Escribió Estrabón que antaño una ardilla era capaz de atravesar España, desde los Pirineos hasta Gibraltar, sin bajarse de un árbol. Bien es sabido que el escritor griego no fue excesivamente riguroso en la mayoría de sus descripciones (y, de hecho, no se ha conservado el texto donde se realice tal afirmación, ya legendaria), pero el aspecto de Iberia debió ser por aquel entonces muy diferente al de hoy en día. Es evidente, como podemos ver aún en ciertos espacios naturales dispersos por lo ancho de nuestra geografía, que el bosque mediterráneo autóctono no se caracteriza por su espesura ni por gozar de árboles de gran altura, sino más bien por todo lo contrario, por tener un sotobosque rico y un arbolado predominantemente compuesto por carrascas, encinas, robles y sabinas... por lo que algo difícil debió tenerlo la ardilla en cualquiera de las eras recientes.
El bosque mediterráneo (no confundir con los hayedos de ciertas zonas del norte peninsular, herederos de tiempos pasados, y primos hermanos de los grandes bosques del centro de Europa) ha ido retrocediendo con el paso de los siglos. De un bosque donde habitaba el uro (antepasado directo del toro), el oso o el lobo, se ha pasado a una geografía compuesta por retales, de mayor o menor extensión, que, pese a todo, siguen situando a España como pulmón verde del Occidente “civilizado”. La interacción del hombre con el medio, hizo que este medio ibérico, privilegiado, sirviera de fondo para la construcción de grandes potencias e imperios: Roma, al-Ándalus o la Corona Hispánica. Sin embargo, sea por la roturación de grandes extensiones de bosque, o por la tala indiscriminada (no sólo en episodios como el de la construcción de “la Armada Invencible”), la superficie de nuestro arbolado patrio se vio menguada en pro de nuestro propio progreso como Estado. Llegados a este punto, se preguntarán cuál es el porqué de esta reflexión.
Pese a la concienciación global con el medio ambiente, las exitosas iniciativas en pro de la conservación de buena parte de las especies animales y vegetales más características o el incremento, en casos como el español, de la superficie boscosa en los últimos años, en los países en desarrollo la destrucción de la naturaleza sigue siendo una realidad. A todos nos viene a la cabeza el caso de Brasil, potencia emergente por antonomasia, y la destrucción, cada vez mayor, de la selva amazónica, pero no es el único caso.
En Indonesia se halla la segunda isla más grande del Mundo, Borneo. Hasta hace poco era el verdadero Edén, un mundo plagado de especies enigmáticas y grandes selvas vírgenes. Reino del orangután, Borneo cuenta con algunos de los ecosistemas más increíbles de todo el Globo. Rinocerontes, gibones, násicos (una curiosa, e incluso cómica, especie de mono narigudo)... el número de especies que pueblan este amenazado “Jardín del Edén” es fascinante. Sin embargo, el auge económico de la superpoblada Indonesia está poniendo en peligro este trozo de Cielo en la Tierra.
La dictadura de Suharto y la elevada tasa de corrupción interna no han sido los únicos enemigos del bosque pluvial. Como en cuasi cualquier otro lugar del planeta, las grandes internacionales económicas han puesto sus tentáculos en pro de la obtención de un negocio “bueno, bonito y barato”. Los jardines de América, Europa, y sobre todo Japón, lucen bonitos muebles hechos con madera selvática, la misma que sirve de materia prima para los acabados de lujo en muchos automóviles. La hipocresía de nuestro consumismo llega, incluso, hasta nuestras antípodas.
Sin embargo, a la “fiebre de la madera” se le ha unido una mayor y mucho más peligrosa, la “fiebre del biodiesel”. Lo mismo que en Madagascar o en la propia Brasil, Borneo está siendo presa de las grandes plantaciones para la obtención de aceite de palma (la mejor y más eficiente fuente de producción para este tipo de combustible). De seguir a este ritmo, la selva de Borneo, y sus orangutanes, desaparecerán en menos de lo que tarde en cumplirse la próxima década. La desaparición del orangután o el gibón es especialmente dolorosa, pues son algunas de las especies que comparten con nosotros más ADN. Sin embargo, la reflexión de fondo es mucho mayor, y si cabe, aún más conflictiva.
Este artículo ha podido ser escrito porque el autor dispone de un ordenador. Y ese ordenador es producto de pertenecer a una sociedad avanzada, como es la española. Obviamente, el avance de España como Estado privilegiado, por más que ahora estemos en una Crisis económica gravísima, se ha visto históricamente favorecido por la destrucción del medio: explotación masiva de los recursos mineros, tala indiscriminada o extinción de múltiples especies (como los propios uros, o el oso y el lobo en la mayor parte de nuestra geografía).
¿Dónde está el derecho al desarrollo y dónde la obligación de conservar el medio ambiente? ¿Cómo fomentar la igualdad de los hombres y al mismo tiempo garantizar la supervivencia de oragutanes y gibones, entre otras especies? La mejor política medioambiental es garantizar la justicia universal. Si admitimos que ésta es un deseo inalcanzable... ¿no tienen alternativa los orangutanes? ¿Sólo les queda la opción de extinguirse, lentamente, en los diferentes parques zoológicos?
* Nota: los problemas de Borneo no son endémicos, su vecina isla de Sumatra, no digamos ya Java, están experimentando una destrucción, no sólo equiparable, sino más avanzada. El oranguntán de Sumatra (una de las dos subespecies que existen, junto al de Borneo) ha visto reducido su número a más del 90 por ciento, en los últimos tiempos.
* Algunas fuentes para ampliar información:
* Para ver derechos y origen de cada ilustración, clickea sobre ella.
3 comentarios:
es difícil en verdad, tanto se pierde en aras del "progreso"!
Con respecto a la entradilla de la postal no puedo más que sentir pena de ese bosque patrio del que nos hablas (a parte de lo que viene despues con Borneo)...
cuanto podríamos recuperar!!! y que seco y árida de ve la corteza de iberia cuando se viaja en evión...
Una entrada muy bien documentada como todas las tuyas. Y lo más interesante es tu invitación a reflexionar sobre un problema acuciante que necesita soluciones urgentes.
En mi modesta opinión el progreso no está reñido con el cuidado del medio ambiente. No es el progreso lo que destruye nuestra bioesfera, lo que la destruye es la codicia humana, no nos engañemos. A eso es a lo que hay que ponerle freno.
Un placer volver a leerte.
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