miércoles, 16 de mayo de 2007

El arte del Perdón: una visión militar

La batalla entre lo moral y lo práctico encuentra manifestaciones desde los más primordiales actos de nuestra vivencia como especie. La compaginación entre lo justo, lo moralmente justificado con lo eficiente, económico, o meramente utilitario se nos acontece en tanto que balanza multiusos apta para fines diversos. El Perdón es un ejemplo, pese a estar conceptuado en torno a ideales de bondad y gracia, no deja de ser un acto vestido, acaso inevitablemente, de tejido utilitario. Parafraseando a De Quincey no es que vayamos a ver el arte del asesinato sino lo artístico, y utilitario, del perdonar a tiempo. Una vez más, naveguemos en las generosas aguas de lo trascendente dejando lo infame, o cuanto menos más cotidiano, para hacer referencia a cómo el Perdón ha pasado a lo largo de la Historia de ser en muchos casos beneficencia a ser en otros, menos pero acaso más paradigmáticos, herramienta de actuaciones belicosas, violentas, y desde luego, cuadros pintados a base de sutiles estrategias.

En la ambivalente cara de lo político el perdonar no sólo es común sino que acontece, en no pocas ocasiones, como necesario. No sólo nos referimos a alianzas o coaliciones de turno en las Cámaras de Representantes, o para formar Consejo de Ministros, sino también a actos más encarnizados, próximos a batallas, conquistas y fundación de Imperios, Países y Estados. Mis gustos, irremediablemente, condicionan mi visión dando al asunto una óptica romana.

Viajemos en el Tiempo, constatemos cómo las Guerras Púnicas no fueron más que guerras entre dos grandes potencias: Roma y Cartago. Quizás Roma ni tan siquiera fuera la más poderosa pero acabó venciendo. Supo perfeccionar las maniobras adecuadas en el momento oportuno. Escipión, a la sazón llamado “El Africano”, maniobró de tal forma que venció a las huestes cartaginesas, por más que la posterior destrucción de Cartago fuera inevitable. Nos hallamos ante un perdón “impropio”, Roma “perdonó” creando una gran Cartago romana, lucero del Mediterráneo junto con Roma, Constantinopla, Antioquia y Alejandría. Ésta última fue desplazada por El Cairo con la conquista musulmana y el régimen de los fatimíes.

Cartago será una urbana potencia, tanto en época romana (puerto y granero de inexcusable importancia) como en época bizantina. Genserico y sus vándalos zarparon a saquear Roma desde allá, al ser un puesto óptimo para planear invasiones y maniobras de grandes expectativas, sin embargo, analizando lo que de verdad nos interesa del tema, Cartago acontece un monumento al Perdón, al cómo un Imperio se sirvió de las cenizas de su archienemigo cartaginés para consolidar su dominio en la región y crear un próspera y maravillosa reina entre las urbes.

Alejandría fue un ejemplo de lo contrario. No creo que sea mera casualidad que El Cairo no conociera períodos de esplendor como el Helenismo de la ciudad porteña. Los hombres cambian mientras que los espacios, al menos a corto plazo, permanecen. Lo bien situado lo es siempre y quien tuvo, retuvo. Roma fue catedrática en ello, lo comprendió, siendo imitada por España, no en el caso de la Córdoba musulmana sí en las Américas, y el Imperio Otomano en sus conversiones de Tenochtitlán en Ciudad de Méjico por los primeros y de Constantinopla en capital del Imperio de los sultanes y los serrallos por los hijos de Osmán. Este perdón impropio, llamémosle urbano, ha sido muestra de sana elección, matrona de imperios. No obstante, no debemos de dejar de encarar el Perdón en vertientes aún más embeleicidadas.

Situémonos en las llanuras que rodean las ciudades de Troyes y Chatres, en la actual Francia. Allá se manifestó el mayor monumento al Perdón interesado en tanto que herramienta militar. El sabio estratega romano Aecio supo, en el momento clave, “perdonar” a las huestes hunas al mando de Atila. Los divulgadores sin sentido y demás historiadores baratos han visto en ello restos de una antigua amistad entre ambos líderes, dado que Aecio fue rehén de hunos y godos durante su infancia (práctica habitual en la diplomacia de la época). Ello no sólo no tiene sentido, Aecio es en torno a una docena de años mayor que el huno, sino que sirve para camuflar endiabladas maniobras militares vestidas de caridad cristiana.

En tanto que Imperio paradigmático, Roma disponía de sus “servicios secretos”, diplomáticos, espías y negociadores de turno, Aecio era un experto maquinador. Sabía que el Emperador de Occidente, y más que nada su madre Gala Placidía, le odiaban por antiguos politiqueos. Aecio perdonó a Atila porque confiaba en ser el único que podía pararlo. El “último de los romanos” era conciente de que los hunos podían ser lanzados contra las tropas germánicas, invasoras de turno.

Todo lo explicado, más allá de la pesadez del relato, intenta ser un tributo a la bella arte del Perdón, a cómo las aparentes bondades de la Gracia y del Don pueden mutar en la perversión en lo malvado y maquinado. En cómo perdonar, más que un sagrado mandamiento, ha sido, y es, en muchos casos, un disfraz en el que esconder maniobras que pretender seducir a esa gran ramera, llamada Poder.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Totalmente deacuerdo.

Fujur dijo...

Ei pq?!

Supongo que tengo que hacer dos precisiones: siento que se pueda haber malinterpretado el caso de la conquista del Imperio Azteca. Obviamente perdón "fáctico" no hubo ninguno pq pasaron a buena parte de la población por el cuchillo, sin embargo, hablo de perdón "impropio" o "urbano" en el sentido de que todo conquistador que ha creado su capital en o sobre la antigua ha vencido en el devenir de los tiempos, a diferencia de quien ha borrado todos los rastos del pasado. Pongo el ejemplo de Alejandría y de Córdoba como dos ciudades que se perdieron por no saber valorarlas con el cambio de conquistador.

En segundo lugar, habla del perdón "militar" meras reflexiones que no menosprecian, ni mucho menos, el mandato moral, de toda persona de preciar, de saber perdonar.

Siento el rollo, pero creo que es de cortesía contestar a los comentarios de gentiles amigos de lo blogiano!

saludos!