Uno de esos pequeños regalos que puede dar el Azar a nuestras caprichosas neuronas es que alguien, de una cierta categoría, haga referencia a una circunstancia de la que tu mente ya se hubiera percatado. No importa que fuera muy difusamente, sólo que enuncie una tesis que coincide grosso modo con aquellos aires que soplan por tu cabeza; impresiones que dibujan un cuadro sapiencial, un bloc de retratos de tu Mundo y, cómo no, de tus sensaciones. La obsesión bizantina, esa monotonía que se inmiscuye por los contornos, inmisericordemente, de este blog, me hace recordar cierta sensación que me vino a la cabeza durante mi pasado viaje.
Es ciertamente redundante recordar que Estambul es una ciudad de contrastes, un sucedáneo de mundo de las maravillas y de reino de lo inverso. No sólo se cruzan religiones, continentes, clases sociales, razas y personalidades, Constantinopla es también un mundo peculiar donde el cambista es recomendable frente al banco, el honesto comerciante frente al supermercado, el infame islámico frente al oficial encargado. La calidad personal se impone a los prejuicios y las vestiduras en lo cotidiano confunde a nuestros, algo confundibles en potencia, sentidos.
Ese pequeño regalo para mi vanidad es que esta mañana el procesalista profesor mencionara la indiferencia imperante en nuestro pensamiento al mencionarse los exponenciales beneficios de la banca española. Es curioso. Alguien explicaba que el capitalismo tiende a suprimir lo público, lo estatal, y ha imponer el poder de la iniciativa privada. Que el control se limitaría a lo policial y no a lo intervencionista. La religión de la libertad y del dinero, de la inversión, la iniciativa, del sueño cumplido y del beneficio bien ganado. Sin embargo, como en tantas otras facetas de nuestra vida, el disfraz se basa en lo negado, la mentira en la verdad y lo oficioso en lo idealizado.
Los bancos españoles escalan posiciones. Tal contingencia aparenta, a juzgar por las circunstancias, segregar feromonas para nuestra mente. Algo sustitutivo de nuestra alcoyana selección o de nuestro ejército. Lo privado pasa a ser considerado comunitario, España va bien si así lo opinan los bancos. ¡Cuanta falsedad y engaño! Parece ser que las entidades de crédito se transforman en sacerdotes, profetas o cuanto menos católicos letrados, queriendo recordar aquello de que nuestro mundo es un valle de lágrimas. Quizás sea cierto, que el dinero no da la felicidad y por ello, ¡para qué poseerlo!
El disfraz tan aparentemente oficial como oficioso que viste lo bancario, resulta ser pelaje mismamente tanto de empresas como de negocios. Grandes compañías de seguros empresas multinacionales o supergrandes almacenes son ejemplos de agamenones mercantiles que amenazan con convertirse en pseudos-estatales, con sustituir lo administrativo, sirviendo al pueblo de monetario placebo en la enfermedad de lo rudimentario. Ante la duda consulte con su poderoso empresario. No confíe en lo ambulante, lo desconocido o lo difamado, la marca da algo más que el nombre, que la calidad en los productos o los pagos a plazo. La seguridad la da el fondo de comercio, la grandeza, la potestad económica y las cartas que se tienen en el capitalista juego.
Las empresas son de esencia tan cainista como poco honesta; ansiosas tanto de poder como de sustanciosas ganancias. Obras sociales y altruistas patronazgos no dejan de ser retales de ese disfraz, de ese vestido en mentira entelado, esa empresa devoradora de dinero, esa apariencia de oficialidad que cubre los intereses de mercado. La libertad se convierte en dependencia y los soñadores en marionetas, la voluntad del poderoso pasa a ser la del depósito, la del favor cobrado, la deuda perdonada, el trabajador arruinado, la familia endeudada.
Es ciertamente redundante recordar que Estambul es una ciudad de contrastes, un sucedáneo de mundo de las maravillas y de reino de lo inverso. No sólo se cruzan religiones, continentes, clases sociales, razas y personalidades, Constantinopla es también un mundo peculiar donde el cambista es recomendable frente al banco, el honesto comerciante frente al supermercado, el infame islámico frente al oficial encargado. La calidad personal se impone a los prejuicios y las vestiduras en lo cotidiano confunde a nuestros, algo confundibles en potencia, sentidos.
Ese pequeño regalo para mi vanidad es que esta mañana el procesalista profesor mencionara la indiferencia imperante en nuestro pensamiento al mencionarse los exponenciales beneficios de la banca española. Es curioso. Alguien explicaba que el capitalismo tiende a suprimir lo público, lo estatal, y ha imponer el poder de la iniciativa privada. Que el control se limitaría a lo policial y no a lo intervencionista. La religión de la libertad y del dinero, de la inversión, la iniciativa, del sueño cumplido y del beneficio bien ganado. Sin embargo, como en tantas otras facetas de nuestra vida, el disfraz se basa en lo negado, la mentira en la verdad y lo oficioso en lo idealizado.
Los bancos españoles escalan posiciones. Tal contingencia aparenta, a juzgar por las circunstancias, segregar feromonas para nuestra mente. Algo sustitutivo de nuestra alcoyana selección o de nuestro ejército. Lo privado pasa a ser considerado comunitario, España va bien si así lo opinan los bancos. ¡Cuanta falsedad y engaño! Parece ser que las entidades de crédito se transforman en sacerdotes, profetas o cuanto menos católicos letrados, queriendo recordar aquello de que nuestro mundo es un valle de lágrimas. Quizás sea cierto, que el dinero no da la felicidad y por ello, ¡para qué poseerlo!
El disfraz tan aparentemente oficial como oficioso que viste lo bancario, resulta ser pelaje mismamente tanto de empresas como de negocios. Grandes compañías de seguros empresas multinacionales o supergrandes almacenes son ejemplos de agamenones mercantiles que amenazan con convertirse en pseudos-estatales, con sustituir lo administrativo, sirviendo al pueblo de monetario placebo en la enfermedad de lo rudimentario. Ante la duda consulte con su poderoso empresario. No confíe en lo ambulante, lo desconocido o lo difamado, la marca da algo más que el nombre, que la calidad en los productos o los pagos a plazo. La seguridad la da el fondo de comercio, la grandeza, la potestad económica y las cartas que se tienen en el capitalista juego.
Las empresas son de esencia tan cainista como poco honesta; ansiosas tanto de poder como de sustanciosas ganancias. Obras sociales y altruistas patronazgos no dejan de ser retales de ese disfraz, de ese vestido en mentira entelado, esa empresa devoradora de dinero, esa apariencia de oficialidad que cubre los intereses de mercado. La libertad se convierte en dependencia y los soñadores en marionetas, la voluntad del poderoso pasa a ser la del depósito, la del favor cobrado, la deuda perdonada, el trabajador arruinado, la familia endeudada.
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