Decía Hemingway que los bosques fueron los primeros templos de la humanidad. Los imponentes troncos centenarios, las frondosas copas sempiverdes, o en su defecto, marcadoras infalibles de los ritmos de la Madre Naturaleza, siempre han impuesto respeto a la especie humana, al menos hasta este momento. Fuera de movimientos alternativos, tan “ecologistas” como, muchas veces, ineficientes y trasnochados, siempre hay un resquicio para soñar con lo divino, lo eternamente existente, la vida trascendente, el conjunto de seres que precedieron a quienes te engendraron, y que, con cuasi total seguridad, seguirán existiendo cuando abandones el mundo terreno. A veces, pequeñas caracolas nos hacen soñar con otros mundos. Pensar en cómo lo ahora bosque antes fue mar, y en el porqué los pingüinos pueblan lugares, donde antes hubieron bosques de coníferas. El bosque es a la vez eterno y cambiante, verde y caduco, pasado, presente y futuro. ¿Alguien conoce mayor contradicción que la de lo incomprensible?
Las parameras del Campo Taranz, sierra de Aragoncillo, valle del Mesa y demás zonas de la Celtiberia nuclear (Ducado de Medinaceli y Señorío de Molina) acontecen uno de los lugares más misteriosos de nuestra rica biodiversidad hispana. Herederas de las últimas glaciaciones, testimonios de mamuts, rinocerontes lanudos y tigres dientes de sable, las sabinas gobiernan el lugar y dictan los ritmos; sus gayubas alimentan a los hambrientos paseriformes, mientras que su sobra cobija, durante las extremas estaciones, a multitud de seres, a veces, un tanto legendarios. Y es que la alta densidad de rapaces, episódicos indicios de nutrias y lobos, poblaciones de alondras de Dupont y sisones, hacen de estas altas tierras uno de los últimos tesoros paisajísticos de Europa, a la vez que configuran a la región como uno de los ecosistemas más incomprendidos del planeta Tierra. Quién sabe si por la Crisis, más energética que bancaria, aunque ambas estén relacionadas, este ecosistema ha sido objeto de interés para los habitantes de nuestras antípodas.
Según informaciones publicadas en diarios de la zona (“La Crónica”, “Guadalajara Dos Mil”), la compañía australiana “Berkeley Resources”, a través de su “esbirra” española, la “Minera de Río Alagón”, ha puesto sus ojos en las parameras como susceptible lugar de explotación para la extracción de uranio. Pueblos como Maranchón, Rillo de Gallo, Anquela del Ducado o Corduente estarían afectos a estos proyectos, si bien, para pueblos como Mazarete o Anguita, la noticia no es del todo “actual”.
El proyecto “Permiso de investigación: Aragoncillo I” (nº expediente: GU-5392/08) se refiere a unos “trabajos” realizados por la JEN y ENUSA en los años 1972-1979 y 1980-1982. Sin lugar a dudas, con ello se están refiriendo a las catas realizadas en pueblos, como Anguita y Mazarete, durante esos años, catas que son recordadas, con sumo detalle, por los lugareños. Lo cierto es que en aquel momento tales lugares parecieron salvarse de la explotación minera, pero el peligro vuelve de nuevo. La idea de los australianos, camuflados dentro de su filial española, sería la situar explotaciones a cielo abierto, estilo a las célebres minas australianas, con todos los peligros, y sobre todo contaminación, que ello comportaría.
Una visita a la página web del gigante australiano nos confirma la pesadilla. En ella, se vanaglorian de ser los primeramente colocados en la posibilidad de instalar explotaciones para la extracción de uranio. Junto a Guadalajara, las otras dos provincias en peligro son Cáceres y Salamanca. Curiosamente, es precisamente un mapa del sector de Mazarete (y por ende, en las inmediaciones de Anguita) el que aparece en la información expuesta por la empresa. La zona afectada, según sus cálculos, es de unos 436 km², y según la propia fuente:
“Mineralisation extends in a belt for some 25 km between Luzon and Cobeta. The mineralised bodies are vaguely stratified, but have a lenticular or irregular shape. The length of individual bodies range from several tens to 1,200 metres. Width varies from 80 to 300 m. and thickness from less than one metre to six metres”.
Poco o nada dicen las fuentes acerca de las externalidades negativas para los nativos. Lejos de caer una “eventual lotería” sobre estas aldeas, los peligros para la salud pública son evidentes. Según alega “Ecologistas en Acción”, además de todos los daños medioambientales que se producirían en la fauna y flora de estos lugares, se incrementaría, sustancialmente, el riesgo de padecer cáncer, dadas las sustancias resultantes de la extracción del uranio. Las fuentes y acuíferos se verían contaminados, siendo especialmente peligroso (en cuanto a su abasto), si se tiene en cuenta que en estas tierras coge agua el Tajo, a través de sus afluentes Tajuña y Gallo, además del Ebro, vía Jalón.
Que el uranio puede que se trate del combustible del futuro no hay duda, de que es uno de los recursos económicos “explotables” más rentables de nuestra geografía, también. Sin embargo, no hay magnitud pecuniaria, moneda o billete que alcance a brillar tanto como la riqueza biológica de estos misteriosos lugares. Tampoco, ni mucho menos, hay un argumento que justifique poner en riesgo la salud de una zona, ya de por sí, bastante castigada por el devenir de los tiempos (es la zona menos densamente poblada de Europa, según el Dr. Burillo Mozota, tras Laponia). La solución dista mucho de ser clara, los peligros distan mucho de difuminarse en el aire. Sólo una acción coordinada de todos nosotros puede ayudar a impedirlo, pues los entes públicos no deben tolerar este abuso sin más, no pueden abandonar a estas gentes que tanto han dado por su tierra, la mágica Celtiberia nuclear, los últimos templos de la paramera...
Imágenes:
En primer lugar, detalle del Campo Taranz, a la altura de Anguita.
En segundo lugar, el Barranco de la Hoz, dentro del Parque Natural del Alto Tajo.
Fotos del autor (todos los derechos reservados).
* Alguos enlaces de interés:
Gracias a la colaboración (y búsqueda de buena parte la información) y mi buen amigo, D. José Manuel Aguado Moreno.