martes, 3 de diciembre de 2019

Lo relativo de las caídas


De entre todas las aves, una de mis preferidas siempre ha sido el causario. Se trata del ave más peligrosa para el hombre, habiendo llegado a ser mortal para algunas desgraciadas víctimas. Está dotada de garras que pueden alcanzar los 10 cm de longitud (siendo más largas que las de un velociraptor). Viven por las junglas de Australia, Nueva Guinea y algunas pequeñas islas Indonesias, y son el segundo ave del Mundo en tamaño, si bien parecen estar más estrechamente emparentados con el kiwi que con el avestruz.

Recuerdo ver hace unos días otra de las joyas a las que nos tiene acostumbrados BBC Nature, “Siete mundos, un planeta”. En su capítulo referente a Australia, precisamente un casuario abre el documental con una impactante secuencia en la que se muestra a un formidable ejemplar paseando por el litoral marítimo. Sus pisadas parecen sacadas de Parque Jurásico y de hecho, su aspecto bien se parece al de un dinosaurio. Que no es un dinosaurio lo dicen las clasificaciones hechas por la ciencia humana, pero no su cuerpo, su comportamiento, ni mucho menos, su aspecto. Desde un punto de vista continuista, y siguiendo las más estrictas leyes de la herencia genética, el casuario camina como un dinosaurio, se comporta como tal, muy seguramente se expresa como sus primos, pero, efectivamente, la ciencia nos dice que no es un dinosaurio.

Oficialmente se afirma que los dinosaurios se extinguieron hace 65 millones de años. El postulado está sujeto a continua revisión, cuanto menos “filosófica”, desde el momento en que es cuasi unánimamente aceptado que las aves son descendientes directas de los dinosaurios, y que éstos, en cuasi todas sus especies, tuvieron plumas. Parece ser que un gran meteorito finiquitó a los dinosaurios, junto a todo un cúmulo de catástrofes naturales y cambios climáticos. De la hecatombe surgieron los mimbres para la biodiversidad actual, incluyendo a la especie humana.

Cambiando de escenario, y para el lector quizá irracionalmente de coordenadas, ahora les propongo visitar Grecia, la antigua Mistrá. Se trata de una antigua ciudad-fortaleza sita en el Peloponeso a escasísimos kilómetros de la legendaria Esparta. Allí residieron los aristócratas bizantinos, déspotas, que en términos formales representaron los últimos baluartes del Imperio Romano. Mistrá fue conquistada por los otomanos años después de la caída de Constantinopla, sin embargo, la tradición afirma que “la última Roma” cayó en 1453, con la toma de la antigua Bizancio. En verdad, formalismos al margen, es evidente, no sólo para el viajante, que todo lo perteneciente a Bizancio en la segunda mitad de la llamada Edad Media es “escasamente romano”.

Cada vez se va asentado con mayor unanimidad que el último Imperio Romano (previo al llamado Bizantino) coincidió con el reinado de Justiniano el Grande. Recordemos que este gran Emperador casi consiguió restaurar la gloria del antiguo Imperio reconquistando buena parte del Mediterráneo, tomando la posesión de antiguas plazas como Roma, Nápoles, Cartago o Cartagena. Sin embargo, junto a todas las migraciones bárbaras que continuaron llegando y los excesos de unos sueños imperiales, algo sobredimensionados, una gran peste, en el contexto de un severo cambio climático, motivó el abandono del sueño imperial romano, y al poco tiempo, el inicio de la verdadera Edad Media, con los achaques de la conquista islámica y la fragmentación del mundo conocido en Reinos.

Cuándo cayó Roma o cuándo desaparecieron los dinosaurios no son fechas o momentos unánimes ni determinables con exactitud por la ciencia, pues siempre van a depender de criterios humanos, y por ende, subjetivos. Y lo que es más importante, de cuáles sean nuestros prejuicios y convicciones. Puede que llegue el momento en que el causario sea considerado como un dinosaurio moderno, y que nos demos cuenta de que estos grandes animales no desaparecieron en su integridad de un día para otro. Puede también que algún día nos percatemos de que Roma en sí no desapareció tampoco completamente jamás, y que “simplemente” se reconvirtió y transformó en nuestra civilización, tras mil golpes y cambios de remo.

Los imperios, sean éstos animales o humanos, se resienten ante las grandes catástrofes y la historia de nuestro planeta nos muestra que hay pocas apocalipsis peores que los cambios climáticos. El hombre acelera pero no crea un cambio climático, salvo que Greta demuestre la existencia de marcianos malintencionados en tiempos de T.Rex, pero, reflexiones climáticas a un margen, hay algunos asuntos sobre los que debemos reflexionar.

Si del fin de los dinosaurios medraron pequeños mamíferos y del fin del Imperio Romano pequeños Reinos... ¿con la actual crisis global también nos empequeñeceremos? Sí, no estoy obviando a los nacionalismos.

Imágenes:
1) Casuario (Commons)
2) Detalle de Mistrá (foto del autor).
3) Detalle del célebre mosaico de Justiniano, en San Vital (Rávena) (foto del autor).

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