- ¡No conoceréis el
miedo! ¡El miedo mata la mente! ¡El miedo es la pequeña muerte que
conduce a la destrucción total!
- ¡Sabias palabras para
un borracho, amigo mío!
El pseudo-ebrio barbudo
se giró repentinamente y vio la efigie del
bellotín genio. Zalakín le miraba con cara de entusiasmo, con la
típica expresión de aquellos niños que ven a un adulto hacer cosas
poco al uso. Con todo, Zalakin era joven sin ser infante. El local no
era digno para menores. La taberna “Uno, dos y tres” (de nombre
correlativo al número de consumiciones obligatorias) era frecuentada
por múltiples víctimas del vicio. Fumadores de especia, querubinas
de tres pechos, chupópteros de mil rones... por la taberna
merodeaban seres de todos los rincones de Imagina. Las vigas del
local tenían rastros de sangres secas
multicolor, restos que daban testimonio de violentas peleas. El local
era todo en sí una caverna y Zalakín desconocía si iba a encontrar
allí al “sabio”.
El hombre barbudo echó
de su lado a las dos querubinas dándoles un cachete de camionero en
sus esponjosos traseros, y metiendo una moneda en cada uno de sus
canalillos. Ambas mercenarias del amor fueron a contentar a otro
borracho y el falso ebrio se quedó a solas con Zalakin (todo lo solo
que puede quedarse uno en la barra de una taberna).
- Tú cara me dice que no
has venido a escuchar las sentencias de un borracho.
- No señor- contestó
Zalakín. -vengo en busca del Poeta Solitario, me manda mi abuelo, el
Viejo Carrasco.
- ¡Shhhhh! Se dice que
los borrachos dicen la verdad... ¡pero nadie se cree que puedan
seguir una conversación seria! ¡Disimulemos!
A Zalakin no le dejó de
sorprender el proverbial mimetismo que había estado practicando
aquel peculiar habitante de tabernas. Lejos del tópico, el sabio
simulaba estar borracho. Dejaba caerse su vergüenza so pena de
parecer incontrolado, para así no llamar la atención ¡y ser uno
más entre borrachos!
- Los vicios son una
condición para la supervivencia social. El éxtasis sólo se alcanza
sin raciocinio serio, ¡y a ello ayuda el alcohol y todo vicio! No te
fíes de quien diga que los borrachos dicen
la verdad, pues querrá disimular que a él siempre le ha gustado la
religión de Santa Cogorza. El alcohol no es un maná, es un veneno
para el intelecto. Un asesino masivo de neuronas, cuya imitación
brinda disfraz.
El pseudo-borracho, pues
en verdad era sabio, simulaba ser el más vicioso entre iguales. De
no haber ese autocontrol entre la sociedad las revoluciones se
sucederían como pies en una escolopendra.
- Hazme caso, Zalakin, y
no creas que el saber algo es mayoritario. Jamás interesará que la
gente sea consciente, pues el inconsciente es manipulable.
Condicionar una mente es tener un siervo, enseñarle no es más que
fomentar el nacimiento de un eventual rival. ¿Comprendes el por qué
es más útil ser falso borracho disimulado que diana justiciera en
un mundo de inteligentes interesados?
Zalakín aprendió que
todo vicio es una red de dominación, una útil herramienta por la
que mantener contento al populacho. Los mitos acerca de lo bueno de
estar ebrio claro que le siguieron llegando, pero jamás volvió a
creerse que un borracho dijera la verdad, ni que los bares son
templos más allá de sus eventuales manjares...
* Imagen: "El borracho", cuadro de Vladimir Makovsky.
* palabras iniciales inspiradas en Dune, de Frank Herbert.
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