sábado, 21 de abril de 2007

Soy consciente de que me extinguiré. Por favor, no me lo repitan

Recuerdo cómo ayer al entrar, poco antes de las diez de la mañana, a mi aula de la Universidad Pompeu Fabra, me percaté del anuncio de cierta noticia: “el Sol se muere”. ¡Genial! Ya no sólo vamos a padecer sequía, calentamientos, nubes tóxicas y guerras nucleares sino que además deberemos asistir al funeral del helio astro. Funeral que, por definición, será el nuestro. Cuando ya me iba a dar un buen ataque, no de miedo, sino de incredulidad por lo patético de la prensa actual, mi vespertino compañero en el madrugar universitario me señaló cómo aquello que estaba contemplando no era más que el anuncio de la última película estrenada por Hollywood: Sunshine.

Ciertamente, el género de la ciencia ficción siempre me ha producido cierta seducción, pero siempre dentro del prestigio y la virtuosidad de títulos como Dune o la Guerra Interminable. Aquello que me parece patético es transformar una idea con un mínimo de rigurosidad en el tema de un filme rico en efectos especiales, pero redundante en cuanto a cansinamente devoto de la mundialmente imperante obsesión existencial humana. ¡Todo parece girar hacia nuestra extinción! Ya sea por falta de agua, por derretirnos dadas las temperaturas, atribuyendo culpas también a la energía nuclear, la Guerra y el exceso de colesterol. Somos una especie que va a desaparecer. ¡Perfecto! Creo que es lo que ha pasado con todas las que nos precedieron y lo que pasará con todas las presentes y futuras. Traslados el miedo atávico a la muerte a la desaparición de toda nuestra especie, recurriendo a esa natural pesadilla para incentivar medidas colectivas, no siempre con demasiado éxito.

No me estoy refiriendo sólo a la cuestión referente a la vida del Sol (le quedan entre 500 y 5.000 millones de años para convertirse en una gigante roja que engullirá nuestro planeta), sino también a la sequía, las extinciones en masa y el dichoso cambio climático. Aunque nos pese, los humanos somos parte de la biodiversidad que habita, en un biótopo globalizado. Ahora existimos como pasados los años no lo haremos, para dar sentido a la existencia y tributo a la regla.

Aquello que revienta mis niveles, por lo general escasos, de paciencia es cómo los organismos públicos nos saturan de recomendaciones referentes al ahorro enérgico y la lucha contra el cambio climático. Me olvidaba. Soy un insolidario, no llevó un coche que consuma hidrógeno, como los políticos; gasto más agua que la que se pierde por los defectos de la canalizaciones públicas; así como ahorro menos electricidad que mi Universidad y RENFE juntas. ¡Basta ya! Basta de sembrar arroz en los Monegros, no arreglar las canalizaciones de Bilbao y Barcelona y de decir que me ducho demasiado con agua caliente. Basta de pedir que no me ponga aire acondicionado con el sino de ahorrar energía y combatir el cambio climático, cuando los organismo públicos me transforman tan pronto en un helado como en un sucedáneo del pollo a l’ast.

¡Qué pasa! No creo ser el único en sufrir los calores de RENFE, ambulatorios y universidades. ¡Para que después se diga que gastamos energía! Ni tampoco seré el único en constatar cómo se escapa más agua en urbanizaciones ilegales en Levante, siembras macabras en desiertos y escapes, acaso dicen que inevitables, en las canalizaciones municipales. ¡Basta ya! Que haga calor, frío, sequía o inundaciones pero que me dejen vivir en paz o cuanto menos en coherencia.

No creo ser déspota ni ilusionista si señalo que son los organismos públicos quienes deben de dar ejemplo. Cómo pedir que el pueblo ahorre cuando la Administración despilfarra. Será para evitar problemas con el consumo. No lo sé. Para tapar deficiencias en las estructuras de las que son la Administración responsable. Tal vez. Pero sólo sé una cosa. No fue ningún antepasado mío quien se puso la estufa y después se dio una ducha de vapor, mientras se hacía unas chuletitas en la barbacoa, quien extinguió a los dinosaurios, produciendo un global cambio climático.


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