“Las pasiones humanas son un misterio, y a los niños les pasa lo mismo que a los mayores. Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicárselas, y los que no las han vivido no pueden comprenderlas.”
Estas son algunas de las mejores palabras que he podido leer hasta el momento del clásico de Michael Ende: La Historia Interminable. No pudiera comprender el verdadero poder de la obra de no haber iniciado, aún siendo quizás algo tarde, su placentera lectura. Todo el cúmulo de circunstancias que ha precedido a la lectura del clásico no han hecho más que mitificar aún más un mitificado deseo. Los sueños, y acaso alguna pesadilla, antaño producidos por las adaptaciones cinematográficas de la historia fueron otrora monopolísticamente soberanos en mi mente. Fujur, Gmork, Atreyu o Morla no dejaron, en ningún momento, de ser personajes conocidos. Sus características sirviéronme de metafóricos juegos mentales. La amplitud de historias que se me derivarían de la película inundaría mi ocupación, en no pocas ocasiones, siendo reflejo de futuras expectativas y de algún que otro fantasioso sueño.
Cierto es que, como diría Gmork en la película, los hombres han empezado ha perder sus esperanzas. En un mundo de desigualdades y vorágines consumistas nuestras mentes, nominalmente maduras, detestan lo fantasioso estigmatizándolo con la consideración de infantil. Los sueños no dejan de ser, lejos de joyas originales de la imaginación, fantasiosas expectativas tan inciertas como equivocadas. No cabe resquicio alguno para el pensamiento libre sobrando espacio para el condicionamiento. La búsqueda del dinero nos aleja de lo sublime, no hace falta ser Petronio, pero la sátira de nuestro mundo acontece fácil y empíricamente reconocible.
La Historia Interminable no deja de dar juego al adjetivo. La idea de sus personajes que hiciera en mi Infancia evoluciona hasta el casi olvido de los momentos, apriorísticamente, maduros. Un arrebato de desobediencia al tiempo me ha llevado a coger el libro, antaño vedado por su extensión, tan querido como idealizado. Su lectura de repente me hace cautivo. Los vientos que soplan por mis espaldas parecen anunciar el acontecimiento. Javier por fin lee su libro, su esencia encuentra su mitad perdida en la infancia. De golpe, me percato de cómo la Madurez sea, posiblemente, ser consciente del paso de la Infancia recorriendo sus pasos a fin de encontrar huecos, vacíos a los que la acción de llenar nunca viene tarde, siendo maduro aquél que al hacerlo no se siente infantil, pero sí niño, acaso nene. Aquél que sabe comprender las emociones tal y como Ende las describe.
La desgracia de las adaptaciones cinematográficas se manifiesta desde las primeras páginas. Las recreaciones mentales de la interminable historia caen ante la infalible lapidación realizada por el libro. La fantasía encuentra meta, ve cómo los personajes, acaso en un principio mayormente infantiles, no coinciden totalmente. Ya desde el principio, comepiedras tiene nombre y al hombrecillo del caracol y el conductor de murciélagos se le une un hombrecillo denominado fuego fatuo. No sé si el ingenio del autor lo previó intencionadamente pero el lucero del nuevo personaje me ilumina mostrándome las diferencias entre mis visiones pasada y actual del asunto.
Fuego fatuo lleva una bandera blanca unida a su cuerpo al igual que los otros tres contertulios, símbolo de neutralidad y de Paz en un mundo en conflicto. De golpe irrumpe en la magna obra original un concepto como es el de guerra. Concepto ausente en la adaptación cinematográfica, donde todo estaba mayormente idealizado, no sólo por el director del filme sino también por las directivas de la Infancia. Más que a las imitaciones de teletubbies de la película los personajes acontecen más bién una alegoría. Veo más que a los Lunnies a Petronio y a Apuleyo con su Asno de Oro detrás. Ramon Llull, Fontaine o Perrault parecen ser imitados, el fuego fatuo se convierte en antorcha metafórica del cambio. La percepción del mensaje del libro me llega en el mejor de los momentos. El contraste entre la visión del filme frente al libro sólo encuentra equivalente en la analogía ficticia de la Madurez frente a la Infancia. Una placentera sensación se inmiscuye dentro de mis venas mostrándome los Misterios vedados de lo etéreo. La imaginación se quita el disfraz de lo inapropiado y vuelve a regir públicamente desde su trono encelebrado.
Es la virtud del descubrimiento hecho en buena época, la sabiduría de la enmienda y lo aleccionador del fallo. El vacío causado por la falta de lectura del libro madura en sano fruto. La sabiduría transmitida por la obra llega en un momento cumbre, en un instante donde acaso pueda ser mayormente comprendida. La explicación del fenómeno en una contradicción en los propios términos que caracterizan a la Fantasía pero cuento menos alcanzo a comprender mi objetivo de comprender lo seductor de la Historia. Esa seducción tan efectiva como oculta que durante tanto tiempo me ha impregnado. Más vale tarde que nunca, más vale recolectar la fruta tardíamente, cuando se viste de sabor y está bien madura.
Estas son algunas de las mejores palabras que he podido leer hasta el momento del clásico de Michael Ende: La Historia Interminable. No pudiera comprender el verdadero poder de la obra de no haber iniciado, aún siendo quizás algo tarde, su placentera lectura. Todo el cúmulo de circunstancias que ha precedido a la lectura del clásico no han hecho más que mitificar aún más un mitificado deseo. Los sueños, y acaso alguna pesadilla, antaño producidos por las adaptaciones cinematográficas de la historia fueron otrora monopolísticamente soberanos en mi mente. Fujur, Gmork, Atreyu o Morla no dejaron, en ningún momento, de ser personajes conocidos. Sus características sirviéronme de metafóricos juegos mentales. La amplitud de historias que se me derivarían de la película inundaría mi ocupación, en no pocas ocasiones, siendo reflejo de futuras expectativas y de algún que otro fantasioso sueño.
Cierto es que, como diría Gmork en la película, los hombres han empezado ha perder sus esperanzas. En un mundo de desigualdades y vorágines consumistas nuestras mentes, nominalmente maduras, detestan lo fantasioso estigmatizándolo con la consideración de infantil. Los sueños no dejan de ser, lejos de joyas originales de la imaginación, fantasiosas expectativas tan inciertas como equivocadas. No cabe resquicio alguno para el pensamiento libre sobrando espacio para el condicionamiento. La búsqueda del dinero nos aleja de lo sublime, no hace falta ser Petronio, pero la sátira de nuestro mundo acontece fácil y empíricamente reconocible.
La Historia Interminable no deja de dar juego al adjetivo. La idea de sus personajes que hiciera en mi Infancia evoluciona hasta el casi olvido de los momentos, apriorísticamente, maduros. Un arrebato de desobediencia al tiempo me ha llevado a coger el libro, antaño vedado por su extensión, tan querido como idealizado. Su lectura de repente me hace cautivo. Los vientos que soplan por mis espaldas parecen anunciar el acontecimiento. Javier por fin lee su libro, su esencia encuentra su mitad perdida en la infancia. De golpe, me percato de cómo la Madurez sea, posiblemente, ser consciente del paso de la Infancia recorriendo sus pasos a fin de encontrar huecos, vacíos a los que la acción de llenar nunca viene tarde, siendo maduro aquél que al hacerlo no se siente infantil, pero sí niño, acaso nene. Aquél que sabe comprender las emociones tal y como Ende las describe.
La desgracia de las adaptaciones cinematográficas se manifiesta desde las primeras páginas. Las recreaciones mentales de la interminable historia caen ante la infalible lapidación realizada por el libro. La fantasía encuentra meta, ve cómo los personajes, acaso en un principio mayormente infantiles, no coinciden totalmente. Ya desde el principio, comepiedras tiene nombre y al hombrecillo del caracol y el conductor de murciélagos se le une un hombrecillo denominado fuego fatuo. No sé si el ingenio del autor lo previó intencionadamente pero el lucero del nuevo personaje me ilumina mostrándome las diferencias entre mis visiones pasada y actual del asunto.
Fuego fatuo lleva una bandera blanca unida a su cuerpo al igual que los otros tres contertulios, símbolo de neutralidad y de Paz en un mundo en conflicto. De golpe irrumpe en la magna obra original un concepto como es el de guerra. Concepto ausente en la adaptación cinematográfica, donde todo estaba mayormente idealizado, no sólo por el director del filme sino también por las directivas de la Infancia. Más que a las imitaciones de teletubbies de la película los personajes acontecen más bién una alegoría. Veo más que a los Lunnies a Petronio y a Apuleyo con su Asno de Oro detrás. Ramon Llull, Fontaine o Perrault parecen ser imitados, el fuego fatuo se convierte en antorcha metafórica del cambio. La percepción del mensaje del libro me llega en el mejor de los momentos. El contraste entre la visión del filme frente al libro sólo encuentra equivalente en la analogía ficticia de la Madurez frente a la Infancia. Una placentera sensación se inmiscuye dentro de mis venas mostrándome los Misterios vedados de lo etéreo. La imaginación se quita el disfraz de lo inapropiado y vuelve a regir públicamente desde su trono encelebrado.
Es la virtud del descubrimiento hecho en buena época, la sabiduría de la enmienda y lo aleccionador del fallo. El vacío causado por la falta de lectura del libro madura en sano fruto. La sabiduría transmitida por la obra llega en un momento cumbre, en un instante donde acaso pueda ser mayormente comprendida. La explicación del fenómeno en una contradicción en los propios términos que caracterizan a la Fantasía pero cuento menos alcanzo a comprender mi objetivo de comprender lo seductor de la Historia. Esa seducción tan efectiva como oculta que durante tanto tiempo me ha impregnado. Más vale tarde que nunca, más vale recolectar la fruta tardíamente, cuando se viste de sabor y está bien madura.
Artículo publicado en la revista web: escribearte, número de agosto de 2007
1 comentario:
Cada día me admiro más de la capacidad que tienes para escribir un artículo diario y hacer de cualquier tema un artículo, si vas por una calle por ir, si lees un libro por haber tardado en leerlo, si dejas un barrio porque es el simbolo de un cambio de vida, si surge la nostalgia porque la abuela está en el Cielo y sino porque sí, pero a ello se une tu ingenio para hacer frases completas, a modo de ejemplo la siguiente: "Más vale tarde que nunca, más vale recolectar la fruta tardíamente, cuando se viste de sabor y está bien madura".
En fin, que la mente siga tan productora.
Hasta los críticos nos rendimos a la evidencia.
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