domingo, 4 de julio de 2010

Jugando a ser dioses.

Siempre me han gustado los juegos de estrategia (a poder ser “en tiempo real”, y no tanto “por turnos”). Stracraft (cuya segunda entrega espero con ansias), Age of Empires, Empire Earth, o los Total War, incluso, son juegos que me han seducido muy especialmente, quizá como correlato a mis fantasiosas ganas, tan joviales, de dirigir ejércitos, construir ciudades, o Imperios. Podemos decir que se trata de uno de los géneros de videojuegos más existosos, junto a los simuladores deportivos o los arcade bélicos (ambas categorías, no muy de mi agrado). Si hay algo que sobresale en estos productos, son las posibilidades que prestan al jugador: ser “un dios” en un submundo virtual, y finito. Me pregunto si desde los dogmas de la Iglesia (o del Islam u otra religión), estos juegos no debieran ser prohibidos. A lo largo de la Historia se ha demostrado que “jugar a ser Dios” es uno de los grandes pecados capitales, pues por definición, la Religión implica “misterio” y “transcendencia”.
Personalmente apoyo incondicionalmente a la Ciencia. Existen muy pocos reductos que puedan serle privados. El progreso del hombre se basa en la investigación, sin rígidos moldes o límites, y no me parecería legítimo que la “metafísica” pudiera imponerse “a la física” privándonos de mejoras, muchas veces saludables, en lo que se refiere a nuestra calidad de vida. Desde la ignorancia, siempre he creído en la existencia de un cierto “clero” en lo que a las ciencias se refiere, especialmente en las biológicas.
Un concepto que siempre me ha picado la curiosidad es el de “especie invasora”. Tradicionalmente identificamos el concepto con las cotorras argentinas (un ejemplar de los cuales tuve por mascota, quién sabe si ello me condiciona) o los cangrejos americanos, por poner dos claros ejemplos. Se afirma, y constata, que estos seres producen gravísimos desequilibrios en los ecosistemas que los reciben, produciendo, en no pocas ocasiones, la mengua, e incluso desaparición, de las especies nativas. Tal sería el caso, muy especialmente, de las especies introducidas en las islas de todo el Mundo. Serán pocos quienes no hayan oído hablar del kiwi neozelandés o del dodo de San Mauricio. Al tratarse de especies muy adaptadas a su medio, evolucionadas virtud del aislacionismo físico de sus hogares en la naturaleza, el impacto que la introducción de especies foráneas (incluidos nosotros mismos como especie) ha causado, en algunas ocasiones, la reducción drástica de individuos, en otras, su extinción.
Hace unos días, pasándome por la mejor taberna bloggera de cuantas conozco, me estoy refiriendo a “La taberna del Drunkerosteus”, me enteré de la reintroducción del bisonte europeo en España, concretamente en la localidad palentina de San Cebrián de Mudá. Se trata de siete ejemplares traídos desde la célebre selva de Bielowieza, en Polonia, todos ellos de “pura sangre” salvaje, no mestizada con ganado vacuno. Como indica mi avispado amigo bloggero, su introducción puede que tenga efectos en la conservación del urogallo, por lo que se deberá estar atento. Dicho esto, se confirma una idea que llevaba tiempo paseándose por mi cabeza, y es que me pregunto si no sería posible que estos experimentos se realizaran más a menudo. ¿Por qué no comenzar a creer en la generación de “ecosistemas artificiales”? ¿Por qué no jugar a ser divinidades creadoras de jardines del Edén? Al invocar este sueño, tal vez irrealizable, a muchos les vendrá a la cabeza del ejemplo de las islas Hawaii.
Con la llegada del hombre occidental, llegaron a las Hawaii otros animales. Al igual que ocurriera en los archipiélagos del Pacífico Sur, el hombre trajo consigo a los gatos, los perros, las cabras, los cerdos... y las ratas. Las plagas de ratas en Jamaica y Hawaii fomentaron la introducción de mangostas, con el fin de que éstas las exterminaran. El resultado fue más bien funesto, las mangostas acabaron con buena parte de las biodiversidad de ambos lugares, pues se comieron los huevos de unas aves que no estaban acostumbrados a este tipo de depredadores. La introducción del siluro, caso especialmente conocido por los aragoneses, ha sido también un factor de desestabilización del equilibrio ecológico. Estos peces de gran longitud son especialmente voraces, y son capaces de acabar con las poblaciones de otros peces. Efectivamente, lo mismo que una especie puede llegar a extinguirse en su hábitat, puede llegar a acabar con otras de ser "movida" de su lugar de origen.
Una vez más, nos encontramos no ante un "aspecto artificial" sino ante un "aumento de velocidad". El traspaso de especies entre los diferentes lugares es un fenómeno constante, en buena parte fomentador de la creación de nuevas especies. Los camélidos, por ejemplo, surgieron en América del Norte, y de no haberse movido de sus planicies originales, no habrían sobrevivido hasta nuestros tiempos. El dingo, el famoso cánido australiano, ha llegado a convertirse en un depredador fundamental, siendo juez del equilibrio zoológico en lo que a las sabanas autralianas se refiere. La "introducción" no es un problema, lo mismo que "el calentamiento global", lo peligroso es la alteración de velocidades que provocamos con nuestras acciones.
Ojalá pudiera llegar el momento en que nuestros conocimientos nos ayuden a "alterar el medio" en pro de la conservación de las diferentes especies del Globo. El caso del bisonte europeo es un ejemplo para la experanza, pero no es el único (destaca el "reencuentro", después de siglos, del tigre y el león asiático en la India), ni tampoco el único que se practica en España (véase el problemático caso del oso pirenáico). ¿Podremos crear, innovar en lo natural, lo mismo que acceleramos los procesos naturales? ¿Sabemos fabricar "carrocerías", o sólo sabemos de "cambios de marchas"?
2) Dos ejemplares disecados de dodo, Museo Nacional de Historia Natural, Londres (foto del autor).

7 comentarios:

Dinorider d'Andoandor dijo...

acá la introducción de las truchas conllevó la casi extinción de varias especies de peces de los altos andes hasta donde supe... tanto que tuvieron que iniciar fuertes campañas para mantenerlas a raya en piscigranjas únicamente, el problema es cuando a algún "vivo" se le dio por soltar a los peces para ahorrarse cuidados

Anónimo dijo...

La primera vez que un niño de mi clase habló del dodo fuistes tu. Ya veo que no has cambiado.
Un beso
Pilar

El llano Galvín dijo...

El problema es imposible de solucionar, aunque bien es verdad que el crear hábitats perfectos sería, en cierto modo, una solución al menos para un reducido número de individuos de las especies que ahí habiten.
Me he sorprendido al saber que se reintroduce el bisonte europeo en España pero no entiendo muy bien qué tipo de repercusión puede tener en el urogallo; no es uno de sus depredadores ni un potencial competidor en su ecosistema. Y tampoco sé cómo va a aceptar ese pueblo la presencia de bisontes en libertad ¿o se encuentran en una reserva? Ya sabes que aquí la gente es como es e introducir cosas nuevas...

El Señor de los Animalillos dijo...

El problema es que no es una reintroducción en sí. A los ejemplares de bisonte traídos desde Polonia se les mantendrá en una instalación de unas 20 hectáreas, así que dudo, y mucho, que se suelten, y si ocurriera que fuera aceptado por la población. me temo que esto va a ser un triste atractivo turístico.

Los efectos sobre el urogallo residen en lo siguiente: el ave compite con los ciervos por los frutos otoñales y soporta una fuerte predación de huevos y pollos por parte de los jabalíes. Hay superpoblación de ambos ungulados. Así que el bisonte podría ser un arma de doble filo. Por un lado es posible que, por competencia, redujera el número de ciervos y jabalíes, por un lado, y por el otro, compitiera por los frutos con el urogallo! O tal vez no, quién sabe!

Lo de recrear ecosistemas parece ser que va a ser el futuro de la biología de la conservación, algo excitante, pero también muy, muy peligroso. Puedes arreglarlo todo o mandarlo al carajo definitivamente!

En cuanto a la introducción de especies hay que distinguir dos tipos: las que se adaptan perfectamente al nuevo ecosistema y no suponen una alteración muy grande de este, caso de la gineta o el meloncillo, por ejemplo; y las invasoras, que desplazan y acaban con los elementos autóctonos, caso del cangrejo rojo americano. El problema es, sobre todo, con estas últimas.

P.D.: Si quieres un muy buen juego de estrategia te aconsejo el Europa Universalis II. Y por cierto la competencia entre el urogallo y el ciervo no la descubrí yo, solamente la leí en el foro de linceiberico.org :)

Mayte Llera (Dalianegra) dijo...

Hola, Javier, bueno, la introducción de especies foráneas suele acarrear problemas muy serios en los ecosistemas y sobre todo suele causar merma en las especies autóctonas, pongo como ejemplo el del visón americano, (huido de granjas peleteras), que acaba prácticamente con el visón europeo. Estas cosas hay que medirlas y sopesarlas al milímetro, si no se quieren ocasionar daños irreparables. Pero bueno, a ver si con lo del bisonte europeo hay suerte...Y aprovecho a decirte que, si lo deseas, te pases por mi casa, que te he dejado un pequeño regalo para ti, que te lo puedes llevar o no, a tu elección lo dejo, pero que es para ti. Te copio el enlace:

http://maytedalianegra.blogspot.com/2010/07/premio-dardos-que-juan-antonio-comparte.html

Un beso enorme y muy feliz finde, corazón.

Jorge Van Veen dijo...

Hola Javi!! Bueno, como no sabía que aquí la compañera Mayte te había dejado su regalito, también lo he hecho yo desde Terra, porque como bien sabes, compañero, tienes un blog que como mínimo, merece el reconocimiento de quienes te leemos!

Un saludo crack! Y Viva España! ;)

Striper dijo...

Desconocia lo del Bisonte pero no hace mucho lei un reportage sobre Los Gallos de La Candana que me impresiono mucho.