“Si vas a Calatayud...”
Viniendo desde Barcelona, siempre he creído estar llegando a casa una vez se divisan Calatayud y sus tierras. Este marco, tan similar a los que puedan hallarse en el sur de Burgos, en el norte de Guadalajara, o en Teruel, es una puerta de entrada a las agrestes tierras mesetarias, obviamente, sirviendo, en no poca medida, de paisaje de transición. Los frutales aragoneses se mezclan con carrascas y formaciones kársticas, aunando lo típicamente aragonés con lo más propiamente celtíbero. Esta comarca, administrativamente aragonesa, está entre las menos conocidas de nuestro país.
Sus maravillas, tanto naturales como arquitectónicas, le sitúan entre las más ricas de España en lo que a historia y lugares emblemáticos se refiere. Aquí nacieron Baltasar Gracián y Marcial, el célebre escritor romano, razón por la que se puede decir que esta zona es “cuna de sabios”, a la vez que maravilla natural. Obviando lo caprichoso y primando lo ordenado, empezaremos por su capital, la urbe de Calatayud.
La “muy noble, leal, siempre augusta y fidelísima ciudad de Calatayud”, es la ciudad de mayor entidad que podemos encontrar desde Zaragoza hasta Guadalajara. Sus apenas treinta mil habitantes le hicieron ser merecedora de una estación de AVE, infraestructura que parece estar dándole un nuevo empujón hacia el desarrollo. Excelente lugar para ir de compras alimentarias, Calatayud tiene denominación de origen vinícola propia, a la vez que una extraordinaria oferta en productos de la zona (destacando, para mi gusto: las ricas frutas de la comarca, la longaniza y el chocolate, del que luego hablaremos).
Como sabrán buena parte de los escolares de toda España, el gentilicio de los de Calatayud es “bilbilitano”, ello debido a la antigua ciudad romana de Bílbilis, cuna de Marcial. Sita en un altozano próximo a la ciudad actual, en el municipio de Huérmeda, de Bílbilis nos han llegado ruinas de lo más atractivas y sugerentes (teatro, termas, ninfeo, foro...), todo ello en estricta correlación con la importancia del lugar. En el Calatayud actual, en su, más que recomendable, Museo, podremos contemplar algunos de los hallazgos realizados en el yacimiento (destacando los conjuntos pictóricos, la colección numinástica de la ceca del lugar, así como sendas esculturas, destacando la de Augusto “capite velato”).
Con la conquista musulmana, Calatayud experimentó un período de gran esplendor (llegando a tener su propia taifa, desde 1046 a 1055). Reconquistada por Alfonso I el Batallador, la ciudad mantendría una posición geoestratégica de primer orden, siendo la segunda ciudad, en población, de toda Aragón. De estos tiempos destaca su castillo (conocido como “Plaza de armas” por los lugareños), fortificación a la que la ciudad debe su nombre. Ésta es, aun estando en ruinas, la más emblemática de las fortificaciones bilbilitanas, si bien deben destacarse también otras, como la hermosa Puerta de Terrer (que data de la segunda mitad del siglo XVI).
Junto a sus estructuras defensivas, de entre sus monumentos destaca la hermosa Colegiata de Santa María (Monumento Nacional desde 1884 y Patrimonio de la Humanidad desde 2001), construida sobre la antigua mezquita de "Kalat Ayub". Nada más acercarnos a ella podremos contemplar uno de sus mayores encantos: su portada. De espléndido plateresco, con tejaroz, y concebida en forma de retablo, su construcción se debe a Juan de Talavera y Esteban de Obray. Junto a ello, o mejor dicho, por encima de ello, se alza el mayor encanto de la construcción, su torre mudéjar de 68 metros. Efectivamente, según los expertos nos encontramos ante la más perfecta construcción mudéjar protorrenacentista, siendo el principal argumento para que la iglesia recibiera el “galardón” de ser Patrimonio de la Humanidad.
Esta hermosa torre mudéjar sólo guarda parangón con la de San Andrés, también en la propia urbe. Junto a estos dos templos destacan la Colegiata del Santo Sepulcro (casa matriz de la Orden del Santo Sepulcro en España, y que es una réplica del Santo Sepulcro de Jerusalén), la iglesia de San Pedro de los Francos (de la que destaca su espléndida portada del gótico levantino), el santuario de la Virgen de la Peña y la iglesia de San Juan el Real (dentro de la cual se custodian frescos de Goya en la pechinas de la sala capitular, y que es muy gentilmente enseñada por el párroco del templo). De entre las edificaciones civiles, junto a una preciosa Plaza Mayor (con el edificio antiguo del Consistorio destacando por encima de cualquier otro), destaca el Mesón de la Dolores (hermoso edificio renacentista que ha hecho las veces de palacio y hospedería a lo largo de los siglos) y el Palacio del barón de Warsage (posterior casino).
Dejando Calatayud, de entre las localidades de su región cabría destacar a Ateca, capital histórica del chocolate español (allí se producen los famosos “Huesitos”), Cetina (dominada por su imponente palacio-castillo, en cuya hermosa capilla isabelina se casó Quevedo) y Alhama de Aragón (auténtica maravilla de la naturaleza, que cuenta con varios de los más célebres balnearios hispanos, destacando su lago termal). Sobre el embalse de la Tranquera, no muy lejos de estos lugares, se encuentra el pintoresco pueblo de Nuévalos. En él se encuentran restos de un castillo perteneciente a la Orden del Santo Sepulcro (que, como recordaremos, tenía su “sede española” en Calatayud), así como diferentes iglesias y demás enclaves de interés, si bien, el hecho de que sea la segunda localidad más visitada de Aragón se debe al hecho de encontrarse cerca del lugar el maravilloso Monasterio de Piedra.
Alfonso II, monarca aragonés, cedió a los catalanes monjes de Poblet este “trozo de Cielo” con el objetivo de que realizaran allí una fundación cisterciense. Trece monjes, presididos por Gaufrido de Rocabertí, salieron del templo tarraconense, iniciando las obras del nuevo monasterio en 1195, y finalizando en 1218 (fecha de su consagración). El lugar fue ocupado por los monjes hasta que en 1835, en tiempos de revolución, fueron expulsados del lugar. En la actualidad el recinto es de propiedad privada, manteniéndose el edificio del monasterio en un estado ruinoso. Si bien la edificación no tiene que ver nada con los hermosos monasterios de Santa María de Huerta o Veruela, bien es cierto que la extraordinaria belleza del lugar no se debe a lo estrictamente humano...
El vergel sobre el que se encuentra el monasterio es un hermoso valle confeccionado por la paulatina acción del río Piedra. Sus cascadas, cuevas, balsas y poblaciones, tanto animales como vegetales, le hacen ser un lugar más próximo a lo Divino que a lo terreno. En pleno contraste con la aridez de la comarca, allí se encuentra un lugar donde los árboles parecen querer tocar el cielo, y las aguas esculpen (en alguna ocasión con ayuda del hombre) accidentes que son dignos de contemplar, fondos idílicos, para la relajación y la reflexión. Históricamente, el monasterio es importante en dos aspectos: fue el primer lugar donde se construyó una piscifactoría en España (actualmente en funcionamiento), así como el primer lugar en el que se elaboró chocolate en Europa (inicio de una tradición chocolatera que sigue teniendo a esta región como espléndido baluarte). De entre sus joyas paisajísticas, por lo demás muy abundantes, destaca la cascada de la Cola de Caballo (con un salto de más de 50 metros) y el lago Espejo. Actualmente también se realizan exhibiciones de cetrería, destacando el amplio repertorio de especies que se muestran.
Junto al Monasterio de Piedra, son especialmente interesantes las diferentes opciones deportivas y de excursiones arqueológicas que brinda la zona. De entre éstas últimas cabe destacar el yacimiento de Segeda (entre Mara y Belmonte de Gracián), que bajo la dirección de la máxima autoridad en cultura y civilización celtíbera, el profesor Burillo Mozota, se está convirtiendo en un “centro de peregrinación” para todos aquellos que quieren saber algo más acerca de los pueblos prerromanos peninsulares.
Imágenes:
1) Imagen de la Colegiata de Santa María (Calatayud)
2) La Cola de Caballo, Monasterio de Piedra.