Existen conceptos que asustan al más esquivo de nuestros miedos. Quizás por determinismo genético, o por mera adaptación natural, ante ciertas representaciones nuestro cerebro siente recelo, miedo, pánico o acaso disfraces de congénitas fobias. Normalmente lo peligroso y lo desconocido visten de horrendos harapos nuestras peores pesadillas. Cierto campo semántico permanece inmune a la imaginación de cada cual, metiéndose en lo predeterminado de nuestras mentes, cómo si de un biológico antivirus se tratara.
Umberto Eco ya habló en su momento de la “belleza de los monstruos” de cómo el hombre representa bajo ciertos parámetros, constantemente, aquello que teme. Obviamente el conocimiento incide en el desconocimiento generando miedos donde antaño no los hubo. El albedrío del trivial conocimiento de turno siempre se decanta hacia la opción más sensacionalista y estrambótica. Quién sabe si no será que nuestro cerebro tiene un persistente afán de buscar impulsos materializados en misterios e ilusiones. Pongamos, quizás redundantemente, el ejemplo de los dinosaurios. Es empíricamente contrastable cómo nuestra representación del ser saurino siempre se decanta más hacia el lado de legendarios dragones que del de los actuales lagartos y varanos. Quizás como tributo a un miedo que me atormentara durante mi infancia pasada, quisiera hablar del Dilophosaurus.
Debe ser una manifestación radiante de afrikada naturaleza, sin embargo, fue tal bestia la dueña de buena parte de mis pesadillas, más que el hombre del saco, los gremlims o Ckucky y demás efebos diabólicos. La verdad es que no deja de ser un ejemplo paradigmático donde, injustamente para el momento, el Dilophosaurus fue representado como un envenenado asesino y no como un carroñero. Jurassic Park fue en este caso, al igual que en muchos otros, un engendro de la imaginación, donde el animal pareciera más un clamidosaurio que no un habitante de principios del período Jurásico.
No obstante constatemos cómo el spilberiano espécimen reúne los dientes afilados del más pavoroso carnívoro, el veneno y semejanza de la más viperina de las reptantes bestias así como la inteligencia del más rocambolesco de los psicópatas posibles. El Dilophosaurus acontece como mártir de nuestros miedos y demás neuras. Quién sabe si con afán de reírse de nosotros, el azar del devenir de los tiempos nos mostraría que Dilophosaurus fue un terrible cazador y no un infame carroñero: sus mandíbulas demostraron ser más fuertes de lo que a priori acontecían, perfeccionándose, no por primera vez, una, tan paleontológica como injustificada, calumnia científica.
martes, 15 de mayo de 2007
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1 comentario:
Completamente de acuerdo, fueron calumnias desmedidas al pobre dilophosaurio, pero en ese tiempo, la mandíbual hallada era la "prueba", por lo cual mas que calumnia, es un equivocación.
saludos
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