jueves, 3 de mayo de 2007

La maga encinada

Es ciertamente grande el misterio que envuelve lo variable de nuestras percepciones. Las llegadas siempre me acontecen más largas que las partidas. El ansia de aproximarte a tu propio oasis de felicidad está inversamente correlacionada con la fuerza magnética que atrapa la capa de lo etéreo. Sin embargo, pensemos en lo positivo, en esa sensación que invade mis sentidos al irrumpir en el campo bilbilitano. Los serranos montes se visten carrascos, saludando al afortunado viajero, en busca de su sitio amado. Las aguas del Jalón se escurren por las ibéricas quebradas delatando mi travesía, mi odisea, mis ansias de llegar a mi propia tierra prometida.

No obstante, ella se empeña en seducirme con sus artes de sacerdotisa, sus mágicas ramas me irradian feromonas aromatizadas de vieja corteza. El dorado de sus hojas acontece metal, como si de un fardo de libras se tratase, queriendo engañar lo avaro de nuestro pensamiento a base de visuales presentes. El anzuelo es efectivo y sus disfraces me narcotizan en un bello sueño. Su visión me traslada al vergel anguiteño, a sus parajes y a sus fuentes. La diosa arborea insiste en cautivarme, es inmisericorde con mis percepciones, juega con mis sentimientos a base de imágenes, olores y de visuales lamentos.

Verla fuera me hace consciente de la ausencia de Anguita, la maldad del conjuro se transforma en lo profético del sueño, poder arrimarte a la mísera pitonisa acontece ofrenda indispensable para recibir la bendición más sagrada. Lares y manes aparecen de pronto rodeando tu esencia, la suerte esta echada y la elección algo más que hecha. La poderosa carrasca acontece pista en mi viaje. Delatora de la magia que, a la vez que me arroja, irriga mi sangre cuando suena la expectativa anguiteña. Será que es mayo y lo sagrado acontece vegetal. El árbol quiere ser sagrado por excelencia, saludar a los tiempos con firmeza, rigurosidad, y algo más que entereza.

No sé por qué pero el poderoso árbol me vence. Me hace pensar en lo temporal de lo mundano, en lo inevitable de la regeneración y del ciclo de la vida. El árbol vital aparece representado en el ente encinado, la carrasca se hace divinidad a la vez que sierva de lo inevitable. El árbol estaba antes que yo y a mi muerte seguirá ahí estando. Lo mágico de lo natural se sobrepone a mi voluntad y a la de lo humano.

El árbol es el hijo de lo sagrado, metafísica pura en textos aún no enversados, la encina es miembro inexcusable del panteón de lo sagrado. Lo es el melancólico olmo, el irrisorio chopo o la anciana sabina. Nos observan sin ser observadas, son mironas en potencia dotadas del don de la vida. La regeneración se debe a ellas, a la metamorfosis que conjura sus ramas, a la sensación de serenidad que, después de todo, irradian en mi alma.

Pero la carrasca sigue al monte encaramada, me sigue ensirenando sin canto, seduciendo sin levantar la mano. El viejo tronco invoca a mis recuerdos, a mis ancestros, a mi pueblo amado. Hay algo que nos une a lo familiar, a aquello que siempre nos ha deparado seguridad, felicidad y buen trato. El condicionamiento sentimental al que el Mundo nos somete encuentra, entre sus siervos, a los magos enraizados. Son esos seres tan dadores de vida como de felicidad, nostalgia y melancolía.

Lo eternamente regenerado acontece árbol y lo soluble desvegetado. La continuidad de lo natural requiere también el cambio: nuestro movimiento y el de nuestros serenos pasos. El mágico ser me hace sentir feliz, de golpe la careta de lo familiar se alza en su silueta, pasadas Medinaceli y Alcolea acontece su joya querida, su niña bonita custodiada por chaparras. ¡Quiero al árbol, al fruto y a quién demonios los creara! El vegetal invoca mis recuerdos, mis lamentos, mis deseos, mis sueños, y ante todo, mis pensamientos.

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