martes, 7 de diciembre de 2010

Escapada a la Reserva africana de Sigean

“Escapada” es una palabra vaga, un término que puede denotar varias ideas: salir de un local sin pagar, escabullirse de un encuentro con una persona especialmente pesada, o más románticamente, hacer un pequeño viaje con tu pareja. “Escapada” es la acción de escapar de la rutina. Salir lo suficientemente lejos, no necesariamente en magnitud métrica, de aquello que constituye tu más común rutina. En tiempos de crisis puede formularse todo un “arte de la escapa”, toda una serie de fórmulas que, dependiendo de cuál sea el lugar de origen, pueden hacerse de la forma más económica y placentera. Les sugiero la escapa que ayer hice desde Barcelona.
Es puente de la Constitución, y la frontera con Francia así me lo confirma. Como si de una “Reconquista” del Rosellón se tratare, legión de coches con matrícula española invaden las tierras de Aquitania en busca de relax y desconexión. Mi pareja, eficaz conductora entre otras muchas virtudes, me conduce a la Reserva Africana de Sigean, su regalo para mi 25 años, una escapada de ensueño que, desde tiempos de infante, poblaba mi mente.
No sin cierto toque “rancio”, revelador de su larga experiencia como centro de protección y divulgación de la fauna (no sólo africana) el trayecto empieza por un tour en coche por diferentes instalaciones. Comenzamos por un primer recinto de herbívoros. En él, con suerte sólo a las puertas de la copiosa vegetación de matorral, nos encontraremos con varios ejemplares de “Syncerus caffer nanus”, o lo que es lo mismo, búfalos africanos enanos. Se trata de una subespecie de búfalo cafre (cusa ausencia, en no poca medida, se justifica por su alto número de incidentes con los individuos de nuestra especie) especialmente adaptada a la vida en la selva tropical. Junto a estos curiosos “toricos” (no confundir con el de Teruel) se ven impalas (uno de los antílopes africanos más célebres y hermosos).
Pasando a un segundo, y después a un tercer, recinto de herbívoros, nos encontramos con los springboks, o gacelas saltarinas. Estos hermosos antílopes son célebres por dar nombre a la selección sudafricana de rugby. Junto a ellos hay cobos (antílopes de gran porte, un tanto tímidos)... y avestruces. Seguramente sea una de las especies “más comunes” pero no podemos dejar de premiar a las avestruces con el título de “animales más simpáticos”. Como si de guardias de tráfico se trataran, las avestruces paran a los visitantes, no pidiéndoles documentación pero sí picando todo lo que tienen a su alcance. Sabida es su glotonería, por lo que procuraremos tener las ventanillas subidas y el coche cerrado (son especialmente amantes del “hurto”, picando con alevosía todas las manillas de las puertas de los automóviles). En el recinto colindante, sin dificultad alguna, veremos a las jirafas y a las cebras, así como a algún antílope ruano.
Tras pasar por la última de las tres separaciones de barras de hierro (que evitan que las pezuñas de las herbívoros pasen de su recinto) nos dirigimos a los recintos más emocionantes. Sería “todo un puntazo” que el excursionista llevara en el coche la banda sonora de Jurassic Park, pues los muros (con alambrada incluida) le recordaran a la célebre película. Cuando uno ya se está preguntado qué huésped poblará la próxima sección, el visitante se sorprenderá al contemplar un recinto superpoblado de osos tibetanos. No será extraño, pues fue nuestro caso, ver cómo se aposentan en medio de la carretera (tumbados). Su peligrosidad (es una de las especie de oso más agresivas) no será proverbial, pues el lujo de su recinto (junto a la vigilancia de un encargado expreso) lo evitarán en todo momento. Dejado este recinto, pasamos al segundo recinto de carnívoros, el de los leones.
La atmósfera del lugar no puede ser más sobrecogedora. Entre matorrales de sabana, charcas y árboles sentiremos la “inquietud” de estar siendo observados. La escena de “miedo contenido” cesa al ver cómo los coches se apelmazan, como si de un actor americano se tratara, en un lugar concreto (junto al guarda en comioneta, que en todo momento, vigila los movimientos del verdadero “monarca” de la reserva). No sin sorpresa contemplaremos la majestuosidad del gran león macho. Con sus rugidos llama a su harem de hembras, las cuales, no dejarán de vigilar a sus traviesos hijos en todo momento (una visión única).
Dejados los leones uno se inserta en tres nuevos recintos de herbívoros. Tras la visita a los grandes felinos, no dejará de ser menos interesante la interacción con los rinocerontes blancos... con no más barrera de separación que el propio coche. Quizá un tanto acostumbrados a los caprichos visuales del “homo sapiens sapiens”, no se inmutarán en exceso ante nuestra visita, y mostrarán sus mejores galas para ser fotografiados. Más que en cualquier otra celda, será importante que no abramos ninguna puerta. Junta a ellos hay una pareja de ñues de cola blanca, unos herbívoros que están entre los más hermosos, y amenazados, del planeta. Pasado este recinto... las avestruces, con su curiosidad congénita, vuelven a repasar nuestros coches, mientras que, no sin gran alegría, nos sorprenderemos al contemplar la belleza de las hermosas cebras. Posiblemente sea uno de los animales que más sorprenda al visitante, verlas en persona no tiene precio. Junto a los toros watussi (un clásico en todo safari europeo...) podremos ver a “mi animal insignia”... el ñu. Tímido y un tanto amedrentado por el público, mi animal favorito no dejará de vigilar los movimientos del viajero, pues a falta de cientos de amigos, es un animal doblemente cauto. Antes de terminar con los herbívoros podremos saludar al asno salvaje de Somalia, un animal en vías de extinción, que nos alegrará la vista con sus “cebradas” piernas. Premio a quien pueda llegar a ver al facocero ("Pumba") corretear por su recinto...
Después de tantas emociones se acaba el periplo en coche. Dejamos el auto y nos disponemos a vivir nuevas emociones. Cerca de los coches tenemos un lugar para hacer pic-nic, eso sí, con compañeros de excepción. Pavos reales... y ¡cigüeñas blancas! serán especialmente impertinentes con su peticiones alimenticias... Una vez se ha descansado visitamos el zoo a pie. Arruís, muflones, dromedarios, kudús, emúes, ñandúes, loros, puerco espines... el surtido es de lo más variopinto, pero una vez más, no serán pocos quienes se sorprendan con la visión de guepardos y licaones (el perro salvaje africano). Por motivos obvios, será a pie como podremos ver a los elefantes africanos. Dependiendo de la época, los veremos juntos o separados, siendo muy interesante poder admirar al gran paquidermo macho en su destierro.
Si Sigean destaca por algo es por el uso que hace del ecosistema natural en que se encuentra el parque. Pelícanos, flamencos, mil y una especies de patos, grullas y cigüeñas pueblan por saturación las marismas de la zona acotada, pudiendo, el visitante, llegar a acercarse (e incluso tocar) a algunas de estas aves. Posiblemente sea esta experiencia una de las más emocionantes de la visita. No se olviden de ver los cocodrilos, los macacos de Gibraltar, los suricatas ("Timón"), las serpientes... y los chimpancés. Sigean es puntero en su estudio, y podremos ver, aunque más intuir, el gran recinto del que disponen (con centro de estudios incluido, obviamente para el estudio de especialistas, que no de los primates).
Tras casi un día entero contemplando animales será muy recomendable que el visitante se acerque a Narbona, una de las ciudades más históricas del Mediterráneo (eso sí, muy venida a menos en cuanto a tamaño) y dependiendo del tiempo, que visita la urbe amurallada de Carcassone (un tanto “achocolatada” para mi gusto...). Es interesante llevar bocadillo para comer durante la visita a la reserva, pero de completar el viaje con algo de ocio cultural, mejor probar el plato típico de la zona: la Cassoulet, un plato (con judías blancas, pato, botifarra...) de lo más suculento y recomendable.
* Todas las imágenes son propiedad del autor.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Bon jour,

Excepcional crónica y magníficas fotos!!!


FELICIDADES

S.Belizón dijo...

Tengo el corazón partido con un trozo del Languedoc-Roussillon, mi segunda patria si es que existe una primera, y fíjate, aun no he visitado la reserva de Sigean.

A ver si me animo este verano, porque en estás fiestas las derivaciones son más a la Provença, que al Roussillon.

Suscribo el Cassoulet como plato de obligatoriedad, Carcassone y la antigua Narbo como ciudades para ser admiradas y fotografiadas, y si se puede..., adentrense un poco hasta Aigues Mortes, otra villa amurallada con mucha solera y demasiada historia.

Saludos.

Dinorider d'Andoandor dijo...

qué bonito regaaaaaaaaaloooooooooooo!
oooooooooooooooooh

eso sí ya no me extraña tanto ver animales africanos así desde que vi zebras y leones jugando en la nieve durante el invierno canadiense, por separado claro está.

Madame X dijo...

¡¡Un señor regalo!!

La foto del avestruz, qué graciosa.