miércoles, 11 de junio de 2008

Pesadillas con un Viejo

Sus andares sólo guardaban comparación con la imagen de su cara. Su pesar en el andar, su rumbo apático. Todo en él parecía connotar tristeza, ruina y melancolía. Sus canas eran tantas como desengaños, su cojera proporcional a su desgracia. Era un ser infame de las quebradas, un nómada que bebía hielo glacial y vestía manta de cabra. Diógenes le llamaron en la escuela, mendigo en la plaza. Sus dientes, colorados cual canario, cantaban olores tan variopintos como repugnantes. Era un huraño entre las montañas, el verdadero hombre de las nieves.

En su cueva sólo habían libros y poesías en papel viejo. En su desordenado anaquel de sabina, sólo sobrevivían al polvo dos tomos de Hesse y unas Meditaciones de Marco Aurelio. Su fervor por la vida descansaba en aquellas poesías; esas solitarias letras que se defendían del orden y la regla, del deber y el, más mecánico, esfuerzo. Era libre a su manera. Nadie le toleraba los ruidos al dormir, ni los aires gástricos. El sudor y demás ascos que irradiaba se quedaba entre las piedras, formando cuales estalactitas de mugre y callos en los horribles cuarzos de la cueva. Era la antítesis de lo que poder hubiera soñado. Un hombre libre pero fuera del sistema.

Tenía la desdicha del conocimiento, del no haber sabido ser capaz de abstraerse de la mala dicha. No saber ser inmune a los tiempos, tan necesarios como pasajeros. Acabó entre libros viejos y odas a lo libre, tapando en mierda las leyes y las reglas de la irracional sociedad en la que, a su albedrío, ya no vive. Pensó en lo ineficiente de su devenir. En el poco provecho y beneficio de los olores que había irradiado. Las lijas que transmutaron de su pelaje, las penas que dejó a un lado por coger la vida miserable. Recordó aquel día en el que reflexionó sobre algo de interés, siendo aún joven. Recordó aquellos jóvenes jamaicanos, aquellas almas perdidas en el porro y el “safari de las rastas”. Recordó los independentismos, anarquismos y demás causas perdidas. Pensó en Trotski, obviando a Platón y al Darwin Carlos. Aquel mundo feliz en el que había soñado, le había abandonado. Su conciencia en el mundo y sus fuerzas, le marginó en el más absoluto rechazo. El orden, soberano e imperial, había topado con sus cuernos. Todo valía poco, en comparación con su libertad, como todo en lo mortal, pasajera. Todo por un miedo que le comió el cerebro. Un ser impaciente que no supo hacer frente al Azar, buscando razones en lo irracional de lo venidero.

Pensaba en cómo había pensado en ello siendo crío. En cómo preguntó desde la hora hasta las fuerzas de la órbita de Urano o Mercurio. Los porqués le desterraron con el más soberbio autoritarismo, se quedó con el pañal de la infancia, no sabiendo aprender lo que en los estoicos había leído. Marco Aurelio le negó su emblema, le negó ser vivo en su circunstancia, luchar por las cosas buenas y justas, someter al toro con capote y no con el trasero entre sus cuernos. Quizás todo sea una moraleja para el viejo. Una reflexión de cómo se convirtió en lo que no quiso ser cuando era joven. ¿¡Dónde están los límites de renunciar a la “razón”!? ¡¿Hasta donde debe ser uno incrédulo, comiendo todo lo que “debe” estar dentro!?

5 comentarios:

panterablanca dijo...

A menudo la vida nos lleva por extraños caminos, y acabamos siendo aquello que nunca quisimos ser.
Un lametón de pantera.

Anónimo dijo...

Hola Fujur. Yo estoy de acuerdo con Panterablanca. A veces, la vida sin querer nos lleva poco a poco o incluso de un tirón a un extremo, a una situación que no queremos y nos puede convertir en alguien que no querías ser.

Saluditos.

PD: No te he visitado mucho porque, he estado con examenes. Pero, ahora que los he acabado y tengo el veranito libre te visitaré más.

Striper dijo...

Hacemos de nuestra vida lo que queremos o hace la vida lo que quiere de nosotros ese es el dilema.

Dinorider d'Andoandor dijo...

cierto eso último, ¡y encima es contagioso!

Anónimo dijo...

Uff vuelvo luego de no sé cuanto tiempo...

Aunque suene raro, mi mayor deseo es morir a los 50... no me veo como un venerable anciano o un resto espúreo de la máquina que en un debido momento, nos expulsa cruelmente... y abre a otros su mandibula gigantesca.

Saludos.