El tren, cuando no es un problema, es una excusa para la reflexión. El pensamiento se despierta, ya sea contemplando los rostros de los compañeros de viaje, los titulares de los periódicos gratuitamente repartidos, o la lectura del preciado libro de turno. En no pocas ocasiones, ya en el propio tren, me vienen a la cabeza reflexiones matutinas. Reflexiones motivadas por cotidianas percepciones que me remiten, quizás por el exceso de energía resultante de un opíparo desayuno, a mundos fantásticos que sólo existen en mi cabeza. Esta vez fue un titular y la lectura de un libro. El titular enunciaba la polémica actual acerca de los eventuales derechos que pudieran tener los simios. El libro, quizás ya lo hayan adivinado, era La Historia Interminable.
El clímax literario se me perfecciona al llegar al capítulo donde Atreyu encuentra a Gmork encadenado en la Ciudad de los Espectros. La conversación entre ambos toma cálices más próximos a una sabia discusión filosófica que a la narración de un corriente libro de aventuras. En la conversación surgen ideas tan geniales como ciertas: Fantasía no tiene fronteras, lo seres de Fantasía engullidos por la Nada pasan a ser en la Realidad mentiras.
El caldo primordial para la reflexión cotidiana se cocina con total facilidad. Los ingredientes resultan maná para mis persistentes preocupaciones. Comprendo cómo Fantasía, no es una enfermedad psicológica, sino una parte de nosotros, un inexcusable aliado de la reflexión y portaestandarte del Pensamiento. De golpe me percato de algo que siempre había permanecido ante mí, lo fantasioso de mi mente no deja de ser un elemento de mí tan noble como las manos, los brazos o el torso. Recapacito sobre lo humano, opino que la Imaginación y el mundo de Fantasía quizás sean la explicación del eslabón perdido, aquella adaptación natural que nos diferencia del resto de seres vivos, en definitiva, aquello que nos hace humanos.
Quizás sea precisamente ello el paso que nos diferencia al hombre del chimpancé, tal vez asemejándose al paso que diera el primer anfibio en la tierra, ese paso que rompe la frontera entre la existencia y la Nada, el paso del mundo consciente al real, del presente a otros tiempos, el paso necesario para poder crear la memoria. Esa capacidad de abstracción nos etiqueta como humanos, demuestra como los simios son animales, algo más complejos desde luego, pero para nada humanos. Los rudimentos que abstraen no parecen poder ser considerados como pensamiento, nuestros poderes no sólo son mayores, sino mejor cualificados.
La lectura de la áurea obra de Ende pudiera parecer, muy apriorísticamente, una introducción a la Religión junto con una correlativa crítica a la Ciencia, nada más falso. Ende no deja de recordarnos que lo fantástico existe en un mundo, totalmente diferenciado, de lo científicamente contrastable. No hablemos de Dios, aunque la falta de religiosidad también se deba a ello, sino a cómo cada día los hombres pierden sus esperanzas y sueños en pro de la instrumentalización, la eficiencia y el dinero. El niño se caracteriza por pensar en lo etéreo, el adulto por ir por el camino de lo verdadero.
La Nada se inmiscuye por todos los contornos de nuestro, propio, mundo de Fantasía. Todos nuestros personajes fantásticos, paisajes, sueños, deseos, esperanzas… son absorbidos por el implacable torbellino de lo Real, pasando lo soñado a ser infame mentira. Lamentablemente, Gmork tiene razón, Fantasía se consume, no sólo en la trama del libro, sino en nuestras vidas. La mentira sustituye a lo soñado, el empirismo al pensamiento, la razón se camufla en el prisma, ocultando con su implacable manto, nuestro ojo interno, nuestra puerta a otros mundos, al de Fujur, Atreyu, Gmork y Morla, al de nuestros sueños y esperanzas, el de nuestros recuerdos, nuestros miedos, nuestras esperanzas. Fantasía no tiene fronteras, ¿cómo reducir su existencia pues, a la trama de un libro?
El clímax literario se me perfecciona al llegar al capítulo donde Atreyu encuentra a Gmork encadenado en la Ciudad de los Espectros. La conversación entre ambos toma cálices más próximos a una sabia discusión filosófica que a la narración de un corriente libro de aventuras. En la conversación surgen ideas tan geniales como ciertas: Fantasía no tiene fronteras, lo seres de Fantasía engullidos por la Nada pasan a ser en la Realidad mentiras.
El caldo primordial para la reflexión cotidiana se cocina con total facilidad. Los ingredientes resultan maná para mis persistentes preocupaciones. Comprendo cómo Fantasía, no es una enfermedad psicológica, sino una parte de nosotros, un inexcusable aliado de la reflexión y portaestandarte del Pensamiento. De golpe me percato de algo que siempre había permanecido ante mí, lo fantasioso de mi mente no deja de ser un elemento de mí tan noble como las manos, los brazos o el torso. Recapacito sobre lo humano, opino que la Imaginación y el mundo de Fantasía quizás sean la explicación del eslabón perdido, aquella adaptación natural que nos diferencia del resto de seres vivos, en definitiva, aquello que nos hace humanos.
Quizás sea precisamente ello el paso que nos diferencia al hombre del chimpancé, tal vez asemejándose al paso que diera el primer anfibio en la tierra, ese paso que rompe la frontera entre la existencia y la Nada, el paso del mundo consciente al real, del presente a otros tiempos, el paso necesario para poder crear la memoria. Esa capacidad de abstracción nos etiqueta como humanos, demuestra como los simios son animales, algo más complejos desde luego, pero para nada humanos. Los rudimentos que abstraen no parecen poder ser considerados como pensamiento, nuestros poderes no sólo son mayores, sino mejor cualificados.
La lectura de la áurea obra de Ende pudiera parecer, muy apriorísticamente, una introducción a la Religión junto con una correlativa crítica a la Ciencia, nada más falso. Ende no deja de recordarnos que lo fantástico existe en un mundo, totalmente diferenciado, de lo científicamente contrastable. No hablemos de Dios, aunque la falta de religiosidad también se deba a ello, sino a cómo cada día los hombres pierden sus esperanzas y sueños en pro de la instrumentalización, la eficiencia y el dinero. El niño se caracteriza por pensar en lo etéreo, el adulto por ir por el camino de lo verdadero.
La Nada se inmiscuye por todos los contornos de nuestro, propio, mundo de Fantasía. Todos nuestros personajes fantásticos, paisajes, sueños, deseos, esperanzas… son absorbidos por el implacable torbellino de lo Real, pasando lo soñado a ser infame mentira. Lamentablemente, Gmork tiene razón, Fantasía se consume, no sólo en la trama del libro, sino en nuestras vidas. La mentira sustituye a lo soñado, el empirismo al pensamiento, la razón se camufla en el prisma, ocultando con su implacable manto, nuestro ojo interno, nuestra puerta a otros mundos, al de Fujur, Atreyu, Gmork y Morla, al de nuestros sueños y esperanzas, el de nuestros recuerdos, nuestros miedos, nuestras esperanzas. Fantasía no tiene fronteras, ¿cómo reducir su existencia pues, a la trama de un libro?
imágenes: fotograma de la película La Historia Interminable (1984) y unicornio de http://www.saraforlenza.com/Art/48/art_48.htm
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