“El rasgo más singular de la política exterior soviética es, por supuesto, la ideología comunista, que transforma a las relaciones entre estados en conflictos entre filosofías. Es una doctrina de la historia y también una fuerza motivante. Desde Lenin a Stalin, Khrushchev, Brezhnev y quienquiera que le suceda, los líderes soviéticos han estado parcialmente motivados por una autoproclamada perspicacia para interpretar las fuerzas de la historia, y por la convicción de que la causa de ellos es la causa de la inevitabilidad histórica. Su ideología enseña que la lucha de clases y el determinismo económico hacen inevitable el alzamiento revolucionario. El conflicto entre las fuerzas de la revolución y la contravolución es irreconciliable. Para las democracias industriales, la paz aparece como una condición naturalmente alcanzable; es la composición de las diferencias, la ausencia de lucha. Para los líderes soviéticos, por el contrario, la lucha no termina con la transacción sino con la victoria de un bando. La paz permanente, según la teoría comunista, solamente puede lograrse aboliendo la lucha de clases, y la lucha de clases sólo puede terminar con la victoria comunista”.
Henry Kissinger, “Mis memorias”.
A priori, Kissinger es un personaje que podría causar recelos, cuanto menos en lo que a mí respecta. Halcón del neoconservadurismo de los EEUU (sigue siendo uno de los más relevantes en la actual administración Bush, por no decir “el más”), responsable de la conspiración contra Allende…, Kissinger es una personalidad de la máxima importancia, quizá, a mi ver, una de las cinco personas más importantes del pasado siglo XX. De lo que no hay duda es de su perspicaz, y raramente superable, inteligencia. Leo las frases arriba transcritas y no acabo de poder diferenciar la situación que motivó la redacción de estas palabras (la “Guerra Fría” en los años 70) con la situación que ahora bien las podría motivar. Me gustaría quedarme, muy especialmente, con la idea de que el comunismo es una “es una doctrina de la historia y también una fuerza motivante”, ¿qué pasaría si cambiáramos a la hoz y el martillo por la media luna islámica?
Como es bien sabido, Islam significa “sumisión”. Desde esta óptica, la yihad de los fundamentalistas islámicos bien puede verse a la luz del texto de Kissinger. Con ellos no puede haber transacción, sino sólo la derrota de un bando. Tal y como acaece en muy raras ocasiones, la lectura de este monumental, e indispensable, obra se me juntó con el análisis de un estudio, no menos interesante. Se trata de “El Sahara: vínculos sociales y retos geoestratégicos”, de Mohamed Cherkaoui (Director de investigación del Centro Nacional de Investigaciones Científicas francés, CNRS), (Bardwell Press-Siglo XXI, 2008). Gracias a la lectura de esta obra he podido saber de la situación “geopolítica” de uno de los países que siempre más me han incomodado: Argelia.
Si tuviera que elegir uno de los países que mayor pavor me genera, sería éste. Su vasta extensión (en su mayor parte desértica) junto con una casta militar que monopoliza el poder, en un país “rico”, virtud de los hidrocarburos y demás recursos en su haber, me hacen ver el país con suma desconfianza. Cherkaoui habla de una “unificación de la unidad nacional argelina” dentro de un contexto de “conflicto (incompatibilidad) con el resto de sociedades”, véase, un nuevo y “sui generis” imperialismo. Sin querer pensar al son de las trompetas de los EEUU, o al menos intentando ser un tanto independiente en mi pensamiento, debe decirse que el “islam”, no en todo, pero sí en su variante más integrista y genuinamente “purificadora” es un enemigo de primer nivel.
En Oriente Medio cada día se constata, con mayor intensidad, el auge de Irán en países como Siria, Líbano o Palestina, ¡qué decir en Iraq, pese a los intentos fallidos de dominación por parte de EEUU! Como países “contenedores” siguen estando Pakistán, Marruecos y Egipto, a la vez que el eterno enemigo iraní: Turquía.
Que hay una necesidad global de establecer un “derecho democrático cosmopolita”, institucionalizado en organismos representativos de verdadera soberanía (véase una nueva, y en cierto modo imperial, Organización de Naciones Unidas) es evidente. Sin embargo, asimilando a este contexto las palabras de otro genio: no se hará de golpe, sino sumando pequeños pasos. Por el momento debe vigilarse a países infernales como Argelia. Intentar que no forme alianzas potencialmente fatales con el eje iraní. Debe acabarse de integrar a Turquía y utilizar su “autoridad geopolítica” para sembrar el orden, junto a su “rival” Egipto.
El enemigo, para el caso de Europa, está dentro, pero también cerca de nuestras fronteras. ¿Cómo imponer el derecho democrático global cosmopolita? ¿Es conveniente hacerlo en gentes con cultura limitada, impregnada de los valores violentos del islamismo radical?. Quizá sea el momento de recordar el modelo turco, y ver los pros y contras de la figura de Atatürk y el kemalismo.
3 comentarios:
Muy interesante tu análisis de la situación argelina. A mí, desde luego, mucha gracia tampoco me hace Argelia.
BEsos felinos.
Aunque en la práctica sea usual, en el papel la palabra "sumisión" le haría poner en guardia a las garras de más de un bloque. Y a veces no sé que tan buenas sean ciertas imposiciones a veces en pro del "bien común" se mete mucho la pata.
Sencillamente la mayoria del Islam que se predica en las mezquitas difiere muy poco del nazismo en ocidente ni una mezquita ni una cocesion religiosa eso incluye comedores escolares y carceles.
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