De entre todas las aves,
una de mis preferidas siempre ha sido el causario. Se trata del ave
más peligrosa para el hombre, habiendo llegado a ser mortal para
algunas desgraciadas víctimas. Está dotada de garras que pueden
alcanzar los 10 cm de longitud (siendo más largas que las de un
velociraptor). Viven por las junglas de Australia, Nueva Guinea y
algunas pequeñas islas Indonesias, y son el segundo ave del Mundo en
tamaño, si bien parecen estar más estrechamente emparentados con el
kiwi que con el avestruz.
Recuerdo ver hace unos
días otra de las joyas a las que nos tiene acostumbrados BBC Nature, “Siete mundos, un
planeta”. En su capítulo referente a Australia, precisamente
un casuario abre el documental con una impactante secuencia en la
que se muestra a un formidable ejemplar paseando por el
litoral marítimo. Sus pisadas parecen sacadas de Parque Jurásico y
de hecho, su aspecto bien se parece al de un dinosaurio. Que no es un
dinosaurio lo dicen las clasificaciones hechas por la ciencia humana,
pero no su cuerpo, su comportamiento, ni mucho menos, su aspecto.
Desde un punto de vista continuista, y siguiendo las más estrictas
leyes de la herencia genética, el casuario camina como un
dinosaurio, se comporta como tal, muy seguramente se expresa como sus
primos, pero, efectivamente, la ciencia nos dice que no es un
dinosaurio.
Oficialmente se afirma
que los dinosaurios se extinguieron hace 65 millones de años. El
postulado está sujeto a continua revisión, cuanto menos
“filosófica”, desde el momento en que es cuasi unánimamente
aceptado que las aves son descendientes directas de los dinosaurios,
y que éstos, en cuasi todas sus especies, tuvieron plumas. Parece
ser que un gran meteorito finiquitó a los dinosaurios, junto a todo
un cúmulo de catástrofes naturales y cambios climáticos. De la
hecatombe surgieron los mimbres para la biodiversidad actual,
incluyendo a la especie humana.
Cambiando de escenario, y
para el lector quizá irracionalmente de coordenadas, ahora les
propongo visitar Grecia, la antigua Mistrá. Se trata de una antigua
ciudad-fortaleza sita en el Peloponeso a escasísimos kilómetros de
la legendaria Esparta. Allí residieron los aristócratas bizantinos,
déspotas, que en términos formales representaron los últimos
baluartes del Imperio Romano. Mistrá fue conquistada por los
otomanos años después de la caída de Constantinopla, sin
embargo, la tradición afirma que “la última Roma” cayó en
1453, con la toma de la antigua Bizancio. En verdad, formalismos al
margen, es evidente, no sólo para el viajante, que todo lo
perteneciente a Bizancio en la segunda mitad de la llamada Edad Media
es “escasamente romano”.
Cada vez se va asentado
con mayor unanimidad que el último Imperio Romano (previo al llamado
Bizantino) coincidió con el reinado de Justiniano el Grande.
Recordemos que este gran Emperador casi consiguió restaurar la
gloria del antiguo Imperio reconquistando buena parte del
Mediterráneo, tomando la posesión de antiguas plazas como Roma,
Nápoles, Cartago o Cartagena. Sin embargo, junto a todas las
migraciones bárbaras que continuaron llegando y los excesos de unos
sueños imperiales, algo sobredimensionados, una gran peste, en el
contexto de un severo cambio climático, motivó el abandono del
sueño imperial romano, y al poco tiempo, el inicio de la verdadera
Edad Media, con los achaques de la conquista islámica y la
fragmentación del mundo conocido en Reinos.
Cuándo cayó Roma o
cuándo desaparecieron los dinosaurios no son fechas o momentos
unánimes ni determinables con exactitud por la ciencia, pues siempre
van a depender de criterios humanos, y por ende, subjetivos. Y lo que
es más importante, de cuáles sean nuestros prejuicios y
convicciones. Puede que llegue el momento en que el causario sea
considerado como un dinosaurio moderno, y que nos demos cuenta de que
estos grandes animales no desaparecieron en su integridad de un día
para otro. Puede también que algún día nos percatemos de que Roma
en sí no desapareció tampoco completamente jamás, y que
“simplemente” se reconvirtió y transformó en nuestra
civilización, tras mil golpes y cambios de remo.
Los imperios, sean éstos
animales o humanos, se resienten ante las grandes catástrofes y la
historia de nuestro planeta nos muestra que hay pocas apocalipsis
peores que los cambios climáticos. El hombre acelera pero no crea un cambio climático,
salvo que Greta demuestre la existencia de marcianos malintencionados
en tiempos de T.Rex, pero, reflexiones climáticas a un margen, hay
algunos asuntos sobre los que debemos reflexionar.
Si del fin de los
dinosaurios medraron pequeños mamíferos y del fin del Imperio
Romano pequeños Reinos... ¿con la actual crisis global también nos
empequeñeceremos? Sí, no estoy obviando a los nacionalismos.
Imágenes:
1) Casuario (Commons)
2) Detalle de Mistrá (foto del autor).
3) Detalle del célebre mosaico de Justiniano, en San Vital (Rávena) (foto del autor).