Al amor no se le busca, se le encuentra. Es un síntoma de la reciprocidad, con algo de química, y mucho de necesidad humana. El amor es una llama que prende y debe ser conservada. No conoce de fogones, y sí de combustible. Escribió Erich Fromm, en su obra: “El arte de amar” que “al comienzo (los enamorados) no saben todo esto: en realidad, consideran la intensidad del apasionamiento, ese estar «locos» el uno por el otro, como una prueba de la intensidad de su amor, cuando sólo muestra el grado de su soledad anterior”. Efectivamente, “amar” no es sólo química, sino también arte.
La “perfección alcanzable”, aquella que es real, y siempre cuasi-divina que no sagrada, siempre se descubre con esfuerzo, con mutua comprensión y grandes dosis de paciencia. El amor es el resultado positivo de aguantar los signos negativos recíprocos, cuales cargas electroestáticas. Enamorarse es un componente de la razón humana, y no un instinto animal. Uno tiene “instinto sexual” por una actriz pornográfica, no amor. Uno siente atracción sexual por una modelo en ropa íntima, no amor. El amor es un cúmulo de razones por las que considerar a una persona como indispensable.
El hombre, a diferencia del orangután, no es plenamente solitario. Es un ser individualista que precisa de apoyos. Sin llegar al gregarismo del babuino, el ser humano necesita a otros de su especia con los que poder relacionarse. Más allá de la vital necesidad de la reproducción, el amor es la consecuencia sentimental del raciocinio humano. Es tan indispensable como el corazón que hace irrigar de sangre nuestro cuerpo, sin embargo, está totalmente creado por el cerebro.
El amor es producto del tiempo. No es una golondrina que siempre volverá, sino un búho sabio que jamás debe salir de su nido. El amor es gloria y apego, lloros y algún que otro cabreo. La sumisión tiene con el amor el parentesco del antagonismo. Querer no es poder, sino que querer es haber podido. El aguante y la capacidad de sacrificio fueron atados por la institución del matrimonio. Desde tiempos romanos hasta nuestros días. Valen las uniones estables de pareja, y los matrimonios sin rito religioso, pero siempre tendrá que haber un compromiso. El amor es lazo, no por carga, sino por esencia.
El propio temblor de la piel al levantarse junto al ser querido, la propia humedad del contacto carnal, o la comodidad del roce, son generados por un cariño, antes pensado. El amor es antagónico del instinto sexual: hacer el amor, no es follar. Tener sexo queriéndose es hacer el amor, el amor es contacto querido, previo razonamiento de amar.
Toda una reflexión amorosa motivada por una razón, con forma de chica. Una imagen que recuerda a los cánones de la belleza medieval, sólo que con más brillo, y mucha mejor ciencia. Un pensamiento que se confunde con el deseo, y que es producto de constantes esfuerzos por ser uno. La pareja es el motivo del regocijo, y ella mi combustible vital, mi sustancia. Palabras entremezcladas, caóticas, que lejos de querer confundir, prefieren celebrar, quieren mostrar los mayores respetos a alguien especial, alguien que forma parte de mi propia realidad, como mi nariz, codo o brazo. Dos en una unidad amatoria, dos en un sueño racional. La pasión que siempre nos une, es la misma que nos unirá. El amor que siento por quien hoy cumple años, lo sentiré por N, cuando cumpla un infinito más. Cual luna que gira en torno a este planeta con nombre y apellidos. Te deseo un feliz cumpleaños, vida, y que los dioses siempre nos tengan en estima, cuanto menos en infinitésima fracción de lo que te quiero, te querré y espero, hasta estos principios, haberte querido.
Feliz cumpleaños
* Ilustración: "Primavera", cuadro del pintor Pierre Auguste Cot.