El fin es la consecuencia lógica insalvable del inicio. Nadie ni nada es eterno. Tan filosófica afirmación la comprobamos en las duras despedidas de aquéllos a quienes queremos, al retirar el cuerpo inanimado de aquella mascota con la que tanto disfrutamos o al ver por el Telediario como osos polares, focas y pingüinos poco a poco se van quedando sin su Mundo, su casa, su ecosistema. Siguiendo el mitológico viaje de Gilgamesh, nos damos cuenta de lo temporal de lo terreno y de cómo el final acaba llegando dando sentido a todo lo que ha comenzado.
Eternas son las leyes inmutables de la naturaleza que comportan el cambio y su correlativa regeneración. Nuestro afán independentista del resto del conjunto natural, nos hace creer que somos ajenos a los ritmos cíclicos del Mundo. ¿Acaso ello se pudiera sostener? No creo ser único, tampoco en este aspecto, si afirmo poder coger setas en otoño y contemplar cómo el polen hace pasar malos ratos a aquellos que adolecen de alergias, en primavera. Las estaciones no dejan de ser cíclicos cambios. Tan inevitables como necesarios. El progresivo camino en los senderos del conocimiento, nos hace conscientes, paulatinamente, de nuestra global insignificancia. Podemos arar el campo pero no controlar ni la inundación ni la sequía.
Nuestros ancestros siempre se han percatado del cambio. Los pueblos precolombinos creían en la sucesión de diferentes ciclos; la tradición grecorromana en el viaje de Perséfone; así como los antiguos egipcios sacramentaron las periódicas crecidas del río Nilo. Luego, desde campos de la paleontología nos llegan restos de animales propios tanto de climas cálidos como de climas fríos. Desde mamuts a diplodocus pasando por rinocerontes gigantes y osos hocicudos. Que el cambio existe no hay duda, y la física y su disciplina astronómica nos muestra cómo la Tierra orbita irremediablemente alrededor del Sol variándose, en no pocas ocasiones, su movimiento, su posición; comportando todo ello cambios altamente sensibles para los habitantes terrenos. Más aún se constata el fenómeno si, entre otros factores, añadimos a todo ello la deriva continental, las anomalías solares como las manchas, los eventuales pasos de cuerpos astrales tales como asteroides o cruces orbitales con planetas. El cambio rige la naturaleza y las opciones son múltiples pero siempre dentro de cierto equilibrio cíclico. De períodos secos a períodos húmedos, de períodos cálidos a períodos fríos.
Nuestra corta existencia como especie ha coincidido con el fin de la última etapa de Glaciación, de la cual los polos no dejan de ser presentes herederos; así mismo, también lo son los glaciales de la Patagonia o las nieves del Kilimanjaro. Dentro de un mundo perpetuamente cambiante, ahora nos toca un proceso progresivo de calentamiento global. Obviamente, aunque no podamos controlar la sequía o las inundaciones, seguimos pudiendo arar el campo, modular las tierras que tratamos, algo así acaece con nuestro Mundo.
Podemos modelarlo, e incluso condicionarlo enormemente a nuestro libre albedrío. Sin embargo, no podemos pretender tenerlo atado como a un perruno aliado, como un instrumento que nos pertenece a nosotros y a nuestras eventuales inclinaciones. Debemos de reflexionar sobre el uso de nuestra parte controlable pero no pretender tratar lo intratable. La sequía y la inundación no dejan de ser opciones del amplio espectro de conductas naturales posibles, el calentamiento es el polo opuesto del enfriamiento y parece obvio que si el segundo acaeció, deba perfeccionarse el primero.
Eternas son las leyes inmutables de la naturaleza que comportan el cambio y su correlativa regeneración. Nuestro afán independentista del resto del conjunto natural, nos hace creer que somos ajenos a los ritmos cíclicos del Mundo. ¿Acaso ello se pudiera sostener? No creo ser único, tampoco en este aspecto, si afirmo poder coger setas en otoño y contemplar cómo el polen hace pasar malos ratos a aquellos que adolecen de alergias, en primavera. Las estaciones no dejan de ser cíclicos cambios. Tan inevitables como necesarios. El progresivo camino en los senderos del conocimiento, nos hace conscientes, paulatinamente, de nuestra global insignificancia. Podemos arar el campo pero no controlar ni la inundación ni la sequía.
Nuestros ancestros siempre se han percatado del cambio. Los pueblos precolombinos creían en la sucesión de diferentes ciclos; la tradición grecorromana en el viaje de Perséfone; así como los antiguos egipcios sacramentaron las periódicas crecidas del río Nilo. Luego, desde campos de la paleontología nos llegan restos de animales propios tanto de climas cálidos como de climas fríos. Desde mamuts a diplodocus pasando por rinocerontes gigantes y osos hocicudos. Que el cambio existe no hay duda, y la física y su disciplina astronómica nos muestra cómo la Tierra orbita irremediablemente alrededor del Sol variándose, en no pocas ocasiones, su movimiento, su posición; comportando todo ello cambios altamente sensibles para los habitantes terrenos. Más aún se constata el fenómeno si, entre otros factores, añadimos a todo ello la deriva continental, las anomalías solares como las manchas, los eventuales pasos de cuerpos astrales tales como asteroides o cruces orbitales con planetas. El cambio rige la naturaleza y las opciones son múltiples pero siempre dentro de cierto equilibrio cíclico. De períodos secos a períodos húmedos, de períodos cálidos a períodos fríos.
Nuestra corta existencia como especie ha coincidido con el fin de la última etapa de Glaciación, de la cual los polos no dejan de ser presentes herederos; así mismo, también lo son los glaciales de la Patagonia o las nieves del Kilimanjaro. Dentro de un mundo perpetuamente cambiante, ahora nos toca un proceso progresivo de calentamiento global. Obviamente, aunque no podamos controlar la sequía o las inundaciones, seguimos pudiendo arar el campo, modular las tierras que tratamos, algo así acaece con nuestro Mundo.
Podemos modelarlo, e incluso condicionarlo enormemente a nuestro libre albedrío. Sin embargo, no podemos pretender tenerlo atado como a un perruno aliado, como un instrumento que nos pertenece a nosotros y a nuestras eventuales inclinaciones. Debemos de reflexionar sobre el uso de nuestra parte controlable pero no pretender tratar lo intratable. La sequía y la inundación no dejan de ser opciones del amplio espectro de conductas naturales posibles, el calentamiento es el polo opuesto del enfriamiento y parece obvio que si el segundo acaeció, deba perfeccionarse el primero.
1 comentario:
¡Felicitaciones! por tocar este tipo de temas, la verdad sea dicha es grato saber que personas como tu(que no se dedican al area de la biologia o la ecologia) estan concientes de los problemas naturales que sin duda alguna todos hemos sido participes (algunos en mayor medida). Reflexiones y conocimientos que tratas por medio de este tipo de notas, hacen que dìa con dìa la gente se concientice y empiece a preguntarse como es la mejor forma en la que se debe de actuar y participar, para ir decreciendo este tipo de problemas.
Saludos y nos seguimos leyendo.
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