domingo, 6 de mayo de 2007

Esa herejía llamada usura

Lo tópico y sensacionalista tiende siempre a ocultar lo real y cotidiano, la explicación es tan simple como biológica. Sólo lo extraño llama nuestra atención, tendiéndose a reducir nuestra curiosidad a su singular análisis pasando de largo del resto. De lo común nos cansamos, nuestra vida cotidiana nos hace despreciar aquello semejante a lo propio o a envidiar lo que funciona mejor cuando es producto ajeno. Nuestras instituciones tienden a ser dogmas inquebrantables, descubrimientos mundiales que superan lo que antes pudiera haber sido descubierto por culturas alternativas, en definitiva, por otras civilizaciones.

No sería correcto hablar del descubrimiento de la beneficencia, no sólo por creer que es una opción, presente desde siempre, dentro de las conductas de nuestro espectro de posibilidades de actuar, sino por las dudas que se me acontecen de que, cuanto menos en Occidente, tal institución se hubiera conocido en algún momento. Bien sabido es que en tiempos del Imperio Romano los poderosos repartían alimentos en los grandes acontecimientos, o que la conciencia de algunos ricos les obligaba a subvencionar proyectos ajenos. Ciertos actos benéficos serían prestados por la Iglesia, obviamente, pero no siempre altruistamente.

No acabo de entender el carácter netamente benéfico de los Montes de Piedad. Su sino era prestar dinero a cambio del empeño de ciertos objetos de valor como garantía, en definitiva, constituyéndose un derecho de prenda. Bien. Creo no ser excesivamente necio alegando que el altruismo consiste en la absoluta devoción por el bien del ajeno, no siendo adverso a la reducción de tu patrimonio, sino más bien proclive a ello, si es lo inexcusablemente necesario para el bien del otro. No es que me identifique, sinceramente, con tal noción pero al menos no me tildo de benéfico. Posteriormente, la bondad de los Montes de Piedad pasará a ser la bona fides de las Cajas de Ahorro.

Su origen protestante no impidió que se establecieran en terreno continental, siendo las alemanas (de Brunswick y de Hamburgo) las primeras. El cobro de un interés va en contra no sólo del altruismo puramente, sino de la literalidad del, antaño nominalmente soberano, texto bíblico. Curioso pero cierto. ¡La herejía se hallaba en los cataros y no en las cajas de ahorro! Serán más peligrosas las extravagantes misas de algunos que las maliciosas jugarretas del Maestro Dinero. No lo sé, ni lo entiendo, pero seamos al menos congruentes.

El tópico amaga cebarse, de nuevo, con el mundo islámico. La Maldad de las Arenas resulta tener establecida una institución más rigurosa, y congruente, con lo que significa beneficencia. Dar es ayudar al prójimo sin esperar nada a cambio. Algo así, frente a los Montes de Piedad cristianos, se creó con la institución del waqf. Semejante a las fundaciones (pero a saberse, sin intenciones menos propias de la moral que del ámbito de lo tributario), los waqf consisten en dejar un patrimonio afecto a una finalidad pía, ya fuera para financiar construcciones y obras religiosas o para mantener a los pobres. El trato de favor frente al necesitado acontece obra de sumo valor a ojos de Alá, al igual que ante el Dios cristiano. La diferencia está en la usura, en la congruencia entre ideales y actos.

Paradigma del waqf serían obras de soberanos como la del imaret de Jerusalén. Tan altruista acto fue llevado a cabo por Roxelana, querida de Solimán el Magnífico y consistió en dejar un generoso patrimonio para la construcción de un complejo religioso y de un gran imaret, o lo que es lo mismo, una gran cocina en la que preparar el alimento para los pobres. Obviamente, en Occidente la caridad se llevó a cabo por otros derroteros, si mejor ni peores, si acaso equivalentes. La institución del waqf llegaría a desnaturalizarse convirtiéndose, en muchas ocasiones, en el conocido como waqf familiar o equivalente islámico del fideicomiso.

No obstante, siguió sin engendrarse la hipócrita esencia de las Cajas de Ahorro. Será que el Islam no sea tan malvado, ni Occidente tan excelso, o simplemente que estamos ante el Mundo globalizado del mercader avaro y no del hombre, valga la redundancia, humanizado.

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