viernes, 4 de mayo de 2007

Lo real de lo épico

El sujeto entró por las correderas puertas del metropolitano. Mientras el viperino movimiento del transporte acariciaba ondularmente sus adormecidas neuronas, el individuo cavila sobre la hipocresía de lo común, de lo fácilmente contrastable, en definitiva, de lo mundano. El sucedáneo liliputiense del tocadiscos irrumpe en su tímpano con melodías galácticas, la música de John Williams invade su mente, le narcotiza en políticas fantasías, producto, muy posiblemente, de la frustración acumulada durante una mañana algo tediosa. A diferencia de otroras ocasiones el sujeto no reniega ni maldice lo ajeno a su idéntico. El muchacho no piensa en vacuas ideologías ni en politiqueo barato, su pensamiento vuela, hoy por otros sitios, por otras ideas, por otros universos.

La banda sonora de Starwars le hace pensar en el Imperio. Sí. Qué daría uno por concentrar tanto poder, aún debiendo acarrear con esa opaca máscara semejante a un cenicero. Uno se remonta a un metafórico bautizo, uno se siente Anakin y Dark Vader en uno mismo. De golpe uno atisba a comprender todo aquello de la erótica de lo poderoso, de detentar potestad de mando, de poder mutar la inexcusable impresión subjetiva en Derecho natural, en puro yusnaturalismo, imposible de ser contrariado.

La épica moderna de lo norteamericano encuentra su manifestación en producciones cinematográficas, más propias de haber encontrado fundamento en infames engendros bestsellerianos que en los hermosos senderos de la noble y trabajada ideología. Lo seductor del origen es transmutado en monstruos precipitados vestidos de publicidad, productos de moda y happy meals patrocinados. Sin embargo, el narcótico del cansancio continúa siendo hegemónico en la psique del muchacho. De golpe los acordes de la orquesta filarmónica londinense le remiten a pensar en dobles, símiles, en intentar comprender lo eterno en lo humano. De golpe recuerda su querido libro de Dune (ver artículo del 20 de marzo Arrakis más conocido como... ¿Irak?), y de todo el tiempo que a pasado, desde su niñez, fantaseando en lo increíble de lo herberiano. Lo interminable de la Realidad, encuentra su reflejo en la pretérita historia. La contradicción propia en la ignorancia presente.

El mito anglosajón de Lawrence de Arabia, ¿inspiración de Dune?, se diluye en lo infame de los acontecimientos contrastados. Las consecuencias de intervenciones contemporáneas difícilmente encuentran atractivo alguno en la épica del pasado. La liberación de los sometidos se mimetiza en lo espectacular de lo informatizado. Historias, algo vacías de contenido, se llenan de simbología representando irrupciones de imperios, sueños de detentar la universal púrpura y de ser reyes desde el suelo hasta el último cielo, sintiéndose uno jedi, comandante o el más céntrico ombligo a un trono pegado.

Dune acontece clásico pasado, Starwars en espejo glorioso del presente. El advenimiento del presuntuoso y arrogante en hegemonón, más que en justificación de antiguos argumentos, acontece como una fábula, desenfaunada, de aquello a lo que tiende el más común de los humanos. La percepción del mismo dificulta la de la mayoría ya sea en personas o en estados. Los imperios actuales encuentran sustento en lo inevitable y justificación en lo mundano. El pensamiento libertino y antisistema cae en el pozo de lo contradictorio y de lo difamado. El muchacho de golpe despierta nervioso, algo más que alterado, reconocer haber tenido una pesadilla medio despierto, se siente como un afónico jilguero en mala hora enclaustrado.

Se acuerda de lo real de la idea, de cómo las sinfonías de John Williams son la banda sonora de su propia vida, de sus sueños de ser emperador y detentador de la mejor de las ideologías, de cómo lo ajeno resulta sospechoso a la vez que poco recomendado. Razona sobre cómo vive y sobre cómo deberían vivir los otros y se percata que so no ser emperador sigue formando parte del Imperio. No hay nada bueno en lo rebelde en cuanto cara alternativa de lo violento. Piensa en como son de lupis los hobbesianos individuos de su especie. Sin embargo, algo del optimismo de haber llegado a su estación le llega a sus sentidos. Sí, desde luego, se da cuenta de que vive muy bien y sin demasiadas preocupaciones. Lo reconoce, la abundancia arrincona lo no conseguido y la tranquilidad del privilegio confirma lo imperial de su existencia. Es cierto, el joven hombre proyectado se deprime de pensar que su beneficiada situación se sostiene en el sometimiento, en almacenar pastel en su despensa cómo si se fuera a tratar del último bocado.

Lo hipócrita de lo actual engarza el pensamiento que se halla al mando. Cómo renunciar a la buena vida sin ánimo de parecer tonto, cómo ser generoso con el desconocido si biológicamente el contrario tenderá al odio, cómo poner la otra mejilla, cómo perfeccionarse uno en si mismo sin relativizarse siempre en el tener que competir con el otro. El joven se da cuenta de repente que no lo es tanto y que la madurez amaga con prosperar a pasos agigantados. Cuan difícil es sostener la ansiedad se ser consciente de lo cotidiano, cuan beneficiosa es la ignorancia del que no quiere ver como el Imperio, sin estar en otras galaxias, nos inmiscuye en lo hegemónico, insolidario, y lo peor de todo, en lo aparentemente necesario.

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