Artículo aparecido en: http://www.ciudadanos-cs.org/prensa/Mi_conflicto_con_la_bandera/3859/
y en "Periódico Liberal":
Siempre he sido especialmente obsesivo con las comparaciones. No es que haya participado jamás en las cutres competiciones fálicas de gimnasia, allá por los tiempos de Educación Primaria (todo sea dicho de paso, por no tener mal gusto y haber madurado con cierta ventaja), pero sí que es cierto que cualquier novedad en Barcelona inmediatamente la comparaba con su equivalente en Madrid, cuasi como reflejo condicionado, o que siempre me preguntaba qué dinosaurio era el mayor o qué rascacielos era el más alto. El tamaño “sí importaba”, y todo mi mundo, en no poca medida, giraba en torno a las comparaciones. Tal vez esté dotando de demasiada singularidad a algo tan evidente. El hombre se relaciona irremediablemente con su entorno, y lo normal es que se compare con él, o lo haga entre lo que va observando, imaginando, leyendo o escribiendo.
En relación con ello, los postulados del estructuralismo tienen algo de interés. Las oposiciones “neutras”, las oposiciones “privativas”... son términos, enseñanzas del “Maestro romanista”, que siempre me vendrán a la cabeza. “F.C. Barcelona – Real Madrid”, “Beatles – The Rolling Stones”, “Prince – Mickael Jackson”... las oposiciones son interminables, lo mismo, por definición, que las comparaciones. Algunos pretenden ver algo semejante a un “Inglaterra – Escocia” en un “España – Cataluña”, sólo que saltándose la lógica y asimilando dos “todos separados” a un “todo” y una de sus partes.
Quizá por mi manía de compararlo todo, hoy he salido, algo preocupado, cuando me dirigía al bar, a ver el España – Chile con unos amigos. Llevaba mi bandera de España en el bolsillo, y no me la había puesto sobre mi espalda, por el mero motivo de no querer ser objeto de “furias invisibles”. Me preguntaba si, dentro de mi particular cruzada contra todos los nacionalismos, no estaba yo cayendo en el “nacionalismo español”. Una bandera... pero dejando a un lado la lengua única, los sentimientos únicos, los bailes singulares y los himnos cutres, instigadores de la violencia. Me intentaba autoconvencer: “Javi, tú no eres nacionalista”. Viendo el partido uno se exalta. Parecería que en los chicos de Del Bosque viera las tropas perdidas en Flandes de nuevo conquistando el Mundo. Cierto es que la bandera de España salió del bolsillo, y volvió puesta a mis espaldas cuando tomé el camino a casa; aún con éstas, seguía preocupado por ser nacionalista.
Pasé por las calles y algunos se giraron sonriendo, con cierta complicidad, ¿quizá estaba descubriendo el por qué no soy nacionalista? Llego a casa y reflexiono. He sido capaz de ir con el mismo equipo que iban todos los del bar y buena parte de las personas que me he ido topando por la calle. Polémica ninguna, sólo identificación con unos chicos que me son más familiares que el resto, por gustos, edad y procedencia. No he podido ver el partido en una pantalla gigante, como sí lo habrán podido hacer los de Madrid, Zaragoza o Sevilla, pero me lo he pasado en grande siguiendo a “La Roja”.
No soy nacionalista, pero debo reconocer que el nacionalismo político tiene un principio activo que encuentra descripción en el resentimiento. Uno tiene más ganas de salir con una bandera, de cantar un himno (por lo demás, musicalmente malo), y más aún, cuando sabe que ello molesta a quienes pretenden poner “caspa” en “todos los cabellos”. Salgo de mi casa con la bandera en el bolsillo, y eso que la estelada lleva meses puesta en frente mío. ¿Soy nacionalista o víctima del resentimiento? ¿No es normal que, de gustarte el fútbol, tengas más complicidad con quienes comparten tantas cosas contigo, no precisamente el salario,
y, además, de conseguir la victoria, harán más famoso tu Estado, y quizá con ello se provoque alguna externalidad positiva en nuestra malograda economía?
En este puente de San Juan son las fiestas locales de Vilassar de Mar. Dado el leviatánico apetito de la Crisis es normal que se reduzcan gastos, pero no que se centren en conciertos de músicos subvencionados y fiestas “populares” donde falta la libertad y se fomenta el fanatismo, cada vez más religioso. Me pregunto, y ciertamente tengo ahora un conflicto interno con ello, si no debiera pasarme por el Ayuntamiento y pedirle al Alcalde que me pague las cervezas y el bocadillo tomado mientras veía a “la Roja”, después de todo, me he comportado con mayor civismo, y, a mi modo, he participado de algo “identitario”, sólo que en lo privado, sin recibir un duro.
La identidad es parecerse a uno, no quererlo hacer igual a unos ideales ficticios. El nacionalismo nubla la mente, sólo que, como en otras tantas cosas, las nubes no son fáciles de movilizar, y la libertad, pese a todo, acaba saliendo de dentro de ti, diciéndote: “si te gusta ver a aquellos que se parecen a ti no eres nacionalista, eres humano”. ¿Algún día dejarán de poner opio en las banderas? Tal vez el verdadero déficit fiscal sea el existente entre los poderes nacionalistas y los ciudadanos “libres”, con ideologías privadas, y por definición, diversas.
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