda y mujeres enveladas. Europa parece quedar en una orılla, pero quızas pudıera parecer algo mas lejana. La semılla parece estar plantada, la tıerra regada, pero algo falta, no es ılusıon, pero sı la ımposıbılıdad de las cabalas. Turquıa parece estar cercana a sus cercanos paıses, como cualquıer Estado o, dıcen algunos, patrıas. Todos son parte del Mundo, y parece que la gente no lo comprende. Todo es producto de la lascıva globalızacıon, portadora de malestares, pero tambıen de ganancıas.
La globalızacıon es un camıno sın marcha atras. Y quızas yo dıera las gracıas. Hay grandes ventajas. Poder dısfrutar de Turquıa y constatar como la gente es, en todo el mundo, algo sınverguenza, servıcıal, carınyosa (no hay enyes en mı teclado) o ıncluso borracha, y algo desenfrenada. Todos somos sapıens o al menos lo decımos. Santa Sonfıa es mezquıta, catedral y museo, es el orgasmıco clımax de la humanıdad globalızada.

La tradıcıon en Turquıa se me manıfıesta a dıarıo en graves comıdas, seductoras en sensacıones, gustos y calıdad ınesperada. Me gusta todo parece ser y no solo por mı atavıco apetıto que me enclaustra. Turquıa es cojonuda y bıen pudıera ser aquello que le dıera la realısıma gana. Me gusta, me encanta. Es un espejo de este Mundo, de mıs suenyos, de mıs gustos, de una forma, que realmente no me esperaba lo sufıcıentemente, aunque mı mente sıga, por momentos, exponencıalmente tendente al desenfreno de la obsesıon y de la gran gracıa que de arrıba agnostıcamente esperas, acaso ınmejorablemente perfeccıonada.

domingo, 8 de abril de 2007

Por los senderos de la Fantasía

Dicen que la imaginación es el ojo del alma, que todo lo imaginado puede ser alcanzado, creado. Los surcos que se aran por nuestra, necesariamente, imperfecta comprensión del mundo, se llenan de aquella semilla imaginaria. No siempre placentera, dolorosa, hedonista o meticulosa. Todo lo querido se alza en las nubes inescrutables de nuestros involuntarios sueños; esos reflejos de los anhelos y miedos de nuestra psique; ese panfleto de fobias, ilusiones, y ante todo, de deseos.

La irrupción de la conciencia del uno mismo, así como la vanidad de creerse independiente de la existencia del Otro, me hacen ser el dueño de un mundo imaginario, residente vitalicio, tenaz y sincero de las, inevitablemente fantasiosas almenas de mi enclaustrado cerebro. ¡Qué se le va a hacer! La imperfección mueve el Mundo y somos víctimas irremediables de un mundo imperfecto. No obstante, como en el más cruel de los naufragios, el soporte se nos acontece como indispensable. Necesariamente, vital para guardar el rumbo en las tinieblas de nuestro hostil entorno. No sé si ello bien pudiera reducirse a neurososis freudedianas, pero parece bastante claro que la Imaginación es un lazarillo en nuestros ciegos destinos, un transporte a nuestros necesarios sueños y un calmante para nuestra ansiosa esencia.

Obviamente, toda gran fantasía requiere ser un esbozo, mayor o menormente asemejado, a nuestra propia percepción de la Realidad. Se requiere un instrumento comparativo que nos lleve a nuestra propia comprensión. Cómo pudiera explicarse mi interior mundo achaparrado, ondulado como las arenas arrakeñas, coronado por los minaretes de doradas mezquitas, sonidos de almuecines llamando a la plegaria en un Mundo complejo y personal, dotado de placenteros ritmos.

Los contornos que me conducen al clímax son claramente perceptibles. Anguita, Barcelona, Estambul, y si acaso pudiera diferenciarse, Constantinopla. Quizás con ánimos de alcanzar las metas propuestas por Einstein de asemejar fantasía a eventuales logros alcanzables, mañana mismo parto a tierras turcas, no sin antes haber disfrutado de las serranas tierras de Anguita y sus vientos gélidos pero encariñados, bañados en tajuñesca agua e impregnados en enebro y carrasca, tomillo y algo de melancólica tierra amada.

No podemos estar en varios sitios a la vez por los dictámenes de la física, pero ¿acaso alguien pudiera evitar que disfrutemos de un Mundo creado en nosotros con fragmentos de nuestra Realidad?

El tiempo corre y los depara mana en forma de alcanzados sueños e inevitables desilusiones. Los minaretes de la azul Mezquita rivalizan con los de Santa Sofía en intentar decirme a quien de ellas dos, en el futuro, más querría. Tal vez pudiera compartirse tal honor, con el resto de la futura experiencia, así como comparto el gusto, de poder contradecir la Terminal finalidad de mi anterior despedida, para acariciar este blog, y desear que en la Realidad se impongan las queridas hordas, engalanadas de la más personal y maravillosa, Fantasía.

martes, 3 de abril de 2007

Adiós temporal a un ejercicio bienaventuradamente encontrado

Dicen que el tiempo es una magnitud artificialmente creada. Instrumento para clavar hitos de referencia en nuestra vital escalada, espejos donde mirar el pasado y reflejar nuestros rostros en constante cambio. No alcanzo a comprender el porqué de los meses sin dejar de constatar la irrupción de sus pasos. El choque de sensaciones, bien pudiera ser de bueyes encabestrados, que produce el torbellino temporal y los vientos raramente encauzados, me hace sentir sólo y perdido en el inmenso cuartel del carcelero tiempo, del ansioso Futuro y del pretérito Pasado.

Hace un mes tuve una genial idea. Reflexionar y relajarme escribiendo unas cortas líneas. Escribir pensando, y pensando lo que no siempre escribo. Quién iba a decir que el escribir sirve de guía, en los senderos nerviosos de nuestro inescrutable cerebro. De brújula con la que no perdernos entre nuestros veloces pensamientos de turno e inherentes sentimientos. Quién iba a decirme que practicaría otras lenguas, conocería gentes de muchos sitios, maestros en el escribir y en el narrar, rapsodas, en mí perdurables, dentro de un (acaso irremediablemente) imperdurable tiempo.

El condicionamiento de vivir en este siglo, hace que mis sensaciones se hallen ilustradas en vivas imágenes. Recuperables en diversos formatos, pero sensibles con un mismo órgano, ese corazón que parece imponerse no sólo en lo metafórico. Algo así acontece cuando tengo la posibilidad de disfrutar de un vacacional tiempo. Él mismo se para, como los acordes de la eléctrica melodía del radiocaset de turno. En mí sólo pienso en volver a mi vergel en el Tajuña, mi casa espiritual, la cárcel en la que mi esencia parece flagelarse queriendo sentirse enclaustrada, detenida, cautiva.

Anguita es oteada en el horizonte. Entrañable hogar de queridas gentes. Las empedradas paredes del familiar palacio. Maderas, que al sonar, parecen aún lamentar nuestra anterior partida con sus llantos. Ese pueblo es mágico, desde el sentido de que la magia tiende a sustituir a todo lo que no podemos comprender, ni buscar explicación de un modo rápido. Me acontece ello al pasar por el monolítico servidor de San Vicente, pasando por la puerta del camposanto. No sé si existe el Cielo, pero mi cuerpo sigue estremeciéndose al acaecer tan ceremonial paso. Mis antepasados parecen descansar con los ojos materialmente cerrados, pero abiertos en voluntad, en el sentimiento obsesivo mío, de que nunca me han abandonado.

Uno entre todos parece ser que siempre me está contemplando. Quizás sea por familiares invocaciones, o simplemente por ser de noche y estar ya delirando. Sé que voy a pisar Estambul pero siempre queda el sueño a un lado, cuando puedo pensar que mañana dormiré en armonía, guarecido por el anguiteño cielo estrellado. Quizás no conozca la felicidad, tanto como el tonto sentimiento de inconformidad, desasosiego y el estar desilusionado, pero todo ello queda a un lado, cuando se avecina tan querida marea con sabor rural, a familia y charlas largas como la llama del mayor de los candelabros.

No sé si es verdad aquello de profeta en su pueblo, pero cierto es que en el fantasioso mundo de mi psique, Anguita hace de pregonero, dictador y amante. Que espere Santa Sofía, el Hipódromo, el Sultán y los cansinos párrafos de este afortunado blog; dolido por el olor a novato que transmite, quien a este texto ahora mismo se siente pegado. Espero que paséis unos días felices pues este blog hasta que vuelva de Estambul, mucho me temo, que va a permanecer inmutado. Pero entrañable lector, sepa usted que con su ocular esfuerzo, a un servidor ha cautivado.

lunes, 2 de abril de 2007

La Obsesión Bizantina

Me viene a la cabeza una imagen especialmente melancólica. El viejo Golf combatiendo, con lograda fidelidad, al canino amigo; mi imberbe, y acaso algo dormida, silueta meneándose conforme al camino dictado por el volante de mi palafrén mecanizado; mi imaginación desenfrenada; mis padres disfrutando, durante el placentero trayecto, de una novedosa cinta de George Michael... El caso es que no sé si por no haber descansado la noche anterior, por los orígenes del cantante o por la última clase dada por el profesor de historia de turno, recuerdo imaginarme al frente de las acorazadas catafractas justinianeas luchando contra los godos y los persas, comiendo al lado de Justiniano y familiarizándome con los femeninos y sensuales contornos de Teodora. Las estrofas de "Jesus to a Child" o de "Fast love” mutan en historia bizantina versada. No veía los contornos de mi pueblo sino marmóreos hipódromos, el ritmo del chipriota, junto al deslumbrar de los faros del auto vecino, me hacían ver Antioquia, el Bósforo y, quizás con un suplementario empujoncito de sana droga imaginativa, a la colosal y maravillosa joya bizantina, ofrenda a la arquitectura y la humana retina, ella la hermosa, basílica de Santa Sofía.

Al bajarme del coche, recuerdo darme cuenta de cómo todo era un nebuloso cúmulo de sensaciones, revueltas en ese mar dudoso de conocimientos sin asentar, de aficiones sin manifestarse. Estambul acontecería como una meta en mi vital odisea, un premio a mis jóvenes sentidos, una esperanza por la que luchar contra el viento, la marea, contra la contemporánea hidra enmochilada, los interminables viajes en galeras escolares, y los no menos terribles, godos, y acaso algo persas, exámenes de matemáticas.

No alcanzo a dilucidar qué fue exactamente aquello que me seduzco de la civilización bizantina. Si el anhelo de haber podido salvar los vestigios del Imperio Romano, vivir en las empedradas callejuelas de la urbe constantina o sencillamente, las ganas de soñar con aventuras de príncipes y caballeros, ligadas a nuestro Mundo por algún contorno devoto de nuestro rico acervo histórico, con pilares de Realidad que arañan los límites de la fantasía.

Camelot, Namek o la morada de la Corona Mágica parecían existir en mi imaginada Constantinopla. Un mundo regido por la felicidad, el cariño y el poder primordial de la voluntad de uno. Ansias de destacar, de verme en púrpura sobre el Imperio Romano. La vuelta al mundo terrenal era imposible, era difícil dejar aquel sueño placentero, no escuchar en cualquier ritmo musical la trompeta del lugarteniente de Belisario o ver en televisada noticia alguna correspondencia con los antaño años romanos.

A diferencia de muchos, no veía en Estambul al musulmán enemigo, ni tampoco al herido griego, sólo veía la ingenua visión de una juvenil fantasía. Obvié las mezquitas que tanto, algo después, me interesarían. ¿Qué se le iba a hacer? Mi edad me impidió la sensación de convivir con compañeros de religiones diferentes y negaba, en mis adentros, su acaso eventual, pero desde luego concebible, existencia. Sólo me veía a mí marchando entre laureles, obviando la eventual felicidad terrena y cultivando mi cerebro con historias inverosímiles derivadas de retales fidedignos de enjoyada Realidad. La explicada por los libros abiertos, que no comprendidos; la denotada por fotografías, documentales y comentarios escuchados por mis, en aquel entonces más que ahora, diminutas orejillas.

¡Basta! El reloj me recuerda el paso del tiempo. ¡Qué trivial! ¡¿Pues acaso no es lo cotidiano lo más predecible de nuestra conducta?! Cruzarnos con el espejo y ver cómo han pasado los años, cómo comprendes, aun siendo joven, aquello que pudiera sentir el anciano octogenario. El tiempo pasa, y sus olas no se sabe a que orillas modelarán ni hacia donde irá la corriente, los flujos, la marea. El discurrir de los años amenaza con erosionar lo poco que me queda ya de Carrera, qué se le va a hacer, pero recuerdo el sueño infantil, las cúpulas de la azulada mezquita de Ahmet, y los, quirúrgicamente añadidos, minaretes de Santa Sofía. Precisamente hoy, a estas horas, recuerdo que ya no soy aquel niño ya y que, dentro de una semana, por fin pisaré Turquía, veré Estambul y podré disfrutar la serenidad de tomar contacto carnal con la más reina de entre las sofías.

El misterio de las zarigüeyas

En el bestiario imaginario de buena parte de aquéllos que son de mi generación, seguramente se hallen presentes unos curiosos mamíferos, capaces de colgarse de las ramas de los árboles mediante sus elásticas colas. Se trata de las zarigüeyas (sí, salen en Bambi), marsupiales singulares que habitan las Américas, lejos de su feudo marsupial, Australia. Sin embargo, algo que nos pudiera sorprender es cómo unos pequeños animalitos sin capacidad mágica alguna pueden hallarse tanto en Australia como en la Patagonia. El rompecabezas adquiere mayores proporciones al constatarse cómo en los inhóspitos hielos antárticos han sido hallados fósiles de seres similares a tan curiosos animales. La solución acontece de difícil comprensión para alguien profano a las ciencias pero adquiere un mayor índice de comprensión de analizarse junto con un mapamundi al lado. Alfred Wegener demostró, hace ya casi un siglo, cómo los continentes se hallan en una deriva constante, cambiando de posición y de configuración, conforme van pasados los siglos. Ello se debe a los ritmos internos de nuestro planeta, y explica el origen de fenómenos como los terremotos o las dorsales oceánicas. Observando nuestro mapamundi, no creo ser el único de haberse percatado de cómo, por ejemplo, África y Sudamérica, parecen ser dos piezas de un mismo puzzle. Es fácil constatar cómo, si recortáramos la representación de ambos continentes de nuestro mapa, encajan irremediablemente. El misterio de la zarigüeya halla su resolución en tal fenómeno. Durante el mesozoico, Australia, Sudamérica y la Antártida se hallaban unidas en un continente. El clima que imperaba por tales terrenos era bien diferente del nuestro, hallándose la Antártida poblada de grandes bosques de coníferas. Las zarigüeyas, como otros tantos marsupiales, campaban a sus anchas por tales ecosistemas, sin descuidar que bien pudieran acabar siendo el desayuno de los auténticos reyes del continente antártico. Durante los periodos Jurásico y Cretácico, se ha constatado, paleontológicamente, que la Antártida se hallaba poblada de grandes dinosaurios. Algunos, como cryolophosaurus, eran especies endémicas, habitantes de un mundo que aún no había sido convertido en un gigantesco reino helado. Cryolophosaurus formaba parte de la extensa, y pavorosa, familia de los carnosaurios. Dentro de tal familia destacaba el extendidísimo allosaurus. Tal especie habitaba desde la Antártida, a la actual Tanzania, pasando por los EEUU, Australia o España. Obviamente, tales colosos requerían de proteicos manjares en forma que saurios herbívoros como el leaellynasaura o el muttaburasaurus. Ambos ornitópodos estaban emparentados con hypsilophodon e iguanodon, dos de los dinosaurios más abundantes, por aquellos tiempos, en lo que ahora es España. Curioso. La Antártida y España compartían especies o familias de dinosaurios, lo cual nos hace intuir cómo de diferentes eran las variaciones climáticas entre ambos territorios. Como en el resto del orbe, los dinosaurios sucumbieron al paso del tiempo, bueno, ello sin tener en cuenta la subsistencia de sus actuales parientes alados. Sin embargo, en el ámbito de lo natural, todo ecosistema vacante tiende a llenarse de nuevos inquilinos, y curiosamente, un, relativamente, corto período de tiempo, geológicamente hablando, separaría el fin de los dinosaurios del auge, en tales tierras, de los antepasados de los pingüinos. Pese a disponer de un arsenal adaptativo encomiable, los pingüinos son unas de las aves de origen más remoto (el período eoceno), configurándose como habitantes, ya históricos, de la gran Casa Terráquea. Otrora, existieron especies que podían alcanzar, y sobrepasar, nuestra altura, por lo que parece curioso que los antepasados de éstos fueran especies semejantes a los albatros. Zarigüeyas, dinosaurios, pingüinos, coníferas e icebergs con términos igualmente válidos en el discurrir de los tiempos. Pese a lo que pudieran pensar algunos, el Mundo se halla en continuo cambio en cuanto a escenarios, climas y pobladores. La Naturaleza es creativa; genera una excelsa variabilidad de resultados posibles, pero eso sí, sujetándose siempre a unos ciclos o leyes fijas que no acaban, ni posiblemente acabarán, siendo de nuestra comprensión. Puede que sea Dios, el Caos, la Selección Natural, pero el hombre no es gobernador del futuro. El tiempo cambia por derecho, los animales desaparecen dejando el paso a nuevos colonos de un Mundo constantemente en transformación.
Imagen anterior: leaellynasaura, origen (con consentimiento expreso del autor): http://www.dinosauromorpha.de/

domingo, 1 de abril de 2007

El calentamiento y el cambio

El fin es la consecuencia lógica insalvable del inicio. Nadie ni nada es eterno. Tan filosófica afirmación la comprobamos en las duras despedidas de aquéllos a quienes queremos, al retirar el cuerpo inanimado de aquella mascota con la que tanto disfrutamos o al ver por el Telediario como osos polares, focas y pingüinos poco a poco se van quedando sin su Mundo, su casa, su ecosistema. Siguiendo el mitológico viaje de Gilgamesh, nos damos cuenta de lo temporal de lo terreno y de cómo el final acaba llegando dando sentido a todo lo que ha comenzado.

Eternas son las leyes inmutables de la naturaleza que comportan el cambio y su correlativa regeneración. Nuestro afán independentista del resto del conjunto natural, nos hace creer que somos ajenos a los ritmos cíclicos del Mundo. ¿Acaso ello se pudiera sostener? No creo ser único, tampoco en este aspecto, si afirmo poder coger setas en otoño y contemplar cómo el polen hace pasar malos ratos a aquellos que adolecen de alergias, en primavera. Las estaciones no dejan de ser cíclicos cambios. Tan inevitables como necesarios. El progresivo camino en los senderos del conocimiento, nos hace conscientes, paulatinamente, de nuestra global insignificancia. Podemos arar el campo pero no controlar ni la inundación ni la sequía.

Nuestros ancestros siempre se han percatado del cambio. Los pueblos precolombinos creían en la sucesión de diferentes ciclos; la tradición grecorromana en el viaje de Perséfone; así como los antiguos egipcios sacramentaron las periódicas crecidas del río Nilo. Luego, desde campos de la paleontología nos llegan restos de animales propios tanto de climas cálidos como de climas fríos. Desde mamuts a diplodocus pasando por rinocerontes gigantes y osos hocicudos. Que el cambio existe no hay duda, y la física y su disciplina astronómica nos muestra cómo la Tierra orbita irremediablemente alrededor del Sol variándose, en no pocas ocasiones, su movimiento, su posición; comportando todo ello cambios altamente sensibles para los habitantes terrenos. Más aún se constata el fenómeno si, entre otros factores, añadimos a todo ello la deriva continental, las anomalías solares como las manchas, los eventuales pasos de cuerpos astrales tales como asteroides o cruces orbitales con planetas. El cambio rige la naturaleza y las opciones son múltiples pero siempre dentro de cierto equilibrio cíclico. De períodos secos a períodos húmedos, de períodos cálidos a períodos fríos.

Nuestra corta existencia como especie ha coincidido con el fin de la última etapa de Glaciación, de la cual los polos no dejan de ser presentes herederos; así mismo, también lo son los glaciales de la Patagonia o las nieves del Kilimanjaro. Dentro de un mundo perpetuamente cambiante, ahora nos toca un proceso progresivo de calentamiento global. Obviamente, aunque no podamos controlar la sequía o las inundaciones, seguimos pudiendo arar el campo, modular las tierras que tratamos, algo así acaece con nuestro Mundo.

Podemos modelarlo, e incluso condicionarlo enormemente a nuestro libre albedrío. Sin embargo, no podemos pretender tenerlo atado como a un perruno aliado, como un instrumento que nos pertenece a nosotros y a nuestras eventuales inclinaciones. Debemos de reflexionar sobre el uso de nuestra parte controlable pero no pretender tratar lo intratable. La sequía y la inundación no dejan de ser opciones del amplio espectro de conductas naturales posibles, el calentamiento es el polo opuesto del enfriamiento y parece obvio que si el segundo acaeció, deba perfeccionarse el primero.