Más allá de una eventual llegada del hombre a la Luna, del descubrimiento de la energía nuclear o del auge de la informática, con casi total seguridad, el descubrimiento del genoma humano es el hito científico por excelencia de nuestro tiempo, a la vez que filosófico. Este descubrimiento constituye, en sí mismo, un re-descubrimiento del homo sapiens sapiens como especie única. Atrás quedan las asimilaciones de los hunos de Atila con centauros, o de los pigmeos africanos con monos, la especie humana es una, por más que difiera en rasgos. Los movimientos de exclusión social de grupos “étnicos”, siempre políticamente interesados, no han sido inmunes a estos cambios científicos.
Sabino Arana, padre del Partido Nacionalista Vasco (PNV), examinó diferentes cráneos en busca de una “especificidad vasca” fundada en la diferencia racial. Xabier Arzalluz (conocido por sus simpatías juveniles con el movimiento hitleriano) daba eco en los años noventa de una investigación científica, a la postre defectuosa, que vinculaba a los vascos con un Rh negativo singular. Los motivos biológicos (las leyes “naturales” siempre han sido más inmutables que las “jurídicas”) siempre han sido buscados cual “Sagrado Cáliz”, pues, en sus sueños excluyentes, serían la pétrea base para una política de la diferenciación.
Dicho esto, la etnificación no es un fenómeno exclusivo de los tiempos actuales. Todos hemos oído algunos de los múltiples nombres de tribus bárbaras que otrora acosaron las fronteras del Imperio Romano. Gépidos, Ostrogodos, Visigodos, Sármatas, Vándalos, Ávaros, Alanos, Hunos... la lista es cuasi interminable, más si hacemos casos a subdivisiones (Hunos negros, hunos blancos...) y consideraciones de “clanes”. Estudios científicos demuestran que buena parte de estos pueblos ni tan siquiera tenían diferencias “raciales” por lo que la diferenciación, valga la redundancia, entre unos y otros respondía, la más de las veces, a intereses de la potencia agredida (Roma, Bizancio o Persia, según los casos), más que a criterios “científicos”. La verdad es que “crear pueblos”, “naciones”, “hechos diferenciales”, sigue siendo hoy en día una herramienta tan poderosa como efectiva y peligrosa.
El concepto “conflicto étnico” en no pocas ocasiones lo asimilamos a los Balcanes. La disolución del Estado Federal Yugoslavo, y las guerras que ha conllevado, son partícipes de actualidad del campo semántico conocido como “guerra étnica”. Ya en un primer momento, sin afán reduccionista, cabe decir que no es tan distinta, en cuanto a "artificiosidad" en no pocas ocasiones, la lista de pueblos bárbaros anteriormente citada de la compuesta por: serbios, croatas, eslovenos, musulmanes, húngaros, zíngaros o albaneses. No deja de ser curioso, y altamente ejemplificativo, que en censos realizados en el año 1990 la mayoría de “intelectuales” se definiera como “yugoslavo” o “checoslovaco”. Las divisiones territoriales, una vez aceptada la identidad de especie, sólo debiera sujetarse a criterios políticos, a criterios de viabilidad económica y social. La reciente decisión de la Corte Internacional de Justicia acerca del “asunto Kosovo” no deja de ser un motivo de reflexión, más cuando uno vive en Cataluña.
Efectivamente, tal y como apuntara Albert Rivera (líder de C´s) en el Parlamento Autonómico de Cataluña, Kosovo no es el modelo. Apuntaría yo que Kosovo no es el modelo, no sólo por las formas, sino también por el sujeto. Cataluña no es un ente diferenciado “étnicamente” del resto de España, por más que se intente ver por parte de algunos. Muchos se reafirmaran en su indepentismo con argumentos tipo “caso esloveno” o “caso eslovaco”, quizá sea el momento de hacer una reflexión, algo superficial, sobre lo ficticio de estas comparaciones.
La pacífica escisión eslovaca ("divorcio de terciopelo") es uno de los experimentos territoriales menos conocidos en sede hispana. Lejos de ser un instrumento de “realización nacional”, nos encontramos con que los eslovacos sienten cierto “arrepentimiento” de su separación, siendo muchos los que desearían la refundación de Checoslovaquia. La separación de Eslovaquia fue una decisión parlamentaria, sin consulta ciudadana, que benefició más a Chequia que no al sujeto independizado. Las aspiraciones nacionalistas eslovacas, no hegemónicas, se vieron satisfechas, no con una mayor autonomía (que era lo que se pretendía) sino con la escisión. El motivo, un tanto simplicista, parece cada día más obvio... Eslovaquia está mucho menos desarrollada que la República Checa e iba a ser un escollo para ésta en sus aspiraciones europeas. País rico que “echa” al pobre, ¿algún símil con España? Creo que ninguno. Todo este proceso no es tan diferente del de la disolución de Yugoslavia en un claro aspecto: el interés Americano-Europeo de dividir los antiguos países de la órbita soviética; Checoslovaquia, y sobre todo Yugoslavia, podían llegar a ser un obstáculo para los intereses imperiales de “las águilas”, sea ésta negra o calva.
Volviendo al caso de mayor actualidad, Kosovo, cabe decir que las posiciones internacionales al respecto son muy variadas, a la vez que antagónicas. Junto a las potencias independientes de EEUU (Rusia, China), Kosovo no ha sido reconocido como Estado por España, Eslovaquia, Grecia, Malta, Rumanía y Chipre (entre otros países). Los motivos son diversos, pero siempre guardando similitudes en común, Kosovo ha sido una “amputación sin anestesia” (como se ha escrito en varias ocasiones) que abre precedentes peligrosos, no para el País Vaco, Cataluña, Escocia, Córcega o Flandes (donde los similitudes con el caso kosovar son nulas), pero sí para Bosnia, entre otros territorios.
El miedo a un nuevo conflicto bosnio, si es que en algún momento se solucionó, está más que justificado. La población del lugar se divide, cuasi matemáticamente, en tres tercios: musulmanes, croatas y serbios, por lo que la independencia de un grupo, en base a los métodos utilizados por Kosovo, podría llegar a justificarse, de esgrimirse su legitimidad. En la propia Kosovo, región de Mitrovica, podría suceder algo semejante, al ser una zona de mayoría serbia (muy castigada por la políticas promocionadas por la autoridad kosovar).
El argumento de la “autosuficiencia” es el mayor escollo para la viabilidad de un Estado Kosovar. A día de hoy, y sin expectativas para el cambio, Kosovo es totalmente dependiente de Serbia. Mientras que Kosovo no exporta prácticamente nada a Serbia, ésta exporta a Kosovo bienes por valor de más de 200 millones de euros (todo ello datos recopilados por Jens Bastian, "La independencia de Kosovo y sus repercusiones internacionales", Anuario IEMed 2009). La mayoría de la electricidad, combustible, e incluso el propio suministro de agua (el principal acueducto kosovar procede de la parte serbia del lago Gazivoda) proceden del país de Belgrado. Junto a estas contingencias, y otras muchas más, existe el problema de la deuda contraída con causa en Kosovo, cuando aún era parte de Yugoslavia, y que sigue pagando Belgrado o los más de 30.000 casos que la Agencia de Propiedad de Kosovo (APK), organismo ejecutivo de Pristina, financiado por donantes, debe resolver (en su mayoría con relación a propiedades de serbios que abandonaron la zona, cuando aún estaba bajo el poder de Belgrado).
Es cierto que las horribles matanzas de Ustashi y Chetniks, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, o que las acciones cometidas, por unos y otros, en tiempos recientes, han crispado el conflicto yugoslavo, haciéndolo de difícil, o incluso inviable, solución. Pero ha llegado el momento de reflexionar, y de evitar cualquier paralelismo, desde España, Bélgica o Reino Unido, con una región que ha sido despedazada “por águilas y no chacales”, en no poca medida. La Yugoslavia multinacional era el único Estado capaz de garantizar, por ejemplo, una Bosnia en paz, opinan los expertos, ¿dónde estaban los motivos para su destrucción?
Las etnias son ficciones, lo mismo que las naciones. La metafísica y la filosofía son indispensables en la formación del hombre actual, pero siempre deben quedar sujetas a la eficiencia económica y al bienestar social. Ninguna independencia reciente ha sido un éxito, ninguna ha provocado un incremento en la calidad de vida de quienes la han experimentado. En tiempos donde la unión se requiere, donde se debiera tender más hacia un “Estado Ibérico” y no hacia la segregación, o hacia una Europa similar al antiguo Imperio Romano (pero sin César), y no hacia una superfragmentación en “taifas” e inventos modernos de segmentación, hablar de Kosovo, Bosnia o Eslovaquia debe hacerse consecuentemente. No nos centremos en los medios que sirven para la manipulación, y dejemos un mayor peso a los argumentos racionales y a aquellos que unen, más que separan.
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