No hace mucho tuve la suerte de leer algunos fragmentos de la obra: “Soy un gato”, de Natsume Soseki. Sin lugar a dudas, lo que más que me atrajo de ese libro fue el hecho de que antaño soñara con escribir un cuento “ecologista” donde el narrador fuera un lince ibérico que reflexionara sobre la idiotez humana, en persona y comportamiento. ¡Mira por dónde, alguien mucho más reconocido escribió algo parecido, también con un felino, adelantándoseme!
Algunas de las reflexiones gatunas que tuve ocasión de leer son de lo más sugerentes. En general, la tónica es la de criticar la renuncia humana a las características que la Naturaleza nos ha brindado como especie. La excusa me sirvió para reflexionar y recordar algunos pensamientos que en muchas ocasiones me vienen a la cabeza, no pensando como un gato, pero sí con cierto sigilo mental felino y vergüenza, que la ocasión hace que quiera plasmar por escrito. Sin ánimo de reducirme a lo coloquial, pero con ansias de incentivar una reflexión sobre algo plenamente mundano, me atrevo a hacer la siguiente afirmación: ¿se han fijado que no todos los pedos huelen iguales? Sin risa, y con intento de usar un “bisturí” científico, que no penetre en la materia física sino en lo que connota, me gustaría sugerir que prueben de “oler” un lavabo propio (de ser hombres) antes y después de haber pasado otro hombre por él. Pruébenlo después con su mujer, ¿son las mismas sensaciones? ¿los mismos “olores”?.
Generalmente, los animales carnívoros, u omnívoros, producen unas heces más olorosas. No es de extrañar que muchas especies las utilicen con “otros propósitos” que los meramente evacuatorios, particularmente, para delimitar su territorio. Dejando a un margen la polisemia del término “mojón”, no puedo dejar de pensar en que nuestros olores más íntimos quizá tengan algo de “identificativo”. Con todo, no puede desconocerse que nos encontramos ante uno de los ejemplos más claros, y olorosos, valga la broma, de cómo el ser humano “ha renunciado” a características dadas por la evolución, en pro de una “evolución cultural”, que en no pocas ocasiones ha inhibido buena parte de nuestras particulares adaptaciones físicas. Ello, incluso, ocurre muy especialmente con las funciones de uno nuestros sentidos.
No será nada innovador decir que la nariz es nuestro sentido más abandonado. En comparación con el resto de mamíferos, la nariz no pasa de ser una protuberancia en la faz que guarda, ínfimamente, alguna utilidad en casos extremos. La higiene, por otro lado recomendable, ha acabado con nuestro “hedor” personal, haciendo que perdamos la “adaptación biológica” de ser capaces de identificarnos por el olor. Quizá queden vestigios de ello en nuestro “poco agradable” ejemplo anterior, quién sabe.
El eminente biólogo inglés, Desmond Morris (autor de “El mono desnudo”) es el autor de algunas de las observaciones evolucionistas más llamativas (entre las que se encuentran buena parte de las vertidas en este artículo). Morris defiende que la función de nuestra nariz es, en cierto modo, eminentemente sexual. Dado que hemos conseguido prescindir, cuasi totalmente, de nuestro sentido del olfato, no deja de ser paradójico que la evolución nos haya dotado de preeminentes narices (algunas superlativas, como dijera Quevedo). Poniendo el ejemplo de una especie africana de babuino, los gelada (que tienen “señales sexuales”, en forma de colores, tanto en sus genitales como en sus pechos), el insigne científico opina que tal vez nuestra nariz sea una “señal sexual”, guardando correlato con nuestro pene.
Sea a través del desuso de partes de nuestro cuerpo, sea a través del abandono de la percepción de señales naturales antaño usadas (campo magnético por poner otro ejemplo), el cambio de “animal común” a “animal cultural” es más que evidente, evolutivamente hablando. Si bien, nuestra cultura no queda jamás totalmente al margen de nuestra naturaleza congénita, nutriéndose de ella en no pocas ocasiones.
Quizá coincidiendo con algunos psicoanalistas (pero sin reconocerles la consideración de “científicos” infalibles), cabe decir que muchas manifestaciones sociales del humano de hoy en día tienen un trasfondo fálico que obviamos. Sea a través del típico corte de mangas, con la apertura de la botella de cava en una celebración (similar a una eyaculación), con la forma de las guitarras (sean españolas o eléctricas), o con el diseño de los coches deportivos, el trasfondo “sexual-natural” parece presente. ¿Nos desvinculamos de lo naturalmente predeterminado o, simplemente, evolucionamos, como todo ser en este Mundo, sin apenas darnos cuenta, dejando en vigor, camuflándolo, aquello que la Naturaleza nos regala en tanto que predeterminado?
* Sobre la segunda imagen: sujeta a GNU Free Documentation License.