Pocas veces he leído una crónica tan corta, como genial, de una película. Obviamente se trata de King Kong, película que tuve la posibilidad de ver la pasada noche. Ya había sido advertido de su falta de sustancia y de lo efímero de su argumento, sin embargo, para un enamorado de la prehistoria y de todos los seres que en ella habitaron no deja de ser ciertamente interesante el fresco dibujado en tal superproducción. Una isla capaz de mantener a manadas enteras de brontosaurios y donde habita un gorila gigante capaz de liarse a manporrazos con tres tiranosaurios en un sólo asalto. Es curioso, lo fantasioso de lo humano se manifiesta una vez más mitificando lo desconocido y haciendo cavilaciones, pasadas totalmente de revoluciones, acerca de los habitantes del pasado.
El desconocimiento es un presupuesto clave para el artesano conceptual, para la invención intencionada y la manipulación sapiencial. De nada sirven las referencias y pistas del Pasado si no son, no sólo comprendidas, sino además desconocidas para el mismo público que asiste a la proyección de tan mayúsculas fantasías, inventos y alegorías. Seguramente es que sea lo más rentable, seleccionar lo más sensacionalista del misterio real y lo conocido por la ciencia y el pensamiento.
Decididamente es más seductor hablar de saurios triplicados en tamaño, carentes de plumas y dotados de superpoderes, inteligencia e ímpetu inquebrantable e imperecedero. El rey de los tiranos no pasaba los catorce metros de largo, considerable tamaño desde luego, pero es que no llegaba a ser más alto que diez humanos, ni mucho menos. Recuerdo cómo al entrar en el Museo de Historia Natural de Londres me sorprendió contemplar, como algo relativamente pequeño, un esqueleto entero de diplodocus. Era el primero que veía en mi vida y en ese aspecto me decepciono un poco. ¡Dónde estaba ese ser al que a penas alcanzaríamos a rascarle en el final de sus saurias pezuñas! El misterio siempre tiende a la sobredimensión y lo polémico al sensacionalismo. Los dinosaurios no son vistos como antepasados avianos que son sino como asesinos más próximos a nuestra concepción de los extraterrestres que a la de seres, meramente, reptilianos.
Algo así acontece con el dichoso mono, ya convertido en abuso de lo redundante y lo superlativo, de lo artificial y sobreestimado. El king kong real, también detrás del mito del hombre de las nieves, existió en la figura del gigantopithecus. Obviamente, su tamaño no pasaba de los tres metros de altura, siendo mucho más pequeño que el televisivo coloso, alimentándose cuasi exclusivamente de bambú. Su descubrimiento se realizó en base a los dientes gigantes de primate vendidos por los farmacéuticos chinos, se pensaban que eran mágicos, de dragón y no de un primate.
Estudios posteriores no sólo han confirmado su existencia en el pasado sino que convivieron con seres humanos. De hecho se considera que, más que una feroz competencia alimentaría con el panda gigante, fueron individuos de nuestra estirpe quienes acabaron con su existencia. Curioso pero cierto, no sólo no comía personas sino que el verdadero king kong era cazado por hombres peludos mal armados.
Una vez más la verdad ridiculiza a la fantasía. No sé cual debe ser el origen de esta noble característica humana. Pienso que tal vez sea un producto de la selección natural, una cláusula de escape que siempre nos conduce al sueño, las ganas de vivir y el afán de superación. Lo fantasioso en lo desconocido nos incita al conocimiento. La ignorancia de lo mundano no sólo no nos deprime en lo corriente sino que nos da fuerzas desmedidas para ejercitar nuestro músculo encelebrado. El pensamiento no deja de basarse en la mentira, en el sueño de superación. ¡Cómo nos interesaríamos en los dinosaurios en masa si pensáramos que fueron pavos, avestruzos de unos cuantos metros de largo! Imposible. El dragón, el yeti o el monstruo sobredimensionado no dejan de ser alegorías, parodias de nuestros pensamientos, de nuestra esencia, de cómo necesitamos de fantasiosos sueños para no aburrirnos en los mundano.
El desconocimiento es un presupuesto clave para el artesano conceptual, para la invención intencionada y la manipulación sapiencial. De nada sirven las referencias y pistas del Pasado si no son, no sólo comprendidas, sino además desconocidas para el mismo público que asiste a la proyección de tan mayúsculas fantasías, inventos y alegorías. Seguramente es que sea lo más rentable, seleccionar lo más sensacionalista del misterio real y lo conocido por la ciencia y el pensamiento.
Decididamente es más seductor hablar de saurios triplicados en tamaño, carentes de plumas y dotados de superpoderes, inteligencia e ímpetu inquebrantable e imperecedero. El rey de los tiranos no pasaba los catorce metros de largo, considerable tamaño desde luego, pero es que no llegaba a ser más alto que diez humanos, ni mucho menos. Recuerdo cómo al entrar en el Museo de Historia Natural de Londres me sorprendió contemplar, como algo relativamente pequeño, un esqueleto entero de diplodocus. Era el primero que veía en mi vida y en ese aspecto me decepciono un poco. ¡Dónde estaba ese ser al que a penas alcanzaríamos a rascarle en el final de sus saurias pezuñas! El misterio siempre tiende a la sobredimensión y lo polémico al sensacionalismo. Los dinosaurios no son vistos como antepasados avianos que son sino como asesinos más próximos a nuestra concepción de los extraterrestres que a la de seres, meramente, reptilianos.
Algo así acontece con el dichoso mono, ya convertido en abuso de lo redundante y lo superlativo, de lo artificial y sobreestimado. El king kong real, también detrás del mito del hombre de las nieves, existió en la figura del gigantopithecus. Obviamente, su tamaño no pasaba de los tres metros de altura, siendo mucho más pequeño que el televisivo coloso, alimentándose cuasi exclusivamente de bambú. Su descubrimiento se realizó en base a los dientes gigantes de primate vendidos por los farmacéuticos chinos, se pensaban que eran mágicos, de dragón y no de un primate.
Estudios posteriores no sólo han confirmado su existencia en el pasado sino que convivieron con seres humanos. De hecho se considera que, más que una feroz competencia alimentaría con el panda gigante, fueron individuos de nuestra estirpe quienes acabaron con su existencia. Curioso pero cierto, no sólo no comía personas sino que el verdadero king kong era cazado por hombres peludos mal armados.
Una vez más la verdad ridiculiza a la fantasía. No sé cual debe ser el origen de esta noble característica humana. Pienso que tal vez sea un producto de la selección natural, una cláusula de escape que siempre nos conduce al sueño, las ganas de vivir y el afán de superación. Lo fantasioso en lo desconocido nos incita al conocimiento. La ignorancia de lo mundano no sólo no nos deprime en lo corriente sino que nos da fuerzas desmedidas para ejercitar nuestro músculo encelebrado. El pensamiento no deja de basarse en la mentira, en el sueño de superación. ¡Cómo nos interesaríamos en los dinosaurios en masa si pensáramos que fueron pavos, avestruzos de unos cuantos metros de largo! Imposible. El dragón, el yeti o el monstruo sobredimensionado no dejan de ser alegorías, parodias de nuestros pensamientos, de nuestra esencia, de cómo necesitamos de fantasiosos sueños para no aburrirnos en los mundano.
Imagen primera: http://www.dinogalerie.de.vu/
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