Hace cinco años que visité Mérida. Sus pálidas calles parecían remontarse a sus orígenes ibéricos, a un equivalente colombino de Guadix o Osuna. Puede que del observar se me encaprichara regalar a la imagen un toquecito de Compay Segundo y escenarios de un anuncio de ron caribeño. Su hermosura era tan grave como la de sus contrastes, de pobres a señores, de mansiones arruinadas a cabañas monumentales. Algunos atisbos de hispanidad recuerdo encontrar en el núcleo urbano, ante esa maciza catedral pétrea, cogida a lo sacro y los años. Pensaría que estoy en tierras pacenses de no ver la variedad de los rostros, el mestizaje yucateco bañado por la leche caucásica del europeo rostro, clímax de humanidad y de razas que se alza en un lugar complejo, monumento a lo variado de nuestra época.
No recuerdo ver ninguna play-station pero sí cómo los pequeños ruiseñores amagaban con ser Hugos Sánchez y Maradonas de los cenotes. Destellos de globalización irradiaban las pupilas de los críos, el ansia de bienestar, las ganas de no tener la comida fría. La eficiencia se les exige con ánimo de procurarles vestido en la hostil vida. No hay lugar para la tradición pero siempre lo habrá para los dólares. El yucateco habla maya, español, alemán y todos los lenguajes que el tiempo les requiera; no es que deseen abrir fronteras, pero sí darles a sus hijos un devenir más próspero.
Recuerdo cómo sus caritas y sus bucólicas chozas me remitían a pensamientos próximos a la reflexión política. A cómo iba a ser yo quién les quitara el teclado del ordenador y la licenciatura en Bellas Artes. Se me acontece que lo más selecto de los intelectos yucatecos desea prosperar en el competitivo mundo del conocimiento. Quizás quieran un master, una beca para pagarlo y un viaje a un resort en el que poder descansar con su cónyuge.
Alto. ¿Dónde estaba mi respeto por los indígenas? De golpe me percaté de que me dirigía a Uxmal, o quizás a Kabah, pero el caso es que iba a experimentar el éxtasis maya, la observación del templo serpentino y de los mascarones del lluvioso Tlatoc. Constaté como esas gentes eran sus descendientes, los guardianes del tesoro maya, de su lengua y del acerbo de sus costumbres. Es curioso. En Chichen Itzá descubrí que existe un campo de pelota, la canasta se hallaba en horizontal y el estadio compuesto por dos encarados frontones. La recreación parece curiosa, pero los regates representados no eran ni a lo Pelé ni a lo Maradona.
El niño tiene al ídolo globalizado, no conoce a Moctezuma ni a Diego de Landa, si acaso habrá oído hablar de Ronaldinho y de las alturas de los rascacielos. Quizás haya soñado con disponer de una suite a doscientos metros del suelo, con diplomas de Harvard enmarcados en plato y oro. Se me ocurre que posiblemente se vea casado con un sucedáneo de Scarlett Johanson, rubia cuidada, dada a las malas artes de lo fashion. No, no puede ser, el yucateco no parece estar por la labor de reivindicar su esencia maya, seguramente desee escribir un blog a invocar a Kukulkán, quizás sueñe con ir a la Universidad antes que a una manifestación antisistema. Seguramente reflexione acerca del egoísmo del privilegiado, de aquél que deterioró su tierra, del que vive en una orgía devota del consumo y del contamino, luego existo. Es impactante, el indígena acontece cordero globalizado, objeto de fantásticos sueños acerca de mundos mejores, mayormente equilibrados, donde el paternal europeo o norteamericano de turno no intente enseñar al yucateco lo que a ellos jamás les enseñaron.
No recuerdo ver ninguna play-station pero sí cómo los pequeños ruiseñores amagaban con ser Hugos Sánchez y Maradonas de los cenotes. Destellos de globalización irradiaban las pupilas de los críos, el ansia de bienestar, las ganas de no tener la comida fría. La eficiencia se les exige con ánimo de procurarles vestido en la hostil vida. No hay lugar para la tradición pero siempre lo habrá para los dólares. El yucateco habla maya, español, alemán y todos los lenguajes que el tiempo les requiera; no es que deseen abrir fronteras, pero sí darles a sus hijos un devenir más próspero.
Recuerdo cómo sus caritas y sus bucólicas chozas me remitían a pensamientos próximos a la reflexión política. A cómo iba a ser yo quién les quitara el teclado del ordenador y la licenciatura en Bellas Artes. Se me acontece que lo más selecto de los intelectos yucatecos desea prosperar en el competitivo mundo del conocimiento. Quizás quieran un master, una beca para pagarlo y un viaje a un resort en el que poder descansar con su cónyuge.
Alto. ¿Dónde estaba mi respeto por los indígenas? De golpe me percaté de que me dirigía a Uxmal, o quizás a Kabah, pero el caso es que iba a experimentar el éxtasis maya, la observación del templo serpentino y de los mascarones del lluvioso Tlatoc. Constaté como esas gentes eran sus descendientes, los guardianes del tesoro maya, de su lengua y del acerbo de sus costumbres. Es curioso. En Chichen Itzá descubrí que existe un campo de pelota, la canasta se hallaba en horizontal y el estadio compuesto por dos encarados frontones. La recreación parece curiosa, pero los regates representados no eran ni a lo Pelé ni a lo Maradona.
El niño tiene al ídolo globalizado, no conoce a Moctezuma ni a Diego de Landa, si acaso habrá oído hablar de Ronaldinho y de las alturas de los rascacielos. Quizás haya soñado con disponer de una suite a doscientos metros del suelo, con diplomas de Harvard enmarcados en plato y oro. Se me ocurre que posiblemente se vea casado con un sucedáneo de Scarlett Johanson, rubia cuidada, dada a las malas artes de lo fashion. No, no puede ser, el yucateco no parece estar por la labor de reivindicar su esencia maya, seguramente desee escribir un blog a invocar a Kukulkán, quizás sueñe con ir a la Universidad antes que a una manifestación antisistema. Seguramente reflexione acerca del egoísmo del privilegiado, de aquél que deterioró su tierra, del que vive en una orgía devota del consumo y del contamino, luego existo. Es impactante, el indígena acontece cordero globalizado, objeto de fantásticos sueños acerca de mundos mejores, mayormente equilibrados, donde el paternal europeo o norteamericano de turno no intente enseñar al yucateco lo que a ellos jamás les enseñaron.
2 comentarios:
Eso ha sido una cruda, cruda indirecta a mi persona, si, ari un blog en vez de alabar a kukulcán, si, sueño con ir a la universidad, nosotros los yucatecos tratamos de recuperar la cultura, hay varias campañas de ello, no se el idioma maya, pero visto las guayaberas y prefiero la comida yucateca a cualquier otra comida, pocos somos políglotas, los de los pueblos hablan maya y español, y los mas viejos sólo maya.
Las clases de historia universal se sustituyeron por histria de méxico y de yucatán, incluso cuando llegue a tercero de prepa, puedo tomar la materia optativa de lengua maya :P
¿donde vives ahora? ¿vives aqui en mérida? a ver si logro visitarte!!!
salu2!!!!!!!!!!!!!!!!!
PD: me encantan tus temas, no se por que no viene mucha gente :(
Buenas!
K va, vivo en un pueblo de Barcelona, España. Estuve en Mérida hace 5 años en un viaje y el Yucatán me encantó.
no descarto volver algún día, ya te diría algo jeje ;-D
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