Artículo publicado en la revistal El Cantón (revista de la Asociación Cultural de Amigos de Anguita), edición del verano pasado (publicado por la web: http://soria-goig.com/arqueologia/celtiberia.htm):
Es difícil encontrar un término más actual, polémico y con semejante vago contenido que el de nación. Presunta vital esencia de la personalidad de unos, inmisericorde moscardón cansino para el resto, no son pocas la disputas interpersonales e interterritoriales provocadas por la irradiación de un término, ficticio como el que más, que en no pocas ocasiones oculta intereses que le transcienden. Si acaso habláramos estrictamente de naciones, ningún sentido tendría ello si nos situamos fuera de la Edad Industrial, no obstante, si de hecho hacemos referencia al concepto de región-territorio, espacio en el que habitan gentes con unas costumbres afines en función de las características de un medio determinado-peculiar que hacen de todo el conjunto algo endémico, algo propio, no cabe duda alguna de que la Celtiberia es uno de esos territorios, y si acaso, el menos reconocido de todos.
Por Celtiberia podríamos considerar a un considerablemente grande pentágono que podría tener como vértices las poblaciones de Soria, Calatayud, Daroca, Molina (con toda la zona del Alto Tajo) y Sigüenza, polígono al que habría de sumarse dos complementarias porciones que serían: el oeste de Segovia y el sureste de Burgos. Así pues alrededor de estas 5 villas (escogidas por su significativo peso histórico y demográfico) se puede observar como se reúne un territorio caracterizado por el terreno montañoso (Sistema Ibérico), las extremas temperaturas tanto invernales como estivales así como por la presencia de gentes, pastoras y agricultoras en su mayoría, que “abarren” los platos y no los rebañan o que acaso les quedan muchas veces, después de opíparas comidas “pretes” los pantalones que no ajustados. El nombre vendría dado por las beligerantes tribus celtíberas que antaño poblaran estas montañas, gentes audaces, y brutas como las que más, que consiguieron firmar episodios dignos de la mejor prosa como la resistencia de Segontia o la más conocida toma de Numancia.
Ante todo, el celtiberio estaba hecho para la celtiberia en el sentido de que los ritos – costumbres que de ellos nos han llegado están estrictamente relacionados con las peculiaridades de nuestro ecosistema. Por poner algún expresivo ejemplo, no construían grandes templos, sino que adoraban los sagrados bosques, o las abundantes cuevas de la zona, qué decir que el gran coloso guardián de la región, el Moncayo con sus 2.315 metros, era tratado como una divinidad más dentro del naturalista panteón celtíbero, igualmente asignaban misiones divinas a seres típicamente esteparios como los buitres, a quienes solían brindar sus cuerpos difuntos para que fueran alzados al cielo estrellado donde moraba Lug, dios de la luz.
A diferencia de otros pueblos como romanos, egipcios o babilonios, los celtiberos no conocieron la noción de estado/imperio puesto que se agrupaban en tribus como la de los lusones, nombre que nos recuerda a los vecinos términos de Luzaga (lutia en el mapa) o Luzón[1]. Por otra parte, la famosa canción, tal vez himno de Anguita (aquella que afirma que bebiendo nos conoce hasta el Papa…), ya parece haber sido conocida por estas gentes como testimonia la elaboración de cerveza de trigo (caelia) producida en la región[2].
El término alrededor del que se configuraba la presunta identidad celtibera tradicionalmente ha sido el honor. Se trataba de gentes sin miedo a la muerte, y que de hecho acudían al suicidio como herramienta para evitar bien un futuro crudo por las insalvables dificultades de la avanzada edad, bien como respuesta ha no haber sabido defender a su líder muerto por el enemigo, todo ello en virtud del pacto que contrajeran con las divinidades infernales, la conocida como devotio iberica. No obstante, pese al nexo inquebrantable con el honor existente en este pueblo, más claro parece que a aquello que mejor respondían, al igual que cualquier ejemplar de la especie humana, era al dorado material hacedor de la felicidad, ya que como dijo Woody Allen: “el dinero no da la felicidad pero produce una sensación tan parecida que sólo un auténtico especialista podría reconocer la diferencia”. Tal conclusión se desprende del hecho de que a semejanza de sus vecinos iberos, formaron parte del ejército invasor, ya fuera romano o cartaginés, como tropas auxiliares de incalculable estima por su fiereza y adiestramiento en la denominada, guerra de guerrillas.
Los celtiberos no llegaron a tener conciencia alguna de pertenecer a una unidad mayor que la de la tribu, sin perjuicio de que en episodios puntuales, como el archiconocido de la resistencia de Numancia, algunas de sus tribus llegaran a aliarse. De hecho, la norma general era la guerra entre las diferentes tribus con el sino de incrementar los escasos recursos propios de un tierra dura y apta solo para los más fuertes. La falta de pertenencia a algo mayor fue heredada por sus presumibles descendientes, nosotros, no habiendo menor constancia de movimiento alguno a favor de una presunta región celtibera. De hecho hay quien afirma que lo mejor que ha ocurrido a nuestra región “celtibera” es que ha nadie se le haya ocurrido defender una presunta nacionalidad celtibera, siendo algo, a mi ver, realmente cierto en tanto la improductividad de la discusión de términos más propios de la metafísica como identidad, derechos históricos o nación, no obstante, sí que parece ser evidente que la región celtibera, en buena parte el posterior Ducado de Medinaceli, presenta no solo unos rasgos culturales-folklóricos peculiares sino unos intereses económicos, educacionales así como unas necesidades parecidas, sino idénticas, que se basan en las propias carencias de un sistema que, lejos de beneficiar a la “antigua Castilla”, en virtud de una “castellanización” del Estado, en lo referente a nuestra parte, le privó no solo de esperanzas sino también de sus gentes. Por eso, tal vez pudiera ser conveniente la adopción por nuestros gobernantes de medidas que vinieran a impulsar medidas eficientes a toda la región, no reduciéndose las mismas a meras políticas autonómicas pues es precisamente dicha división territorial, y aun antes la división provincial la que quebrantó reduciendo a la nada una región, ya al parecer, irremediablemente partida, pues poco parece tener que ver Medinaceli con Astorga, Ariza con Fraga o Anguita con Valdepeñas, o incluso, valga decir, con Azuqueca, no teniéndose, claro está, nada en contra de los lugares citados.
Por Celtiberia podríamos considerar a un considerablemente grande pentágono que podría tener como vértices las poblaciones de Soria, Calatayud, Daroca, Molina (con toda la zona del Alto Tajo) y Sigüenza, polígono al que habría de sumarse dos complementarias porciones que serían: el oeste de Segovia y el sureste de Burgos. Así pues alrededor de estas 5 villas (escogidas por su significativo peso histórico y demográfico) se puede observar como se reúne un territorio caracterizado por el terreno montañoso (Sistema Ibérico), las extremas temperaturas tanto invernales como estivales así como por la presencia de gentes, pastoras y agricultoras en su mayoría, que “abarren” los platos y no los rebañan o que acaso les quedan muchas veces, después de opíparas comidas “pretes” los pantalones que no ajustados. El nombre vendría dado por las beligerantes tribus celtíberas que antaño poblaran estas montañas, gentes audaces, y brutas como las que más, que consiguieron firmar episodios dignos de la mejor prosa como la resistencia de Segontia o la más conocida toma de Numancia.
Ante todo, el celtiberio estaba hecho para la celtiberia en el sentido de que los ritos – costumbres que de ellos nos han llegado están estrictamente relacionados con las peculiaridades de nuestro ecosistema. Por poner algún expresivo ejemplo, no construían grandes templos, sino que adoraban los sagrados bosques, o las abundantes cuevas de la zona, qué decir que el gran coloso guardián de la región, el Moncayo con sus 2.315 metros, era tratado como una divinidad más dentro del naturalista panteón celtíbero, igualmente asignaban misiones divinas a seres típicamente esteparios como los buitres, a quienes solían brindar sus cuerpos difuntos para que fueran alzados al cielo estrellado donde moraba Lug, dios de la luz.
A diferencia de otros pueblos como romanos, egipcios o babilonios, los celtiberos no conocieron la noción de estado/imperio puesto que se agrupaban en tribus como la de los lusones, nombre que nos recuerda a los vecinos términos de Luzaga (lutia en el mapa) o Luzón[1]. Por otra parte, la famosa canción, tal vez himno de Anguita (aquella que afirma que bebiendo nos conoce hasta el Papa…), ya parece haber sido conocida por estas gentes como testimonia la elaboración de cerveza de trigo (caelia) producida en la región[2].
El término alrededor del que se configuraba la presunta identidad celtibera tradicionalmente ha sido el honor. Se trataba de gentes sin miedo a la muerte, y que de hecho acudían al suicidio como herramienta para evitar bien un futuro crudo por las insalvables dificultades de la avanzada edad, bien como respuesta ha no haber sabido defender a su líder muerto por el enemigo, todo ello en virtud del pacto que contrajeran con las divinidades infernales, la conocida como devotio iberica. No obstante, pese al nexo inquebrantable con el honor existente en este pueblo, más claro parece que a aquello que mejor respondían, al igual que cualquier ejemplar de la especie humana, era al dorado material hacedor de la felicidad, ya que como dijo Woody Allen: “el dinero no da la felicidad pero produce una sensación tan parecida que sólo un auténtico especialista podría reconocer la diferencia”. Tal conclusión se desprende del hecho de que a semejanza de sus vecinos iberos, formaron parte del ejército invasor, ya fuera romano o cartaginés, como tropas auxiliares de incalculable estima por su fiereza y adiestramiento en la denominada, guerra de guerrillas.
Los celtiberos no llegaron a tener conciencia alguna de pertenecer a una unidad mayor que la de la tribu, sin perjuicio de que en episodios puntuales, como el archiconocido de la resistencia de Numancia, algunas de sus tribus llegaran a aliarse. De hecho, la norma general era la guerra entre las diferentes tribus con el sino de incrementar los escasos recursos propios de un tierra dura y apta solo para los más fuertes. La falta de pertenencia a algo mayor fue heredada por sus presumibles descendientes, nosotros, no habiendo menor constancia de movimiento alguno a favor de una presunta región celtibera. De hecho hay quien afirma que lo mejor que ha ocurrido a nuestra región “celtibera” es que ha nadie se le haya ocurrido defender una presunta nacionalidad celtibera, siendo algo, a mi ver, realmente cierto en tanto la improductividad de la discusión de términos más propios de la metafísica como identidad, derechos históricos o nación, no obstante, sí que parece ser evidente que la región celtibera, en buena parte el posterior Ducado de Medinaceli, presenta no solo unos rasgos culturales-folklóricos peculiares sino unos intereses económicos, educacionales así como unas necesidades parecidas, sino idénticas, que se basan en las propias carencias de un sistema que, lejos de beneficiar a la “antigua Castilla”, en virtud de una “castellanización” del Estado, en lo referente a nuestra parte, le privó no solo de esperanzas sino también de sus gentes. Por eso, tal vez pudiera ser conveniente la adopción por nuestros gobernantes de medidas que vinieran a impulsar medidas eficientes a toda la región, no reduciéndose las mismas a meras políticas autonómicas pues es precisamente dicha división territorial, y aun antes la división provincial la que quebrantó reduciendo a la nada una región, ya al parecer, irremediablemente partida, pues poco parece tener que ver Medinaceli con Astorga, Ariza con Fraga o Anguita con Valdepeñas, o incluso, valga decir, con Azuqueca, no teniéndose, claro está, nada en contra de los lugares citados.
[1] Sobre qué tribu fue la que ocupó nuestro pueblo existen controversias e incluso se opina que fueron varias a lo largo de los tiempos.
[2] Acerca de su elaboración se conserva un texto del escritor latino Orosio que explica que se trata de un “…jugo de trigo artificiosamente elaborado, jugo que llaman caelia, porque es necesario calentarlo. Se extrae este jugo por medio del fuego del grano de la espiga humedecida, se deja secar, y, reducida a harina, se mezcla con un jugo suave, con cuyo fermento se le da un sabor áspero y un calor embriagador...”.
Nota: mapa sacado de la web http://www.uwm.edu/Dept/celtic/ekeltoi/volumes/vol6/6_4/images/fig04_600.jpg
Segunda imagen (Viriato): sujeta a Creative Commons Attribution ShareAlike 2.5
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