jueves, 13 de agosto de 2009

Sobre Sigüenza y el Renacimiento

Jamás fuera de persona viviente observé una uña más humana. No hay en ninguna estatua terrestre detalles tan divinamente mortales. Sus ojos parecen estar llorando que el guerrero quedara petrificado en fino alabastro; Martín Vázquez de Arce, más conocido como “el Doncel”, es una contradicción para el ojo humano, parece estar vivo, aun siendo la figura su sepultura; fue inmortalizado como “Doncel” no siendo “virgen”, pues tuvo hija (enterrada, mismamente, en la Capilla de San Juan y Santa Catalina). En relación a Sigüenza, no sería digno acabar de escribir sobre la ciudad sin hacer mención a otra gran joya, a mí ver, de igual o mayor esplendor que tan ilustre tumba renacentista, la Sacristía de las Cabezas. Realizada allá por el año 1550 (por Martín de Vandoma, y diseño de Alonso de Covarrubias), es difícil resistirse a invocar el genio, e ingenio, que se desprende de todos aquellos artistas que medraron, y en ocasiones triunfaron, durante el Renacimiento.... Durante mi última visita al lugar, hace apenas unos días, nuestro guía (sabio y cordial como pocos) no dejaba por un momento de alabar este periodo de la Historia. Repetía, una y otra vez, las virtudes del haberse “redescubierto” la filosofía griega de Platón y Aristóteles, ese clímax entre espiritualidad y pragmatismo que dieron pie al Renacimiento. Sinceramente, es evidente que nos encontramos ante uno de los períodos más gloriosos en lo que al cultivo de la ciencia se refiere. Sin embargo, es más que dudoso que podamos hablar de esta etapa como una de las mejores para el humano residente en Europa. Hace un tiempo, un muy buen amigo ruso me comentó una de sus sabias reflexiones: el hombre sabio, en numerosísimas ocasiones, surge en tiempos de crisis y conflictos. Ciertamente, el ocaso del Imperio español coincidió con personajes de la talla de Góngora o Quevedo, la Guerra Civil española con los hermanos Machado o Alberti, la caída del Imperio Romano de Occidente coincidió con San Agustín y el Renacimiento… con Miguel Ángel, Leonardo da Vinci… y un incalculable número de genios. Este afortunadísimo pensamiento de mi “leoncio” amigo me ha vuelto a venir a la memoria al leer el interesantísimo libro de Stephen Toulmin: “Cosmópolis: El trasfondo de la modernidad” (Barcelona, Ediciones Península, 2001). El autor, discípulo de Ludwig Wittgenstein, duda de que el Renacimiento (y demás signos primordiales de modernidad) tuvieran lugar en un momento de especial “pacifismo” (véanse la Guerra de los Treinta Años, la Reforma y Contrareforma, la Santa Inquisición y un largo etcétera). Todo esto hace que me pregunte si lo adverso del contexto, del “paradigma” en el que a uno le toca vivir (en terminología de Kuhn), ayuda a “agudizar” la inteligencia, incrementando la frecuencia con que surgen genios. La Segunda Guerra Mundial coincidió con Einstein, Larenz, Bohr, Kelsen, Picasso, Le Corbussier… y otros. A nadie se le escapa que en este periodo “de Paz” (cuasi-exclusivamente para Occidente) son pocos, o ninguno, los genios que han ido surgiendo. ¿Por qué? ¿En verdad… “el hambre acerva la inteligencia”?. Es bien cierto que las oportunidades surgen de las crisis, es en estos momentos donde se fraguan los futuros motivos de éxito. La propia Historia Natural tiene también ejemplos de ello, las especies exitosas surgen en tiempos de “extinciones masivas”, llámense: dinosaurios, mamíferos, humanos, gorriones o gaviotas. En un mundo imperfecto, el juego entre el fracaso y el éxito da forma a nuestro Mundo. Si bien es cierto que aprendemos más de nuestros éxitos que de nuestros errores (así lo demuestra la neurociencia y los estudios realizados con nuestras neuronas) es bien cierto que sin el “error”, todo carecería de significado, al no haber “significante”.
Ilustraciones: 1) El Doncel de Sigüenza; 2) "El hombre de Vitruvio", obra de Leonardo da Vinci
Artículo publicado en Nubiru: www.nubiru.blogspot.com

4 comentarios:

Mayte Llera (Dalianegra) dijo...

Sí, ciertamente, parece que la genialidad y el auge de la inteligencia, de los grandes pensadores y filósofos, artistas, literatos, músicos...coincide con las épocas de crisis o con los periodos bélicos, pero puede que sea un hecho debido puramente a nuestra naturaleza animal, a ese "el hambre agudiza el ingenio" al que aludes en tu texto y que observamos no sólo en el ser humano, sino en cualquier otro ser vivo. En ese caso habrá de valer el dicho de que no hay mal que por bien no venga y que quizás aquellos periodos destructivos generen nuevas ideas, nuevos conceptos y en definitiva: nueva vida; como el incendio devastador que regenera el bosque con cierta periodicidad. Estupendas reflexiones y habrá que dejarse caer por Sigüenza para admirar la perfección del Doncel, aunque no fuese tal, jeje, que ya le tengo ganas desde hace tiempo y todavía no he ido. Un besote.

Dinorider d'Andoandor dijo...

Creo que más bien esas personas se cruzaron con las crisis, estas situaciones les generarían oportunidade$ para aplicar sus ideas y voilà!!

Eso sí, es usual que las situaciones problemáticas obliguen a generar novedades para afrontarlas.

El llano Galvín dijo...

Hola Javier!!
Desde luego que sí parece que las situaciones de crisis generan una reactivación social y la aparición de figuras especialmente significativas. Tal vez ahora pase lo mismo y surjan algunos personajes que den un giro al pensamiento actual, visto que los sistemas en que vivimos no funcionan tan bien como parecía.
Un abrazo!!!

gtalmirall dijo...

Tus artículos, querido Javier, no sólo tienen la virtud de ser una mina de información, sino que también hacen saltar a la palestra cuestiones fundamentales para poder vislimbrar los procesos históricos. En este caso, la relación entre arte y momento histórico. ¡Ahí es nada!

Si entendemos que toda sociedad (léase etnia, pueblo, nación, estado...) está sometida a determinadas leyes de evolución muy poco estudiadas, por las cuales un grupo más o menos numeroso de individuos, tras un período embrionario que suele pasar desapercibido para los pueblos circundantes, explosiona, se expansiona, se estabiliza, declina, y desaparece del escenario de la historia, si estamos de acuerdo con este planteamiento (que no es obligación), el arte y la cultura se convierten en un instrumento muy útil para determinar el momento de ciclo histórico en que se puede encontrar un grupo humano determinado.

En sus primeros siglos de historia toda la energía de una etnia emergente parece concentrarse en el esfuerzo de expandirse. Este período de conflicto ininterrumpido con vecinos no parece dejar tiempo para actividades creativas que no estén directamente relacionadas con las cuestiones de organización, movilización y encuadramiento de la población. La supervivencia del grupo está en juego. El riesgo es máximo.

Es cuando el fuego de esta primera expansión comienza a enfriarse, en una segunda frase de estabilidad, cuando las sociedades parecen dar lo mejor de sí en sus manifestaciones artísticas y culturales.

El caso que tú suscitas en tu artículo - el Renacimiento - es un ejemplo perfectamente válido. La Italia de los ss. XI, XII y XII - a través de sus ciudades-republica (Florencia, Venecia, Génova, Pisa...) - se convirtó en una potencia de primer orden en la Europa del momento.

En los ss. XIV y XV lo que era un fuego se convirtió en un rescoldo. La acticidad pasó a ser pasividad. Los grandes señores italianos se dedicaban a sus pequeñas intrigas y a sus guerras a pequeña escala - ¡alguna ventaja ha de comportar la decadencia! - dirimidas por mercenarios.

Pero son precisamente estos residuos de calor los que dan vida al Renacimiento. Ya no es todo un pueblo el que siente el fuego en el cuerpo. Son unos pocos - apenas unos centenares - en un país de diez millones. Pero son los mejores y el renacimiento es su legado.

La rueda de la historia continúa girando. A la fase de estabilización le siguen la de decadencia y oscurantismo. De la explosión inicial ya sólo quedan cenizas que no desprenden ningún calor. El arte y la cultura, como no puede ser de otra manera, se convierten en un reflejo inerte y huero de un ciclo que toca a su fin.

Todo lo cual no significa necesariamente el fin de una sociedad. Chinos y hebreos son ejemplos claros de pueblos que han reinventado numerosas veces sus ciclos históricos. Hay etnias, en cambio, que se integran y asimilan en otras que se encuentran en un momento de ciclo más favorable.

El espectáculo de la historia sigue...

[EN MEMORIA DEL GRAN LEB GUMILIEV]

Javier, un caluroso (literalmente) saludo desde Vilassar. Recuerdos a tu familia.

Santi.