Existen
muchos profesores, pero muy pocos maestros. La sabiduría no es tanto
tenerla en potencia o ínsita, como desprenderla en cualquier
instante y circunstancia. Divulgar es el arte con el que expresar el
dominio de la materia; la bondad la materia que hace a la persona
grande. No hay tantos grandes amigos, quizá aún menos que maestros.
No
recuerdo exactamente nuestro primer correo, sí el asunto y qué nos
teníamos entre manos. Mi inseguridad me incitó a buscar el consejo
entre los más sabios en los temas de nuestra patria chica. Si bien
pude exponerme a piratas, cierto es que encontré a alguien con
proverbial barba, pero también hallé a un entrañable amigo. Mi
boceto de libro de Anguita me lo “requetemiraste” y mejoraste.
Por veces me encabronaste, como buen maestro, me picaste e hiciste
superarme, me sugeriste y me hiciste ver.
Escribía
poco que no me revisaras, nada que no leyeras. Tu adicción a la
lectura no la ha superado ningún pez al agua. Siempre tenías una
cita que aportar, una anécdota, un libro y un escrito que compartir.
Recuerdo que siempre que te visitaba salía cargado de ideas y
materiales, tu generosidad era más grande que tu figura. Todos
sabemos que así de cierto es, y nadie tiene duda alguna de esta
obviedad sincera.
Cada
verano tenía intención de comer contigo. Últimamente pocas veces
lo conseguía. Oposiciones y desdichas nos separaban y ahora me
pinchan en lamentos. Me cuesta no mortificarme por no haber
aprovechado aún más contigo el tiempo. ¡Pero qué demonios
Joserra! ¡Como buen sabio, sólo pasaron a otra vida carne y huesos!
Si
tuviera que definirte en muy pocas palabras diría de ti que eres
jovial en el trato y contundente en el contenido. Bondadoso y
generoso, inteligente, y siempre, atento.
Aunar
tantas cosas sólo lo hacen los singulares y, según dicen, los
viejos roqueros, aunque me atrevo a decir que también se predica del
“Maestro del Tambor”, y te lo dedica tu, siempre, “pequeño
tomborilero”.