viernes, 28 de mayo de 2010
Las 10 canciones de Nubiru
Querido museo
sábado, 22 de mayo de 2010
Los huesos de la política
Los estrechos lazos que unen a ambas especies han hecho dudar a los paleontólogos de si, en verdad, se trataba, o no, de una sola especie. Para más “morbo”, en 1955, un paleontólogo soviético (E. A. Maleev) atribuyó a unos fósiles hallados en Mongolia el nombre de Tyrannosaurus bataar, actual Tarbosaurus. Justo cuando las tesis de los científicos de EEUU imperan, se ha descubierto en China el diminuto Raptorex, antepasado de ambos, a la vez nombrado con una conjunción de los dos saurios más “mediáticos” de la historia humana: T-Rex y Velociraptor... No deja de ser curioso que en plena hegemonía incipiente de China (predestinada a ser la potencia hegemónica del siglo XXI), se descubra que la gran familia de los tiranosáuridos procede del gigante mandarín, o lo que es lo mismo, “T. Rex tenía ojos rasgados”, eso sí, dicho en tono totalmente jocoso. Efectivamente, estoy “jugando” con las diferentes secuencias de datos científicos, paleontológicos, y políticos, lo hago expresamente. Más allá de esta curiosa dicotomía existen otros muchos casos donde la “historia humana” ha influenciado decisivamente en nuestra percepción de la “historia natural”.
Quizá junto con todo lo referente a la antigua Yugoslavia, el otro tema “tabú” en Occidente sean las pérdidas, evitables, producidas por los excesivos bombardeos al enemigo alemán, por entonces “ya vencido”, y no sólo en civiles, sino también en buena parte del patrimonio cultural de la antigua Europa (destacar los graves daños producidos en el Deutsches Museum de Múnich, por ejemplo). En una de estas operaciones, restos que situaban a Spinosaurus como el carnívoro terrestre más grande de todos los tiempos fueron destruidos, el cetro del T-Rex fue garantizado por muchos lustros gracias a ello. Circunstancias de la historia, que no sólo dieron la hegemonía a EEUU en lo político, sino también en lo “paleontológico”. Un último episodio, y no por ello el menos interesante, tiene a Argentina por escenario.
Aún hoy en día, todo el Globo reconoce al Stegosaurus, al Triceratops, al Diplodocus o al Tiranosaurio como los dinosaurios “más famosos”, con permiso del Velociraptor (único del club, hallado fuera de EEUU). Pocos saben que en “ese país” tan grande como mal administrado, tan culto como explotado, tan rico como manipulado, habitaron el herbívoro más grande de todos los tiempos (Argentinosaurus), y uno de los carnívoros más grandes, mayor que T.Rex, y en “lucha” con Spinosaurus, Giganotosaurus. Mismamente curioso es que tanto Spinosaurus como Carcharodontosaurus (otro de los primos “mayores” al Rex) procedan de países musulmanes o que los mayores descubrimientos paleontológicos de los últimos tiempos procedan, cuasi en su totalidad, de China.
La paleontología es una ciencia menor, de gran relevancia mediática. Los acontecimientos histórico-políticos tienen gran influencia en todos los ámbitos, incluidos los dinosaurios. Manipulación, o simple amor chovinista por lo propio, lo cierto es que cada lugar ha intentado defender a su “gran carnívoro” como el mayor de todos los tiempos. ¿Sabían, por ejemplo, que los mayores descubrimientos recientes en España... proceden de Teruel, aquella provincia que “sí, existe”? Todo en el Mundo está politizado, desde el primer instante en que pasa por los medios. Un ejemplo tan “freak” como este suena a chiste, a parodia o derrinche de puro odio hacia los sentimientos de superioridad que los grupos humanos tienden a experimentar frente al resto, pero no por ello, deja de ser menos significativo...
Primera foto: Imagen de Dresden (quizá el bombardeo aliado más polémico de toda la 2ª Guerra Mundial). Autor: Patrick Hesse from Dresden, Germany (Este archivo se encuentra bajo la licencia Creative Commons Genérica de Atribución/Compartir-Igual 2.0.) Segunda imagen: reproducción de Tarbosaurus bataar de Mineo Shiraishi Tercera imagen: Spinosaurus, considerado el mayor carnívoro terrestre de todos los tiempos. drawn by Frederik Spindler. Image taken from www.dinosauromorpha.de
martes, 18 de mayo de 2010
Yugoslavia o sobre los excesos del nacionalismo.
No por motivos deportivos, Yugoslavia desapareció a principios de los noventa, con mucho ruido y poca discusión pública exterior. Las aspiraciones, pasadas por sangre, de la ‘Gran Serbia’ de Slobodan Milošević, unidos a los intereses de Alemania, el Vaticano o Turquía, hicieron de Yugoslavia un pastel demasiado apetitoso para ser respetado en un mundo de ‘golosos chacales’. Ciertamente, la historia de la potencia balcánica distaba mucho de ser perfecta. Muchas fueron las nubes y sombras que pasaron por los cielos de Belgrado durante el régimen del mariscal Tito. Lo autoritario de su mandato se manifestó en múltiples episodios, motivos, cada uno de ellos, de condena y necesaria reflexión. En palabras de Kissinger, Tito era “el último superviviente en funciones de las legendarias figuras de la Segunda Guerra Mundial”, inteligente estratega capaz de mantenerse en un punto equidistante entre la URSS de Stalin y las potencias anglosajonas. Poca gente recordará que, durante su ‘reinado’, Yugoslavia fue capaz de cometer actos de lo más temerarios contra los intereses de las grandes superpotencias globales. El régimen de Tito subministró armas a buena parte de las revoluciones marxistas que iban prosperando por muchas partes del Globo, si bien, sus mayores ‘proezas’ fueron dos sucesos acaecidos en un mismo año.
El 22 de octubre de 1946 varias fragatas de la Armada inglesa navegaban por el estrecho de Corfú, cuando toparon con varias minas allí colocadas, provocando su explosión y, con ella, la muerte de varios militares británicos. Albania, un ‘país’ que ni tan sólo estaba en la ONU, recibió todas las culpas, prefiriendo Gran Bretaña la mentira a enemistarse con el poderoso ‘amigo Tito’. Algo semejante sucedió con los EE.UU., cuando la seguridad yugoslava derribó a un avión de transporte estadounidense, en ese mismo año, deteniendo a la tripulación. Pese a todo ello -y el falso patriotismo que pudiera desencadenar-, es evidente que el binomio ‘Yugoslavia-Tito’ fue, a la postre, más un problema que una bendición. A la muerte del dictador, las diferentes repúblicas emprendieron campañas dirigidas a obtener una mayor representación de sus intereses. Lejos de conseguir la necesaria depuración política del país, varios factores de poder, internos y, ante todo, externos, ayudaron a fraguar los fatales embriones que conducirían al némesis de la poderosa potencia balcánica. Todo ello, no en poca medida, basado en el odio visceral, consecuencia de manipuladas hostilidades civiles internas, que aún no habían sido digeridas.
“Hay dos cosas de las que yo (...) no logro deshacerme, y esto desde hace ya cuatro años y medio, desde junio de 1991, desde el comienzo de la llamada guerra de los diez días en Eslovenia, el pistoletazo de salida para el desmoronamiento de Yugoslavia; dos cosas: un número y una imagen, una fotografía. El número: unos setenta personas perdieron la vida en aquella guerra inicial; pocos, digamos, en comparación con las muchas decenas de miles de las guerras que siguieron. Sin embargo, ¿cómo fue que casi la totalidad de estas setenta víctimas pertenecían al Ejército Popular Yugoslavo, que por aquel entonces pasaba ya por ser el gran agresor y que, superior con mucho en todos los sentidos, habría tenido un juego -¿juego?- incluso fácil con los pocos eslovenos que luchaban por la independencia? (...) ¿Quién se lió a tiros con quién? (...) Y la foto de la que hablaba la vi luego en la revista ‘Time’: un grupo de eslovenos, no especialmente compacto, con vestimenta de guerra ligeramente fantástica, presentando con pancarta y estandarte la recién creada República”. Este fragmento de ‘Un viaje de invierno por los ríos Danubio, Save, Morava y Drina’, del polémico escritor alemán Peter Handke, es un ejemplo de cómo los medios han manipulado los hechos acaecidos en suelo balcánico. Eslovenia, el país más occidentalizado, más rico -la mayor parte, aún hoy en día, de los supermercados de Belgrado son eslovenos- y actual miembro de la UE -partícipe, mismamente, de la Unión Monetaria-, inició las hostilidades contra el Gobierno federal, proclamando, con total vulneración de los principios del Derecho Internacional, una República del todo ilegal, pese al apoyo foráneo, clave por lo demás. No es el único ejemplo.
Poco se ha oído hablar en España de los temibles Ustaše (ustachis), terroristas nacionalistas croatas que perseguían la independencia del país, cometiendo graves masacres entre las poblaciones serbia y gitana. Su amparo en la Alemania nazi no dejaría de ser irónico con las circunstancias posteriores, más cuando los propios Ustaše se consideraban germánicos y no eslavos. Cierto es que los serbios también tuvieron a sus Chetniks -de menor resultado funesto, pero igualmente deleznables-, pero el pasado libertador de Croacia debe ser algo a tener muy en cuenta, si pensamos en afrontar, con cierta neutralidad, el análisis de la desintegración yugoslava. “Más tarde descubrimos que Genscher, ministro alemán de Asuntos Exteriores, había estado diariamente en contacto con el ministro croata de Asuntos Exteriores. Animaba a Croacia a dejar la federación y a declarar su independencia, mientras que nosotros y nuestros aliados, incluyendo a Alemania, intentábamos organizar un enfoque común”, palabras de William Zimmerman, en aquel entonces embajador americano en Yugoslavia, ¿hacen falta mayores comentarios? No mucho tiempo después, las mentiras se sucedieron con los conflictos de Bosnia y Kósovo.
“Bosnia no era posible más que en el interior de Yugoslavia”. Esta frase pertenece a Renate Hennecke -abogada, una de las mayores especialistas en asuntos sobre la antigua Yugoslavia-. Más de la mitad de los serbios de Yugoslavia, antes de su desmembración, vivían fuera de Serbia. Lo llevaban haciendo desde hacía siglos. Con el comienzo de las hostilidades, ya referenciadas, las masacres étnicas se llevaron a cabo por todas las facciones del cóctel balcánico, a España, como al resto de Occidente, sólo nos llegaron las cometidas por los serbios. Croatas, eslovenos, etc. ‘limpiaron’ de serbios sus estados, con el beneplácito exterior. El caso de Kósovo es, aún hoy en día, si cabe más flagrante.
Según el Centro Superior de estudios de la Defensa Nacional, del Ministerio de Defensa español: “La guerra en Kosovo provocó un desplazamiento masivo de la población albanesa en un principio, un número de víctimas civiles notablemente inferior al que los medios señalaron en los orígenes del conflicto y un número alto de bajas entre las fuerzas policiales y militares serbias. También hubo un alto número de bajas civiles en los ataques efectuados contra objetivos supuestamente ‘militares’ en Serbia”. Mentiras reconocidas por el Ministerio de Defensa del país originario del, por aquel entonces, secretario general de la OTAN, Javier Solana, son un ingrediente más para confirmar el alto grado, no sólo de implicación, sino mismamente de hipocresía, que la UE, con algunos de sus miembros en cabeza, cometió con la antigua potencia yugoslava. Los ejemplos no acaban aquí.
Durante el pasado mes de abril, la prensa nacional dio eco del aislamiento al que estaban siendo sometidos los serbios de Kósovo -sin poder llamar, siquiera, a teléfono de socorro alguno-. Sus compañías de teléfono fueron boicoteadas por la ‘autoridad kosovar’, dejándose operar en el territorio sólo a Vala Mobile -a la sazón, compañía afincada en Mónaco-. Por otra parte, según José-Miguel Palacios y Cesar L. Díez, en un interesantísimo trabajo titulado ‘Terminología del conflicto de la antigua Yugoslavia’ (Papeles del Este 5(2003), 1-17), el propio término ‘kosovar’ tiene un alto componente propagandístico favorable a las aspiraciones de Albania, puesto que esta palabra equivale a ‘albanés de Kósovo’, no siendo utilizada por los serbios y otras minorías de la región.
Musulmanes, judíos, cristianos, serbios, croatas, albaneses, zíngaros... visto lo hasta aquí escrito, Yugoslavia no sólo era necesaria, sino que era la única alternativa por la que poder mantener a gentes de tan distinta procedencia, de alguna forma unida. Los deportes, o la riqueza de sus músicas y literatura, nos muestran a una Yugoslavia que, en muchas ocasiones, supo aunar lo mejor de cada cultura para poder crear elementos mestizos, de no poco encanto. Efectivamente, regiones como Bosnia o Kósovo sólo podían mantener la paz dentro de un Estado multicultural, que aún con sus muchas carencias, servía de freno a los excesos racistas entre comunidades.
Evidentemente, los prejuicios entre facciones ya estaban antes presentes. Ivo Andrić, el Nobel yugoslavo, ya escribió en ‘Un puente sobre el Drina’ (un libro genial, de obligada lectura) acerca de la brutalidad represora de los otomanos -con claras connotaciones a una inferioridad, según sus convicciones, de la cultura musulama-. El propio Karadžić recomendaba su lectura y, de hecho, el famoso puente fue escenario de ejecuciones de bosnios musulmanes durante la guerra... Pero, aun existiendo restos de litigios pasados, de piques religiosos y discusiones políticas... ¿algo de eso justificaba la guerra? Para la OTAN y algunos de sus miembros sí.
Las semejanzas con España, por más que algunos pretendan verlas, son más bien escasas -si obviamos que Tito inició buena parte de su carrera alistando a reclutas para las Brigadas Internacionales, siendo el yugoslavo uno de los componentes más numerosos-. España no está poblada por una diversidad cultural tal cual la yugoslava, ni mucho menos por varias comunidades nativas, residentes durante siglos. Cierto es que coexisten varias lenguas, si bien, en lo poblacional no existen regiones con distintas religiones, vestimentas o festividades. Por más que algunos lo deseen, el nacionalismo extremo, que tanto daño ha hecho por el mundo, no acaba de imponerse en España, ni tampoco lo hizo por sí mismo, en cierta forma, en Yugoslavia.
Yugoslavia podría haber sido el ejemplo a seguir, siempre y cuando se le hubiera ayudado a entrar en la modernidad democrática, al igual que se hizo con España. Yugoslavia pudo haber sido la mesa en la que se sentaran, en armonía, poblaciones de las tres grandes religiones monoteístas. Yugoslavia podía haber sido el ejemplo a seguir por la propia Unión Europa, siendo capaz de crear una potencia de entre retales de la historia.
Ahora Yugoslavia no existe, existen países ‘buenos’ -miembros de la UE o en trámites-, estados ‘malos’ (Serbia) y pseudo-estados ineficientes por sí mismos y objeto de malévolas intenciones (Kósovo). De un genocidio se ha sacado un puerto franco para la droga y el crimen, de una tutela internacional, una región donde los serbios viven acobardados y, ahora, también incomunicados. España debe aprender, como el resto. Debe aprender que el nacionalismo cultural puede llegar a tener un mínimo sentido en lo relativo a la preservación de lenguas y folclore, pero jamás debe monopolizar la política de un país. El nacionalismo, gracias a Dios no siempre, mata. El nacionalismo segrega y confronta. Los entes políticos democráticos deben, y para eso se crearon, servir a los ciudadanos, servir a las personas individuales, predestinadas a formar, ellas, sus propias fantasías colectivas de creerlo oportuno, no como reclutas o ‘buenos ciudadanos’, sino como ciudadanos libres.
En la imagen superior, un sello del mariscal Tito. En la imagen central, Winston Churchill y Eden Greet Tito, en Londres. En la imagen inferior, un mapa de los Balcanes, del alemán Adolf Stielers, en 1891.
domingo, 9 de mayo de 2010
¡Enhorabuena campeones!
sábado, 8 de mayo de 2010
El pulpero de Lugo
“Españoles e italianos, primos hermanos”, es un dicho de lo más incorrecto. A los parecidos físicos y lingüísticos no le acompaña una competitividad a prueba de bombas, quién sabe si heredera de los tiempos del Imperio Romano. En cualquier deporte, y ahora también en los restaurantes, los habitantes de "la bota balompédica" nos ganan en ingenio, quedándose siempre un mayor porcentaje de beneficio, aún siendo rancios con la materia prima.
Por favor, no coman más pizza. Ese plato tan vanagloriado por los esbirros de “Berlusco” aune las mayores glorias del país italiano: la "rentabilidad" de la harina, unida a la "ingeniosa" combinación de unos pocos ingredientes. Tortillas, croquetas, empanadas o demás tapas variadas poco tienen que hacer con tamaño margen comercial, so pena de ser los españoles, por lo general, fácil presa para la italiana “sopa boba”. ¡Gracias a Dios! Cual alabando los escritos de Cicerón (y sus odas al trabajo manual, al cultivo de la tierra y las materias primas), aún existen lugares de nuestra geografía propensos a dar buenos guisos patrios. Como si de aquel programa de documentales se tratara, a veces existen verdaderos “paraísos cercanos” para los más exigentes gurmets, no demasiado lejos de casa, y cerca de los italianos...
“El pulpero de Lugo” roza lo sacrílego. Situado en la calle Joan Maragall de Sant Adrià del Besós (poesía pura a la gastronomía), es el lugar idóneo al cual pudiera llevarse a Cicerón, de resucitar y querer comprobar “in situ” sus sabias tesis. ¡Déjense de pizzas, pepperonis, calzones y demás intrusismos napolitanos! Cuales héroes en un mundo donde la comida tradicional no se precia, los dueños del local cumplen con creces la labor de anfitriones, aunando buen hacer a simpatía. Su pulpo es proverbial, con secreto (jamás revelable), son capaces de cocinar al molusco de tal forma que, lo que en otros lugares parece plástico, aquí acontece gloria.
Puestos a alabar, diré, con serios tintes realistas, que en ese lugar son propensos a romper mitos. A la leyenda de que “lo bueno” de España se va fuera, ellos anteponen los productos frescos que traen desde la misma Galicia. Carnes de los valles de O Caurel, navajas de Finisterre, todo ello bañado en caldo legendario, hacedor de inolvidables veladas entre amigos. El “turbio”, dulce y con esa propiedad de “pasar por agua, para subir como el wisky” bien pudiera tomar el puesto del sobrevalorado “Lambrusco”, a la vez que su pan, típico gallego, nada tiene que ver con cualquier masa de pizza, como si la mafiosa harina no entendiera la lengua de Cela o Pardo Bazán.
¡Vayan con amigos, con la novia/o, la amante o los suegros (de llevarlos la “primera vez”, los tendrán rendidos cual los de Breda)! ¡Hora era de que aparecieran lugares, bastiones, donde la harina no se haga oro, y en los que pagando “poco” uno, a base de comer, pueda, bien bien, volverse, gastronómicamente, loco de satisfacción!
Mis saludos a los miembros del “pulpero”, con ánimo de no hacerles publicidad gratuita, y sí, alabanza por su trabajo. ;-)
lunes, 3 de mayo de 2010
Anguita en LA VOZ LIBRE
Saben mucho de esto los que tienen nexo con Anguita. Esta hermosa aldea, sita en el núcleo de la ‘región histórica’ de Celtiberia, pertenece a la provincia de Guadalajara, si bien, el siguiente pueblo -Layna o Benamira, según el camino- ya es de Soria, sin estar tampoco lejos de las provincias de Teruel y Zaragoza. Anguita es un municipio que apenas supera el centenar de almas en invierno, multiplicándose su población hasta por diez durante el verano. Su historia y patrimonio son proporcionales a su belleza, superlativo recuerdo de todos los tiempos que nos precedieron.
En Anguita, aspecto poco conocido en el común de nuestra geografía, se firmó, en el edificio que hoy es su casa consistorial el acta de Constitución de la primera Diputación Provincial de España, secundando la Constitución de Cádiz, en abril de 1813. Anguita fue el centro neurálgico del antiguo Común de Villa y Tierra de Medinaceli, posterior Condado-Ducado. Allí se reunían las juntas que representaban al Común, en el que el actual edificio del ayuntamiento hacía las veces de pósito, cárcel y sede del recaudador de impuestos. Por este pueblo pasó Felipe II, el General Hugo -padre del escritor de ‘Los Miserables’, una obra en la que aparecen algunos de los pueblos cercanos al lugar-, quien saqueó la zona con sus tropas, el Cid Campeador -las ‘cuevas de Anguita’ y el Campo Taranz, paraje también del lugar, aparecen en el Cantar, este último en dos ocasiones- y Ramón y Cajal, quien veraneó en el pueblo, dada la pureza de los aires para su mujer, que estaba enferma, y por recomendación de su ama de llaves, a la sazón originaria de esta localidad.
Anguita es un lugar clave en lo que al estudio de la cultura celtíbera se refiere. En su término municipal se encuentra la necrópolis más extensa de esta civilización –‘el Altillo’, en la pedanía de Aguilar de Anguita- y varios castros –cabe destacar el del Hocincavero, ‘Castillejos’-. Sin embargo, la mayor joya arqueológica del lugar es el campamento romano de La Cerca, un yacimiento que fue, más que probablemente, una ciudad celtíbera. De época posterior son las dos torres defensivas árabes -‘hisn’- que se conservan: la ‘Torre de la Cigüeña’ (símbolo del lugar) y la ‘Torremocha’, de la cual sólo se conserva su base.
El pueblo consta de tres templos y un antiguo hospital de beneficencia, del cual se conserva su bella entrada. La iglesia de San Pedro -románica de transición al gótico- destaca por su hermosa bóveda de crucería, siendo ésta una de las razones, se cuenta, por las que estuvo a punto de hacer las Américas, cuyas piedras habína sido incluso numeradas para el traslado. La ermita de Nuestra Señora de la Lastra, pese a su rango, es de mayor tamaño y hace las veces de parroquia del pueblo. Sus dimensiones no hacen más que recordar el peso del lugar en tiempos pretéritos, cuando Anguita era lugar obligado en lo que al comercio de la lana se refería -los célebres mercaderes Ruíz la hicieron conocida y distinguida en la propia Francia. El último templo, la ermita-humilladero de La Soledad, es quizá la menos chocante en cuanto a tamaño, pero destaca por su bella entrada -doble, al igual que la de Medinaceli-, así como por custodiar un Cristo de bella factura que desfila en procesión cada año, dentro de su sepulcro.
Aun sumida en la despoblación de lo rural, que en lo que a ambas Mesetas y respectivos sistemas -Ibérico y Central- se refiere, Anguita es un lugar clave para todo aquél que desee saber algo más de la Castilla del Medievo, la Hispania romana y prerromana, o la España del Imperio. Bañada por el río Tajuña, en un valle fértil, rodeado de bosques de carrascas, robles, melojos y alguna sabina, Anguita es un pequeño vergel en lo rudo del paisaje celtíbero, siempre frío y despoblado. En tiempos de crisis y de auge del turismo rural, este lugar es de sumo interés para poder reponer fuerzas y, a la vez, hacer senderismo o, simplemente, escribir, pintar... o reflexionar.