domingo, 7 de junio de 2009

Los herejes de la Razón

¿Qué sucedería si las farolas no fueran planas, Si todos los huevos no tuvieran una misma “proporción” en cuanto a su forma? ¿Qué pasaría si las ruedas no fueran perfectamente redondas, y las baldosas tampoco rectas? ¿Qué sucedería si nos diéramos cuenta de que todo esto es así, y no de otra manera? Propongo seguir “soltando” delicadezas, y es que... ¿qué sucedería si Pitágoras hiciera más por la Iglesia Católica que San Agustín de Hipona? ¿Y si las matemáticas fueran una ficción, producto de la convención científica, realidad irreal, mal reflejo de la Naturaleza? Según nuestro actual estado de la ciencia, no sería extraño poder hablar de que nos encontramos, al fin, ante el inicio de un nuevo paradigma científico, una "nueva era".

“La ciencia es en esencia un esfuerzo del hombre para ayudarse a sí mismo. Homero, en la Ilíada, emancipó al hombre de la tiranía de los dioses, a los que había temido desde los orígenes de la especie, enseñándole a considerarse a considerarse a sí mismo como creador, hasta cierto punto, de su propio futuro. Durante unos cuantos siglos, el hombre avanzó con cierta confianza a lo largo del camino del saber, dándose cuenta del poder que da. Pero cuando el péndulo inició su retroceso, cuando el hombre empezó otra vez a inclinarse delante de los ídolos que él mismo había construido, cuando no tanto las imágenes que había esculpido sino los libros que había escrito llegaron a considerarse como divinos, el humanismo tocó a su fin y la ciencia también”. Estas geniales líneas, escritas por el no menos notable Benjamin Farrington, en su “Ciencia y filosofía en la Antigüedad” (Sant Joan D´Espí, Ed. Ariel, 1980), son una muy profunda reflexión sobre un hecho, por lo demás, evidente.

El hombre tiene en su cerebro un mecanismo de defensa que le prohíbe concebir el infinito. Todo individuo necesita creer, tener incentivos, luchar por unos ideales, aunque se sepa que jamás podrán llevarse a término. Sin embargo, aún llegándose a defender la teoría del “homo religiosus” (por lo demás discutible), es bien cierto que no sólo es recomendable, sino necesario, ser conscientes de la existencia de dos “dimensiones”: la mística y la física, lo irreal y lo real. Por necesidad la Ciencia es, o pretender ser, “realidad”, para lo otro ¡ya está, entre otras disciplinas, la más bella lírica! En efecto, es una carencia global el que aún no sean accesibles para el gran público, ni aún orientativamente, los principios fundamentales de la teoría del Caos, la física cuántica, y cómo no, la teoría evolutiva.Todo ello, empíricamente contrastado, genera un mundo diferente al contenido en los “Elementos” de Euclides, y del cual, en no poca medida, aún somos esclavos…

La culpa la tiene Pitágoras, el “gran matemático” que acabó por la concepción que creía indisociables: números – técnica. Los pitagóricos consiguieron transformar a las matemáticas de un “arte práctico” a un “arte liberal”, en no poca medida arcano y “filosófico”. Pitágoras negaba la realidad del mundo sensible, manteniendo que la única realidad era la unidad estática (lo “transcendente” que diría la teología católica) de un universo a semejanza de Dios. Al respecto, de las ideas de Farrington, por lo general geniales, se me desprende la siguiente reflexión.

Es un postulado unánimemente aceptado que los pilares de Occidente son: el Derecho romano, la filosofía griega y la religión hebrea. Dejando a un margen la jurisprudencia de los romanos (no sólo por razón de oficio), podría afirmarse que tanto la filosofía griega (en parte) como la religión judía “han perjudicado” al avance de la Ciencia, durante largos siglos. Pitágoras puso los cimientos que Euclides consolidó en su obra, sirviendo todo ello de base a una concepción ideal que conoció su máximo explendor con Platón y su recepción por parte del Cristianismo. El mundo de los griegos pudo “acabar” con el clima de progreso, próspero y fecundo, que se había iniciado con los habitantes de la antigua Mesopotamia y Egipto.

El teorema de Pitágoras ya fue conocido por los matemáticos de Babilonia. El valor de π se “supo”, con verdadero rigor, por parte de los egipcios. ¿Quiénes son los herejes de la razón; quienes falsificaron lo que otros descubrieron primero? ¿Fue Persia una mejor alternativa que los “valientes” espartanos? Oriente ha contribuido mucho más con su ciencia que con sus creencias. Bien lo saben la medicina, la física, la química, y ante todo, el bienestar de nuestras vidas.

Ilustraciones:

1) "Pythagoreans celebrate sunrise" de Fyodor Bronnikov, (1827—1902)

2) Assyria - Portal Guardian from Nimroud. British Museum

5 comentarios:

Dinorider d'Andoandor dijo...

más de una vez he dicho que en verdad occidente le debe a oriente más de lo que suele reconocer

panterablanca dijo...

Bueno, todo el mundo cuenta la historia según le interesa.
Besos selváticos.

Striper dijo...

Debo estar espeso porque no alcanzado asimilar el mensaje de tu post volvere.

variopaint dijo...

Solamente un comentario sobre este párrafo, Fujur...

"Es un postulado unánimemente aceptado etc..."

Es probable que los conocimientos geométricos de Pitágoras no fueran muy originales y de hecho los egipcios dominaban la geometría, aunque no tanto la matemática debido a su absurdo sistema de numeración. Existe un interesante artículo de Cesare Brandi sobre ese asunto ("Por qué la civilización egipcia no fue ecuménica" que menciona este detalle: ignoro si el artículo está ya traducido del italiano, aunque quizá sea posible, pues Brandi murió hace unos tres años.
En cualquier caso, los egipcios habría heredado esos saberes del mundo de Mesopotamia, cuya cultura numérica es anterior, como sabes.

La ruina del mundo clásico fue la ruina del saber; en mi opinión no es una cuestión de la religión judaica, sino del final de un sistema social y de cultura que da un poder excesivo a los clérigos a partir del Edicto de Milán. Esta medida acabó con una forma de concebir la existencia del hombre que venía de muchos siglos atrás. Fue más bien la fe cristiana y el rechazo de todo lo pagano lo que supuso esos siglos de oscuridad en palabras de Lewis Mumford (con el breve lapso carolingio, que también recibiría influencias orientales). De hecho, la vuelta a Oriente solamente se produce con las cruzadas a partir de 1200. Bizancio y el Islam conservaron la herencia antigua (oriental, griega y egipcia a través de los Ptolomeos) de modo que esa crisis de saberes se circunscribe al occidente cristiano sobre todo a partir del siglo V. Por esas fechas, la ciencia cambia de lugar y se convierte en teología, que es lo único que explica el universo. Pero Grecia no se separó tanto de Oriente; solamente hay que leer a los filósofos presocráticos para darse cuenta de ello. Otra cosa bien distinta son las elaboraciones de Platón y Aristóteles y su difusión casi única entre los Padres de la Iglesia: la razón de esa preferencia es que la mayoría de los textos antiguos se habían perdido ante el avance de la verdad cristiana como hecho global. Lo curioso del caso es que Constantino toma su decisión por motivos políticos en su lucha contra Magencio. Nunca me cayó bien la figura de Constantino, y supongo que de aquellos polvos vinieron los lodos ulteriores.

Deberías revisar tu párrafo, Fujur...aunque de todas formas podrían hacerte ministro cualquier día de estos y podrías enseñar bastante a los bestias que nos gobiernan.

El resto espléndido, como de costumbre...

Un abrazo

M.

gtalmirall dijo...

En texto claro, creo que lo que Farrington quiere realmente decir, y no se atreve, es que la ciencia representa el instrumento del hombre para convertirse en dios (evidentemente, en minúscula).

Tampoco pienso que el crea realmente que el péndulo ha inicado su retroceso ... y que la ciencia toca su fin.

De hecho, estamos viviendo, y padeciendo, el punto más álgido del desarrollo científico promovido por el proyecto homo sapiens en este último ciclo postdiluvial de diez mil años. Y el impronunciable objetivo final no es conseguir el bienestar para una mayoría, sino - la historia se repite - alcanzar la inmortalidad (también en minúsculas) para una minoría de elegidos.