Recuerdo a Santa Sofía con fresca rigurosidad. Jamás un monumento significó tanto para mí, en esencia, y para con mis aficiones. Fuera de Anguita o Barcelona, en la meridianamente lejana Turquía, pocos buscarían un edificio al que yo tenga tanta reverencia y admiración. Sí, digo bien, pues Santa Sofía hoy es turca, como otrora lo fuera bizantina. Es el tiempo quien me ha dado la oportunidad de conocerla, de incluso verla en persona, ¿por qué voy a negarle su valor performativo, y quedarme con lo rancio y pasado? Santa Sofía es algo “en el presente”, y otra cosa “en lo pensado”.
Frente a la Mezquita Azul no es nada más que su hermana mayor, un templo más grande y vetusto. En lo imaginado es el templo que viera algunos de los acontecimientos más importantes de la Historia, así como algunos de sus autores. No es necesario ser griego o turco para querer a esas paredes. Simplemente basta con amar sus vivencias pasadas, y los estilos que la vistieron tan hermosa como elegantemente. Santa Sofía es uno de los grandes hitos en la Historia, un monumento a la altura de cualquiera que se haya construido ya, o en el futuro pueda. Pensar en clave de actualidad que Santa Sofía es bizantina es una realidad a medias. Pensar que Santa Sofía pertenece a la cultura y al imaginario griegos, un descenso a problemas de la política.
Guste o no, las paredes no tienen ni sentimientos ni psiques, sólo formas. La configuración que llega hasta nosotros es una, la actual, por necesidad producto del devenir de los tiempos y de las diferentes influencias que han recaído sobre “la cosa”. Santa Sofía es bizantina, romana, turca y otomana. Santa Sofía es un crisol, cual la Mezquita de Córdoba, un lugar en el que ha recaído el peso, y la herencia, de mil y una culturas y civilizaciones.
Las sensaciones son reacciones psicológicas ante elementos físicos. La “edificación” es lo realmente existente, “lo visto” es lo realmente vivido. Tendemos a confundir dimensiones que jamás tuvieron esperanza de reconciliarse, son simples prismas que jamás tendrán mayor nexo de unión que nosotros mismos. De ahí que querer imponer identidades sea una aberración, un fracaso, pues cada cual sentirá por cada edificación, por ejemplo, algo diferente.
Es incorrecto decir que Estambul es Constantinopla, ciudad “cuasi celestial” para las aspiraciones históricas griegas. Defender lo contrario es fomentar el conflicto, tal y como hacen, casi por definición, los nacionalismos. Las identidades personales, que de alguna forma le hacen ser “turcófilo” a un servidor, no pueden trasladarse tal cual a un concepto único y genérico. Las identidades grupales, si es que existen, no son más que sumatorios de las individuales, resultados estadísticos que, en no poca medida, acaban por mostrar simples datos genéricos (como el amor por una bebida o la preferencia por un tipo de música).
Defender la “helenidad” de Santa Sofía es despojarle de sus minaretes, recolocando los mosaicos, que por circunstancias históricas, le fueron arrebatados. Ello implica conflicto, violencia, y por ende, algo “intolerable” en mentes sanas y equilibradas. El problema muchas veces recae en pretender tener una “identidad histórica” cuando, siempre e inevitablemente, se tiene “dinámica”. Cada cual se identifica con sus vivencias, con sus visitas pasadas, sus personas queridas y sus aficiones. No existen gustos comunes más allá de la estadística. Todos somos diferentes en pensamiento, por el mero hecho del Azar, única fuerza metafísica realmente probada.
Es por lo aquí escrito, en muy buena parte, por lo que sueño con volver a ver, ojalá en varias ocasiones, a Santa Sofía. Son éstas las fuerzas internas que me llevan a querer a este antiguo templo más que a otros edificios más cercanos. Mis gustos, mis aficiones, mis vivencias y sueños me acercan a ella en ocasiones. Santa Sofía me sirve mismamente de metáfora. Si no hubiera tenido la historia que tiene, yo no hubiera llegado hasta ella.
Los pasados son herramientas para el estudio, para enriquecer, pero jamás condicionantes estancos para el cambio y el progresismo frente al Futuro. Las identidades son personales y cambiantes, cada cuál tiene la suya, personal e intransferible, todo intento de cambiarla será inútil, todo intento de imponerla será brutal.