Zalakin continuó andando entre la
espesura. Las indicaciones de su abuelo eran claras, y no muy lejos de ahí,
dejando a un lado mangles, higueras, ceibas y secuoyas, debería estar el “Templo
de lo Interminable”. No tardaron mucho tiempo hasta que el joven duende llegó
ante unas soberbias columnas. Ni jónicas, ni arabescas, ni tampoco isabelinas,
la arquitectura de aquel edificio era inclasificable desde la óptica del otro
mundo. Si algún adjetivo caracterizaba a aquella monstruosa edificación pétrea
bien pudiera ser “eterno”. Zalakin entró en el templo, no falto de pavor,
llegando a un amplio recibidor en el que se alzaban tres columnas. Rápidamente,
cuales rayos lanzados por Zeus apresurado, tres monos de diferente factura se
colocaron en sus respectivos asientos de anfitrión. Dos langures y un soberbio
papión se posicionaron haciendo gala de un correcto ceremonial ligado a una
refinada, por así decirlo, pedantería. Zalakin se ruborizó al ver tres seres
simiescos en un lugar regio entre lo sagrado. Disimulando su sorpresa saludó a
aquellos curiosos seres con cortesía y sincera reverencia.
- Estás ante el papión Hamadryas, fiero defensor
de lo eterno –afirmó el titular del más preeminente asiento.
- Yo soy Hánuman, el escudero imperecedero –dijo
el langur de la izquierda.
- Y yo me hago llamar el “Rey Mono”, aunque
siempre me toca estar a la derecha. –Precisó el langur restante.
- Yo soy Zalakin y vengo en búsqueda de
respuestas. Me señalaron que en este templo encontraría solución a mis
cuestiones, sólo que ahora mismo veo en frente de mí a dos langures y un
papión, reverendos, pese a mi sorpresa.
- No nos soñaron Catedráticos. ¿Sabes majo? –dijo
Hánuman, el de la eterna sonrisa.
- ¡Hereje! ¿¡Cómo osas hablar así a los guardianes
del Templo de lo Interminable!? –gritó Hamadryas.
- Miles de viajes y nunca había visto un duende
tan insolente… -completó el langur “restante”.
Zalakin comprendió que no era una
técnica válida herir en sus sentimientos a quien mucho quería aparentar, si de
él se quiere conseguir algo válido. Dejó a un lado su sorpresa por lo simiesco
de aquellos seres y se esforzó, aún más, por hablar con ceremonial y respeto
reverencial.
- - No fue esa mi voluntad, sabios primates. Sólo
quisiera ver y comprender el poderoso torbellino que en la entraña del eterno
templo se custodia.
- Haber comenzado por ahí, bellotín. –Dijo Hánuman
bajándose de su pedestal.
- - ¿¡Alguien pretende discutirme la iniciativa!?
–Molestose Hamadryas.
- - No, sólo se ríe haciendo lo que le parece… -se
reafirmó el “restante”.
- - Entre un risueño y un “Rey”, el papión sagrado
es quien debe marcar tendencia. ¡No dos langures trasnochados!
Entre gritos y rencillas
manifestadas oralmente, los tres monos comenzaron a marcar el camino hacia la
cripta interior. Zalakin les siguió, no sin dejar de ver cómo los tres monos se
retaban posicionalmente, continuamente, por quién debía llevar la iniciativa.
Como langur soñado, Hánuman era hábil y esbelto, un poco barrigudo pero con una
cola maleable y omnipresente. El “Rey” no era un mono muy diferente, de hecho,
había quien afirmaba que ambos eran de una misma estirpe. Hamadryas era todo lo
contrario. Sus músculos, entre caninos y felinos, y en todo caso carnívoros,
daban motivos suficiente por los que justificar su preeminencia.
Finalmente llegaron a una gran
sala donde hordas de monos protegían, adoraban, u observaban simplemente, un
gran prisma generador de un torbellino rosáceo, gigantesco, que no dejaba ver
cuán grande era aquella habitación,
colosal en toda su magnitud. Zalakin pudo contemplar que los primates iban
dejando paso a la comitiva, sin apenas rechistar. No cabía duda de que el
papión y los langures tenían un rango indiscutible entre toda aquella monería.
Concentrándose en el torbellino,
vio que en él flotaban diferentes figuras, imágenes, cosas indescriptibles, y
otras más identificables. La serpiente australiana, ángeles de bellas faces,
demonios cornudos, bellas cortesanas bañadas en leche de burra y bronceadas con
miel e incluso un esqueleto portador de una guadaña, todo ello sobresalía de
entre el mareo de la nebulosa sacra.
-
¿Qué son todas esas cosas que sobresalen de
entre la caótica espesura? –preguntó Zalakin.
-
Son todo aquello que en el otro mundo creen que
les aguarda con la Muerte. –Entonó solemnemente Hamadryas.
-
Todo aquello que se cree que trasciende al
fiambre. –Dijo Hánuman, riéndose sin causa aparente.
-
Toda persona necesita creer en un futuro
diferente. El sueño justifica la existencia. Sin Imagina no hay Realidad. –Precisó
el “Rey Mono”.
-
Nosotros somos la consecuencia del darwinismo y
el evolucionismo, sólo creyendo en la inteligencia de pasados monos puede uno
salvarse, en el otro mundo, de tener alguno de los sueños que mana en el
torbellino. –Continuó Hamadryas.
-
Sí. En los almacenes tenemos australopitecos,
homos de mil clases e incluso gorilas con cabeza humana. Son todo lo que
soñaron los que quisieron salir del pensamiento trascendente. –Completó “el Rey”.
-
¿No hay pensamiento sobre la muerte que no
implique sueño? ¿No tienen seguridad en la otra dimensión si no es pensando en
gentes de nuestro Reino? –pensó Zalakin en voz alta.
-
Veo que comienzas a comprender el porqué de nuestra
existencia.-Concluyó el babuino Hamadryas.