Durante el pasado artículo hablábamos de “perdón impropio” o “urbano”. Poca duda cabe de que el mismo, más que a la bondad de sus actores, se refería a cómo los conquistadores de otras civilizaciones acertaron en asimilar los restos de su conquista, especialmente alzando su capital donde siempre estuvo la metrópolis de la zona. Decíamos que las gentes cambían pero la idoneidad de los espacios continuaba, poníamos como ejemplo a Ciudad de Méjico y Estambul, obviamente objeto, ambas, de pocos perdones y raros actos de misericordia, pese a perfeccionarse aquello que llamo “perdón urbano”. Fijémonos en Estambul, Santa Sofía se ve multiplicada en las siluetas de la Mezquita Azul o la obra cumbre de Sinán, Suleymaniye. El conquistador turco no borró el acervo anterior sino que, como grato agricultor, supo escoger el abono idóneo para hacer brotar su magnánimo árbol en los escombros de su conquista anterior. La Corona Hispánica amagó con hacerlo con la capital azteca, si bien serían los años quienes perfeccionarían el ejemplo mejicano creando un gran país basado en la simbiosis de razas y de culturas. Estambul sería otro ejemplo, al menos en su etapa de esplendor, sin embargo, España, o mejor dicho, la Corona Hispánica no aprendió la lección para sus propios fueros.
En el lenguaje político actual es común hablar de agravios y de derechos históricos. Hablar de la frustración inherente al nacionalismo y de reivindicaciones económicas disfrazadas en argumentos históricos. No obstante, ante el ridículo de dar la razón a Cánovas del Castillo y de aceptar que es español quien no puede ser otra cosa, seamos críticos, a la vez que realistas, y constatemos cómo el llamado Imperio no fue nada más que una suma de intereses administrados de la peor de las maneras.
Si existe ciudad agraviada en nuestra geografía esa es Córdoba. Capital omeya del esplendoroso Al-Ándalus, llegó a ser una de las ciudades más pobladas del mundo con su medio millón de habitantes. Maimónides y Averroes sólo serían parte del legado que dicha ciudad dejaría al mundo, y en especial a España. Averroes, por poner un ejemplo, fue el “culpable” principal, junto con Avicena, de que el pensamiento islámico se acercara al griego permitiendo que en la escuela de traductores de Toledo fueran traducidos los clásicos greco-romanos, en buena parte perdidos, tal y como llegarían a nuestras bibliotecas. Debemos constatar cómo Maimónides era judío, sí, esa religión tan, “a priori”, genialmente expulsada por los Reyes Católicos. No lo sé, la verdad, pero parece claro que ese fue uno de los motivos del derrumbe del Imperio.
La Conquista de las Américas fue más devota del acervo andalusí heredado que de las pautas asimiladas por una presunta pertenencia a Europa. Hasta los Reyes Católicos, tal parte de nuestra geografía había formado parte de una misma comunidad de destino con todo el norte de África, e incluso, con el Oriente Próximo. Ello no sólo en base a la pertenencia al mundo islámico, sino en la anterior pertenencia, igualmente, al Imperio cartaginés, romano y bizantino. No hagamos demagogia de la Historia, los Reyes Católicos más que crear España la separaron de sus raíces, tanto hebreas como musulmanas, dejando un país unificado en la intolerancia frente a la estabilidad del trípode.
A todo ello Córdoba sería perdida. También lo sería Medina Azahara y toda la región de Andalucía, dejándose como pasto para hidalgos y reyezuelos que acabarían imponiendo, frente al crisol de civilizaciones, la cultura del caciquismo. Andalucía alcanzaría unas cuotas más próximas a lo infame que a lo excelso. El espejismo de una Sevilla esplendorosa tapó la ineficacia del crimen cordobés. El éxito del Estambul de los otomanos no fue imitado por los españoles con Córdoba sino que fue caricaturizado. Se privilegió a ciudades, hasta entonces casi ignoradas, quitando la primacía de urbes antaño metrópolis. El califa abandonó su trono para dejárselo al olvido y al agravio. Quizás los problemas no vengan de antes de nuestra ficticia entrada sino que se generaran con nuestra, fácticamente, falta de éxito. La negación de nuestro pasado sería comportamiento más próximo al integrismo que al nacer de un Imperio, Roma no nos enseño nada, ni el enemigo otomano tampoco. La asimilación del Reino desbordó las fronteras de lo conveniente acabando con el tesoro de nuestro acervo. Creo, humildemente, que el Imperio no empezó el 1492 sino que en esa época el virus de lo propio, del integrismo, y la frustración frente a lo “aparentemente” ajeno infecto a nuestro Destino, acabando con el noble sueño del crisol, y quien sabe si generándose el actual abismo entre civilizaciones.
En el lenguaje político actual es común hablar de agravios y de derechos históricos. Hablar de la frustración inherente al nacionalismo y de reivindicaciones económicas disfrazadas en argumentos históricos. No obstante, ante el ridículo de dar la razón a Cánovas del Castillo y de aceptar que es español quien no puede ser otra cosa, seamos críticos, a la vez que realistas, y constatemos cómo el llamado Imperio no fue nada más que una suma de intereses administrados de la peor de las maneras.
Si existe ciudad agraviada en nuestra geografía esa es Córdoba. Capital omeya del esplendoroso Al-Ándalus, llegó a ser una de las ciudades más pobladas del mundo con su medio millón de habitantes. Maimónides y Averroes sólo serían parte del legado que dicha ciudad dejaría al mundo, y en especial a España. Averroes, por poner un ejemplo, fue el “culpable” principal, junto con Avicena, de que el pensamiento islámico se acercara al griego permitiendo que en la escuela de traductores de Toledo fueran traducidos los clásicos greco-romanos, en buena parte perdidos, tal y como llegarían a nuestras bibliotecas. Debemos constatar cómo Maimónides era judío, sí, esa religión tan, “a priori”, genialmente expulsada por los Reyes Católicos. No lo sé, la verdad, pero parece claro que ese fue uno de los motivos del derrumbe del Imperio.
La Conquista de las Américas fue más devota del acervo andalusí heredado que de las pautas asimiladas por una presunta pertenencia a Europa. Hasta los Reyes Católicos, tal parte de nuestra geografía había formado parte de una misma comunidad de destino con todo el norte de África, e incluso, con el Oriente Próximo. Ello no sólo en base a la pertenencia al mundo islámico, sino en la anterior pertenencia, igualmente, al Imperio cartaginés, romano y bizantino. No hagamos demagogia de la Historia, los Reyes Católicos más que crear España la separaron de sus raíces, tanto hebreas como musulmanas, dejando un país unificado en la intolerancia frente a la estabilidad del trípode.
A todo ello Córdoba sería perdida. También lo sería Medina Azahara y toda la región de Andalucía, dejándose como pasto para hidalgos y reyezuelos que acabarían imponiendo, frente al crisol de civilizaciones, la cultura del caciquismo. Andalucía alcanzaría unas cuotas más próximas a lo infame que a lo excelso. El espejismo de una Sevilla esplendorosa tapó la ineficacia del crimen cordobés. El éxito del Estambul de los otomanos no fue imitado por los españoles con Córdoba sino que fue caricaturizado. Se privilegió a ciudades, hasta entonces casi ignoradas, quitando la primacía de urbes antaño metrópolis. El califa abandonó su trono para dejárselo al olvido y al agravio. Quizás los problemas no vengan de antes de nuestra ficticia entrada sino que se generaran con nuestra, fácticamente, falta de éxito. La negación de nuestro pasado sería comportamiento más próximo al integrismo que al nacer de un Imperio, Roma no nos enseño nada, ni el enemigo otomano tampoco. La asimilación del Reino desbordó las fronteras de lo conveniente acabando con el tesoro de nuestro acervo. Creo, humildemente, que el Imperio no empezó el 1492 sino que en esa época el virus de lo propio, del integrismo, y la frustración frente a lo “aparentemente” ajeno infecto a nuestro Destino, acabando con el noble sueño del crisol, y quien sabe si generándose el actual abismo entre civilizaciones.
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